Rayitas en las palabras

Así como las alhajas, las capas, los bolígrafos Mont Blanc y las gafas modernas, las tildes son artículos de prestigio. Quien sabe colocarlas se distingue de los demás. Escribir las palabras como las encuentra en el diccionario, da la impresión de que alguien ha leído o se rodea de quienes sí lo han hecho. Las numerosas lecturas imprimen las palabras correctamente escritas. Igualmente el uso de la tilde es testimonio de la escolaridad. Suele creerse que una persona con estudios adelantados sabe poner la tilde adecuada. En caso de que no, causa un bochorno insoportable a propios y ajenos. Nada más ridículo que un doctor sin reconocer a nictálope como palabra esdrújula. El arquitecto no es albañil por darle su tilde a también. Se le incentiva al gerente que sepa acentuar porque un director no es inculto. Hay aristocracias que se deben a los méritos; otras a las tildes.

Cuando no son ornamentos en los hombres, lo son en la hoja de papel. Ver las palabras con su respectiva tilde abona a la presentación. Le otorga elegancia y estética al texto. Si faltan a lo largo de la página, se tiene un elemento para desaprobarla. Aplica lo mismo para los mensajes virtuales que fluyen en nuestros días. Sonreímos no sólo por ser algo cada vez más inusual, sino por cierto placer estético. Un mensaje con palabras bien escritas se ve bonito. Lamentablemente, pese al goce, la importancia de los signos no se visualiza con suficiente claridad. Este lector es víctima de una resonancia de su memoria. Sabe que tráfico lleva tilde, más no acaba de entender por qué. Reconoce que tráfico es palabra esdrújula, pero no acaba de entender su relevancia. Sus clases de español, arrinconadas al fondo, crujen al ser tocadas por el viento.

Recordamos, entonces, que la clasificación resobada en cuanto graves, agudas y esdrújulas se debe a la sílaba tónica. Aquel lugar donde la palabra suena más fuerte, el punto en la palabra donde un golpe de voz destaca. De acuerdo a especificaciones ortográficas, se coloca la tilde. El signo ilumina dicho golpe, es un recordatorio acerca de su correcta pronunciación. La secreta utilidad se manifiesta al enfrentarnos con una palabra desconocida. Quien baraja las reglas ortográficas sabrá cómo decirla. Así con ésta y otras palabras, le dará su pronunciación adecuada. A través del sonido la llevará a su plenitud. La correcta pronunciación no sólo la hace comprensible, sino resplandece cada letra con que fue creada. Es acentuar su unicidad.

Las tildes van más allá de su dimensión gráfica; contribuye a darle justicia a la palabra. Esta importancia aparentemente insignificante es la causa de que nos maravillemos al verla puesta. Se ve bien porque la palabra es perfecta. Además de tener excelencia estética, la correcta pronunciación favorece la conversación. Distinguir lo que se dice es vital para sostenerla. Nada se puede responder si no se escucha. Para solicitar que se repita lo dicho debe haber un mínimo de claridad. En poesía una tilde puede trastocar un verso o el poema entero. Para nuestra expresividad deficiente sólo hay un trazo; para nuestra pobreza auditiva, es suficiente.

La expresividad de la verdad

La expresividad de la verdad

Se dice que la expresión es un requisito de la genuina libertad. Las obras de arte, desde las literarias hasta las escultóricas, se catalogan, entre la propiedad y el despilfarro, como modos de expresión. La palabra cotidiana, morada de las opiniones y los sentimientos, es el escenario descarnado, a veces decente, en que la expresión se muestra. ¿Qué comparten ambos usos de la palabra expresión? El prejuicio común es que el arte es una manera elevada de la expresión. ¿Y la verdad? El surgimiento de esta pregunta requiere una aclaración. El fundamento expresivo de la palabra cotidiana y de las obras de arte, a las que podemos incluso agregar las obras reflexivas, vale en tanto permite mostrar una opinión, una emoción, una visión. Aquellos que se encolerizan ante esa unificación generalizan el problema del arte y la palabra diciendo que el permitir que todo valor sea últimamente expresivo conlleva al relativismo más agrio; el arte y la reflexión muestran una perfección que no se aprecia desde esa posición. Pero, al mismo tiempo, no queda aclarado en qué consiste la perfección expresiva del arte, ni mucho menos la de la palabra, fuera del talento artístico y reflexivo, que son fundamentales, pero que resultan importante a raíz de otro elemento: aquello para lo que son talentos.

