Fuerza e injusticia

«Es que es injusto» quizá sea la frase que, cuando niños, pronunciamos caprichosamente sin entender adecuadamente su sentido y sin saber que nunca nos abandonará. Nunca es un capricho exigir lo justo. Entender qué sea lo justo en alguna situación en la que estemos involucrados es complejo, por ello resulta fácil caer en el capricho y, a veces, estar cerca de lo casi justo. ¿Es justo que un grupo de taxistas detengan el avance de una ciudad porque creen que las Apps les hacen competencia injusta?, ¿es justo cerrar calles para forzar al gobierno a entablar un diálogo, pues las autoridades son demasiado lentas?, ¿es justo causar destrozos  como manifestación del descontento social?, ¿es justo liberar a un criminal porque su captura puede causar los destrozos de mil personas sofisticadamente armadas?

La última pregunta nos muestra el que quizá sea el problema más común de la justicia: la justicia es de quien la toma; el derecho lo hace el más fuerte. El ejemplo nos esclarece las ideas. El capo que se volvió famoso en todo el mundo por ser liberado luego de que ya había sido capturado, pues tenía a su disposición cientos de sicarios con armas de alto calibre que estaban enfrentando al ejército y provocando caos. El capo le compitió al Estado. El capo mostró una fuerza semejante o mayor a la del gobierno. El capo manifestó que él podía decidir quién estaba afuera de la cárcel y quién adentro; hizo, pero más importante, impuso su ley.

El argumento de que la ley la hace el más fuerte es contradictorio, pues si la ley se sustenta en la fuerza, la ley nunca es fija porque siempre hay alguien más fuerte. Además, ¿qué es la fuerza? En el ejemplo podrían ser las armas, el dinero, la capacidad de negociación o la astucia para aprovecharse de los defectos del adversario (una mala estrategia para capturar al capo e intentar llevárselo). Sin fuerza, sin defensa, tampoco se mantiene la ley. ¿La fuerza sustenta la justicia o la justicia la fuerza?

Yaddir

Caricia

Caricia

Macerar la flor, extraer el perfume, ungirse del otro: ¿eso es el amor? ¿Nos reafirmamos sacrificando la individualidad del otro? ¿A caso nadie nos ha enseñado a acariciar? La flor ofrece su perfume por ser la fuerza integradora de su ser. Es cauta y exigente con el hombre que se acerque. Creemos, por el contrario, que la fuerza es vitalidad, que el amor es salvajismo y arrancar la flor de un tajo es lo más humano. El perfume se ha perdido, ¿qué apreciamos? En el amor, por el contrario, los cuerpos se encuentran en una batalla donde extraer la esencia del otro es fundirse. Pero la batalla de los cuerpos que se entrelazan me parece más una danza y en ese sentido una posibilidad a la caricia, al arte, a lo humano. Nos encontramos con el otro tierno y expectante por ser descubierto en movimientos suaves y fervorosos. No sabemos ser amantes cuando creemos que el otro disfruta ser lacerado y vejado entre absurdos clichés o fetiches que la mercadotecnia sexual nos ha vendido. Cada cuerpo debe ser descubierto en su íntima relación consigo misma. La individualidad es, después de todo, lo que los ha unido.

Por eso mismo la razón no se pierde cuando estamos en los brazos del amado, ya que no nos entregamos al infecundo ejercicio de la mortalidad. Quisiéramos que la caricia durara para siempre, distender el tiempo es una fantasía que sólo puede crearse quien dependa de la eternidad para seguir amando. Quien no, que se quede con el cuerpo. Pero hablaba de la razón, y decía que no se pierde en los brazos del amado, porque quien acaricia no pierde de vista que es un otro el que está ahí siendo cómplice del secreto vital. Un cómplice que ha decidido morir con nosotros un momento: y viceversa: A un cómplice no se le inventa, se le descubre en el trato con miradas furtivas que quisieran escapar a ojos ajenos.

Mirar al hombre es descubrir la sensualidad de su alma, pues sólo ahí pueden ser logrados la furtividad y complicidad que nadie más entiende, relaciones que nadie más que ellos (los amantes) ven: por eso la razón no se pierde. Amar es entender que lo que no se ve es lo que más nos une. Amar es mirar al otro en su integridad, descubrirlo, sacrificarse un poco y no sacrificar al otro.

