Julio César solía decir que para vencer a los enemigos hace falta dividirlos. Su mayor enemigo fue el pueblo romano y tras sumergirlo en una guerra civil logró su cometido: pacificar su camino hacia la dictadura vitalicia, que pronto se convertiría en imperio.
Considerando que en la guerra civil todo es válido, porque se entiende de manera simplona que el fin justifica a los medios, es más fácil comprender que a los tiranos les dé flojera el discurso sobre la dignidad con la que deberían de ser tratados todos los ciudadanos, entre los que se incluye a los adversarios políticos.
Entre los seguidores de Julio César la paz y la dignidad se comprenden de manera diferente, la primera se encuentra en el camino libre para ejercer su voluntad, por contraria que sea al reconocimiento del otro como un ser valioso y merecedor de respeto, y la segunda es un estorbo que ocasiona flojera en tanto que impide marcar las diferencias en las que se funda el ejercicio de un poder autoritario y absoluto.
Queda pues la imposibilidad de la conversación sobre asuntos como la paz o la dignidad entre opositores políticos cuando lo que entienden por éstas se nutre de raíces diferentes: unos ven a la paz y a la dignidad como resultado de la igualdad entre los hombres, mientras que el otro, el seguidor de Julio César, ve estos temas como asuntos de flojera dado que surgen de las notorias diferencias entre él y la masa a la que gobierna.
Maigo