Hoy es día de muertos, o al menos eso es lo que dice el calendario, para las personas religiosas es día de los fieles difuntos, es decir, es un día para recordar a quienes murieron llevando una vida guiada por la fe, la esperanza y la caridad, recuerdo que pueda servir de guía a quienes fieles a la idea de que el amor al próximo y el perdón de las ofensas es posible.
Es claro que el sincretismo que se aprecia entre el día de muertos y la fiesta de los fieles difuntos no nos deja ver con claridad las finales intenciones de recordar a quienes ya no están, hay quien señala que esta tradición sólo ha servido para negar la responsabilidad de estar vivo, hay quien ve en la conmoración de los muertos la posibilidad de mantener un nexo con lo más valioso del pasado, es decir, con la familia y por ende con la comunidad.
Independientemente de cómo se festeje el día de muertos éste festejo no deja de ser religioso, pues depende de la creencia en un alma y del valor de aquellos actos que no dependen de la materialidad; quien festeja el día de muertos con ofrendas, o quien celebra a los fieles difuntos con misas y rosarios, no está festejando al cadáver que ya no es la persona que vivió entre los hombres, está festejando los actos de dicha persona, mismos que sirvieron para unir a la comunidad en la que vivió. Quien pone una ofrenda ya sea en alimento o con rezos sin creer que es importante recordar las enseñanzas de aquellos a quienes se ofrece el recuerdo, sólo está actuando para no olvidar una tradición que poco a poco se va vaciando de sentido y que no ende no merece ser conservada.
Hoy, es día de muertos y quienes dicen celebrarlo sin creer en la importancia de la comunidad no se percatan de que sus ofrendas ya no huelen como antes, ya no predominan los aromas del copal y el cempasúchil en unos lugares, y ya no huele a incienso y cera quemada en otros; ahora el aroma que predomina en los templos, el mercado y los panteones, es el aroma de la sangre derramada, el cual se ha ido mezclando con el olor de la pólvora quemada y de la tierra removida a fin de enterrar a tantos restos.
Quien celebra el día de muertos sin creer en la importancia que tienen el arrepentimiento y el perdón para que la comunidad se mantenga viva, no se da cuenta de que el sabor de estos días ha cambiado radicalmente, la boca ya no se deleita con azúcar y chocolate, ahora se tortura con el amargo sabor de las lágrimas derramadas a causa de la barbarie con la que pagamos nuestra soberbia.
Hoy recordamos a los muertos, pero lo hacemos anteponiendo los intereses del individuo a los de la una comunidad que se extinguió hace mucho tiempo, si es que acaso hubo alguna, o si acaso nos preocupa en verdad que la haya dejado de haber.
Hoy es día de muertos y nuestro propio egoísmo nos ha dejado miles de cadáveres a la puerta para recordarnos que dejamos de recordar.
Maigo