Competencias

Siempre estamos compitiendo. Intenta refutar mi idea sin que compitas conmigo. La verdad no creo que siempre compitamos. Los compas (amigos) no compiten. Dudo que cada segundo sea usado para competir. ¿Cuándo descansamos?, ¿cuando estamos entrenando, preparándonos, para la siguiente competencia? No siempre estamos compitiendo. Nos han hecho creer que la vida, los aspectos más importantes de la vida, son una competencia. Se nos dice e insinúa que hay ganadores y hay perdedores. Que hay esclavos y amos; como sugiere la canción.  Se compite por ver quién es más feliz. ¿Cómo se mide la felicidad? Si digo que se mide evaluando los éxitos logrados sólo transfiero el problema de saber si soy feliz a indagar qué es el éxito. (Adelantando mi conclusión, afirmo vagamente, si eso es posible, que es verdaderamente feliz quien reflexiona hondamente en la felicidad). Pero el éxito tiene demasiados rubros, demasiadas aristas, muchas categorías como para que tenga una única categoría de medida. Si pasamos a postular que la competencia más importante es por ver quién tiene más plata (dinero) volvemos al principio, pues la ambigüedad se impone. El dinero siempre se obtiene para cambiarlo por felicidad. Entonces, ¿qué nos vuelve felices?, ¿qué nos da verdadera felicidad?

Si algo tengo claro es que las competencias nos vuelven infelices. Por favor, no compitas por refutar el postulado. Específicamente me refiero a la competencia por el poder. El próximo domingo hay una competencia por ver quiénes pudieron convencer a más personas para que votaran por ellos. Es una competencia triste. Vuelve infelices a quienes rodean al competidor. Principalmente a sus votantes. A los de los ganadores porque cuando los políticos tengan el poder no les cumplirán lo prometido; a los votantes perdedores porque votaron por quienes no ganaron. Transfieren a ellos mismos la derrota; sienten que algo les quedó por hacer. Pero lo más horroroso es enterarse de los extremos que tienen que pisotear algunos candidatos con tal de ganar. Hay competencias que sacan lo peor de la gente.

No toda competición es mala. Creo que esta frase sería bueno que intentaras refutarla. Competir por ser el más justo, el más sabio o el más bondadoso tiene una fructífera recompensa. Aunque te interese el renombre que viene junto con las competencias mencionadas, o sentirte bien contigo mismo, siempre habrá beneficios que van más allá de los competidores. No hay olimpiadas para saber quién es la persona más justa del mundo. No hay reglamento, una lista de requerimientos a cumplir, para saber quién es el más sabio. Ni hay jueces que determinen con claridad quién es, sería, o fue el más bueno. Competir por saberlo, sospecho, es una buena competencia. La felicidad podría encontrarse ahí. Nunca se es feliz si se le da prioridad a la competencia por la felicidad que a la búsqueda por ser feliz.

Yaddir

La tensión entre hablar y escribir

Existen ciertos asuntos que jamás podremos entender de manera satisfactoria: el inicio de la vida, los principios del ser, la hondura de la maldad humana y el por qué un tesista prolonga indefinidamente su condición.

El misterio comienza a iluminarse al vislumbrar la compleja relación entre lo hablado y lo escrito. Hablamos más de lo que escribimos. Charlamos sobre todos los temas, hasta de lo que desconocemos (quizá principalmente de lo que apenas conocemos). Amamos y odiamos con la boca. Platicar nos salva del tedio; en cualquier lugar en el que encontremos a un semejante podremos comenzar una conversación. Las artes de la boca son muy poderosas: el canto y la oratoria. La escritura se ubica a una distancia mayor. La buscamos más de lo que nos llega. Su carácter aparentemente eterno la vuelve más solemne. Un escrito puede atravesar siglos enteros. ¿Cuántas charlas nos han sido legadas sin ninguna alteración? Escribir da miedo. Las ideas deben ser lo suficientemente sólidas como para que no nos angustie plasmarlas, para que no temamos el que sean juzgadas por personas que no vemos. Por pensar más en mis miedos al escribir que en lo que estaba escribiendo, mis primeros escritos adolecen de vitalidad. Todavía me leo y temo aburrir a mi único lector.

Cuánto daño nos han hecho las redes sociales. Un tesista avezado en el texteo en redes encontrará dificultades al escribir su tesis. Su tema tendrá menos lectores que clics; carecerá de la energía de sus comentarios de Facebook; padecerá de la falta de pasión que tienen sus tuits; dedica su vida a las redes, no a la escritura estructurada y con un claro objetivo. Se llega más rápido a los mil amigos virtuales que al final del trámite de tesis.

