Cierre de campaña

Cierre de campaña

 

Revisito libremente siete versos de las sátiras de Cayo Lucilio, quien advirtió a tiempo la terrible realidad política que enfrentó Cicerón: la decadencia de la república. Son los versos 1228 al 1234, tomados de la edición de Fridericus Marx editada en 1904.

 

A la sinvergüenza que facturó

sus colorados tintes

 

Ahora, de la mañana a la noche,

lo mismo entre la fiesta que el trabajo,

todos los senadores por igual

se jactan en el foro, amotinados,

expertos todos en eso de engañar,

estafando con palabras de arte,

por hombres buenos querrían pasar.

Trampas, fraudes, triquiñuelas y moches:

enemigos todos; puros derroches.

 

Coletilla. Anótenme tres puntos, que sí que clasifico. Primer punto. El pasado 21 de abril comenté, tras el olvido de la investigación de Roberto Zamarripa, que para estas fechas se intentaría revivir el caso de Ayotzinapa, pues era sospechoso que los políticamente correctos ya se hubiesen olvidado del asunto. En días recientes se revivió el caso por la resolución de un tribunal conforme a la estrategia de defensa que esbocé el 21 de enero de 2017. El martes siguiente se cumplen 45 meses de la desaparición de los normalistas. Los detenidos pronto estarán libres, la investigación oficial se retomará hasta la administración siguiente y concluirá con que “fue el Estado”. Segundo punto. El 18 de noviembre de 2017 señalé el conflicto de interés entre el presupuesto para la cultura, el financiamiento de Fundación Azteca y la relación entre Esteban Moctezuma Barragán y Andrés Manuel López Obrador. Esta semana el grupo de periodismo independiente 5°ElementoLab presentó una investigación extensa sobre el caso. Tercero, el 27 de septiembre de 2014 desarrollé la etimología de «competente», pero mi amigo Cantumimbra lo olvidó y el lunes la presentó nuevamente, pero ahora en el contexto de una situación política.

Un capricho de felicidad

Un capricho de felicidad

 

Leía a San Agustín comentando a Cicerón y caí en la cuenta: el término latino beatus no debería traducirse por felicidad, pues ya el latín tiene felicitas para ello. Igualmente inadecuado sería traducir beatus por santo, pues la santidad romana es piedad familiar y la cristiana reconfiguración interior (ya algo de esto ha explorado Arnaldo Momigliano en Religion in Athens, Rome, and Jerusalem in the First Century B.C.). Y más inadecuado parece, todavía, trasladarlo a bienaventurado, que nos cerraría a la posibilidad de pensar en la otra vida. Beatus, como juicio moral de una vida, se parece a la felicidad, pero en algo se distingue de ella.

Etimológicamente, beatus es la forma supino (infinitivo de fin) de beo que nombra el tener propiedades, ser reconocido por lo que se tiene y, por ende, ser “feliz”. Beo, por su parte, proviene de la raíz indoeuropea *dweos, que los manuales suelen referir como “felicidad”. Felicidad, por su parte, comparte raíz con feto y fecundidad, por lo cual no nombra propiedades, sino producciones: la mujer con muchos hijos es fecunda; Odiseo es fecundo en pretextos. La forma antigua de la raíz *dweos es *dwejos y no es muy seguro su significado, aunque produjo en griego el término deinós, el término para lo terrible aterrador, la antesala al abismo de la tragedia. ¿Beatus y deinós provienen de la misma raíz? ¿Cómo puede ser posible? ¿Qué podría significar eso?

Se dice que el equivalente griego de beatus es eudaimonía, compuesto del prefijo eu que califica lo bueno y daimon, la divinidad intermedia entre los mortales y los dioses. La eudaimonía, empero, no nos libra de preocupaciones, pues daimon proviene de la raíz indoeuropea *dwey, que a su vez comparte el origen con la forma antigua *dwejos: *dwe, que produce en sánscrito la palabra sagrada para la maldición. ¿La eudaimonía y la maldición se reúnen en una misma raíz? ¿Qué podemos pensar a partir del hecho de que la raíz común de beatus y eudaimonía, que tradicionalmente se traducen por felicidad, están relacionados con lo terrible y la maldición?

