La plaga

Al principio, nadie solía notarlas vagabundear por la casa. Andaban de par en par, muy pegaditas una a la otra, y con ese tamaño tan diminuto era imposible distinguirlas de una basurita cualquiera. Después comenzaron a salir en grupos más grandes: cinco, siete o hasta diez integrantes en cada expedición, pero nada que llamara seriamente la atención. Nuestros encuentros con ellas eran escasos y cuando eso sucedía no hacíamos más que sacarlas de nuevo al jardín a donde pertenecían, o al menos eso creía entonces…

Comenzamos a extrañarnos cuando nuestros lugares de encuentro dejaron de ser los usuales: pasaron de estar presentes en los marcos de las puertas o en las plantas apostadas en la entrada para aparecer en el baño, los dormitorios o la sala de estar. ¿Qué carambas hacían caminando adentro de la casa y tan lejos del jardín? Estaba bien que estuvieran en busca de comida, pero en todo caso tendrían que estar marchando hacia la cocina y no escalando el lavabo del baño del piso de arriba…

Sin embargo, ellas captaron definitivamente nuestra atención cuando no sólo continuaron visitando estos lugares inusuales, incluyendo la cocina, sino cuando dejaron de ser cinco, siete o diez para volverse un ejército de treinta, cincuenta o cien, y para entonces fue demasiado tarde: las hormigas se había convertido en plaga. Cientos y cientos de ellas caminaban en fila india a lo largo de dos grandes hileras interminables que bordeaban los marcos de las puertas y ventanas, las esquinas cuanta habitación hubiera en la casa y las superficies de las mesas o cualquier otra superficie lisa en la cual pudieran caminar.

Arrasaban cada noche con la alacena y aprovechaban para hurgar todos los botes de la basura. Los baños, por su parte, no se quedaban atrás e investigaban la bañera, el lavabo y el retrete con sumo cuidado sólo por si las dudas. Aunque en un principio mi mamá nos prohibía matarlas, llegamos a un punto en el que ni ella podía cumplir su palabra. Simplemente, intentamos de todo: remedios caseros, plaguicidas, ahogamiento y nada, absolutamente nada era capaz de detenerlas.

¿Marabunta? No, tampoco era para tanto; no obstante, después de tantos y numerosos fracasos por sacarlas de nuestro hogar, comencé a pensar si no eran ellas las que justamente querían sacarnos de su hogar. Después de todo, ellas ya se encontraban en ese terreno cuando comenzaron a construir la casa que nosotros habitamos y sin duda ellas habían anunciado sus intenciones de mudarse poco a poco, a diferencia de nosotros que un buen día llegamos con todas nuestras cosas a instalarnos en aquel lugar para ya nunca abandonarlo. A ojos de ellas, éramos los extraños que habíamos invadido cínicamente su hogar y, a pesar de todo, habían tenido la decencia de no corrernos… hasta ahora.

Al parecer, era tiempo de recurrir a la fumigación para deshacerse de nosotros, la verdadera plaga…

Hiro postal