Vida mosaica

 

La roca le cortó el paso mientras avanzaba confusamente entre los escombros. La apartó del camino. Necesitó un momento para recuperarse. El esfuerzo de mover el bloque había enrojecido su cara y nublado su entendimiento. Hilos de sudor revelaban la carne bajo el polvo. Los oídos le zumbaban todavía. Era su canto de despedida: cuando el silbido se fuera, nunca más escucharía el tono. Sus ojos sólo veían fragmentos. En cuanto el tumulto se le hizo visible, el perseguido se levantó a traspiés y huyó. El bloque de mármol tenía pegadas aún algunas teselas: un soldado romano siendo derribado de su caballo. Su nombre ya no era legible y su guerra se había hecho humo, disipado por el viento con todo y sus demandas. Mil años, más de mil años, y seguía cayendo.

Los motivos de la paz

Los motivos de la paz

 

Para una sociedad en guerra quizás el perdón sea una buena noticia, en tanto suele considerarse benéfico el término de la guerra. A quién beneficie el término sólo dependerá de lo justo o lo injusto de la guerra, de si el término también trae justicia a las víctimas del conflicto. Si la justicia no está en el panorama, en cambio, el término de la guerra puede ser “benéfico” para muchos intereses, pero también es políticamente irresponsable. Supongamos, pues, que los intereses son legítimos: prosperidad económica, recomposición del tejido social, cambio de régimen. ¿Eso haría aceptable que las víctimas renuncien a su afán de justicia y acepten una amnistía burocrática? ¿La justicia se subordina al cambio histórico? ¿Qué es prioritario en lo político: la justicia o la paz?

         Hace sesenta años José Revueltas publicó su incómoda novela Los motivos de Caín. Incómoda porque nos coloca frente al problema del perdón y la justicia, de la paz imposible y la guerra intolerable, de la persona evaporada en la gigantomaquia de las ideologías… Una novela, pues, incómoda para los años 50, incómoda para nuestros tiempos.

         De manera general, Los motivos de Caín narra la conversión de un hombre moderno en una imposibilidad humana. Jack, el personaje principal, desertó del ejército estadounidense en la guerra de Corea tras ser arrastrado por el deber profesional a un crimen barbárico. Tras la deserción, Jack vaga por las callejas de Tijuana intentando comprender su situación. La incomprensión de la propia vida es paralela a la necesidad de perdón, a un arrepentimiento insatisfecho que anula el sentido de la vida. El otrora responsable soldado termina en medio de la podredumbre humana envidiando para sí el sentido de la vida que todavía tienen los criminales y las prostitutas de Tijuana, pues el arrepentimiento que él mismo ha experimentado por sus actos no le da la satisfacción de la justicia. El planteamiento de Revueltas es impecable: un criminal arrepentido es un criminal que ha perdido el sentido de su vida, sin justicia es imposible que la vida del arrepentido tenga algún sentido nuevamente. ¿Qué impide la justicia?

         El primer impedimento para la justicia del arrepentido se encuentra en la falsificación humana de la modernidad: el crimen no es mera inclinación a la maldad, sino resignificación del sentido propio en los límites de la heteronomía. Finalmente cristiano, el trotskista Revueltas interpreta el origen del crimen no sólo en la convención social, sino en la falta de sentido natural de la organización humana: el hombre caído no reconoce ley natural alguna, de ahí que la supervivencia de su situación económica lo conduzca con facilidad al crimen. Sin resolver el asunto de la ley natural, el novelista nos muestra que el crimen de Jack es tan inevitable como involuntario: el hombre moderno no sólo carece de una orientación natural respecto a lo bueno, sino que su condición histórica lo impele a cumplir con lo correcto, aunque lo correcto sea criminal. ¿Acaso es un crimen que un soldado en plena guerra torture y mate al enemigo? Desde la corrección burocrática no lo es; desde la ley natural dependería de la justicia de la guerra. Si el mundo moderno no puede determinar guerras justas, todo asesinato bélico es correcto en tanto se ampare en un reglamento; el crimen siempre será imperdonable.

