Para mis amigos que serán maestros.
Huid de escenarios, púlpitos,
plataformas y pedestales. Nunca
perdáis contacto con el suelo, porque
sólo así tendréis una idea aproximada
de vuestra estatura.
Cuenta una leyenda urbana -quizá no muy exagerada- que en los tiempos gordos del Priato el presidente preguntaba qué hora era y un oportuno lamebotas contestaba “la que usted diga, Señor Presidente”. ¡Tal era la eficiencia burocrática! Que esa eficiencia no hiciese bien al país, sino que tan sólo cobijase la dictadura perfecta que caracterizó nuestra presidencia imperial es otra cosa. Que el modelo burocrático sea consecuencia de sociedades que se tildan de modernas, que se presumen respetuosas de la dignidad humana y que se asumen ejemplaridad política del porvenir del hombre es lo que deberíamos pensar. Si uno de los rasgos característicos de la sociedad ilustrada es la abolición de la esclavitud, uno de sus enveses más recalcitrantes es la aceptación de la propia esclavitud esperanzada en la bonanza venidera. La servilidad autoimpuesta encontró su sentido en la esperanza del progreso y la reificación del ideal progresista exigió como primer estadio a la academia: así los espacios académicos se colmaron de burocracia.
Siguiendo el impulso moderno de vituperar a lo antiguo, de superar lo arcaico, los centros educativos que se tildan de modernos han devaluado la maestría de los maestros para hacerlos sólo un escalón más del ímpetu progresista de la burocracia educativa. Ahora, sobre todo en ciertas universidades, el maestro no tiene respeto por su saber, por su condición de maestro, sino por su escalafón en el todo piramidal; simultáneamente, mientras podría esperarse que la igualación al maestro viene del cultivo en el saber, en la realidad se iguala al maestro subiendo escalones, haciendo currículo, invirtiendo en capital educativo. Las conferencias, la inclusión en un programa de investigación determinado, los talleres, la selección de cierto asesor de tesis, los diplomados, las cartas de recomendación, los cursos, los seminarios de investigación, los coloquios y la obtención de becas sólo sirven para escalar. Se hace carrera académica para juntar tal cantidad de constancias y diplomas que apilados al pie de la escalera sirvan como escalafón para una subida menos trabajosa y más elegante -porque entre los nuevos esclavos la elegancia está de moda-.
Las consecuencias no podrían ser peores. Primero, se tira por la borda el afán de saber, y con ello se despide alegremente -desde la baranda y con posgrado en mano- a la educación de calidad. Segundo, se elimina por completo la posibilidad de una relación amistosa de acuerdo al saber, pues en este esquema el interesado por el maestro no se acercará a él por el conocimiento, sino por el prestigio curricular que le aporta (certificado de calidad asociado a la marca). Y finalmente, en tercer lugar, se llega a ser maestro por afán de poder, porque se quiere estar por encima de todos, incluso de los que nos son superiores.
Parece que los maestros ubicados, quizá sin haberlo deseado, en la pirámide burocrática de la educación no suelen darse cuenta de su difícil posición, pues no logran percatarse de la inutilidad completa de preguntar la hora, esto es, de promover diálogos académicos. Sus libros, sus conferencias, sus artículos nunca serán escuchados, se perderán en el mar de los discursos, vagarán por siempre privados de un diálogo honesto. En su condición no recibirán más que elogios zalameros y oportunistas participaciones de los discípulos más prestos a escalar, ocupar su lugar -ya oropelado- y disfrutar el boato de una gran trayectoria académica. Los maestros se rodean de cuervos silenciosamente. A menos, claro, que ya no haya maestros y todo en nuestra vida académica sea mera exageración.
Námaste Heptákis
Electolalia. El pasado domingo 10 de mayo Andrés Manuel López Obrador dictó los lineamientos de conducta a los diputados que representarán sus intereses en la próxima legislatura. Mandó rechazar completamente cualquier iniciativa de los partidos no afiliados a su movimiento en cuanto a privatizaciones o impuestos se trata. La primera negativa se explica porque intenta avivar el fuego electorero recordando las arbitrariedades acometidas el año anterior, y que presumió con éxito. La segunda se explica porque la actual crisis económica ha obligado al secretario de Hacienda a admitir que para el próximo año la única manera de hacer frente a la adversidad financiera será o bien aumentando impuestos, o bien reduciendo el gasto, o bien emitiendo deuda, o bien una combinación de las tres posibilidades. Cuando AMLO prohíbe la inclusión de alguna iniciativa respecto a los impuestos apuesta a obligar al gobierno federal o bien a la deuda o bien a la reducción del gasto; cualquiera de las dos posibilidades reditúa a López, pues además de ahorcar las finanzas federales, limitará el campo de acción del gobierno federal y podrá decir, con total desvergüenza, que el gobierno al reducir el gasto reduce el apoyo a la gente y que contrae más deuda para seguir vendiendo al país. Que nada de esto nos sea conveniente, parece no importarle. Tan sólo se limita a reiterar su promesa, al fin mesiánica, de que él llegará al poder y arreglará todas las cosas. Que quede claro, para él la política es la imposición de su voluntad: “¡Nada de discutir en tribuna, nada de debate parlamentario, se dice: esto no pasa y punto!”. La razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. Por eso el próximo 5 de julio hay que negar el voto a los candidatos que confluyen en el desquiciado proyecto alternativo de nación del mesías tropical.
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