La expresividad del arte es evidente. ¿Está el carácter artístico sólo en expresar algo importante? Evidentemente, no, pues el arte es también una actividad productiva. La expresividad artística de la pintura, por ejemplo, requiere del sentido de la vista y de la imaginación, pero ante todo requiere que dicha imaginación (que no es lo mismo que la creatividad) permita que la reproducción de una imagen sea perfectible: que haya distinción entre la Mona Lisa y los dibujos en una servilleta. El artista puede dibujar con maestría sobre una servilleta, incluso. Si su mano no pudiera ser guiada de manera distinta a aquel que no posee su arte, no habría posibilidad de distinguir certeramente entre su maestría y la expresión del inexperto. La expresividad humana no asegura el arte, aunque sea su fundamento. El arte es una posibilidad de esa misma expresividad. La maestría técnica, no obstante, nunca es abstracta: puede ser enseñada, pero ante todo es modificable: las técnicas de pintado se han configurado a partir de la decisión artística en torno a la aparición de la imagen. La diferencia entre ser e imagen posibilita el arte pictórico, pero obviamente terminaríamos por mentir si decimos que presentar una imagen distorsionada levemente es mentir: ¿cómo sería posible distorsionar la imagen sin verdad? La expresividad de la imagen es a lo que nos afrontamos en el mimetismo de la pintura, incluso en aquellas en las que no aparecen imágenes de “objetos”. Esa expresividad es un enigma que no se aclara en afirmar que toda pintura es “retrato”, por lo que la maestría del pintor no proviene únicamente de la semejanza que imprima. ¿Qué permite la semejanza, si siempre hay una separación indisoluble entre la imagen y lo que representa?

La expresividad artística evidentemente remite a la sensibilidad y el pensamiento de quien produce las obras. En algún sentido tuvo que “formarlas” antes de producirlas. Para los que vemos las obras, esa experiencia no es lo fundamental. Por eso los detalles biográficos son un estorbo para la interpretación. El arte pictórico, por ejemplo, permite que la imagen producida sea la que me haga ver las cosas de manera nueva. Sin la verdad, evidentemente no tendría caso siquiera hablar de arte, puesto que aquello que se me presenta nunca estaría organizado, ni mucho menos dividido. Sin la verdad sería irrelevante decir siquiera que la comprensión del artista es posible. En este caso, la verdad no está sólo en conocer el pensamiento del artista, sin incluso en reconocer el sentido de la manipulación de la imagen. Todos los criterios artísticos responden a la expresividad, pero la expresividad artística es incluso susceptible al lenguaje. La estética moderna pone el énfasis en la producción de emociones, sustentada en la idea moderna de la imaginación, que fundamenta el significado de la “representación”. El mimetismo queda imposibilitado para el noumenismo.

La maestría artística del lenguaje conlleva otro problema igual de interesante. Involucra la relación entre la poesía y la filosofía. No negaremos la maestría del decir filosófico, cuyo ejemplo prístino es el diálogo platónico. Involucra, por supuesto, la cuestión retórica en relación con la palabra, así como la tensión entre el decir poético y el filosófico, como sostenes de la verdad. Sería mejor decir que ambos tipos de palabra se distinguen no porque sostengan en ellos a la verdad, sino por el carácter mismo de la relación entre el hombre y la verdad, que sería imposible sin el carácter dialógico de la relación entre hombres (en plural) y el ser. El carácter expresivo de la filosofía no se resuelve únicamente en afirmar el elitismo de dicho decir, aunque eso no significa, hasta aquí, que la maestría de ese decir no implique siempre una complejidad valiosa para la vida humana. Dicha complejidad es característica de la maestría, aunque, por lo pronto, eso tampoco resuelva la constante de la filosofía: su contraposición necesaria con la sofística. La maestría del decir filosófico permite que la expresividad no sea únicamente pluralidad arbitraria.

