«Que no pare la fiesta…»

Existen varias formas por las que nos damos cuenta de que el tiempo ha transcurrido. De entre todas ellas ciertamente los relojes ocuparían el primer lugar dada su consabida practicidad, seguidos muy de cerca de las fotografías pues no hay nada como una imagen para expresar lo que más de mil palabras no son capaces de decir. Sin embargo, a mí la forma que más me gusta –y apenas me di cuenta de esto ayer– es la de las fiestas, por extraño que esto se escuche.

En mi experiencia, tal parece que dependiendo de la edad que tengamos se van dando las fiestas a las que somos invitados y es así como nos damos cuenta de que el tiempo está transcurriendo. Muy probablemente nuestras primeras fiestas hayan sido la de los cumpleaños de nuestros amigos de la infancia, ésas que eran temáticas y donde todo lo utilizado –gorritos, platos, vasos, servilletas, manteles, piñata y bolsitas de dulce– estaba decorado con personajes de caricatura, películas o cualquier otro motivo infantil. En el caso de quienes fuimos educados bajo el techo de un hogar católico, también podemos contar entre nuestro haber de fiestas las de la Primera comunión y, en muy contados casos, la de la Confirmación. Cualquiera de las dos, por lo general, contempla a la familia más que a los amigos, pero lo importante es notar que, por las mismas fechas, todos los demás niños católicos también se encontrarían festejando su Primera comunión o quizá su Confirmación.

Ahora bien, en el caso de las mujeres, cuando éstas han dejado de ser unas niñas para convertirse en todas unas jovencitas, se festeja –aunque cada vez mucho, mucho menos– el hecho de que sus padres vayan a presentarlas ante la sociedad para que por fin se integren a ésta, celebración que es mejor conocida como XV años. En esta fiesta se le da oportunidad tanto a la chica festejada como a sus invitadas de lucir vestidos más ceñidos al cuerpo que hagan resaltar los cambios y transformaciones que éste ha sufrido debido a la etapa por la que están pasando. Asimismo, calzan sus primeros zapatos de tacón, se peinan el cabello de forma muy elaborada y colocan un poco de maquillaje en su rostro para aparentar más edad. Sin duda, con esta fiesta queda claro, tanto para hombres como para mujeres, que se ha dejado atrás la infancia para comenzar una nueva etapa en la vida.

¿Y cómo no incluir en el conteo las graduaciones escolares? Esas fiestas en las que decimos hasta luego –y en ocasiones adiós– a nuestros compañeros de aula, en las que celebramos que hemos concluido, de nueva cuenta, una etapa de estudios de manera satisfactoria y lo hacemos acompañados de nuestra familia, de algunos maestros, de nuestros amigos más íntimos y, por supuesto, de nuestros demás compañeros graduados. Justo ésta es la fiesta que me correspondería estar festejando en estos momentos de mi vida y, sin embargo, veo que no será posible dada la falta de interés de mis compañeros, lo cual considero una verdadera pena. No porque sea menester celebrarla ni porque me vaya a morir por no llevarla a cabo, sino simplemente porque considero que es una forma muy bonita de dar cuenta del tiempo que ha transcurrido, de las tantas y tantas fiestas a las hubimos que asistir para que fuera posible llegar a festejar esta otra y las que todavía nos faltan, como más cumpleaños, más Comuniones, más XV años, más graduaciones, las bodas, los bautizos, entre muchas otras que nos aguardan.

Lo único que espero es que no llegue un día en el haya transcurrido tanto el tiempo que sea demasiado tarde para darnos cuenta de que no celebramos tantas fiestas como hubiéramos querido y que entonces sea la Muerte la que haga fiesta a costa nuestra.

Hiro postal

Carta sororial

“Llega a ser quien eres.”

Píndaro

Ayer fue un día agitado. Nos levantamos todos muy temprano, todavía de madrugada, para asearnos y vestirnos de acuerdo a la ocasión, donde tú, Augusto, eras el protagonista. Dicha ocasión fue tu graduación como técnico en administración aeroportuaria. Seguramente no lo sabes porque, si es verdad que lo conozco, no lo hizo llegar a tus oídos, pero al parecer del abuelo, y tal vez sea el mismo que el de tu madre, no hay logro alguno tuyo en este hecho. Simplemente era lo más normal –y hasta cierto punto, lo esperado– que tú te graduaras del bachillerato, como yo antes de ti y como ellos antes que nosotros. En cambio, el verdadero logro, el que era tuyo realmente, estaba en haberte graduado siendo el mejor promedio de tu generación, razón por la cual todos elegimos nuestras mejores galas y no era para menos, creo yo. Sin embargo, y a diferencia de tu madre y abuelo, habrás de saber que a mis ojos son, en efecto, ambos hechos verdaderos logros, pero más que eso, lo son tuyos aunque otros digan lo contrario y de ello, entre otras cosas, me gustaría hablarte hoy.

