‘¿De dónde has venido, mi gran amigo, el sabio?’
Mas inconvencible como era, lo despidió:
tan cambiado como estaba no pudo por su voz reconocerlo.
-Wilhelm J. Murray, en Many a Humane Story
Por A. Cortés:
Hoy quiero hablar de algo de lo que con mucha inseguridad empiezo a decir mi opinión, y como me siento temeroso por no darme a entender, haré una pequeña desviación a modo de analogía, con la esperanza de que eso me envista de la claridad que sospecho me falta. Hace meses se estaba diciendo por todos lados (en los ambientes académicos, por lo menos) que había que defender a la filosofía, porque estaba amenazada por las reformas educativas que tenían como malévolo fin convertirnos en títeres esclavos de la máquina capitalista come-almas y escupe-dinero. Me pareció muy curiosa la forma predominante en la que se comprendía la posibilidad de hacer esta defensa, y esto tiene que ver con la comprensión que se tenía del ataque. Se decía que la filosofía estaba por ser quitada de todos los programas de educación, o de golpe, o de a poco, porque no era para nada productiva y la educación tenía que ser práctica. Los defensores decían de muchos modos diferentes: “¡No es cierto, la filosofía no es para nada impráctica ni inútil! ¡La filosofía es lo más útil que hay porque de ella se deriva toda la utilidad postrera! ¡La filosofía hace que nazcan las prácticas, ella es la más práctica!” Y me parecía que tal defensa estaba destinada al fracaso. Me pareció que era sencillo ver cómo fracasaría porque decir que la filosofía sí es o puede ser práctica es mentira más o menos evidente: la filosofía sí es inútil. Es inútil e impráctica. La defensa sólo la podría hacer quien mostrara bien por qué no es idéntico lo práctico a lo valioso, o a lo deseable, y por qué no basta con decir que algo es inútil para decir que no lo necesitamos o queremos. Ésa sí sería una defensa: claro, la filosofía es inútil, pero es valiosísima.
Ésta es mi analogía, porque algo así es lo que espero -aunque con esperanza ingenua- que suceda con los cambios que harán a la ortografía española. ¿Por qué la analogía, según yo? Porque los cambios que están por hacerse a nuestra orto-grafía están todos impulsados por un afán de hacer más sencilla la manera en la que escribimos, y todos (o la mayoría) son cuestiones prácticas. O se proponen para que la regla no vuelva a confundirnos, o porque muchos no la usan, o porque la mayoría lo hace de tal otro modo. Y hay “escritores” que dicen que no hay problema. Y bueno, si notando los cambios tratáramos de argumentar que nos van a meter en muchos conflictos, no lograríamos convencer más que a los que ya estaban convencidos desde antes. Por ejemplo, con esto de que serán removidas las tildes diacríticas de “este” y “esta”: si yo argumento para defenderlas que son muy necesarias y prácticas porque tenemos muchas ocasiones de ambigüedad en las que es imperativo saber si se trata de éste o de este asunto, estaría exagerando. Sí hay situaciones ambiguas, por supuesto, pero también las hay cuando decimos “Ven, para esto que quiero”, por decir algo (y aunque a mí me encantaría que “para” se escribiera tildado cuando se trata del verbo, como acento diacrítico, eso está ahora más lejos de pasar). También está quien dice: “Vine solo a verte”, que ahora no se distinguirá de “Vine sólo a verte”. Sin embargo, tienen razón cuando dicen que la mayoría de las ocasiones los podremos distinguir por el contexto.
No, la razón por la que son deleznables estos cambios ni siquiera pienso que alcance su profundidad en cada cambio particular que se hará. Va más allá: son repudiables por sus motivos, y son repudiables porque la práctica y la facilidad no deberían de ser criterios suficientes (tampoco los desacredito por completo) como para realizar un cambio ortográfico. ¡Si la ortografía es la manera correcta, no la manera mayoritaria-que-a-más-mensos-tiene-contentos! No sé si es muy visible por qué no tiene caso cambiar la ortografía por la práctica y la facilidad, pero por lo menos a mí me parece muy evidente que en el habla hay belleza. Las formas del bien escribir son una expresión de la belleza de la palabra, y las diferencias y los juegos con las posibilidades de la buena escritura son modos en los que se nutre, entre los lectores y escritores, ese sentido de lo bello en la palabra. Escribir y leer no son trámites. La voz es bella porque puede llegar a hablar bien de las cosas, y desdeñar la belleza del lenguaje, ignorándola como si fuera parte de un cuento de niños, es signo de gente decadente. La decadencia del latín no se vivió con los cambios tecnológicos que tenemos nosotros, pero separó con mucha evidencia al latín culto del latín echado a perder (y lo digo pensando bien la expresión). Nosotros, con la velocidad de nuestros cambios y nuestro amor por la innovación, ni siquiera nos quedaremos con español culto con qué contrastar: es la misma Academia la que puede decir sin tapujos que, como la computadora es ahora más utilizada que la pluma, ya no hay por qué ocuparnos de diferenciar la o del 0. Como dijo Platón que Sócrates recordaba que decían por allí: lo bello es difícil.
Esperaría me perdonasen los muy prácticos liberales que, con aqueste desenfreno airado en defendiendo al español que busca hablar con belleza, hubiera yo vulnerado sus orgullos -ya por ellos mismos rebajados-, si no supiera que por mucho yacen allende tal dignidad.
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