         El planteamiento literario de la novela le da un giro interesante al problema del perdón y la justicia, y con ello nos muestra el segundo impedimento. El autor se nos presenta como aquel que transmite algo semejante a unas memorias incompletas, fraguadas en la mesa de un bar tijuanense, o a una confesión insatisfecha, nacida en la solitaria oscuridad de la culpa. El relato de la historia de Jack es deliberadamente incompleto: el autor no juzgará al personaje. Ni el culpable, ni el que nos cuenta la culpa, ni el lector, juzgan plenamente al personaje. La vida del criminal aparece tan carente de límites como las personas nos aparecen muchas veces en la vida cotidiana. Sabemos lo que pasó, conocemos nuestras propias culpas, pero no siempre imaginamos a dónde llegarán las consecuencias de nuestras acciones. Los hombres modernos estamos, como Jack, siendo contados por novelistas que no conocen toda nuestra historia. Ir más allá, advierte Revueltas, sería poetizar… Las posibilidades de la justicia no están tan sencillamente en nuestras manos. Lo que ha quedado en nuestras manos carga culpas inevitablemente. ¿Qué hacemos con ellas?

         Los motivos de Caín es una novela recomendable para una sociedad en guerra que no sabe qué hacer con sus culpas. Cuando un conjunto social se alista a disputar ideológicamente su propia fisonomía, vale pensar a dónde nos llevan las ideologías, cómo nos enceguecen, de qué manera enardecen los ánimos para pelear, por qué nos inculpan, para qué nos llaman a olvidar. Creo que es bueno perdonar criminales, pero la injusticia no se acaba con un decreto, sino con el resarcimiento del daño. Las víctimas piden justicia en este mundo, el mundo de siempre, el mundo en el que andamos nuestra historia incompleta. Las ideologías creen en el poder de cambiar al mundo, creen conocer la historia completa.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El pasado miércoles, Rodrigo Aguilar Martínez tomó posesión de la diócesis de San Cristóbal. Aguilar Martínez se enfrentó al grupo que protegió a Nicolás Aguilar en Tehuacán, al grupo de Norberto Rivera. ¿Así o más solo el cardenal Rivera? 2. De risa loca. Así nuestro periodismo crítico. La señora Dolia Estévez, recordada por inventar el contenido de una conversación presidencial, publicó una «crítica» a la tesis de doctorado en Economía de José Antonio Meade. La «crítica» fue escrita sólo para agradar a las audiencias, hacer escandalito y dar material a los de siempre. En la crítica se pueden encontrar juicios como «nerd obsesionado con un tema esotérico», que por provenir de una representante del periodismo «libre» está fuera de duda su dejo discriminatorio. O sentencias de sintaxis caprichosa como «Meade pudo haber aprovechado su estancia en Yale para abrir una grieta sobre su opacidad a través de la cual filtrar una tesis que hablara de su compromiso con México», que seguro tendrá que ver con algo (quizás una grieta), aunque la pobre redactora no sepa ni con qué (ni de la grieta). La mayor «crítica» a la tesis es que no habla de México y que el sustentante no previó que los reglamentos discutidos en la tesis serían derogados años después. Obviamente, el mexicano debe hablar siempre de México y tomar tequila y llorar como Pedro Infante. Obviamente, para ser presidente se requiere conocer el futuro, de lo contrario ¿cómo sabría qué decisiones tomar? La combativa periodista denuncia, además, que Meade recibió mucha ayuda de su asesor (¡tómenla, tesistas!). Vaya, una «crítica» de antología. Si usted es periodista urgida de atención, no deje de leer a Estévez, que algo le aprenderá. 3. Es un rumor popular: este año hubo otro gasolinazo. El rumor se preparó desde noviembre, cuando algunos seguidores de cierto político dijeron que habría un gasolinazo. En vacaciones, como siempre, ciertos medios aliados a un cierto político confirmaron que en enero habría un gasolinazo. Ahora, se ha difundido el rumor de que hay gasolinazo. ¡Pero no aumentó el precio de la gasolina! ¿A quién conviene el rumor? Responde Enrique Quintana. 4. Vaya semana para ser agorero. El jueves, en una entrevista con El Universal, el expriista, exparmista, experredista, exfoxista, expetista, exmancerista y actual morenista, Porfirio Muñoz Ledo previó un «golpe de Estado» en la elección de julio próximo. ¿En qué funda su previsión? En nada. Junta la Ley de Seguridad Interior con el alegato lopezobradorista de fraude y a eso le llama golpe de Estado. Según Porfirio, si hay compra del voto, habrá fraude; si no hay fraude, habrá golpe de Estado, y si miran sus sandalias, habrá tabla. ¡Ah, qué sencillo! Todo antes que aceptar la derrota. Así ha sido la vida de Muñoz Ledo, saltimbanqui profesional. Y el mismo día, pero en Reforma, el doctor Lorenzo Meyer lanzó el siguiente huesito para beneplácito de los carroñeros: «El régimen político actual no es el de hace medio siglo, pero tampoco es el democrático que demandaron los entusiastas inconformes del 68. El de hoy es un híbrido disfuncional y que mantiene vivas en su esencia, muchas de las razones que dieron origen a las movilizaciones del 68 y a su desenlace. Hay pues que reexaminar el 68 para profundizar en la naturaleza de ese conflicto so pena de volver a tropezar con la misma piedra en su cincuentenario». Ah, qué memoria tan veleidosa, don Lorenzo. ¿No se acuerda que algunos de esos inconformes han estado en cargos públicos en los últimos 25 años (como el culiatornillado a una curul, nunca ganador de una elección, Pablo Gómez, quien tomó su primera curul en 1979 y desde entonces no ha dejado de «ser gobierno»)? ¿No se acuerda que muchos de ellos hicieron las paces con el priismo a cambio de una plaza en el sector público (esas plazas ahora incosteables para el ISSSTE)? ¿No se acuerda que los priistas de entonces ahora andan en Morena? Cierto, hay que reexaminar el 68, pero como advirtió Luis González de Alba: para reconocer que hace mucho se ha perdido el verdadero espíritu de alegría del movimiento. Qué tiempos para ser agorero. 5. Cuestionada por la campaña contra El Colegio Nacional, Concepción Company Company respondió certera: «Si me dicen que entré a El Colegio Nacional, a la Academia Mexicana de la Lengua, o que me hicieron emérita en la UNAM por una cuota de sexo, en este momento yo, automáticamente, regreso los nombramientos porque me insulta como mujer».