Sucede, pues, que ellos, madre y abuelo, consideran que no hay nada de extraordinario en concluir la educación media-superior, pero dudo que sean tan ingenuos como para no darse cuenta de que hay millones de jóvenes que, de hecho, la abandonan y no la concluyen, ya sea porque no tienen los medios para poder costearla, porque fueron padres prematuros y tuvieron que dejarla para meterse a trabajar, porque creyeron que no eran buenos o que iba a servirles de nada, porque la vida los llevó por otro camino o tal vez por otras razones que ni siquiera tú y yo alcanzamos a imaginar. No obstante, parece que se les olvida que el solo hecho de graduarte es una meta más que cumples, en una serie de ellas, para poder concretar y realizar el plan de vida que hace mucho tú mismo ideaste para ti y eso, Augusto, tenlo presente, no cualquiera lo hace. ¿Sabes cuántos de los que te rodean de verdad llegaron a tener un plan de vida y lo concretaron? Te aseguro que en la familia eres único y en el mundo, tal vez seas de los contados que lo han hecho, pero te bastaría con voltearme a ver para darte cuenta de que tú has hecho lo que yo, hasta la fecha, he sido incapaz de llevar a cabo y si no comprendes todavía de que te hablo, te lo diré a continuación.

Tenías quince años, como yo, cuando terminaste la secundaria y para ese entonces sabías bien que querías ser piloto aviador. Tú solo, por tu propia iniciativa y cuenta, empezaste a buscar preparatorias o bachilleratos que pudieran encausarte mejor a tu fin y tu búsqueda fue fructífera, pues diste con la Escuela de Aviación México, no sin antes corroborar que tuviera los permisos correspondientes y estuviera certificada por la SEP. No te dio miedo y lo dejaste todo para emprender la nueva aventura: la que fue tu escuela por nueve años, los que habían sido tus amigos por el mismo tiempo, la que es tu novia hasta la fecha; en fin, la que había sido tu vida hasta entonces. Todo eso fue lo que dejaste para poder empezar aquella etapa que te llevaría a ser en quien quieres convertirte. En cambio, yo no hice más que terminar la preparatoria en la que siempre fue mi escuela, con los mismos amigos y compañeros, con los maestros de siempre y sin saber bien a bien qué es lo que quería hacer en la vida. Hubiera sido más fácil para ti quedarte como yo y dejar para mañana lo que sería de tu vida, quién serías tú, pero no. En vez de aquello, elegiste el esfuerzo, el trabajo, la aventura y ahora todo ello ha rendido frutos perennes que hoy te dispones a saborear. Tú, Augusto, mi hermano, con quince años hiciste lo que yo con veintiuno no he podido hacer, porque no tengo razón para negártelo: aun ahora no sé qué es lo que quiero, ni sé en quién me quiero convertir. Mi único plan de vida, si es que se le puede llamar de tal modo, ha sido dejarme llevar por la vida cual hoja al viento, a la expectativa del nuevo lugar en que vaya a caer y esperando, sólo eso, a que algún día se me haga claro qué y quién quiero ser.

Por todo lo anterior, creo tener motivos suficientes para decir que el hecho de que te hayas graduado del bachillerato es un logro verdadero, porque no sólo implica el cierre de un ciclo, sino que significa que estás haciendo tus sueños realidad, que te estás convirtiendo en el hombre que siempre has querido ser y que no estás ya muy lejos de alcanzarlo. Y bueno, ¿qué puedo decir sobre tu promedio, el mejor de la generación? Nos has dejado boquiabiertos; no sólo a nosotros, tu familia, sino a tus amigos, incluso a tus profesores y con ello te has convertido en el orgullo de todos los mencionados, pero sobre todo debes serlo tuyo porque nadie te lo ha regalado, porque tú mismo comenzaste a ganártelo tres años atrás, cuando te diste a la búsqueda y encontraste, cuando fuiste valiente y emprendiste la aventura sin importar lo demás, cuando trabajaste de sol a sol para sembrar los frutos que hoy cosechas. ¡Salve, Augusto! Tienes nombre de César: has nacido para ser grande.

Hiro postal