Creo haber encontrado un camino. La raíz indoeuropea *dwe produce en armenio antiguo erkn, que nombra la labor de parto. Cuando en la labor de parto se alumbra la bendición de la vida se la nombra beatus; cuando la labor de parto se oscurece en la maldición de la muerte se la nombra deinós. Lo beatus nunca estará separado de lo deinós; su posibilidad es mutua, su inherencia práctica es evidente. Categorialmente puede decirse que beatus nombra un estado; felicitas una situación. Quizá cuando se reflexiona que la felicidad puede desembocar en lo terrible se comienza a considerar la necesidad de perseverar en la beatitud.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. ¿Tucídides para pensar nuestro actual conflicto? Así lo propuse el pasado sábado en este blog, así nos lo propuso el domingo Julio Hubard en Milenio. A leer a Tucídides, pues. 2. Quizá se trata de la columna de opinión más heterodoxa de toda la semana. Quizás es la mezquindad intelectual por lo que no se le reconoce. Pero el pasado lunes, Sergio Sarmiento se preguntó: ¿cuándo se jodió México? Su respuesta: el 5 de febrero de 1917. Creo que antes de él, nadie lo había dicho tan claro. 3. ¿Acaso cabe en la cabeza de alguien mandar a los marinos a asesinar a dos capos y propiciar la ruptura en un cártel, mediante una emboscada, para mostrar que México sí sabe qué hacer con los bad hombres? 4. El secretario de Movilidad del Gobierno del Estado de México puso dos propuestas sobre la mesa en la más reciente reunión con los dueños de las rutas del transporte público: o aceptan dos pesos de aumento al pasaje a partir del lunes 13 y no vuelven a pedir un aumento en años, o esperan al siguiente aumento a la gasolina para aumentar cuatro pesos, pero asumiendo ellos el costo político (pues no sería un aumento «oficial»). Los concesionarios aceptaron la primera. Los operarios quedaron entre dos fuegos. 5. No es broma, por desgracia el señor presidente lo dijo en serio: «El cadete que se desmayó, cayó con honor al no meter las manos». Ahora entendemos lo que es un gobierno honorable.

Coletilla. «Somos yunkies de los megabytes». Valeria Luiselli

La increíble y breve historia de San Agustín y las quesadillas

La increíble y breve historia de San Agustín y las quesadillas

Cualquiera sabe que no todo combina con todo, que algunas cosas no van bien juntas y que otras es difícil aceptar separadas. Un invierno sin frío es un verano fastidioso. Un refresco sin gas es un jarabe aguado. Y una quesadilla sin queso… pues es algo discutible. En tiempos del café descafeinado y la leche deslactosada, una quesadilla desquesadillada parece algo perfectamente posible, pero incorrecto. A las de papa les decimos papadillas y pescadillas a las de pescado. ¿Por qué sería quesadilla la tortilla rellena por algo distinto al queso? La quesadilla sin queso oculta algo más que su relleno.

La primera mención de la palabra quesadilla como entrada de un diccionario se registra en el Diccionario de Autoridades de la Academia Española de 1737 y se la define como “cierto género de pastel compuesto de queso y masa que se hace regularmente por carnestolendas”, refiriendo como fuente la Musa Sexta de Francisco de Quevedo. En los poemas de Quevedo, empero, quesadilla aparece en tres ocasiones. En el romance 67:

Destierro puños pajizos;
que hay damas pastelerías
que traen en puños y en manos
roscones y quesadillas.

En el romance 13:

Vuestros puños de azafrán
y manos descoloridas,
parecen por Navidad
roscones y quesadillas.

Y en el romance 6:

Tras quesadilla y roscón
el gallo en carnestolendas
hace, al revés de San Pedro,
llorar lo que no se niega.

Evidentemente es el último poema el que cita el diccionario, y es, además, el más interesante. La primera mención de las carnestolendas está en el diccionario de la Academia de 1729 y se las define como “los tres días de carne que preceden al Miércoles de Ceniza, en los cuales se hacen fiestas, convites y otros juegos para burlarse y divertirse”. El gallo en carnestolendas, según sabemos por el segundo capítulo de El buscón (1626), refiere a una costumbre del carnaval español en la que un niño investido como rey perseguía al perdedor de la pelea de gallos para cortarle la cabeza. Al ser carnavalesco y presentarse como “al revés de San Pedro”, el rey de gallos quevediano es una manera de referir la persecución del converso: el carnaval hace llorar al creyente. Las quesadillas, pues, se nos han juntado con la herejía.