Un problema filosófico se alumbra a través de ese decir. Esta peculiaridad debe apuntar a la presencia de la historicidad en la expresión. La diversidad de caminos seguidos por la reflexión filosófica, posibilitada por la precisión y maestría del decir, ¿permite que hablemos de una maestría en relación con la verdad, como en el prejuicio común al interpretar una pintura? Para captar la maestría del decir filosófico se requiere la posibilidad hermenéutica. No una teoría de la exégesis, sino un cuidado del pensar que exige cuidado de la palabra. Sólo así el decir se alumbra. Así, la verdad se extiende como problema a la vez que como evidencia propia de la relación expresiva. Un problema se alumbra en el diálogo, por ejemplo, en tanto que revivir un argumento es un hecho que rebasa la aplicación de una lógica formal: la lógica reúne la naturaleza de la inteligencia en su capacidad para descubrir “razones”, que no para inventarlas. Ese descubrimiento, visto en su nacimiento y límite en el diálogo, requiere de un ethos. La expresividad filosófica depende de dicho ethos: indaga la relación profunda y laberíntica entre palabra y obra. La maestría del decir filosófico guía al alma en la belleza de pensar.

 

Tacitus

 

La buena literatura

La buena literatura

La literatura ha sido pensada, en nuestros tiempos, como uno de los modos que tiene el hombre para expresarse. Sin embargo, dejar el lienzo en blanco, dejar a la literatura con una finalidad así de grade, sin una finalidad más concreta, es arrojarnos al infinito sin tener certeza de lo que hacemos, así como de para qué lo hacemos. La literatura pasa a ser un asunto opcional, un dato más que se puede contar, pero que al final no importa, cualquiera puede hacerlo. La genialidad de los grandes pensadores, de los escritores, se reduce a que encontraron el tiempo necesario para poder decir algo. Asunto que en verdad nos asombra a nosotros, los hombres del estrés y de la vida fugaz, solitaria, muda.

La literatura, pues, no puede ser un aterrador infinito al que entramos sin esperanza de salir, sino ¿para qué conservar libros?, ¿sólo para tener más salidas de la vida? Nuestra genialidad de anticuarios se reduce a la cobarde comodidad de no querer vivir. La literatura, si bien es la expresión escrita en verso o prosa de un hombre, no es la irresponsable suplica por ser escuchado, ni una falsa salida, es la invitación cordial, a veces brusca, para comenzar a explorar un asunto que debe ser pensado. Pensar, pues, es la actividad final de la literatura, mas no se piense en cualquier cosa, que las grandes obras literarias universales nos apuntan a repensar, o pensar por vez primera, el hacer, pensar, y sentir del hombre. ¿Por qué ahora se actúa así y antes de otro modo? ¿Qué sé de lo que pienso? ¿Cómo es posible que yo sienta empatía por éste que ni soy yo, ni es cómo yo, ni vive en mi espacio tiempo? ¿Qué me dice eso de mí? ¿Qué perdí, qué cambié, qué gané como hombre? ¿Por qué este personaje es el principal? ¿Qué de bueno o malo tiene? Y muchas más preguntas que debemos intentar resolver, sino sólo acumulamos vacíos.