Coletilla. Un día como hoy, pero hace 9 años, me tocó iniciar las publicaciones del blog. ¡Ya son nueve años! Que siga tocando la banda…

Ciudad partida

Partieron de la democrática idea, los recién revolucionados, de pensar que por fin podía decirse lo que se pensaba y debatirse lo que se defendía. Se agruparon tras los discursos y se ofrecieron razones a caudales. Cuando Porfirio Díaz acababa de dejar el poder en el México del joven siglo XX, se vivió un momento de inusitada apertura. Los grupos con diferentes intereses y posturas políticas empezaron a aparecer por montones. Durante el poquito tiempo que Madero presidió al país, muchas diferentes corrientes además de la que ejecutaba el poder se hicieron sentir hasta que pareciera que todos los que contaran con una opinión podrían ofrecerla a la consideración seria de sus conciudadanos. Públicamente, estas corrientes se proclamaron como distintas convicciones al respecto del mejor modo de gobernar y de la mejor vida a la que aspirar: el Constitucional Progresista, el Colectivo Nacional, el Popular Evolucionista, el Liberal Rojo, etcétera. Estos proyectos políticos pretendieron ser partes de una comunidad política que dialogara, deliberara y tras la confrontación, eligiera qué conviene más hacer. De ahí que a éstos y a los que les siguen se les llame partidos políticos.