Sin embargo, es falso que la primera mención de la palabra quesadilla en español se encuentre en Quevedo, pues la he encontrado en el Vocabulario universal en latín y en romance de Alfonso Fernández de Palencia, escrito en el muy cercano 1490. En la entrada para el término artocrea se define “empanada de carne como artotira es empanada de queso que decimos quesadilla”. Artotyra, según un diccionario neerlandés en línea (http://www.inl.nl/), comparte raíz con el bajo latín torta y con el francés tarta, de donde nombramos a tantos platillos y postres. Según Corominas, torta viene de una contracción del dativo de artos y su artículo correspondiente: torton, sería el nombre griego para el pan. Y como aclara bien Pierre Chantraine en su Dictionnaire étymologique de la langue grecque, artos es el nombre griego para el pan de trigo, en oposición a maza, nombre griego para el pan de cebada. El diccionario de latín de Oxford refiere además que el término artotyra se utilizó para nombrar una secta herética. San Agustín habla de ella en Las herejías (XXVII) del lejano 429: “Artotiritas, son los llamados así por sus ofrendas. En efecto, ofrecen pan y queso diciendo que ya los primeros hombres celebraron las oblaciones de los primeros frutos de la tierra y de las ovejas”. Juntando el pan y el queso regresamos a la quesadilla que se nos había juntado con la herejía.

El término griego para queso es tyrós, mientras que en latín es caseus. Caseus está en Plinio (Historia natural, XI, 42), quien lo da como marca de civilidad; al igual que en Estrabón (Geografía, III, 3), quien distingue entre celtas y britanos porque los primeros sabían preparar queso. Probablemente el origen del término latino se hunde en las oscuridades de la historia celta. Hay que considerar que son los descendientes de los celtas de Galacia quienes constituyeron la secta de los artotiritas, y son los descendientes de los celtíberos quienes propalaron el montanismo en la Hispania; de donde seguro lo tomó Tertuliano. Restos de lengua celtíbera se encuentran en gallego y castellano, mientras que la lengua geográficamente intermedia entre ambas es el leonés. La primera documentación cercana al español del término queso es del leonés y aparece en el 955 bajo la forma kayso, de donde derivan el portugués queijo, el gallego queixo, el asturiano quesu, el leonés moderno queisu, el manchego querso y el murciano quesso (en las otras regiones de España el nombre del queso proviene del mozárabe). De la tradición celta también puede provenir la palabra carnaval; o al menos es una de las fuentes que determinan el modo de la celebración. Que en el carnaval español antiguo un niño degollara un gallo puede ser una pervivencia de la interesante observación de Diódoro Sículo (Historia, V, 29) sobre la importancia que concedían los celtas a cercenar la cabeza como señal de empoderamiento. Siendo las artotiras uno de los platillos habituales en el antiguo carnaval español, y siendo el carnaval uno más de los constantes episodios de conflicto entre paganos y cristianos, bien puede ser que les comenzaran a llamar quesadillas para que los caínes no mataran a los abeles, para que dejaran de perseguir conversos. Otra cosa es si ahora se les deja de poner queso sólo por perseguir los pesos.

 

Námaste Heptákis

 

Que quepa duda. En lo que va del año, en Tijuana han sido detenidos dos menores de edad con cargos de homicidio. Los perfiles de los detenidos coinciden: niños adictos al crystal que por que le sean condonados 10 mil pesos de deuda con quienes les suministran la droga aceptan matar a alguien. Sin ánimos de exculpar o soliviantar la ley, cabe la duda: ¿no son los «niños sicarios» un tipo de víctima?