La literatura puede ser la expresión de un hombre preocupado por el hombre, o de uno que sólo quiere preocupar al hombre para perderlo. Por eso hay que poner atención a la filantrópica preocupación, ya que puede ser fingida. Puede que fingiendo nos haga pensar algunas situaciones de la vida. Puede que pueda movernos guasonamente el alma. Puede que este hombre lo que quiera es admiración, poder. La escritura seguiría siendo la expresión, pero la expresión del poder banal, o del mal intencionado. Hay que tener cuidado, pues al entregarnos así nos olvidamos de que nosotros podemos vivir. No es entregar la vida y que otro nos la solucione, es ayudar a ayudarnos con la ayuda de otro, es acompañarnos. Un hombre que se preocupa por otro hombre casi siempre puede ayudarlo. La literatura nos puede ayudar a pensarnos, a sentirnos, a intentar ser buenos hombres, a ayudarnos.

Es por esto último que guardamos las palabras, los buenos libros, porque nos sabemos necesitados de ayuda para ser buenos hombres. Pero notemos dos cosas: la primera es que sólo nos vemos necesitados de ayuda cuando no nos sentimos omnipotentes, es decir, cuando no ocupamos el lugar de Dios; y lo segundo, que la ayuda no viene de la pasiva colección de palabras, sino de la actividad de leer con una actitud similar al que lo escribió, es decir, como ayudantes, así la relación entre los hombres se hace necesaria, pues no somos dioses solitarios, sino hombres que pueden ayudarse. La buena literatura es la expresión, en verso o prosa, de la ayuda entre los hombres.

Javel

Amistad en línea

A continuación reproduzco una entrada que llamó mi atención. No sé si por el contenido o por su honestidad en cada palabra. O incluso por ocurrirme la idea de una metaentrada, presentar una entrada supeditada a otra (una muy breve explicación de términos: yo meto una entrada en otra).  Lamentablemente no encontrará la página, ya que, como se dará cuenta, el autor decidió cumplir su palabra. Justamente encontré el sitio un día antes de ello. Qué mal que no podamos seguir disfrutando y reflexionando sus entradas. Esta pérdida trajo consigo otras, debido a que el blog permitía dirigirnos a otros de igual interés. Con permiso del autor desaparecido y sin mayor presentación, dejo lo siguiente:

«Olvidé cerrar la ventana de mi recámara, puedo sentirlo, mi cuerpo es capaz de percibirlo. En este instante mío (sí, sólo mío porque sólo yo estoy en mi cama) respiro el frío penetrante. En realidad es el único instante donde soy consciente de mi cuerpo. La vida diaria, con todos sus presiones y apuros, me oculta instantes como éste donde yo permanezco solo en mi existencia. Noche como en la que estoy me hacen recordar que así nacemos y así morimos. Mi cuerpo, esta bola de átomos andante, vive, decide y siente por sí mismo. Nuestra existencia es la soledad aunque los medios de comunicación o las mentiras sociales hagan ver lo opuesto. Al final cada quien es único e irrepetible.

Me levanto de mi cama. El frío no me dejará dormir, ¿aunque podré hacerlo después de mi descubrimiento? ¿No habrá mayor frío en mi sangre al notar lo solitario que somos?Mientras cierro mi ventana veo las pocas estrellas en el cielo, brillando con tanta luz que hacen latir mi corazón, como una danza loca en el atardecer. Cada estrella no está sola, cada una está junto a otra. Esta observación quiere hacer que mi corazón salga de mi pecho, nacemos solos pero vivimos con otros. No debería estar tan contento, vivir junto a otros nos limita en nuestra felicidad. Siempre respondemos a los demás, siempre actuamos pensando en ellos, hasta nuestras opiniones censuramos. Jajaja, estábamos mejor teniendo la naturaleza solitaria.

Sigo contemplando la noche y se dibuja una estúpida sonrisa, como ésa que me apenaba al estar junto a ti, Daniela. Recuerdo la canción de Fobia (sí Daniela, tu banda favorita): no todos son villanos, no todo está mal… Cada estrella tiene luminosidad propia, no le afecta la que está a su costado. Ni siquiera el brillo plateado de la Madre Nocturna. Entonces cada uno de nosotros debe tener su propio valor, ¡eres importante! Nuestra esencia vale más que todo el Sistema Solar. Mi celular interrumpe la meditación nocturna y veo que me llega una notificación de Facebook. Yo tengo 482 amigos y a uno se le tiene que ocurrir hablarme a las 2:23 de la mañana.