Hay charlas de las que todavía leemos, discursos en los cuales nos hubiera gustado estar, anuncios que cambiaron a la humanidad. Charlamos sobre nuestra lectura de esas charlas. Afortunadamente conozco a pensadores que pueden hablar con el mismo orden, de la misma forma, con el que escriben. Existen textos tan perfectamente escritos que pueden responder a nuestras preguntas y plantearnos nuevas preguntas cada que los leemoa. Hablamos y escribimos de los temas más importantes. Qué aburrida la vida de quienes charlan sobre temas cotidianos, según ellos poco serios, y escriben sobre lo que a una élite le importa, los temas supuestamente serios. Quien sabe pensar podrá escribir y hablar con la misma fluidez.

Yaddir

Comparaciones

Comparamos casi tanto como nos gusta conocer gente. Pocos o casi ninguno se sienten satisfechos con lo que son. Las figuras públicas en nada ayudan a tranquilizarnos. El jugador profesional cuya vida suena guionada; el futbolista que desafía las habilidades de los programadores de videojuegos; la cantante con lujos que, de no ser por ella, no sabríamos que existen; la influencer que gana millones por lucir bonita; el hombre que tiene más dinero que la mayoría de los habitantes de un país latinoamericano. Los caminos parecen marcados. Los vemos todos los días. Parece que sólo existen esos. Lo único que podemos hacer es esforzarnos y quedarnos a la mitad. No tenemos opciones propias. El exceso de comparación nos deja sin opciones de vida creativas.

Ahí encuentro la razón por la que existen personas insatisfechas consigo mismas, pues caminan por senderos que no surgen de ellos. No sienten que su vida tenga momentos significativos, con los cuales podrían rellenar sus fatigas cotidianas, porque sus actividades no significan mucho para ellos en comparación con las gloriosas proezas de los famosos que exhiben los noticieros. Esto no es ley universal, como la primera ley de la termodinámica, conozco a un dentista que es muy feliz por haber estado trabajando a lado de su padre en su consultorio y que luego, después de un disciplinado ahorro, puso su propio consultorio donde pretende que su hijo trabaje con él. No lo dice porque esté condicionando la vocación de su progenie. Él fue feliz y quiere que su hijo sea feliz. Él ya conoce el camino; pretende allanarlo lo suficiente para que su descendencia pueda caminar con la misma facilidad con la que él lo hizo. ¿Hubiera sido feliz si desafiaba los dictados paternos?, ¿hubiera tenido el mismo apoyo de haber escogido, por ejemplo, la carrera de letras clásicas?, ¿fue libre de escoger?

¿Somos libres de escoger o es un error comparativo? Si nos equivocamos al elegir determinado camino, si al transitarlo lo encontramos lleno de piedras, atosigado por serpientes, con tantas nubes y lluvia que nos hemos olvidado del sol, es nuestra equivocación. No podemos culpar a alguien más de fracasar al perseguir un camino que nosotros mismos elegimos. ¿A quién le hubiera echado la culpa si el dentista referido hubiera fracasado?, ¿hubiera aceptado el error, asumiendo que no tenía la misma pericia de su padre, o hubiera culpado a éste por darle falsas esperanzas en un oficio que bajo ninguna atenta consideración era para él?, ¿cómo hubiera podido saber si él tenía la capacidad de ser un dentista digno de sacar una muela sin riesgo de infección para el paciente? Los dientes le dieron de comer en sus primeros años, ¿cómo iba a ser posible creer que en algún momento se lo impedirían? Se ignoraba tanto que ignoraba de lo que era capaz; más importante aún, ignoraba aquello de lo que era incapaz.

Conviene compararse y no conviene hacerlo. Conviene si se tienen claras las diferencias, si se ve uno con la misma claridad con la que cree ver al otro; se saben así las incapacidades propias, por qué sus capacidades hacen feliz a la otra persona y por qué me harían infeliz a mí. No conviene la comparación si la usamos para enlodarnos con pensamientos miserables. Bajo muy escasas circunstancias lograremos ir más lejos que las figuras públicas o las personas admiradas, pero si vamos por nuestro propio camino, por aquello que es para nosotros, nos hace felices y no provoca la infelicidad de los demás (porque no es injusto), podemos descubrir un nuevo camino. Parece que existen los que son felices sintiéndose fracasados.  

Yaddir

Dignidad

Decía un naco francés que «el infierno son los otros».
Decía un naco mejicano que «los violentos son ellos».
No entiendo, de verdad, ¿por qué esa hambre urgente por degenerarse y unirse a la fila de los que acusan? ¿Por qué perder la vergüenza de violentar a lo pendejo, como si fueras un «school shooter»?  ¿De verdad se vive mejor aislado, desconfiando del «otro»?
En fin, no entiendo, por qué un grupo de personas se uniría gustoso a cantar y a bailar con coreografía bien dirigida, la nueva onda de este himno de odio, con sus rítmicas y pegajosas notas de «el violador eres tú».