Javel

Constructivismo físico

Para algunos será algo obvio, pero el día de hoy descubrí  que, por asuntos que solo la naturaleza comprenderá, si quiero ser más fuerte, debo comer más.

¡No estamos muertos!

¡No estamos muertos!

La política mexicana es un sinsentido político. Todo intento por ejercer la justicia, por gobernar bien, admite el cambio. Pero México no. El poder político en nuestro país carece de sentido, pues no sabe gobernar. Lo que hay en el lugar del poder es la obsesión del tirano: la fuerza. La fuerza a diferencia del poder, lo retiene todo (ambición del tirano y del empresario), pone rígidos los músculos del cuerpo, véase la sonrisa fingida del señor presidente. El poder se ejerce, se ejercita, se ensaya. La fuerza se obtiene, se retiene, se estanca.

Lo peligroso de estar en tensión siempre, es que perdemos sensibilidad. Esto lo aprendí de mi maestro de Estética: si no hay sensibilidad, no sabemos si el cuerpo está enfermo, ya que no notamos los cambios, en nuestro caso político, no se admiten. México está en una charca de sangre. “Pero esto parece cosa de narcos”, me increparán los actores políticos, y yo les doy toda la razón. El negocio del narco es un actor político más. Esto quiere decir que la justicia es vendida al que nos llegue y lleve al límite de la impunidad: quien ofrezca más fuerza y placer, pero por la vía del trato. Trato entre criminales, ¡qué paradoja! Ya sabemos que ellos siempre optan por la tercera vía pacífica, como la llamó Zaid, es decir, por la mentira y el enjuague. La farsa de la paz se puede pactar por debajo de la mesa, por los subterfugios que ellos mismos construyen. Ilusión de opciones. La mentira es palabra que infecta, que seca. La charca se vuelve una fosa séptica. Y lo realmente peligroso de no tener sensibilidad, de no notar los cambios, es que ya no veremos la verdad, pues la verdad ejerce un cambio en el alma de los hombres que se nota en su andar, en su decir, en su saber y en su hacer: en su libertad. Sólo un enfermo vendería su libertad a los muertos. Sólo los muertos anhelan la rigidez política.

A lo más que puede aspirar el mexicano hoy día es a preguntarse en su fuero más íntimo, que es donde no hay ni espías obsesivos, ni cadenas, cual lo demostró Solzhenitsin con su Iván Denisovich, es ¿si quiere seguir siendo un muerto que ve traficar con la justicia en las fosas sépticas?, o ¿quiere comenzar a vivir la vida que le corresponde, en la plaza pública, cual nos enseñaron los antiguos sabios? Si su respuesta es: ¡Quiero vivir!, entonces lo que sigue es trabajar para la justicia, para la vida, para la verdad… también es posible que ya lo esté haciendo, en este caso, la libertad, pronto, romperá cadenas.

 Javel

Para seguir gastando: Si no los podemos vigilar, hay que matarlos.

Si los podemos vigilar y vemos que son peligrosos al régimen, hay que matarlos.

Si los podemos vigilar y vemos que no son un peligro para el régimen, hay que matar a algunos como prueba de nuestra fuerza. Crear terror. Dejarlos tiesos. Terroristas en casa.

 

La fuerza de Tersites

La fuerza de Tersites

El poder siempre está en relación con saber emplearlo, es decir, saber actuar bien. Quien puede actuar bien y no lo hace, es por dos razones principales: o no sabe o no quiere, o –añadamos una tercera– sabe y quiere, pero algo falló. El poder es un asunto de arte, es decir, de belleza, de sapiencia, de verdad. No por nada los cantos homéricos exaltan la belleza de los cuerpos en combate, es decir, la belleza del guerrero que a la vez es rey: el que sabe de contiendas así como de leyes. Recordemos al más testarudo, feo e impropio de todos los guerreros: Tersites: el poder en bruto, sin sapiencia, ni belleza, ni verdad, sólo voluntad exasperada. Tersites es el gran cobarde que enfurecido agrede al rey, porque ya no quiere luchar. Tersites no ve la trampa de la comodidad. Su rencor violenta a su alma, al grado de no querer ver la verdad. Tersites olvida por qué abandonaron la casa; él cree que sólo se trata de ensanchar los cofres del rey, por eso termina diciendo: ¡Pues junta riquezas tú solo!…mientras repta hasta nuestros oídos, “haríamos bien en hacer lo mismo.” Un testarudo, temeroso y rencoroso como él no actúa por nadie que no sea él mismo.

