Una hilacha de voz

Penélope no sólo tejía, también cantaba cuando tomaba sus hilos, su canto era triste, había lamentos constantes por el que estaba ausente.

Sentada frente al telar, tomaba más hilos y con ellos tejía la inconclusa historia de su fiel marido, con cada recuerdo aumentaba una puntada, con cada nota agregaba la esperanza de destejer por la noche a la terrible mortaja.

Penélope cantaba mientras los hilos cosía, mientras las figuras bordaba, ella triste cantaba. Cantaba y cantaba, todo el día cantaba triste la reina, junto al telar encerrada.

Tejía todo el día, esperando ansiosa la llegada de Odiseo, y si no se podía al menos la de la noche para ganar tiempo, para evitar que los funestos pretendientes pusieran en peligro a la vida y a la hacienda de su Telémaco.

El palacio en Ítaca, de tristes cantos se llenaba, por eso los pretendientes mejor hacían venir a la cítara, para no escuchar lo que la pretendida cantaba, para hacer sordos sus oídos ante las súplicas de la reina encerrada.

Al final del día sólo tristes hilachos de la bella voz quedaban, esa voz ya no era necesaria para arrullar al niño o para confortarlo cuando temeroso llegaba a esconderse en su regazo, el niño había crecido y junto con él el peligro de perder todo.

Esa voz se apagaba junto con la luz del día, y sólo una hilacha quedaba alojada en el cuello de la mañera esposa, de la fecunda en ardides que sabía esperar.

La voz se apagaba junto con la luz del sol, pero después de los llantos había un lugar para la esperanza, pues en silencio la reina de ítaca destejía el manto, y rogaba a los dioses para que su querido Odiseo llegara al hogar.

A veces el viejo Argos, ese perro que también esperar sabía, a la reina acompañaba. Y así en silencio, la esposa y el perro destejían el manto tejido entre lágrimas para silenciosamente dar cabida a la esperanza.

Maigo.

Falsas Esperanzas

El árbol se conoce por sus frutos: el misericordiado da misericordia; el miserable, miseria.

Caras salieron las falsas esperanzas, ingenuos resultan quienes esperan tener larga vida cuando cimentan la fuerza de ésta en la muerte, el odio y las divisiones.

Julio César lo entendió en el Senado, justo cuando pasaban los Idus de Marzo. Él dividió, venció y por su propio hijo fue cruelmente asesinado.

Maigo.

Adendum: Desde esta categoría nos sumamos al dolor que embarga a México y al resto de Latinoamérica.

Creo que Yaddir habla bien del costo de la indiferencia, aquí el post

Epifanía de Pandemia

Para Israel

En medio del dolor, creo que sigue brillando la esperanza de encontrar la salvación en la hermandad, y en dar a Dios alabanza.

En medio de un pueblo pequeño, custodio de la tumba de Raquel, los sabios pretendían llevar regalos sin imaginar que el regalo era para ellos, pues vieron al Mesías guiados por la estrella de Belén.

Unos encontraron paz al seguir la estrella, reconocieron humildemente al rey en el pequeño, al dios hecho hombre en el ser fragil y al sumo sacerdote en la inocencia de los balbuceos del inocente niño.

Otros,en cambio, llevados por su avaricia persiguieron al inocente y lo hicieron culpable de haber nacido, se llenaron de soberbia y se pensaron inmunes a los designios divinos, en vez de paz prefirieron la división y culparon a unos niños de un crimen atroz, los condenaron a morir para evitar un magnicidio.

Con el paso del tiempo los condenadores de infantes de manera infame murieron y sus descendientes que a sus tronos se aferraron, junto a esos mismos tronos sucumbieron.

No crea el lector que mi esperanza se encuentra en la caída del Tirano, mi esperanza se funda en poder ver nuevamente al otro y llamarlo hermano.

Maigo

El mundo agotado

Mundo agotado

El mundo está agotado

su esperanza se acabó,

el agua de vida no mana

el manantial se secó.

El mundo está agotado

porque el desierto creció,

la fe quedó por un lado

sólo el llanto se quedó.

El mundo está agotado

vida nueva no hay más,

sólo muerte ha quedado

sin Cristo al hombre verás.

El mundo está agotado

por su gran falta de fe

el descanso es vedado

sólo vemos lo que ya fue.

Sin Dios el hombre muere,

poderoso se sintió.

Hoy el hombre solo perece

Su soberbia así lo dejó.

El mundo está agotado.

El hombre está cansado.

Dios está abandonado.

 Y sólo la soberbia quedó.

Maigo

La mujer más digna

La más digna de las mujeres se asumió como sierva, y sin presumir humildades se fue a atender a su prima, que estaba por dar a luz. Ella embarazada, y con el riesgo de ser señalada por una comunidad dada al juicio fácil, siendo la más digna se puso a cocinar y lavar pañales.

Tiempo después, al regresar a casa se enfrentó al peligro de ser rechazada, vilipendiada y hasta apedreada, pero la fe la mantuvo hasta el momento de dar a luz.

Siendo la mujer más digna entre todas, parió en un establo rodeada de animales y pastores, y en lugar de quejarse por este tipo de dolores guardó silencio y agradeció la bendición que recibió.

También calló al enterarse que una espada atravesaría su corazón, y al tener que dejar todo para irse en calidad de refugiada en tierras con costumbres y con una lengua extraña.

Pasó de ser madre a ser fiel compañera, una vez que su hijo tomó su camino y junto con él subió la terrible cuesta, e incluso lo bajó, lo bañó con sus lágrimas, y aún así la fe que la sostuvo nunca perdió.

