La gasolina de la bicicleta

“Ante la falta de gasolina usa la bicicleta”. La frase anterior la he leído, escuchado y hasta compartido en redes sociales. Es un transporte con varias ventajas evidentes: no provoca gastos mayores que la compra del aparato y de vez en cuando algunas refacciones de bajo costo; no contamina, lo cual ayuda a que los habitantes de la ciudad enfermen menos y las personas con problemas respiratorios no tengan que encerrarse en casa durante los días de polución; no ocupa demasiado espacio, pues, a diferencia de un automóvil, con la bicicleta sólo se utiliza lo indispensable para ésta y su ocupante, por ello no estorba demasiado a los transeúntes ni causa aglomeraciones; y ejercita a quien la usa, lo cual le permite tener una mejor disposición para sobrellevar los asuntos complejos y problemáticos de su día. La bicicleta es el transporte del futuro.

Pero lo problemático no es el uso de la bicicleta, sino las condiciones con las que se cuenta en una comunidad adicta al transporte amplio y veloz, que ruga y sea llamativo, para que los ciclistas sean respetados. Muchos ciclistas han muerto embestidos por los automovilistas más frenéticos y alocados; «¿para qué respetar a quien tiene un transporte débil si éste se entromete en mi camino?», supongo que se han de preguntar y justificar quienes atropellan a los ciclistas, viéndolos como insectos en su camino. Lógica que además de compartir los conductores que se educaron viendo las películas de Rápido y Furioso y Mad Max, comparten las autoridades, pues la mayor parte de los caminos son trazados y planificados para quienes tienen automóvil. Esto podría deberse a que las distancias que recorren quienes pueden usar automóvil son considerablemente amplias y necesitan ser recorridas de la manera más rápida posible. Es decir, el uso del automóvil propicia el frenesí. Las grandes ciudades están programadas para realizar las actividades, principalmente las laborales, con premura y desesperación. La bicicleta es débil en un ambiente dominado por el ruido de grandes motores.

Los ciclistas, conscientes de su papel en la sociedad, tienden a considerarse un grupo aparte, como personas más avanzadas, quienes utilizan el transporte del futuro. Eso suele ser un problema para quienes seguimos usando nuestras piernas como principal uso de transporte, pues, al igual que los automovilistas, los ciclistas llegan a aventarnos su transporte y a ocasionarnos lesiones sólo por dar unos pasos por sus ciclovías. Algunos llegan a justificar sus acciones, aduciendo que no respetamos su espacio. Usar el transporte del futuro no es igual a ser personas del futuro, ni mucho menos a ser mejores personas. El mejor transporte siempre será el que más incite a la convivencia.

Yaddir

Desabasto

Se cuenta que poco antes de que Julio César se nombrara dictador vitalicio, por el legal mandato del senado, se dedicó a perseguir a quien fuera  miembro del anterior Triunvirato, con Creso muerto sólo hacía falta encontrar a Pompeyo.

Pero mientras los dos generales se dedicaban a batallar por ostentar el poder propio de un cónsul en Roma, la ciudad se enfrentaba al desorden, y a la falta de pan.

César persigue a Pompeyo por todo lo que puede de Europa y deja a la capital de lo que se convertiría en Imperio en manos de un juerguista de renombre, Marco lo llamaban y pertenecía a la familia Antonia.

Marco no sentía interés en lo que en la ciudad pasaba, no veía ni escuchaba que el clamor por el pan de cada día aumentaba, y cuentan algunos que hasta mandó a los soldados a aplacar a los rijosos que se atrevían a mostrar que el hambre con el pueblo hacía destrozos.

Tras el desabasto de trigo y la carencia de pan, César entro triunfante ante la famélica ciudad, la ordenó y repartió el pan que necesitaban los hambrientos y decidió alegrarlos con juegos propios de la época y por lo mismo sangrientos.

Con pan y circo los estragos del desabasto y la carencia se olvidaban, pues ahora Roma tenía como granero a las tierras de Cleopatra.

César se hizo querido por el hambriento pueblo y sólo unos cuantos vieron en él el peligro que esto representaba, pues las barrigas llenas y las funciones del circo atestadas hicieron de los romanos esclavos felices y dispuestos a dar el nombre de César y Señor a quien fuera que del desabasto los salvara.

Tal vez convenga pensar, si no será la gasolina ese alimento que nutrirá al nuevo pueblo romano, que se funda sobre los dolores y el pesar de muchos de sus hermanos.

Quizá las revoluciones efectivamente sirven para que todo siga igual y la transformación consista en recibir gasolina a cambio de libertad.

Maigo