Escenas del terruño. 1. En México se encuentra la población con mayor índice de suicidios a nivel mundial.
2. Que quede constancia de la islamofobia en México y del aumento de conversiones en el país. Aunque los medios han ignorado el dramático conflicto religioso en Chiapas.
3. Excelente el artículo de Mauricio Meschoulam en El Universal de hoy.
4. En un comunicado difundido el 8 de diciembre, la Secretaría de Educación Pública anunció que determinó cesar de sus funciones a un grupo de docentes que saboteó en Guerrero el proceso de evaluación. Sin embargo, la sanción de la SEP contraviene el artículo 75 de la Ley General del Servicio Profesional Docente, donde se establece que no pueden ser cesados de sus funciones sin otorgar diez días hábiles para que el probable responsable se defienda legalmente y otros diez para que la dependencia dé respuesta legal al caso. ¿Es legal la determinación de la SEP?
5. En cuanto al caso de los desaparecidos de Ayotzinapa hay que considerar cuatro puntos relevantes. Primero, con motivo de la reunión de los padres de los normalistas desaparecidos con funcionarios del gobierno federal, una interesante observación de parte de Ciro Gómez Leyva el pasado 1 de diciembre. Segundo, Carlos Puig reflexionó el 3 de diciembre sobre el problema de la nueva posición de algunos funcionarios federales en torno a otros rumbos de la investigación sobre Ayotzinapa. Tercero, el GIEI dijo el pasado 7 de diciembre que no hay evidencia de que la noche del 26 de septiembre de 2014 hubiese habido un incendio en el basurero de Cocula y que hay evidencia de que esa noche llovió en Iguala. Inmediatamente la tribuna de los políticamente correctos declaró el desmoronamiento de la «verdad histórica» del gobierno federal. Sin embargo, una vez más se malinterpretan las fácilmente malinterpretables afirmaciones de los expertos de la CIDH. Una cosa es que no haya evidencia del incendio y otra que haya evidencia de que no hubo incendio. Una cosa es que esa noche haya llovido y otra que por la lluvia no haya habido incendio. Y las supuestas pruebas satelitales no son suficientes: las dos fotos muestran una gran nubosidad sobre la zona, y por las nubes -evidentemente- no es posible ver incendio alguno o ausencia de él. Insisto: cada quien tiene su «verdad histórica» y a nadie parece importarle la verdad del caso. El caso no debe ser olvidado. Y por último, es indignante el modo en que ayer fue tratado Enrique Krauze en la Normal Rural de Ayotzinapa. Los padres de los desaparecidos se opusieron a que el historiador diera su conferencia porque “nos dicen que él es una gente del gobierno, y además es un reaccionario” (Reforma 12/12/15 p.9). Krauze dio la conferencia en una sede alterna. Tomo dos de sus declaraciones. “Un Estado que no protege la vida, un Estado que no supo proteger la vida de esos 43 muchachos, es un Estado que nos ha quedado a deber”. “Frente a intolerantes, defendí el debate libre”. Una vez más, Enrique Krauze dio muestra de su valentía civil. Que quede constancia.

Coletilla. Diciembre me gustó para acordarme del gran Germán Dehesa. Parece que la realidad se ha puesto de acuerdo, o quizá los astros se han alineado, pero mucho nos recuerda la necesidad de la aguda inteligencia de don Germán. Corre diciembre y nadie está alertando sobre el paradero de los fruitcakes, esa mezcla de aserrín y melaza cuya ubicación siempre era alertada por Dehesa. Recordemos que, según sus investigaciones, sólo se hicieron cinco fruitcakes y han ido pasando de mano en mano a efecto del roperazo. Sin el servicio público de don Germán tendremos que estar alerta por nosotros mismos. Por otra parte, ahora que fue la FIL tuvo bastante difusión la moda de los booktubers; Germán Dehesa fue el primer booktuber, él inventó ese medio de promoción de la lectura. Además, en este fin de semana de Teletón hay que recordar que Germán decía que quizás es la única iniciativa ciudadana que nos ha funcionado; lo cual seguramente explica a sus tantos detractores. Y por último, Germán diría: ¡los poderosísimos Pumas están en la final! Aunque ahora no se vean tan poderosos. Se extraña a Germán Dehesa.

Traición política

Traición política

Tradición es traición, dice el apotegma de la traducción. El traidor lo mismo lleva y trae, quita y da, cambia y conserva. La traición parece creativa y destructiva a la vez. Los traductores son los traidores tradicionales. Lo que no se puede decir de otro modo, lo que ya no se puede explicar, lo que es forzoso, al mismo tiempo de ser intraicionable es intraducible. El resto, aquello de lo que sí puede darse razón, es el mejor sentido de la tradición: traducción y traición. Lo importante es traducir de buen modo, traicionar bondadosamente. La traducción, como acto traidor, es poner a la tradición punto y aparte.