Siendo sierva, sin ostentar una humildad palaciega, sin presumir de honesta, siendo oído atento más que voz cantante y siendo silenciosa más que discursiva respecto a la esperanza con la que vivía, María se convirtió en el refugio de los dolientes y arrepentidos.

La mujer más digna es la puerta del cielo porque nos enseña a tener fe a pesar de lo que vemos, calla al decir “hagan lo que mi hijo les diga” y nos acompaña al cielo que es real y no a la falsa promesa que se esconde tras las farsas políticas, tras reparto hipócrita de bienes y tras la búsqueda de amores comprados como aquellos que sólo puede recibir un Tirano.

Maigo

Ocurrencia

La Esperanza se convierte en absurdo cuando ya no hay nada que hacer, y deja de haber quehacer cuando actuamos gobernados por la ocurrencia del momento.

Maigo

La costurera

En un reino muy lejano había una anciana costurera, hábil en uso del huso y en el arte de coser muy bien.

 La mujer había pasado muchos años con aguja en mano y su habilidad para unir piezas le había valido el reconocimiento por parte de todos los aldeanos, villanos y hasta de su majestad el rey.

En los esponsales del monarca la costurera confeccionó los trajes para la corte entera, pasó noches sin dormir y días y días trabajando con las telas más exquisitas que jamás se habían visto en la comarca, pero no por eso la costurera dejó que su ánimo se llenara de soberbia.

La hábil artesana que igual cosía trajes lujosos, vestidos para que las doncellas acudieran a misa los domingos y vestidos para quienes hacían trabajos pesados como la búsqueda de tesoros en la mina cercana, pasó años unida al huso, la aguja y la rueca.

Pero un aciago día a su taller llegó un soldado, ella lo saludó pensando en que algo necesitaban desde palacio, pero sin decir palabra el amargo militar tomó el huso, la aguja y la rueca y se las llevó, no sin antes romper un pequeño telar del que se valía a veces la mujer para hacer material para luego confeccionar.

Ella muy sorprendida vio como sus instrumentos eran echados a una hoguera, llorando suplicaba algo de piedad o clemencia, a sus gritos atendió un hidalgo, quien diera un anuncio para la costurera que entre sollozos pedía ayuda.

El mensajero real le dijo al pueblo que por decreto real se prohibía cualquier arte que implicara unir piezas entre sí, principalmente si la unión de las piezas se hacía con algo puntiagudo o de fierro, que la gente buscara otra cosa para trabajar porque desde ahora para salvar una vida algunos se debían sacrificar.

La costurera entendió que su hacer ya no era bienvenido, porque sus agujas y materiales tenían puntas, lo mismo entendió el zapatero, los mineros y hasta el herrero, que tardó en salir de su asombro cuando le dijeron el decreto.

Los únicos que de momento sintieron alivio y gozo fueron los campesinos, pues pensaron que en su haber no debían unir piezas de nada y que el decreto real en nada los afectaba, algunos de cortas miras en sus adentros al rey felicitaban.

Pasó el tiempo y la protagonista de esta historia se fue con sus pasos lentos y cansados a buscar suerte en otro reino, pero llegó a un lugar en donde ya no se preocupaban de la ropa, porque el rey había decidido ser austero a causa de una estafa que lo mandó a desfilar en cueros.

La anciana decidió seguir por otros lados en busca de algún sustento, pero no lo encontraba, aunque algunos de sus compañeros artesanos ya habían encontrado acomodo en otras villas o pueblos.

Se enteró de momento que siete de los mineros se convirtieron en niñeras de pequeños muy traviesos, su negocio era más o menos próspero y mejoró a causa de una ayudante que llegó huyendo de una suerte similar a la que corrieron ellos en el anterior reino.

Uno de los zapateros encontró acomodo en un pequeño taller, más como vendedor que como artesano, y es que los dueños trabajaban bien, pero no alcanzaban a ver siempre al cliente indicado.

Por lo que toca al herrero quien saliera del pueblo de las artes prohibidas, éste se fue junto con el carpintero y ambos dedicaron su trabajo y esfuerzos a laborar en distintos pueblos lo más alejado posible del que fuera su terreno.

La costurera, rendida por no encontrar empleo o acomodo, se regresó a lo que fuera su casa, vio las ruinas de su taller y se resignó a la pérdida que por decreto del rey había llegado a su vida.

Ella en ocasiones pensaba y se revolvía sobre la causa de su desgracia y a veces veía cómo es que el decreto real a todos afectaba, también a los campesinos, quienes con el paso del tiempo sin herramientas trabajaban, pues en el reino ya no había herreros o carpinteros que les ayudaran.

El pueblo bueno veía cómo es que su vida cambiaba y mientras su suerte maldecía lejanas noticias del castillo saltaban:

“A pesar del decreto por el cual el rey la vida de su hija salvaba, sus esfuerzos inútiles se tornaban, la esperanza del rey y de descendencia que tras él gobernara, caía en el profundo sueño al que ya estaba destinada”

La costurera entendió las razones del decreto que de su taller la echaron hacía más de quince años, y vencida por el cansancio y el hambre cayó en un sueño del que hasta ahora no se ha despertado, pero vio con sus propios ojos cuando se pretende escapar mediante decretos a lo que ya se está destinado.

Maigo.

Inocente preguntilla: ¿Cuánta fuerza retórica tiene la frase «no es por presumir»?