De la posibilidad de preguntar

De la posibilidad de preguntar

¿Es filosofar una empresa destructiva o creadora? La pregunta intenta estar libre de fatalismos vulgares: la destrucción no implica el aniquilamiento físico o espiritual del ser propio, así como la creación no implica libertad absoluta; en término estrictos, creación, en su significado radical, es algo sólo atribuible a la voluntad divina. Vista de manera detenida, el interrogante está elaborado con un sesgo que emparenta la posibilidad de emprender con la de pensar, un lazo que no está aclarado por sí mismo. ¿Es la filosofía algo que podemos enfocar en el inicio de los esfuerzos de una mano que sostiene algo, o es algo que apunta al modo en que el saber y el preguntar se concretan en la vida? Sócrates no utiliza ninguna de las tres relaciones hasta aquí sugeridas: la presentación de su vida en medio de la discusión sobre la inmortalidad del alma muestra el valor que ahuyenta a los fantasmas; el cuestionamiento sobre lo que Sócrates es se realiza como algo ajeno a la capacidad de producir o destruir. Si le queda el nombre de empresa, es sólo en tanto remarque el esfuerzo que permite la libertad socrática, algo muy lejano a la autodeterminación que nosotros ostentamos como gala de la autonomía. En el momento de su muerte, Sócrates no realiza una producción moral, sino que da razón de sí.

¿No implicaba eso deshacer lo que creía cuando estuvo entusiasmado por la sospecha de que Anaxágoras podría ser maestro? ¿No implica para cualquiera que desee pensar en Sócrates una tendencia al oficio de deshacer la imagen que se tiene de sí mismo? ¿Qué pasaría con esa implicación cuando lo que impera es el dogma de la historia como impedimento para conocerse y conocer en general? Sería poco prudente determinar que la presentación que Sócrates hace de sí mismo implique conformarnos con la simplicidad de que la idea de hombre es algo que trasciende toda frontera histórica. No es a la luz de la idea de hombre que Sócrates se aleja de Anaxágoras, arquetipo platónico del materialismo, sino a la luz de la imposibilidad de coordinar con la razón la existencia del bien como finalidad con la exigencia corporal del maestro de Clazómenas. Lo que llamamos cuerpo no puede moverse por sí mismo, ni responder ante la ubicación que tiene en todo momento.

Pierde interés el reconocer si es creación o destrucción el intento socrático porque el énfasis no reside en la capacidad que se tiene para trastocar o invertir las doctrinas, sino en reconocer si uno mismo se ve todavía como problema, en pensar qué de la vida no se aclara al aceptar una opinión, se trata de ver cómo lo que creo implica el modo en que vivo. ¿No es necesaria ahora la consciencia histórica para ese intento? Más que necesaria, se convierte en otra opinión sobre sí mismo que no puede dejar de examinarse, la opinión de que uno se sabe a través de la relación entre el pasado y el presente, con vistas al futuro. La historia tiene una consecuencia más radical que no está plenamente desarrollada en la consciencia ilustrada: la imposibilidad de comprender al pasado en su justa dimensión, junto a la consecuencia de entender que no es la individualidad en contradicción con el progreso como fuerza lo que ha de preocupar. La historia como explicación definitiva de uno mismo impide a fin de cuentas explicarse qué es la felicidad, esa palabra que nuestra vulgaridad ha convertido en cuestión de convicciones, y no en algo que sea posible por el modo en que vivimos.

 

Tacitus

El hombre es silente

El hombre es silente

Los hombres en el campo hablan así: ya amaneció; trae la pala; cava aquí; rastrilla allí; se hace tarde; vamos a comer; volvamos a casa. Aquí la claridad del sol también es cavernosa, pero quizá más plúmbea: impone seriedad. Como se ve, las palabras no fluyen más que lo necesario para comunicar una acción que ha de cumplirse. Aquí no hay expectativas, esa enfermedad no existe, aquí el tiempo presente es lo único que hay y le llamamos temporal, se espera porque se sabe. Hay que prepararse. Si hay buen tiempo, el trabajo es más fresco; si pocas lluvias, el terral estará hendido. El rayo húmedo que nos parte entre abril y mayo da esperanzas de vida. –“Los hombres del campo hablaban así”, esta lección del silencio ya está superada, aunque tiene su mérito si la encausas bien: deshacer hombres.

El hombre es silente, no materia muda.