La democracia no reconoce el mérito de los hados sobre el mérito de la elección, ni el de la casta o abolengo sobre el de la voz o el acuerdo, ni mucho menos el de la hacienda sobre el de la ley. En comparación con otras formas de gobierno, en la democracia la elección radica en una mayor cantidad y diversidad de personas. Por ello, su vida política es efervescente y también por ello, la comunidad democrática está necesariamente partida. Antes de la alarma del sensacionalista: no todo lo partido está en guerra consigo mismo. El lenguaje español es brillante en este punto: las partes que son comunes se comparten, y se participa en cualquier conjunto del que se es una parte. Esta cercanía de las partes que somos, nos permite con-sentir la existencia del otro, sentir compasión, imaginar su dolor y su placer: nos permite amistarnos. La comunidad democrática vive la amistad a través de la palabra que comunica sus partes. Así, los partidos políticos pretenden, en principio, asentar la amistad posible entre la diversidad de la palabra. Diversidad que no es variedad por el placer de lo distinto, ni por la emoción del capricho; sino más bien diversidad en que se admite la dificultad de hacernos bien. A través de este ejercicio del debate y la búsqueda seria de la expresión clara de convicciones políticas, llega a unir a la comunidad, si no otra cosa, la elección de tal unión en la búsqueda. La comunidad partida está de acuerdo en que todos sus miembros pueden ejercer su voz buscando la mejor vida. Inclusive en una comunidad de tamaños inconcebibles, la representación ministerial pretende (insisto, en principio), reconocer la voz de cada miembro y con ello, permitir el ejercicio libre de la ciudadanía.

La voz sin significado es otra cosa, no voz. El discurso sin razón es también otra cosa. Ambos son usos perversos de la palabra. El hombre no puede ser cualquier cosa y no puede hablar bien de cualquier modo tampoco. La confusión de la razón provoca fracturas a lo largo de todo el tronco político, lo va secando y debilitando. El discurso se obscurece. En una democracia así obscurecida, la natural turbulencia se torna ciclón. En este blog lo ha leído el lector, de varias voces además de la mía: la política se nos ha vuelto tiránica y el gobierno degenera en administración de la violencia. No es escándalo (aunque sí merezca alarma), sino llamado: hace falta sentido, hace falta razón. Y se nota: una democracia cuyos ciudadanos eligen a sus ministros sin deliberación, cuyos comicios son comedia, cuyos debates no tienen pies ni cabeza, cuyos partidos están convencidos de mucho pero nunca de convicciones políticas; una democracia así, es otra cosa. No sé si en el pasado, cuando el ánimo de libertad abrazó a los recién revolucionados, los partidos políticos fueron diferentes; pero sé que nuestros partidos políticos no tienen dirección ni programas para un orden que busque el bien. Sé que son grandes negocios y que a sus miembros no les interesa la ley sino por cuanto no caiga pena sobre ellos. Sé que no tenemos candidatos a ministros que entiendan su papel; que cuando discurren no dialogan y que no lo hacen ni cuando dicen dialogar; que declaran estar en guerra unos contra otros, y que se nombran ganadores al recibir la corona del más alto porcentaje, como si fuera éste un premio personal; y que se ufanan de pisotear al que llaman vencido con plena ostentación de su violencia. Y quienes a ningún puesto aspiramos, de todos modos seguimos el mismo juego ya en la acedia, ya en la desidia, ya en la indignación. Nada puede defenderse cuando no se piensa nada. Ningún deseo es justificable en la mudez (que no es lo mismo que silencio). Vemos la representación de la guerra y mantenemos el simulacro si descuidamos la palabra. Y eso pasa diario, pero aun más conspicuo es durante las campañas de los «políticos» de los partidos en sus promesas, sus actos y muy importantemente, en sus apelaciones a lo que saben que quiere quien los oye. Los partidos políticos no están poblados de gente superior (eso sería antidemocrático), sino de gente común y corriente. El deseo que atrae a sus partidarios es igual de común y corriente: el deseo de poder. Pero no pueden conservarse al mismo tiempo la ciudadanía y la voracidad por el poder. El orden sin idea del bien, la agitada vida pública sin verdad, la normalización de la mentira en el discurso, la seguridad y la hábil administración de los recursos en la censura y la opresión, no apaciguan la violencia; ésta sigue de cerca hasta al conformista y al obediente. Por ello estamos partidos. Toda democracia lo está; pero nuestra fractura es la que separa a los enemigos. No hay peor mal para la comunidad que la enemistad. La barbarie arruina la ciudad: empieza hendiendo una fractura, pero tarde o temprano, la parte.

