La medida del placer

Pero yo solo soy un hombre, Marge
— Homero J. Simpson

Quienes tienen más tiempo de conocerme a un nivel personal, sabrán que fui un fumador excelente. Me gustaba echar humo más que cualquier otra cosa en el mundo, me daba identidad y me hacía sentir todo un garañón. No había actividad en mi día a día que me llenara de más placer, ni me hiciera sentir tan importante. Si me lo preguntan, hoy en día con cuatro años de haber dejado el cigarrillo, sigo sosteniendo un par de cosas: la primera es que me arrepiento de haberlo dejado, la segunda es que era feliz mientras fumaba. Ya usté sabrá si creerme o no, lo dejaré a su consideración.

La razón por la que dejé atrás ese cochino vicio, no fue simple y llano amor, como debió haber sido, sino una razón más vulgar y mezquina: la salud. Dejé de fumar porque estaba sintiendo a un nivel insoportable todos los estragos que traía ese maldito vicio: amanecía con la garganta irritada, reseca y nauseas insoportables, una ansiedad infernal y con más sed que ganas de desayunar. El mal aliento y el mal olor del cigarro me acompañaban, así como todas esas desventajas físicas que acarrea consigo el cigarrillo. De eso hay un montón de información en Internet. No importa, lo que importa es lo siguiente: me gustaban los cigarrillos marca Camel, eran los mejores, tenían la conjunción exacta entre la suavidad y el sabor que me hacía sentir feliz. Los Marlboro, eran los que le seguían de cerca, pero estos eran mucho más fuertes y mucho más violentos a la hora de fumar. Cuando los impuestos empezaron a pegarle a los precios de los cigarrillos, el costo de una cajetilla de Camel, me alcanzaba para cubrir dos de cigarros Delicados con filtro. No por eso me mudé, pero sí por eso, llegaron a ser estos mi segunda opción o mi primera opción para consumo social, es decir, los compraba para reuniones con mis amigos. Los mentolados me mareaban y me daban asco y los lights no raspaban ni poquito, pero sí me daban muchas nauseas. Los Lucky estaban decentes pero su sabor simplemente no era lo que me gustaba. Cabe señalar, que prefería encender mis cigarrillos con un encendedor cualquiera, de los que venden en los Oxxos y valen de cinco a diez pesos. Los prefería sobre los cerillos comunes y corrientes e incluso sobre los cerillos de madera. Los prefería incluso sobre mi Zippo, cuya gasolina le daba un sabor especial al cigarrillo (sin importar la marca) y podría jurar que de no ser tan exigente con mis gustos, podría haberme enganchado solo al sabor de la gasolina, ya que tenía un encanto especial.

¿Por qué vengo a hablarles de cigarrillos y del mal hábito de fumar? Olvidé mencionar que los puros también eran de mi gusto y que su sabor y textura era algo único que me emocionaba probar de vez en cuando (y sí, les daba el golpe también). Bueno, en esta semana tuve una experiencia cercana con los cigarrillos electrónicos, mismos que en otros tiempos hubiera desechado sin siquiera darles el beneficio de la duda, los hubiera tachado de maricones y no los hubiera volteado a ver. Sin embargo, estos son tiempos distintos, y me llamó la atención el hecho de que son “inofensivos”. Por si no fui muy claro en el primer párrafo de este texto, extraño fumar, tanto como el primer día que lo dejé, aunque ya sin el ansia y los síntomas de abstinencia. Creo, que aunque sea un mal hábito, era algo que en verdad disfrutaba en este cochino mundo. Una vez hecha esta puntualización, comprenderán por qué mi mirada se volcó hacia los cigarrillos eléctricos o “vapeadores”. La premisa es muy sencilla (o eso me pareció en un principio), puedes tener la misma experiencia del cigarro sin pagar por las consecuencias. ¿Qué éste no es el sueño de todo villano maestro de los malos hábitos? ¿Qué éste no es el mismísimo sueño de la modernidad? ¿Qué a caso no es ésta la finalidad de la ciencia moderna? La respuesta a todo eso es un rotundo sí. ¿Por qué me iba yo a negar a tan atractiva situación? Bueno, pues no lo hice, así que me monté en el viaje de investigar más al respecto. Antes de compartirles mis descubrimientos, debo contarles que, dejando a un lado todos los aspectos psicológicos que enumeré anteriormente como motivos de mi hábito fumador, la razón física para hacerlo es que encontraba mucho pacer en la sensación rasposa que se tiene al darle el golpe. Es sencillamente muy placentera para mí.