Jamás seré en modo alguno un Sócrates, y esto lo sé porque mi vinculación paterna desciende del silencio. En el campo campesino en que crecí había un silencio varonil y mesurado, pues los hombres no hablan más que lo necesario. No entiendo el deseo a la palabra más que en el interior del corazón. Uno habla por amor al otro o por aversión al mal. –Y lo aberrante, ¿no es hermoso también? Interior del hombre, respondo.

La tierra está atestada de muertos, de ahí su silencio misterioso, de muerte que florece humilde. –¿De qué humildad puedes estar orgulloso, cuando el seno del planeta alberga el dolor de muchos restos sin nombre? El que nos mostró esto fue Onán en una lección negativa. La soberbia no reposa ni tiene fruto, es escandalosa. ¡Onán, gran maestro del silencio infecto, calla para siempre! –¡No, ahora grita, gran espíritu de la Nada!

Nosotros no buscamos el silencio, florece, y como todo en la tierra, muere. -Y sin sentido alguno vamos pasando al polvo estelar y azaroso. El único misterio es la nada a que tú llamas silencio.

Mi infancia fue religiosa, es decir, silente. Por eso oía el corazón de un niño hablando consigo. –La rebeldía era lo que escuchabas, La rebeldía se presenta de muchos modos en la carne vacía. Mucho dolor debe sentir quien niega el alma, ¿no sientes amor espíritu?

Ahora me convenzo de que el silencio es mi primera casa, mas, mi primer refugio lo encontré contigo, sabio ateniense… había también un Demian y él (ellos) morían en una guerra y su silencio florecía como milagro de mi nueva primavera: lección de un español que me enseñaba a hablar con ese buen amigo: con el hombre que siempre va conmigo.

Javel

El Poder de la Mente y el Desarrollo Holístico

por el Docto Geovanni Castillo

Hace aproximadamente unos 325 billones de años, el universo estaba compactado en una gran esfera material. En ella, se encontraba la más prístina quintaesencia de todo lo que es y de todo lo que estaba por llegar a ser. Un buen día todo cambió, y toda la energía concentrada en el centro del universo hizo salir disparada toda la materia concentrada hacia todas las direcciones habidas y por haber. A esta situación, todos la conocemos como el Big Bang, o la gran explosión. Ahora, esto no es nada nuevo, de hecho, es tan viejo como la vida misma, como el ser o el existir, que son dos cosas distintas entre ellas pero necesarias la una para la realización de la otra. De la misma manera, la materia es necesaria para que exista el mundo, los pensamientos y por ende… la felicidad.

Si no somos, no podemos existir, eso es algo más que evidente. Así que es este punto inicial, en el que la existencia y el ser se conformaron en uno mismo. Todas las cosas gigantescas. ¿Sabían que la superficie de Júpiter es de 61,42 miles de millones km²? Bueno, ahora que lo saben, quiero que se esfuercen en hacer el ejercicio de imaginar objetos mucho más grandes. Porque, a lo mejor no lo saben, pero el Sol es mucho más grande que Júpiter, y aquél es una estrella mediana, dentro de las que podemos observar desde aquí. Intenten imaginar por un momento el tamaño de lo que nosotros llamamos el espacio exterior, mismo que contiene toda la materia que explotó en el Big Bang y que se creó a partir de éste. El Ser, fue lo que terminó por dar forma al espacio exterior, y todo lo que cabe en él. Los invito de nuevo a hacer el esfuerzo por imaginar, toda la materia posible de la existencia. Desde el átomo más pequeño de entre todos los átomos, hasta la estrella más brillante y magnánima que ilumina a todos sus errantes vecinos. Toda la materia posible.