Estoy cansado de esto. Hace menos de un año que lo conocí y solamente  hablé con él un día después. ¿Qué es lo quiere? Detesto que ahora seamos así.  A veces me siento inadaptado con mi generación, como una oveja negra o el patito feo, no me identifico con los de mi edad. Me entristece que nos entretengamos con videojuegos cuando lo que me emocionaba de niño era sentir cómo corría el sudor en mi mejilla. O que mediante Google o Wikipedia conozcamos los rincones del mundo: la verdad, yo prefiero viajar y experimentar (ahorren su dinero si piensan regalarme celulares, laptops o libros). En Facebook puedes tener chorrocientos amigos y en realidad ser el más solitario de los jóvenes.  Las redes sociales son virtuales, así como sus amistades. Por ello resulta valiente que asumamos que la tecnología nos hunde más en nuestra soledad, tanto que hasta nos encierra de la maravillosa naturaleza. Los científicos se esmeran en estudiar qué somos y el porqué de las cosas. Equivocados se encuentran porque lo importante es sentir la conexión que tenemos con el mundo. Solamente podremos llamar a alguien amigo cuando sepamos que pertenecemos a la misma constelación, un grupo de estrellas con su propio brillo cada una.

No revisaré su mensaje, cortaré de raíz esa amistad en línea. Esto del Internet nos ha cambiado. En vez de acercarnos, nos mantiene alejados. Digo basta, ¡basta!, Hoy quiero vivir, respirar profundamente y reír sintiendo un fuego en mi alma. Por eso esta entrada será la última. Le aviso a quien me lea que no publicaré más y le recomiendo que haga lo mismo que me propongo. Escribir detrás de una computadora nos aleja de la realidad. Páginas como periódicos o blogs son maldita virtualidad. ¡Supera esta condena! Búscate, descúbrete y vive con los individuos: eso no lo encontrarás encerrado en tu casa.»

*La entrada fue tomada del siguiente blog ya extinto:

https://diatrasdiaunlatido.wordpress.com

Bocadillos de la plaza pública. 1. En estos días se reportó el secuestro de un director y cuatro maestros en el estado de Guerrero. Siendo precisos, tal suceso ocurrió en Santana del Águila, municipio de Ajuchitlán del Progreso, un comando armado entró en la secundaria donde laboraban para raptarlos. Los implicados piden por sus rehenes pagos que rozan aproximadamente los tres millones de pesos. Se sospecha que se trata del mismo grupo que ha cometido secuestro de los 16 habitantes de otra región guerrerense, Arcelia. Asimismo el alcalde de Chilpancingo, cabecera estatal de la entidad, declaró que ha recibido amenazas recién tomado su cargo. Y sí, es el mismo Guerrero que el mes pasado tuvo altos índice de ocupación hotelera en sus ciudades turísticas.

2. Se perfila a la carrera presidencial de 2018 el siempre polémico Gerardo Fernández Noroña. Esta semana ha declarado su intención de competir por la presidencia en el año mencionado. Uno más que advierte que no tiene intención de apear en los siguientes meses, al menos que tenga que unir esfuerzo con un compañero de caballería… supuestamente.