Silencio privado

Silencio privado

 

Una vez más tenemos frente a nosotros el mismo problema y una vez más le vamos a dar la vuelta. Cierto, no es correcto que un periodista –mucho menos siete- sea asesinado. Cierto, la respuesta de los administradores es insuficiente y se anticipa ineficaz. Y también es cierto que los periodistas son sólo un gremio y que no parece justo un trato privilegiado a un segmento de la población cuando en este territorio de guerra y muerte sólo nos iguala el bautismo de las balas y el olvido de las fosas. Pero no por ello es cierto que el responsable de los asesinatos sea el “narcoestado”. Ni es cierto que el presidente Peña sea el culpable de la muerte de los periodistas. Ni mucho menos es cierto que cambiando el modelo económico, o con “honestidad valiente”, o con mejores leyes, los periodistas ya no serán asesinados. Ninguna respuesta gubernamental tendrá éxito donde no hay Estado, así como ninguna reforma moral será posible donde no hay comunidad. En el régimen de la escasez el crimen es el único modelo económico; aunque puede pertenecer a la iniciativa privada –modelo estadounidense-, puede ser estatalizado –modelo del socialismo del siglo XXI-, o puede ser un régimen mixto –modelo Revolucionario Institucional-. Nuestro exterminio será inevitable; nuestra supervivencia caínica. El problema, insisto, es que no hay comunidad y sin ella ningún fratricidio puede ser legalmente sancionado. Donde la ley es imposible sólo salva el aniquilamiento.

         Podría suponerse entonces que el asunto de los periodistas asesinados se subordina al problema general de la ausencia de comunidad, que el asesinato de un periodista sólo es un pretexto más para hablar nuevamente de lo mismo de siempre. Pero no es así del todo. Creer solamente eso es errar el punto y dar nuevamente la espalda a lo importante. Afirmaré lo que para muchos es una clara exageración: sólo se necesitan periodistas en la sociedad democrática. O dicho de otro modo: para que una sociedad se mantenga democrática cuando su número de miembros excede el límite natural de la vecindad es necesario el periodismo, pues sólo por su mediación es posible lo que –en una frase insuperable- Daniel Cosío Villegas expresó como ideal: hacer pública la vida pública. Cuando el periodismo torna en militancia ideológica, o en publicidad corporativa, o en propaganda oficial, no forma comunidad, sino que la debilita y la falsifica. Y la reacción del gremio periodístico ante el asesinato de un colega puede ser lo mismo formadora de comunidad, que destructora de ella. Usar el asesinato para avanzar la agenda del intolerante opositor eterno, culpar al presidente de todos los asesinatos, o esparcir el rumor de la censura omnipresente, no es en modo alguno construcción de comunidad, sino posicionamiento público de una convicción privada, posibilitación de la resolución sectaria, grilla antipolítica. Los periodistas no actúan necesariamente con miras en la política.