Si lo están haciendo bien, no tendrán que esforzarse mucho para llegar a maravillarse con la idea. Verán, somos pequeñitos, somos unidades de materia, conjuntos perfectos de átomos que funcionan de manera tal que podemos percibir nuestro entorno, experimentar, pensar y comprender. Pero sobre todo vivir. Vivir. Les voy a contar una de las cosas que se cuenta del gran pensador sociólogo Max Weber. Durante su larga vida asistió a muchos funerales, pero siempre llegaba tarde. Incluso, en una ocasión él tenía que dar el elogio fúnebre, ¡y llegó tarde! Cuando le preguntaron por qué llegaba siempre tarde a los funerales, él contestó “porque para los muertos, la tardanza no significa nada”. Piénsenlo. Es gracias a esta combinación fantástica y prácticamente imposible de átomos que el Ser pudo poner en marcha con esta primera explosión, toda la existencia, y el futuro. Es gracias a este primer estallido de vida, que están ustedes sentados aquí en este momento, y estarán en donde quiera que se encuentren dentro de un par de años o de décadas. La vida, ya lo demuestra la biología, no es otra cosa que una combinación perfecta de varias secuencias de movimientos de la materia primígena que nos conforma. Dicho de otra manera, la vida, se da de maneras distintas dependiendo la combinación de nuestros átomos, es por ello que hay seres humanos, perritos, gatitos, y gatotes como los leopardos. A esta secuencia la hemos descubierto gracias a los avances de la ciencia, y se le da el nombre del genoma. Que no es otra cosa que la estructura y composición de nuestro ADN. Es el mapa original de cómo debe estar conformada nuestra materia para que nosotros seamos tal y como somos. ¿Saben qué decía el descubridor del ADN? “La gente dice que los científicos jugamos a ser Dios. Yo respondo: pues si no somos nosotros lo científicos, ¡¿quién más lo va a hacer?!”. Por supuesto, si esta configuración se mueve aunque sea un poquitito, el resultado del ser vivo, es otro. ¿Sabían que el ADN del ser humano se parece en un ochenta por ciento al de un plátano? Esto, tiene mucho sentido si lo piensan. No porque parezcamos plátanos, sino porque tanto el plátano como nosotros tenemos la misma materia primordial de la que está conformado todo el universo existente y por existir. ¿Cuál es la diferencia? Una pequeña variación en la composición o el ritmo de las combinaciones de nuestros átomos. Nada más y nada menos.

Los animales, son seres vivos, de ello no tenemos la más mínima duda así como también son los árboles y las plantas y las flores y los frutos. Siguen el ciclo de la vida que la ciencia ha descubierto: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Nada más y nada menos. Lo mismo hacen las culturas y las civilizaciones. Pretendo llamar su atención, y esto es por la importancia que conlleva esta situación, a los pequeños cambios que se dan en el código genético que tienen las personas. Si bien las bananas tienen una similitud del 50% al código genético de los seres humanos, es muy sencillo darse cuenta que entre una persona nacida en España y una persona nacida en Escocia, la diferencia es micronesimal. Esto, viene a demostrar varias ideas que han ido proliferando en la actualidad. Como la igualdad de derechos entre los hombres, la globalización, y el libre mercado. Las diferencias entre nosotros (entre nuestra materia original) es muy pequeña, ¿por qué debería cambiar tanto las costumbres, los modos de gobernarnos o los derechos? Pueden darse cuenta de por qué estas ideas no podían nacer antes de que la ciencia nos enseñara la esencia de nuestro modo de ser.

Ahora que sabemos que hay diferentes modos de vida, ya no nos impactamos, de algún modo ya lo sabíamos sólo que no lo habíamos entendido. A estas alturas de la humanidad ya nadie se sorprende de que una mosca vuele y que al mismo tiempo esta mosca sea un ser vivo, aunque sea mucho más pequeña que nosotros, y de la misma manera tenga una composición distinta de todos sus átomos y de su materia (o dicho de otra manera, tenga un cuerpo distinto al nuestro). A nadie le sorprende, que los seres vivos tengan cuerpos distintos entre sí. Así como los perritos que son de distinta razas, los chihuahueños y los xoloscuintles no se parecen entre sí, sin embargo, ambos son perros, y ambos, a su vez, son seres vivos. El cuerpo no es un factor determinante a la hora de aceptar un ente como ser vivo. ¿Por qué? Sencillo, porque sabemos que todo cuerpo está hecho de materia primordial configurada de tal o cuál manera. Si no nos sorprende que una hormiga, una pulga o incluso una bacteria, virus o estreptococo, sea un ser vivo, ¿por qué habría de sorprendernos pensarlo al revés? Es decir, que haya vida de tamaños mucho más grandes. Por ejemplo, los dinosaurios. Sí, es cierto que ya se extinguieron, o eso se cree, aunque hay algunas corrientes que afirman su existencia en el fondo del océano. De cualquier manera, todos sabemos que los dinosaurios eran seres vivos gigantescos, del tamaño de rascacielos. Y esto no sorprende a nadie. De la misma manera, podemos darnos cuenta de que los árboles, son inmensos, hay algunos en el corazón del Amazonas, que han sido medidos por helicópteros y llegan a alcanzar hasta 80 o más metros de altura. Si alguien dijera, en la actualidad que el tamaño importa para saber si algo es un ser vivo o no, todos nos burlaríamos de él, porque a final de cuentas lo que importa es su composición material. Es decir, el modo en el que se conforman sus átomos. Así mismo, no veo ningún problema con pensar un poco más en grande. ¡Imagínense a niveles gigantescos como los de los planetas!