3. Casi nadie ha entendido la verdadera intención de Kate del Castillo. Algunos la han criticado severamente por relacionarse con un criminal, otros la han alabado por haber facilitado un trabajo irreverente y revelador (por cierto, hablando únicamente de éste, León Krauze ofrece un interesante análisis). Sin embargo han malinterpretado a la señorita, cuando menos la han subestimado. Su proyecto supera cualquier encuentro, película o entrevista. ¿Recuerdan cuando hace meses propuso al capo traficar con el bien? Volverse patrono de la vida y realizar acciones como alimentar a todos los niños de la calle o hacer disponible las curas a los enfermos. Volverse un héroe que combata la corrupción, vergüenza, culpa, política, religiones y otras imperfecciones en nuestra felicidad. Por lo tanto, así como AMLO proponía establecer su república amorosa, Kate pretendía conformar el Cártel del Amor. ¡Imaginen el alcance de su proyecto! Quizá hasta el Cártel hubiera podido independizar una región como Guatemala lo hizo y ser ejemplo a lo largo del siglo XXI. Un país nuevo donde la injusticia sea mínima y el amor se respire entre sus habitantes. O, si vamos menos lejos, tan siquiera una legión que combatiera los abusos cometidos a los desprotegidos. En medio del dolor de los padres de los desaparecidos o del suelo teñido de rojo, Kate del Castillo era bastión de cordura y esperanza para México.

 Mondadientes. Escurridizo pero deslumbrante, enigmático pero fascinante, hace días David Bowie partió de este mundo. Descanse en paz.

Un hombre de palabra

HOMBRE DE PALABRA.

“Dijo Dios: “Haya luz” y hubo

luz. Dios vio que la luz era buena

y la separó de las tinieblas. Dios llamó a la luz “Día” y a las tinieblas “Noche”. Y atardeció y amaneció el día Primero.”

Gén: 1,3-6

La afirmación sobre la racionalidad del hombre es algo que escuchamos cotidianamente, decimos que éste se define como un animal racional[1], y nos percatamos de esa racionalidad mediante el habla, pues con la palabra el hombre expresa y comunica lo que es, lo que siente y lo que ve, a veces diciendo la verdad, en ocasiones errando en lo que dice y en otras tantas mintiendo, pero siempre expresando y buscando comunicarse.

Pero, la cotidianidad con la que afirmamos que el hombre es un ser de palabra, es decir, que se define por hablar, nos oculta los problemas que de tal afirmación se desprenden, pues no siempre nos detenemos a pensar en lo que significa que el hombre sea un animal que habla.

Así pues, en el presente escrito me dedicaré a explorar lo que significa afirmar que el hombre es un ser racional, es decir un ser definido por su uso de la palabra.

En primer lugar, nos conviene explorar lo que hacemos cuando hablamos, pues decir que el hombre se define por esta actividad implica que hablar es algo que le pertenece sólo a él, es decir, no es algo que podamos aprehender fijando nuestra atención en otros seres; de modo que para hablar sobre el habla es necesario que nos detengamos a pensar en nosotros mismos como seres que hacemos uso de la palabra.

Cuando hablamos lo hacemos para darnos a entender, ya sea con otro o con nuestra alma, dialogamos con nosotros mismos como si fuéramos un otro, mentamos aquello que pensamos para que aquel con el que hablamos nos entienda sin necesidad de que aquello de lo que se habla esté presente y sea señalado con los dedos.

Al mentar, usamos nombres, y esos nombres se refieren a las cosas que conforman a nuestro mundo o a las acciones que hacemos o padecemos de alguna manera, el hecho de nombrar implica que somos capaces de desprendernos un tanto de aquello a lo que mentamos con el nombre, pues aún cuando aquello de lo que hablamos no se encuentre presente somos capaces de saber sobre qué estamos hablando; así pues, el habla se constituye, en un primer momento, como un acto que nos permite tomar distancia respecto a las cosas que nos rodean. Pero, al mismo tiempo, el habla nos acerca a ese mismo mundo del que inicialmente nos distanciamos, pues al mencionar acercamos hacia nosotros aquello que no se encuentra al alcance de nuestra mano, o que no podemos tocar porque no es algo sensible; por ejemplo, cuando hablamos sobre lo divino nos acercamos a lo que no podemos captar más que con el intelecto, y que de hecho no podemos tocar o señalar con el dedo.

Esta doble naturaleza del habla nos deja ver, en primera instancia, que el hombre es un ser que se encuentra en tensión, se ubica entre la inmediatez que le proporcionan los sentidos, pues es un animal, y la distancia espacio-temporal que le proporciona el habla, la cual lo conduce, la mayoría de las veces, a vivir en el malentendido, pues el habla no contiene la certeza que sí nos dan los sentidos.