Tersites no sólo no ve la trampa de la comodidad, sino que confunde la potestad del rey. La mirada del más bajo de los aqueos nos persigue. Pues quién no ha escuchado decir al vecino o a uno mismo que la política es sólo para poder granjearse lujos, poder, y goces. El asunto mejora si esto se puede hacer sin tanto esfuerzo, como lo exige la virtud. Pero así perdemos al poder –lo pervertimos– y ganamos la fuerza. También perdemos la dignidad, pero ganamos la posición. Así, pasamos de la Poesía a la Física; de la Ética a la Zoología. La lucha no es por el poder, sino por la fuerza; confundimos el ingenio de Odiseo con la habilidad de las ratas. Es más benéfico luchar contra las fuerzas que nos oprimen desde que los dioses no existen. Resulta de todo esto que Darwin es mejor que Aristóteles para explicar la excelencia del hombre y que las virtudes del hombre no son terribles por el esfuerzo que requieren. Ahora hay estímulos eléctricos para ser prudente.

Tersites nos perjudicó mucho, pues confundió para nosotros al poder con la fuerza, y a la ostentación con la majestuosidad. Además de que encumbró a la comodidad ensalzándola de filántropa. Por eso nadie ejercita verdaderamente el poder político, porque es difícil. El que tiene más fuerza reirá para siempre y eso basta. Pero para nuestra suerte, Odiseo, acompañado de Atenea, le da un golpe al más vil de los hombres y en seguida nos recuerda que aún no se han cumplido las promesas. Aún no se está en paz y por eso no se puede regresar a casa. La victoria está ofrecida a los esforzados y así se vaticinó desde antes de la empresa. Odiseo junto a la diosa nos anima a buscar la excelencia del hombre en la justa batalla, mientras que Tersites, temeroso, aparece como un animal encorvado por la rabia.

Un cuerpo esforzado, una mente digna y un corazón justo son las joyas de la excelencia humana, del poder bien ejercido. Además, ¡qué infame volver con el Hombre y decirle, ‘no hice nada más que recostarme en la playa, porque temí a tu mundo’!

La fuerza es obsesión de cobardes; la virtud, potestad de héroes.

Javel

 

 

Radicalidad

Radicalidad

Quizá lo peor del mal es que no parece un misterio. Que, a pesar del relativismo, que es una especie de moralidad, invento de ese último hombre que describió Nietzsche, su nombre permee las cosas que negamos categóricamente, complicando la posibilidad de ir con tiento en las cuestiones morales, pues eso es lo que necesitan las más de las veces para iluminarse. No parece un misterio porque, como más de uno dice, es obvia la conexión entre la voluntad natural, con tendencia al egoísmo, y los actos que nos condenan ante nosotros o, como pasa más recurrentemente, ante el ojo público. Lo malo aparece gratuito, y esa gratuidad nos lleva a preguntarnos por las miles razones posibles que lo originaron. El bien no logra eso. El bien nos atrae de manera distinta. Como si, a pesar de lo normal que nos parezca el horror, nunca acaba de sorprender, de ser justificado. El mal no tiene aspecto de misterio porque requiere de justificación racional. Terminamos, por eso, en el maniqueísmo ortodoxo que maquilla la imprudencia: llámese verdad efectiva, llámese oposición natural entre el bien y el mal.

La erradicación del mal por la fuerza es una ilusión peligrosa. No porque el hombre no esté posibilitado para conocer el bien, sino porque la fuerza omite esa posibilidad. La guerra contra el narco fue un gesto moral que ubicó mal la urgencia política: la inútil violencia, ciega como hija de la fuerza, que sigue resonando mientras el problema sigue intacto. La corrupción del estado lo muestra inútil, al tiempo que muestra nuestra propia participación del mal. No podemos ser ajenos, en ningún grado, a esa presencia. Esa no es justicia. Nuestra enajenación sólo demuestra los efectos de la fuerza. Dado que los tiempos no dan para más, que hay que seguir el camino que la necesidad y la circunstancia nos otorgan, hacerse ilusiones es otra inutilidad. El mal siempre tendrá el rostro de la justificación, que es el lenguaje de la omisión. No podemos atribuirnos el control total de la situación; ante el mal, la esperanza es justicia que no se convierte en ingenuidad. La democracia no seguirá en tanto se siga creyendo en esa mala lectura que hace de lo carnal, como de Sancho Panza, la simpleza eterna del hombre. No sólo de pan vive el hombre, y eso se refiere a todo hombre.