El santo patrono de los traductores es San Jerónimo, pues fue él quien trajo la sabiduría bíblica a las letras latinas: abriendo la razón romana al pensamiento judío, permeando la virtud romana de virtud cristiana, haciendo del hombre sabio un hombre piadoso. San Jerónimo, como atestiguan numerosos pasajes, creó con la Vulgata el mundo en que todavía vivimos. San Jerónimo es, quizás, el padre de la Iglesia que más cuida a la razón; a pesar de ser un eremita que a ojos de la mayoría llevó una vida irrazonable. Su cuidado por la razón lo llevó a la polémica más lógica de la historia de las traducciones: la polémica con Rufino. Rufino y Jerónimo, los grandes traductores de la Antigüedad tardía, disputaron por las consecuencias prácticas de las ideas teológicas de Orígenes. El descubridor del concepto de consciencia originó en los traductores la conciencia de la traducción. Y es de la polémica entre Jerónimo y Rufino donde podemos aprender de buena manera cómo se involucran tradición, traición y traducción, con el esfuerzo siempre loable de salvar la posibilidad de dar razón. Llegar a la polémica, empero, sólo nos será posible cuando encontramos algún sentido en cuidar nuestra relación con el Texto Sagrado, cuando creamos que la razón sólo se salva con la fe –con anfibología consciente, cual debe entender el lector-. Pero eso es otro punto y aparte.

De entre las traducciones de Orígenes que hizo Rufino hay una notablemente creativa, inigualablemente traidora y pocas veces comparable por su savia tradicional: la del Comentario al Cantar de los Cantares. Entre las creaciones del traductor Rufino se encuentra en ese texto algo que los latinistas ya dan por sabido: que homo viene humus, por lo que el sentido latino del nombre que se dio al hombre es el de un ser apegado (u originado) en la tierra. Rufino señala la “etimología” de homo tras haberla inventado en su traducción del Protréptico de San Clemente de Alejandría. Clemente intenta explicar, en griego, por qué el segundo relato de la Creación en el Génesis plantea que el hombre proviene del barro. Para explicarlo, Clemente tuvo que relacionar gen con aner, para lo que el traductor al latín necesitó relacionar humus con homo. Si bien gen y aner tienen como raíz común al sánscrito nar (que nombra a la fuerza vital que distingue al hombre de los otros seres, presente todavía en el griego andreia), humus y homo sólo tienen la relación mentada hasta que la inventa Rufino traduciendo a Clemente y confirma su invención traduciendo a Orígenes (humus y homo, sin embargo, provienen de la raíz indoeuropea dhghem, de donde derivan términos tan disímiles como: camaleón, humilde y homenaje). Y al traducirlos, traicionándolos, Rufino no sólo creó una metáfora válida y bella, sino que estableció una etimología que los eruditos ahora dan por válida.

No darán por válida, empero, una traición más arriesgada, aunque a mi juicio mejor traducida. Con corrección de erudito Rufino vierte polis en civitas, y nadie encuentra problema con ello. Sin embargo, atina para politeuma el latino conversatio, al que glosa como: “género de vida”. En griego clásico, politeuma nombra a una comunidad política como unidad étnica que la distingue del resto de la ciudadanía; así fueron calificados los judíos tras la diáspora. Aristóteles distingue entre politeia y politeuma, señalando que la actividad pública caracteriza a la segunda respecto del tipo de régimen que nombra la primera. Politeuma era el nombre de una comunidad política, por ende de un género de vida. La innovación de Rufino es que de la ambigua “ciudadanía”, lleva politeuma a la certera conversatio: el género de vida propio del ciudadano es la conversación. El giro que Rufino hace evidente en latín fue creado en griego por San Pablo en Carta a los Filipenses 3:20. (Dicho sea de paso, en la Vulgata Jerónimo toma la invención de Rufino). Pablo, sabedor de la “ciudadanía” judía en el régimen romano, debe buscar la catolicidad del cristianismo, debe llevar más allá de las fratrías y las ciudadanías la conversación que es conversión, la conversión conversada que se llama cristianismo. Ser cristiano, nos descubre el traductor-traidor Rufino, es conversar sobre la fe y mantenerse conversando sobre ella. La fe cristiana es el esfuerzo por dar razón posible antes de la necesidad. La fe cristiana salva a la razón. ¿Cómo lo hace? Eso es punto y aparte.