Ahora bien, llevo medio día leyendo acerca de los vapeadores, al principio no encontré gran cosa, son un instrumento electrónico al que le hechas un líquido especial y luego le aprietas un botón al dispositivo para que queme esta sustancia y es entonces cuando la aspiras, le das el golpe y la sacas. Los vapeadores tienen la intención de ayudar a los fumadores a dejar de fumar, tal vez funcione y tal vez no. En lo personal, la duda que me hace ruido en el alma es si ya dejé de fumar, ¿por qué carajos debería probar un vapeador? Es como tropezar con la misma piedra solo haciéndome menso fingiendo como que ya no fumo. Bueno, leyendo un montón de foros y páginas de Internet, encontré con varias personas que están clavadas en el hábito de “vapear”. Todas ellas manejan términos muy especializados de su gremio, pero el asunto no se detiene ahí, no basta con juntarse en un espacio cibernético a compartir experiencias de vapeadores. Los cigarrillos eléctricos funcionan con un líquido que tiene diferentes sabores, éste líquido está compuesto de dos sustancias (y aquí es donde se empieza a poner interesante el asunto), una se encarga de dar el sabor a la inhalada, la segunda se encarga de hacer más o menos vapor a la hora de sacar lo aspirado. ¿Ok? Resulta que los practicantes de este hábito tienen manera de regular qué cantidad de cada una de estas sustancias se le agrega a su tanque, de manera tal que o bien tenga más o menos sabor o bien tenga más o menos vapor, por lo tanto tenga distinta sensación a la hora de darle el golpe. Bueno, pues una vez que entras al mundo de los vapeadores, lo primero que debes hacer (no es acostumbrarte a fumar de estas cosas) sino a medir la manera en la que te sientes más satisfecho a la hora de fumar. Ojo, quiero que tengan en mente que la mayoría de los que fuman en estos dispositivos vienen de fumar cigarrillos reales (hay incluso quienes fuman las dos cosas en lo que pueden dejar la más dañina), lo que me hace pensar que están buscando encontrar la misma satisfacción que les da el cigarrillo con más o menos líquido agregado. Bueno, el asunto no para aquí, resulta que eventualmente, si te gusta este hobbie, puedes ir armando tu propio vapeador a partir de partes “sueltas” que puedes comprar. La idea de esto es bastante curiosa. En general un vapeador tiene cuatro partes, una batería, una resistencia, un inhalador y un tanque donde se le deposita el líquido. En las boquillas o inhaladores hay tres distintos dispositivos, que hablando en general se distinguen en que uno tiene un pedazo de algodón o tela que se sumerge en el líquido para darle un sabor distinto a la hora de la fumada. Los otros dos, si no mal recuerdo son uno sin esta tela y otro que es la síntesis de los dos anteriores. En fin, la idea es que las baterías vienen en distintas presentaciones ya que el dispositivo que se activa para hacer ignición y quemar la sustancia que va a convertirse en humo, viene en distintas presentaciones dependiendo su resistencia (resistencia hablando en sentido eléctrico, por ahí hay tutoriales de cómo aplicar la ley de Ohm a este asunto). Bueno, el chiste es que hay resistencias que se calientan muy rápido y hay otras que tardan más y requieren más potencia de las baterías. Esto influye en el sabor y la textura del vapor que vamos a exhalar, por lo tanto en la experiencia de la fumada. Se habla incluso de que si no se calibran bien las medidas de las resistencias, se puede llegar a quemar el líquido y dar el sabor no deseado. Bueno, ya para terminar, y la razón por la que he contado todo este asunto es la siguiente. Me parece que estos cigarrillos electrónicos son el ejemplo perfecto de la ciencia moderna y su meta: están tremendamente complicados, hay un montón de variables con las que podemos jugar de tal manera que logremos simular en una experiencia doblemente artificial, una experiencia un tanto más natural. Todo con tal de no pagar las consecuencias de estar haciendo algo nocivo o que va en contra de nuestra salud.

No pretendo sonar como que estoy dando moraleja aquí, no, para nada, si cualquiera de ustedes me pregunta acerca del cigarro yo siempre les voy a decir que no lo dejen. Lo que vengo a comentar hoy es que justamente, todas estas cualidades de los cigarros electrónicos, todas estas posibilidades de personalización del dispositivo para darte la experiencia más placentera me hace pensar que ninguna de ellas sirve. Creo que todas y cada una de ellas son mero placebo y que no importa si tu “vaper” se autoregula para darte más o menos sabor o más o menos vapor, nunca vas a estar satisfecho porque la experiencia placentera que buscas está justamente en otro lado. Vaya, antes si quería tener una experiencia distinta a la hora de fumar, bastaba con comprarme otra marca de cigarros y listo (y sin embargo, seguí fumando insatisfecho durante años). Ahora, en esta nueva modalidad, hay que jugar con un sinnúmero de esencias, sabores y texturas, a su vez con un montón de aditamentos y temperaturas, todo para tratar de encontrar la justa medida algo que es imposible de satisfacer: nuestro deseo de placer.