Fiesta decembrina

Hay festejos que cuestan la vida, ya sea del festejado o del festejante, y no lo digo pensando en tantas reuniones interrumpidas por la violencia, que bien puede ser interna, cuando ésta proviene de algún asistente mal comportado, o externa,  que es la que proviene de algún no invitado decidido a lanzar maleficios y todo lo que tiene a la mano en contra de los festejados.

No, esos festejos cotidianos que se ven frustrados por la violencia no siempre cambian la vida de quienes acuden a ellos, pues estos no cambian en nada el modo de ser de los asistentes, quienes pretenden seguir siendo los mismos que son tras el paso de unas cuantas horas, y quienes deciden reconstruir su vida diaria tras la ruptura de una cotidianidad que a veces parece no gustarles.

Los festejos que cambian al hombre no suelen ser tan llamativos como aquellos que sólo lo toman por un tiempo. Los que llaman la atención gracias al furor de su llamado consiguen que el hombre se olvide de sí mismo y de lo que hace con su vida, eliminan cualquier intento de conversación molesta sobre lo que el hombre es con el estruendo se su llamado retumbante. Los otros en cambio suelen ser discretos y a veces hasta silenciosos, tanto que muchas veces no nos percatamos de su importancia sino hasta que vemos en el rostro del hombre una nueva sonrisa y una paz que no habíamos notado antes.

Hacen falta festejos silenciosos, como el que lleva a cabo el alma cuando se pone a pensar en el sentido de lo que festeja, pero estos son tan poco visibles que casi no les prestamos atención, aún cuando pueden llevar a un individuo a ser un hombre nuevo. El festejo en silencio lleva al hombre hasta las profundidades, mostrándole como luz en los abismos aquello que da sentido a una vida cotidiana que no por ser tal es mala, pero que puede mejorar en tanto se tenga presente lo que es bueno.

A su vez, lo bueno se deja ver con más claridad en el silencio de la reflexión, pues en ese silencio el hombre se encuentra consigo mismo, se ve y se juzga, se arrepiente y enmienda el camino para regresar a la senda segura y firme, o la toma y se abraza a ella si es que no había tenido oportunidad de conocerla.

Hacen falta festejos silenciosos, pero eso  no implica que deban cancelarse los otros, el estruendo llama al hombre y puede servirle para atraer su atención sobre lo que importa más que las preocupaciones con las que está plagada la vida diaria. El ruido constante hace resplandecer aún más la hermosura del silencio y tras el aroma de la pólvora, usada en los cohetes y quemada la noche anterior, puede notarse la falta que nos hace el delicado perfume de las rosas.

Maigo

Del grito y el silencio.

Se acerca el 15 de septiembre, y no se puede dejar de notar, en la calle casi todos los habitantes de por aquí cambian la decoración de sus casas, éstas dejan de ser lo que casi siempre son para convertirse en receptáculos de banderas tricolores, de guirnaldas de plástico y escudos del mismo material. Todos esos adornos, acabarán pasados unos días, o quizá unos años, dependiendo del deseo de no gastar en el año siguiente, en la basura o en el olvido.

Pero, no sólo cambia el exterior de las casas, también cambia el interior de los estómagos que en ellas habitan, no falta quien considere de suma importancia y quizá hasta vital el consumo de tequila, o bien el de comida sumamente picosa o muy condimentada. Curiosos alimentos y bebida, que pasados esos días son considerados como impropios de gente bien educada en lo que es comer o beber.

Todo esto me hace pensar por unos minutos, que no muchos, en el patriotismo de quien así se muestra ante el mundo como perteneciente a una nación, de la quizá atinadamente alguien dice que grita un día para pasar el resto del año en silencio. Silencio extraño que va acumulando en la garganta la fuerza del próximo grito, y del que no podemos saber si es el silencio del estulto que sabe que es mejor no decir nada, o es el silencio reflexivo del sabio, quien no habla más que cuando tiene algo que decir.

Con ese año silente que se renueva tras un grito, a veces gustoso y la mayor parte del tiempo adolorido, es muy difícil percatarse de los sentimientos de quien calla. A menos que veamos en los actos propios y ajenos aquello que los motiva, y esto con la esperanza de que dichos actos no sean un engañoso disfraz, capaz de presentar como mártir a quien es un peligro y, de mostrar como seres peligrosos y disidentes a todos aquéllos que buscan obtener paz y dignidad una vez que lo han perdido todo.

Si lo que se supone que motiva un festejo es el sentimiento de pertenencia y de unidad, más difícil resulta la interpretación de lo que ocurre el 15 de septiembre, pues los celebrantes no confían en la palabra, porque ésta no se muestra más que en un grito uniforme, que si bien parece compartido se limita a la individualidad del gritante, y los actos que pudieran interpretarse como buenos, malos, o patrióticos siquiera, dejan de ser confiables en tanto que dejamos de confiar en aquél que grita o en el que calla en medio de los atronadores gritos que no dicen nada.

Maigo.