Importante sería que algún traductor de la traducción de Rufino encuentre el buen modo traidor de recuperarnos ese sentido politeumático de la fe que encuentra en la discusión razonada una razón de ser. Importante sería que los fieles y creyentes asumieran el logon didonai como modo de vida genuinamente cristiano. Que llevando la fe con buena razón nos libramos de los místicos fáciles, de los políticos falaces y los retóricos inmoralistas. Quizá necesitamos una gran traición.

 

Námaste Heptákis

Garita. Se engañan quienes creen que la carta que Marcelo no ha jugado espera una curul. Su carta viene del 94. Su juego es ganar perdiendo y perder ganando. ¿Adivinas, lector, qué carta es?

Escenas del terruño. El caso de los 42 desaparecidos de Ayotzinapa ha tenido tres detalles importantes. Primero, el drama del equipo forense argentino que presenta conclusiones no forenses como forenses, y con ello contribuye al sospechosismo. Segundo, las vestiduras desgarradas en la ONU, que pronto se perderán en una deformación de la ley de víctimas. Tercero, el nuevo cardenal mexicano que, claridoso, denuncia la manipulación evidente del caso. Lo peor de todo es que en el ambiente público ya no está a discusión el caso, sino que cada uno parece haber aceptado su propia verdad histórica como explicación completa. Quizás Ayotzinapa nos exhibe nuestra afición por las fórmulas fáciles.

Coletilla. Un 21 de febrero, pero de 1801, nació John Henry Newman, importante teólogo inglés del que hoy, por inicio de cuaresma, te comparto, lector, un parrafito de 1849.
Nadie ofende a Dios sin justificarse ante sí mismo con algún pretexto. Todo hombre se siente impulsado a hacerlo porque no es como los animales. Tiene dentro de sí un dón divino llamado razón que le obliga a explicar sus acciones como en presencia de un tribunal. No puede, por tanto, actuar al azar. Haga lo que haga, debe obrar según un criterio. De otro modo, se sentirá turbado e insatisfecho consigo mismo. No es que sea muy exigente sobre si debe aducir una buena o mala razón; pero alguna razón ha de invocar. De aquí que a veces encontremos hombres que abandonan todo deber religioso, e invocan la conducta defectuosa de personas devotas conocidas o de ministros sagrados o fieles, como excusa –bastante trivial, por cierto- de su negligencia. Otros alegan el hecho de vivir lejos de la iglesia, o estar tan ocupados en casa, quieran o no, que les resulta imposible servir a Dios como deben. Otros dicen que es inútil hacer más intentos, que han ido a la confesión una y otra vez, y tratado de evitar el pecado sin conseguirlo; e interrumpen así un esfuerzo que juzgan estéril. Otros, al caer en pecado, se excusan con la observación de que simplemente siguen a la naturaleza; que los impulsos de ésta son muy fuertes, y que no puede ser malo secundar las inclinaciones naturales que Dios nos ha dado. Otros, más audaces, se desprenden completamente de la religión, niegan su verdad, llegan a negar incluso la providencia de Dios sobre sus criaturas. Rechazan con desenfado la existencia de una vida después de la muerte, y así las cosas, serían ciertamente unos necios si no buscaran ahora el placer y no aprovecharan lo mejor posible esta pobre vida. Hay otros que buscan infundirse paz a sí mismos con el pensamiento de que algo ocurrirá que les libre de eterna ruina, aunque de momento continúen negligentes de Dios. Se dicen que falta todavía mucho camino hasta la muerte; que dispondrán de numerosas ocasiones favorables para rectificar; que desde luego se arrepentirán a su debido tiempo, cuando se acerque la vejez; que, por supuesto, piensan convertirse; que, tarde o temprano, sanearán su situación espiritual; y –si son católicos- añaden que se cuidarán de morir con los últimos sacramentos y que, por tanto, no necesitan preocuparse más por la cuestión.