¿Cómo pensar el perdón ante lo horrible? ¿Cómo, ante toda forma del horror, ante la patencia del mal, puede el perdón no ser sólo otra forma de la omisión? ¿Por qué si el mal no tiene forma de remediarse, vale la pena buscar el perdón? No es fácil decir que el límite es claro, porque la precipitación es más fácil aquí que en otros lados. Hasta donde puedo ver, hay un error en suponer que el perdón es una especie de aminoramiento del horror. El perdón debe tomar en toda su dimensión al mal, puesto que de otro modo no se podrá saber la razón por la que el perdón se otorga cuando no es merecido. No habrá omisión si el perdón atiende no sólo a la paz personal, al olvido del dolor que el pecado siembra en nuestro corazón. Brota del amor porque sabe de lo humanamente complicado que es. Acto radical de amor atreverse a besar la mejilla de los injustos porque nos iguala a ellos, en una condición común, aunque no necesariamente en las acciones. Eso es todo lo contrario a la sumisión. La justicia pide del castigo en tanto consecuencia, que a fin de cuentas busca ser un tipo de pedagogía. Sospecho que la reflexión en torno a la justicia nunca se completa cuando no se integra el elemento que la desequilibra las más de las veces, pero que también puede mantenerla firme: el amor.

Obituario: no he tenido el gusto de leerlo a fondo, pero pienso, lector, que llevar un oficio de peligro al grado de mostrar dicho riesgo constante en cicatrices reales, es algo que debe recordarse por nosotros. Hay quienes nos recuerdan que la vida y la valentía pueden todavía mantener la verdad en este mundo de sombras que nos dan las verdades históricas y los silencios oficiales. Que la muerte de Sergio González Rodríguez nos lleve a buscar esa posibilidad en las palabras que dejó.

Tacitus

llueve llamativo llanto

llueve llamativo llanto

 

Las lágrimas imitan la forma del ojo; cuanto más se separan de él, tanto más pierden su forma. La lágrima languidece alejándose del ojo. Nacen sabiendo ver, con potencia visible. Sus colores son la alegría y la tristeza. Si del ojo no se alejaran, su transparencia cristalizaría el desengaño. Si las guardáramos todas, si nunca asomaran por el borde del ojo, la vista se privaría del movimiento: ganaríamos la transparencia para las emociones, nos perderíamos en un mundo monotonal. A los viejos les crecen muchas lágrimas en los ojos, creo que porque ya han visto mucho. Algunos dicen que el ojo quisiera imitar a las lágrimas, pero –si no lo sabe, lo sospecha- pagaría con la ceguera el precio de la libertad. Yo descubrí que las lágrimas no son saladitas, sino que pierden su dulzura para enternecer al mundo y así a nuestras bocas poder llegar. De niño me gustaba llorar recostado sobre mi almohada: las lágrimas reposarían junto a mis sueños esperando despertar. Quizá por ello cada noche tiene el amargo sabor de una promesa.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El hombre que ostenta el puesto de gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, planteó la necesidad de que la fuerza pública ingrese a las escuelas normales del estado, las tome y, lo cual es importantísimo, con ello sean cerradas oficialmente. 2. La reportera Miriam Moreno dio a conocer que Servando Gómez Martínez, «La Tuta», sigue activo en la nómina de la Secretaría de Educación Pública en Michoacán. 3. Para Raymundo Riva Palacio en los días pasados hemos visto el naufragio del secretario de Gobernación. 4. Para Carlos Loret de Mola fue una calentura de Rosario Robles lo que llevó a disfrazar los cálculos de la pobreza del país. 5. Fernando Rivera Calderón nos invita a cantarle a la primera dama.

Coletilla. La lucidez de Jesús Silva-Herzog Márquez es un lujo para nuestro país. No dejes de leer, lector, su ensayo en Nexos de este mes.