Recordemos de nuevo a Max Weber: pensemos mucho más allá. Como él solía decir, “los especialistas sin espíritu, los sensualistas sin corazón, son una nulidad que imagina que ya llegó a un nivel de civilización nunca antes alcanzado”. Yo los invito a que recuperemos el espíritu, el corazón, y vayamos mucho más allá. Salgamos de la caja, como se acostumbra decir hoy en día, liberémonos de nuestros pensamientos tradicionales, de nuestros prejuicios, de lo que nos enseñaron en la primaria y bachillerato. Comencemos a tratar a nuestro planeta como lo que es, un ser vivo que nos estamos acabando día con día. Es nuestro deber darnos cuenta que lo estamos llevando poco a poco a la destrucción, como si fuésemos una suerte de microorganismos nocivos. A lo mejor les puede parecer un poco gracioso, pensarnos como microorganismos, pero a final de cuentas eso es lo que somos comparados con el tamaño que tiene Júpiter, el sistema solar, la galaxia o el cosmos. ¿Por qué sería ridículo pensarlos como seres vivos?

Como les decía hace unos momentos. Toda la materia estaba concentrada en la esfera original. En ella, no importaba la conformación atómica, ni el ritmo, ni el exceso o las carencias que después vendrían a formar los cuerpos y los seres vivos. Es decir, toda la materia que ahora flota por el espacio exterior (incluido el mismísimo espacio), por el cosmos infinito, era una sola. Como la vida, que no se da dos veces. Como las mejores cosas en la vida. Los invito a pensar esto por unos minutos, quiero que se den cuenta de que todos ustedes y yo, estábamos allí en el mismo lugar, confundidos, co fundidos y compartíamos la misma materia que sus nietos por venir y que los dinosaurios, las abejas, las hormigas, los árboles, los ríos, los mares, los planetas, las estrellas, los hoyos negros… y ¿saben qué más? la justicia, los derechos, los sentimientos, el amor. Todo era uno solo y éste comprendía todas las almas, los pensamientos, las creencias y la ideas; porque ¿qué es la mente o los pensamientos, sino micro descargas eléctricas pasando en cierta frecuencia a través de cierta configuración determinada de materia? Lo que quiero decir con esto, es que todas las configuraciones posibles y toda la electricidad, y toda la energía posible estaba concentrada en esta materia originaria. ¿¡Cómo no iba a explotar con tanta cosa allí metida!?

Quiero crear consciencia el día de hoy en ustedes, consciencia sobre ustedes y sobre este mar inmenso que es la existencia en la que tan descuidadamente habitamos día con día. Quiero, por principio que se fijen en una ley científica aceptada desde hace ya varios cientos de años y que ninguno de nosotros ponemos en tela de juicio. La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Sencillo, ¿no? Todos lo hemos visto, todos lo podemos probar en cualquier momento que se nos antoje. Por ejemplo, si prendemos fuego a un cabello nuestro, la materia que lo conforma se tornará algo distinto. Ese cabello, no dejó de ser, se transformó. ¿Cómo sabemos eso? Sencillo, nuestros sentidos siguen captando lo que quedó de su esencia, y nuestra memoria lo que quedó de su ser. Lo mismo sucede con el entorno en el que viven día con día, agreguen un poco de calor, y el aire no será tan sencillo de respirar, o agreguen un poco de frío y éste hará dolorosa la labor cotidiana del respirar, cambien una actitud con uno de sus amigos, y todo el ambiente se sentirá diferente. Todo en la naturaleza es mutable, y puede ser transformado si se le aplica el estímulo correcto. Voy a insistir, no quiero que se me pierdan en el camino. La materia primera, esta esfera gigantesca en la que estaba concentrado todo (amor, odio, felicidad, hambre, gozo, salud y enfermedad) se transformó. Se movió, dejó de ser La Unidad del todo y comenzó a ser su multiplicidad. Pero, esto, no hizo que la esencia se cambiara. Un cabello, por ejemplo, mantiene su esencia incluso si se le quema. Y éste es un aroma muy particular, varios de ustedes seguro lo conocen. Es por eso que a los perfumes se les conoce también como esencia. Porque mantienen la esencia de las cosas.

Una vez que he insistido tanto en esta materia primera, y que los he guiado por el difícil proceso de cobrar consciencia sobre lo cotidiano, sólo me resta mostrarles para qué sirve este conocimiento. Porque conocimiento que no sirve, es conocimiento muerto, inútil. Hay que ponerlo en práctica, hay que hacer que nos beneficie. Si han seguido con atención mi discurso, podrán darse cuenta de que todo lo que estaba contenido en la esfera primordial, es, en primer lugar, parte de lo mismo, y en segundo, es susceptible a la transformación. Es decir, lo podemos cambiar por otra cosa, podemos moldear su materia, extraer su esencia y realizar un producto que satisfaga una necesidad o una carencia. La ciencia es un bendición que ha traído al hombre el poder de la transformación, y nada necesitamos más desesperadamente en nuestro país al día de hoy, que una transformación cultural. Necesitamos usar el poder del pensamiento para aprovechar al máximo las ciencias sociales. El poder de hacer con la materia humana algo provechoso está a nuestro alcance. ¿Qué mayor provecho que utilizar nuestra materia para ser felices?