         ¿Qué hacer? Propongo –raro en mí- tres acciones. Primero, no olvidar lo que nos enseñó 2011. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad visibilizó a las víctimas y las puso al centro de la vida pública; en tanto el poeta Javier Sicilia nos mostró que es posible demandar justicia con gravedad y sin rencor. ¿Qué lugar ocupan ahora las víctimas en los medios? ¿A qué periodista le siguen preocupando esos casos del infierno personal, frente al aquelarre seductor de un gobernadojete corrupto? La estrategia mediática de la administración de Peña Nieto fue desviar la mirada de las víctimas; casi todos los medios la siguieron y ahora nos sorprende nuevamente el terror. Las historias de las víctimas se acumulan y ya hasta olvidamos cómo contarlas. Segundo, cambiar el uso de las tecnologías: lo importante políticamente no es la publicidad del medio, sino la información comprobada –no importa la primicia, Carlos; no importa el escándalo, Carmen; no importa el ánimo del presidente, Pascal-. Ninguna víctima será hashtag; retuitear a Epigmenio cada día 26 no localizará a los 43; la historia de ninguna víctima se gasta en un tuit. Y tercero, olvidémonos de la desmemoria. El demócrata se informa más allá de la tendencia. Para hacer público lo público, se necesita claridad privada. El demócrata debe estar atento y lúcido entre el boletín oficial y el trascendido, entre la candidez de la propaganda y la malicia de las fake news, entre la convicción militante y el escepticismo ácrata. Y si para el demócrata nada tienen que hacer las víctimas en lo público, nada tendrán que hacer los periodistas en la patria. La demagogia siempre triunfa en privado.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El abogado de los padres de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa presentó un panorama de la trayectoria del caso. Los padres retiraron su plantón afuera de las oficinas de la PGR tras llegar a un acuerdo para atender las cuatro líneas de investigación señaladas por el GIEI. 2. «Lo que agoniza puede pervivir en una larga crisis donde lo primero será ignorar la disfuncionalidad, la inoperancia» dice Roberto Zamarripa. 3. La alianza entre Rayito de Esperanza y la Maestra se sella sobre una sabrosa historia de la que Raymundo Riva Palacio muestra algunas escenas: la incompatibilidad entre Elba y Videgaray, la alianza entre Miranda Nava y la CNTE, o la cercanía de los salinistas al morenaje. 4. El pasado miércoles, la profa Delfina, candidata de Morena al EdoMex, calificó de fascistas a los opositores venezolanos. Nadie se llame a sorpresa, que no es la primera vez que la gente de Morena defiende la dictadura de Maduro. Hay quien vive la pesadilla ajena como sueño propio. 5. ¿Cuál es el papel de las iglesias en la elección del Estado de México? Lo responde Bernardo Barranco. 6. Y por último, la historia de un traficante de influencias que se nos casa.

Coletilla. El pasado lunes 15 de mayo de 2017 dejó de transmitirse, tras sesenta años continuos de radiodifusión, el que probablemente sea el programa radiofónico más transmitido en México: La tremenda corte. Las madrugadas ya no serán las mismas para los que nacimos viejos.

Señales de humo

El calor del alba se le impuso como la necesidad. No lo había sentido tan intolerable en mucho tiempo. Apagó el radio cuando el reportero cambió al tema de algún nuevo desfalco millonario. No le interesaba. Los detalles ofrecidos sobre el incendio de madrugada en el parque de diversiones lo habían dejado tan satisfecho como había deseado: eran pocos y eran magros. Rebosaban de esa seguridad que sólo la ignorancia puede dar. Refrescante, el aire templado de la mañana se dejó sentir por fin, entrando por la ventana de la camioneta, despejando el olor del reciente racimo de cigarros; pero más refrescante aún fue la risa suspirante del alivio que se le extendió desde el pecho hasta las puntas de sus dedos. Aún dolían, pero eso ya no parecía tan malo: seguramente requerirían tan sólo un poco de pomada para las ampollas y descanso propicio para cicatrizar, y con eso estarían listos de nuevo para apretar ahí donde la tenacidad se vence. «Alguien dijo que las acciones eran manantiales de infinitas series de efectos ‒le dijo a su mudo copiloto, con esa voz cadente que cuidaba cada tono con esmero‒, mira bien que las traiciones son así, nomás que el manantial mana gasolina».

Ojos que no ven…

Se dice que en tierra de ciegos, el tuerto es rey; pero en esta tierra a ver quién le hace caso al tuerto porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.