Belleza extinta

Se dice que la belleza es un bien efímero, que con la edad se va terminando ese tesoro que viene acompañado de la juventud.

Las personas que así piensan, que es una mayoría, se ven en el espejo y lloran por lo que se ha ido, o más bien por lo que se ha ido añadiendo al lienzo, ese rostro que en algún momento estaba libre de marcas.

Se dice que la belleza es un bien efímero, porque las cosas bellas suelen durar poco, el tiempo hace lo propio y las flores de la primavera se marchitan, llegan las lluvias veraniegas y los frutos se asoman para después dar paso a las otoñales hojas y a los fríos inviernos.

Se afirma el final de la belleza, como se afirma la fealdad de los inviernos y la falta de gusto en los otoños, la añoranza por las lluvias veraniegas y el anhelo por las primaverales flores.

Pero, no hay nada más falso que el carácter efímero de lo bello, porque lo bello en realidad perdura, sólo que con el tiempo olvidamos que la eternidad no es visible y que las amistades se forman con el tiempo.

Se miente sobre lo bello para que admiremos lo que es bonito como si sólo eso fuera verdadero, pero dejamos de lado lo noble, lo valioso y duradero, como la posibilidad de ver la belleza de las flores sin tener que destruirlas para ello.

Cuando niña yo cortaba a las flores, y las hacía marchitar más rápido sin darme cuenta de mi crueldad.

Ahora con admirarlas soy feliz, porque entiendo que lo bello se esconde en su temporalidad, en su fragancia y en su capacidad para guardarse en mi memoria, ese extraño baúl que atesora rayos de sol.

Se dice mucho sobre lo bello, pero en mucho de lo que se dice olvidamos lo que esto es, y lo confundimos con lo que atrae para pasar el rato, lo que es efímero, lo que es ligero y que es propenso a que se lo lleve el viento.

No entendemos qué es lo bello, porque ya no volteamos a verlo, y no lo miramos siquiera porque no entendemos que lo bello no se encierra entre lo nuevo, lo bello es un chispazo de la eternidad que nos rodea.

Maigo

En la mesa, el vino


Los idealismos son, desde hace tiempo, molestos. Maquillaje quebradizo en los rostros del hombre burlón, cínico, fuerte. Cuando vemos que alguno de estos guardianes de las viejas virtudes cae en pecado o parece falsear su postura, gritamos a coro desde el pecho «¡eh, mentiroso!, ¡¿no que un santo?!», pero el cínico que no es un juez, ni pretende serlo, también dice «No te apures, estás a tiempo de vivir bien, junto a mí tienen lugar tus desaguisados», «¿Bebes?». Así se perdona al justo, invitándolo al terreno de lo efímero.  El mal, o mejor no el mal  pues ce mot ofende al puritano de los hechos… más bien, la verdad pura y llana, sin bien ni mal, se hace clara. ¿El viejo bufón ha perdido el rostro? ¡Qué nuevo chiste!, quizá bebía veneno o ponzoña en lugar de vino.

Pero, -porque siempre existe un pero-, en caso contrario nadie dice nada. Ni algarabía ni gozo, más bien hostilidad. Cuando este mismo hombre no falla a su posición, sino que da muestras de entereza, no estamos dispuestos a gritar: ¡He aquí un buen hombre!, pues creemos que la verdad no apunta a ese lugar, a la casa del bien. La existencia es trágica sólo por eso. El tal hombre es un mentiroso de lo peor. Inventa, exagera, molesta a las buenas costumbres. Y la salud preocupa a nuestro anfitrión. En su mesa de vez en cuando alguno enferma de ilusiones, pues quiere ver más allá del banquete. Peor aún, dice que ve o intuye una época dorada donde las bellotas… Pero antes de que siga, mejor omitirlo o alterará las vencidas pasiones que adormeciera el elixir ofrecido antaño por este bufón.

Pero el loco insiste. Algo se fermenta en su pecho. Ahora él tiene sed y hambre de otra índole.

El hambre de ese hombre sólo puede ser satisfecha por la idea de lo eterno y su sed calmada por la libertad. Libertad y eternidad son los grandes destinos del hombre, sólo en ellos se puede compartir una mesa bien servida. Pues aún suponiendo que el cínico no sea avaro, nunca ha sabido para qué compartir su mesa, ni entiende por qué ésta no agrada a sus comensales en el último platillo. Siempre termina odiando al hombre, al que considera rebelde y desagradecido, una bestia baja. Ésa es toda su antropología por la que sirvió su comida. Nunca el bien, siempre el hambre; terminó por ser sólo hambre su festín. y el hombre busca el vino con el cual se embriaga pero no se seca. Ése vino que robustece porque es del interior de su alma de donde mana y se hace común al abrir los odres. Ese vino que es amor y no angustia.

Javel 

«Te amo porque haces que te ame/ porque puedes hacer/ que me suceda/ amarte» Ululame González de León

¡Feliz año, lector!

Mar o mujer

Mar o mujer

Vi el eterno vaiven de tu ser;

sentí la salinidad de tu piel;

no supe si eras mar o mujer.

Javel

¿Qué es de ti?

¿Qué es de ti, hombre, si de tierra estás hecho

y no está tu felicidad en esta tierra?

¿Qué es de ti, hombre, si no hay gloria para el descarriado

ni perdón para el pecador?

¿Qué es de ti, hombre, si no hay consuelo en la ciudad

y sólo vives para ella?

¿Qué es de ti, hombre, si no posees nada

y tu anhelo excede todas las riquezas?

¿Qué será de ti cuando los siglos se hayan consumido

y no haya más tiempo para la acción?

Gazmoñerismo 28

No fue amor lo que vi en tus ojos… fue eternidad.

Gazmogno