Antes de abordar el tema, voy a hacer un poco de hincapié en esta situación. Podríamos pensar, “bueno, ¿de dónde sacamos la felicidad, o de dónde vienen los sentimientos?”. La respuesta es que vienen de esta esfera primordial. Allí estaba, como ya dije, contenido el todo. Luego entonces podemos tener acceso a la felicidad, a la tristeza, a todos los pensamientos o ideas o creaciones habidas y por haber. Porque nosotros estamos hechos de la misma materia que el Todo. Esto demuestra que no hay límite para el ser humano, más que el límite de su imaginación. La cárcel al rededor del libre pensamiento, que nos impide crecer, expandirnos y ser tan grandes como el universo mismo, la construimos nosotros. En veinte años el ser humano mira hacia cielo mayor porcentaje de tiempo que cualquier otro ser vivo durante toda su vida. ¿Creen que esto sea coincidencia? Llevar nuestra consciencia a un nivel extra corporal. ¡Ojo!, no “extra material”, porque todos estamos hechos de la misma materia, pero con distinta configuración. Nuestra consciencia es parte, además, de la gran consciencia que estaba involucrada en la esfera primordial, por lo que nos permite explicar el porqué la materia está llena de vida. Toda la materia no es un pedazo de masa flotante, inerte, carente de propósito y de destino. No, si la materia fuera así, nosotros no podríamos conocerla, estaríamos flotando como ella sin tener consciencia de nada. Es justo porque toda la materia participó de la consciencia absoluta, que nos es posible a nosotros conocerla y a ella conocernos a nosotros. ¿Cómo se logra esto? Es mucho más sencillo de lo que suena. De veras: sólo debemos entonar el ritmo de nuestra consciencia con el que posee el resto de la materia a través de nuestras energías vitales (nuestros sentidos y percepciones extrasensoriales).

La materia y las emociones, están íntimamente ligadas, se necesitan una a otra como el vaso al agua. Una permea la forma de la otra, mientras que esta última le da la posibilidad de transformarse para seguir creciendo. Ya que sabemos que las emociones y la materia son parte de la misma cosa, entonces podemos darnos cuenta de que éstas son susceptibles también a la transformación. Es decir, nos es posible, una vez concientizados de esto, transformar la ira en amor, el rencor en perdón, la tristeza en jovial alegría, la corrupción en democracia verdadera y la amargura en felicidad. No hay imposible para el ser humano, ¡no hay límite una vez que ha vencido la barrera de sus propios temores!, una vez que ha cobrado consciencia de que se puede crecer más allá de nuestro cuerpo e integrarnos a este Ser que constituye el cosmos y todo lo que habita en él, porque estamos hechos, a final de cuentas, de la misma materia.

Por supuesto hay una pequeña condición para que esto suceda. Es nuestro deber cuidar la vida. No solo la nuestra, sino la del frágil ecosistema que estamos destruyendo. En alguna ocasión participé de una ponencia en la que una de las expositores, lanzaba la pregunta al público acerca de cómo era posible terminar con el virus causante del Síndrome del Inmunodeficiencia Adquirida. Por si no lo saben, es el SIDA. Y un audaz chico, poco más joven que ustedes, proponía que lo que se debía hacer para terminar con este virus, era aniquilar al organismo anfitrión. Es decir, terminar con la vida de la persona infectada. Así nosotros, como el SIDA, estamos terminando con la vida del planeta que nos da la posibilidad de ser quienes somos. Necesitamos, en primer lugar, mantener en buen estado nuestro ambiente. Es mucho más sencillo que te enfermes si vives en condiciones insalubres a que consigas una enfermedad si habitas en un lugar higiénico. ¿Sí sabían que es más sencillo contagiarte de algo dentro de un hospital? Porque ahí, están encerrados todos los microorganismos causantes de enfermedades.

Si empezamos a cambiar nuestros hábitos, podemos hacer un cambio gigantesco a nivel global. Solo debemos aportar nuestro granito de arena. Recuerden que la tormenta más estruendosa y destructiva está conformada de una multiplicidad de insignificantes gotas. Una vez que comenzamos a poner en orden nuestro planeta, podemos ir yendo de mayor a menor, mejorando la limpieza de nuestra ciudad, comenzando por nuestra colonia, separando la basura y haciendo el reciclaje un trabajo más ameno. Terminando, pues, por poner en orden nuestra habitación, nuestro hogar, nuestra cocina y nuestro baño. Y finalmente, limpiaremos las acciones de nuestros servidores públicos. Porque recuerden que están al servicio de nosotros. Todo debe estar completamente salubre de manera que podamos mantenernos saludables el mayor tiempo posible. ¿Sí ven por qué? La razón es sencilla. La causa principal de que la felicidad entre en nuestras vidas, no es otra cosa que la salud. Nada en el mundo es feliz estando enfermo, ni siquiera nuestro planeta Tierra.