Pero aceptar que vivimos constantemente en el malentendido implica que aceptemos que la finalidad del habla que mencioné unas cuantas líneas atrás no siempre se cumple, por lo cual el hombre se definiría por una actividad que no necesariamente comunica sino que en ocasiones oculta, de ahí que tenga la capacidad de mentir o de errar cuando pretende hablar sobre ciertas cosas.

El error y la mentira, es algo con lo que vivimos cotidianamente; a lo largo de nuestra vida, si bien nos va, nos percatamos de aquellos errores que cometemos cuando afirmamos algo, mentimos o descubrimos alguna mentira, lo que si no dejamos de hacer al hablar es expresar, y en algunas ocasiones comunicar.

Si nos son tan cotidianos el error y la mentira, es porque el habla también da la oportunidad de retractarse, un error en otros ámbitos puede ser fatal, no es lo mismo equivocarme al decir de qué color es una fruta que equivocarme al confundir una fruta venenosa con otra que no lo es, del primer error puedo aprender y retractarme, del segundo, difícilmente salgo viva.

Darnos cuenta de esto, también significa percatarnos de que el habla no siempre muestra a las cosas como son, de ser siempre así no habría lugar para el error o para la mentira; el habla sí nos dice algo sobre aquello de lo que hablamos, pero al mismo tiempo oculta ciertos aspectos de lo que mencionamos; por ejemplo, cuando nombramos una cosa nos fijamos en aquello que tiene en común con otras de la misma especie, pero dejamos fuera lo que hay de individual en esa misma cosa, es decir, queda oculta atrás de lo que de ella decimos.

Lo anterior, nos ayuda a ver que al aceptar que el hombre es un ser que se define por su uso de la palabra, aceptamos que éste, al igual que el habla es un ser que muestra y oculta al mismo tiempo las cosas, lo que implica que cuando le preguntamos por él mismo, se muestra y se oculta a un mismo tiempo, escapándose como el agua entre los dedos de una mano.

Al ser tan escurridizo, el hombre se sustrae a una posible definición clara y distinta, de modo que no podemos afirmar que éste es sólo un animal racional, es decir, que se distingue de entre todos los seres por el uso de la palabra, pues al hacerlo dejamos fuera el hecho de que el hombre sigue siendo hombre en el silencio.

Por otro lado aceptar que el habla es lo que define al hombre implica que éste es formado como tal por el uso de la palabra, lo que nos invita a pensar si es el uso de la palabra lo que forma al hombre como tal, o es porque el hombre es hombre que hace uso de la palabra.

Este problema no es pequeño, por una parte al decir que el uso de la palabra es lo que hace al hombre ser lo que es, tal pareciera que afirmamos que el habla es la que lo forma como tal, lo que equivaldría a decir que una persona tiene cierta manera de ser y de ver el mundo porque así lo ha determinado el modo de hablar que ha aprendido de sus padres o de la cultura que lo rodea.

Por otro lado al decir que por ser el hombre lo que es le resulta inevitable el uso de la palabra, afirmamos junto con ello que el uso de la palabra es determinado por el hombre, lo que podría llevarnos al extremo de afirmar que es el hombre el que se forma una manera de ser y de ver el mundo conforme va dando nombres a las cosas.

Con lo hasta ahora dicho, podemos concluir, que si bien no sabemos si la palabra es la que forma al hombre, o el hombre es el que forma a la palabra, lo que sí sabemos es que el habla y el hombre no pueden ser separados de manera fáctica para ser estudiados, pues así como no hay habla sin hombre, no hay hombre sin palabras, porque aun cuando pensamos en silencio, pensamos con palabras, es decir con signos que nos acercan a lo que no está presente y al alcance de la mano.


[1] Cfr. La entrada de diccionario “hombre” en el DRAE, edición 22.