¿Saben cómo le dicen a la madre Tierra en Rusia, padre Tierra. ¿Y cómo vamos a conectar nuestra consciencia con una mayor, con una del tamaño del planeta o de nuestro sistema solar, si nuestro primer obstáculo es justo la salud del planeta? Nuestra misión es cuidar de nuestro cuerpo. Cuidar de nuestra materia. Ya lo dicen los antiguos griegos, y los versados en el tema conocerán la máxima Olímpica de “mente sana en cuerpo sano”. Esto no es gratuito, no podemos ser felices, si tenemos un cuerpo enfermizo, si nuestra materia está decayendo, corrompiéndose y transformándose en algo que promueve las energías negativas del cosmos. No podemos estar sanos si comemos alimentos transgénicos, alterados, artificialmente manipulados por técnicas que no respetan el regalo de vida de nuestra madre Tierra. ¿Sabían que las personas que llevan una mala alimentación son más propensas a estar enojadas o deprimidas? ¿Por qué? Sencillo, el cuerpo necesita matenerse estable, sano y con los nutrientes necesarios para poder crecer en la mejor de las maneras. Esto es un hecho que las grandes corporaciones pasan por alto a la hora de posicionar sus productos nocivos en el mercado internacional, que la industria de manera egoísta olvida, que la ciencia con su hambre de dominio obvia arrollando nuestra conexión con el ser absoluto. La mejor manera de crecer es aquella que le permite a uno ser fuerte, engendrar a niños con suficientes anticuerpos, aquella que le permite respirar, oxigenar cada célula de su ser, de manera que todas ellas puedan funcionar siendo la mejor versión de ellas mismas. ¿Alguna vez les ha faltado el aire o se han desmayado? ¿Han intentado tener una idea o pensar mientras están teniendo problemas para respirar? Se podrán dar cuenta de que la falta de oxigenación impide que las ideas afloren. El cuerpo, nuestra materia sabia como la misma Naturaleza prioriza la supervivencia a otras tareas menos útiles en ese momento. De nada nos sirve comprender el teorema de Pitágoras cuando estamos a punto de quedarnos sin oxígeno. Nuestra materia, sabia, actúa de inmediato y busca la salud, nuestra mejor configuración de manera tal que la vida siga creciendo, cultivándose dentro de nuestro cuerpo. Los exhorto a comportarse como la materia, a no quedarse solamente en la mediocridad, a ser pura acción pensante, a adoptar en nuestra propia piel la sabiduría que traemos desde el Big Bang. Somos seres de acción, seres activos, seres diseñados para trabajar, para mantenernos en constante perfectibilidad. Para hacer crecer nuestra sociedad bajo leyes justas, bajo un trato igualitario, con las mismas oportunidades de desarrollo para todos, porque a final de cuentas todos estamos hechos de la misma materia estelar.

A estas alturas podemos darnos cuenta de por qué no se puede ser feliz si no gozamos de salud. Y que la verdadera felicidad reside en el buen cuidado de nuestra materia y de la que nos rodea. ¿Qué hay que hacer? Comer bien, descansar bien, cuidar nuestro cuerpo porque es allí donde reside nuestra alma, nuestro espíritu, nuestras ideas y nuestras memorias. Es nuestro cuerpo el que debe buscarse expandir, crecer, sano, fuerte, de manera tal que pueda oponer la mayor resistencia a los obstáculos, a la enfermedad, o a la muerte. Nada vive tanto tiempo como las estrellas. Debemos aprender de ellas. Progresar con brillo propio, marcar la diferencia, ser una guía para los que vienen detrás, perdidos en este mar de injusticia, pero que nos necesitan. Debemos retomar consciencia de aquél divino primer momento de existencia, donde todos éramos uno y donde participábamos de todo el amor y la felicidad del universo. Necesitamos dejarnos llevar por nuestra verdadera naturaleza humana, y hacer crecer nuestra materia, reproduciéndonos, construyendo músculos, huesos fuertes, enlaces neuronales sólidos y pulmones limpios; la mejor manera de vivir y de ser felices, consiste en cuidar nuestra salud, y por ende nuestra supervivencia a toda costa.

FIN… FIN… FIN.