Poder

Desde tiempos inmemoriales ha habido hombres ávidos de poder que dejan todo y todo sacrifican con tal de tener lo que promete felicidad duradera, lo trágico es que no se dan cuenta de los cuidados que necesita el bien anhelado. Porque si bien es cierto que promete algo duradero, también lo es que el poder perece a manos de alguno más poderoso que el primero.

Maigo

Ratones de biblioteca

Cuenta la leyenda que publicó un gringo en una página que leí por ahí, que uno de esos estudios que siempre se realizan en la universidad del estudio y de los que se deducen implicaciones contundentes que configuran a placer la dura ciencia dura de la verdad; que hubo una vez una muestra larga de ratones atados a esos cables coloridos que miden los invisibles rayos energéticos del deseo que se encuentran transitando todo el tiempo a través de la compleja y más rápida red de comunicaciones que jamás haya transitado espíritu alguno: la neuronal. Estos pequeños mamíferos que por casualidad (aunque como todos sabemos en la ciencia actual la casualidad se viste con las joyas más hermosas de la necesidad), se parecen en mucho a los seres humanos, se vieron sometidos a la posibilidad de liberar de esas sustancias que contienen el placer en sí mismo directamente a los receptores cerebrales con tan solo activar una especie de interruptor. Suena al sueño de cualquier humano, ¿no? Bueno, los científicos que realizaron el experimento (según este gringo que ha de gozar de cierta fama en su país) tuvieron la puntada de agregar a la ecuación un interruptor adicional que al ser activado por los inteligentes animalitos (que no son tan inteligentes como para superar la prueba del espejo, y quien no la supera es uno con la Naturaleza y nada más) les libera, directamente a sus platitos rosados hechos en china, un poco de alimento. Según cuenta la leyenda que le vengo ofreciendo en esta ocasión, los ratoncitos con el tiempo se hicieron adictos al placer de la sustancias naturales que les inyectaba la maquinita operada por el primer interruptor, a tal grado que dejaron de activar el segundo y eventualmente murieron de hambre. Ahora bien, después de esto se seguía, lógicamente (con esa misma lógica que usan los pedagogos para hilar premisas con conclusiones necesarias como se muestra en la ilustración más adelante) que los seres humanos tenemos la misma tendencia (a pesar de superar por mucho la prueba del espejo que es por naturaleza la más fiable muestra de nuestra individualidad y de la posibilidad que tenemos de escupirle en la cara a la Naturaleza diciéndole que no somos ella, y por ende que somos un ente libre que elige libremente porque leemos ) de ser consumidos por el placer gracias al celular. Resulta que es bien evidente que el conocimiento da placer (que está encerrado en capsulitas de las mismas que se inyectaban los ratoncitos yonquis del ejemplo) y que a la hora de ver nuestro celular “conocemos” información antes desconocida, como si tenemos un nuevo E-Mail, un tuit de algún famoso o un nuevo estado de Facebook de nuestra exnovia. Se sigue así que el teléfono móvil nos esclaviza a su dosis diaria y repetitiva de placer, impidiéndonos así prestar atención a cosas más importantes como leer. El título del artículo del que saqué este cuento de hadas era algo así como “¿Por qué ya no podemos leer?” y sí, he de admitir que comencé a leerlo por puro morbo previendo que me iba a encontrar alguna mamada desas que les encantan a los duros intelectuales mexicanos, pero jamás esperé encontrar a un gringo hablándome de ratones y de cómo al dejar de revisar su correo, ahora ha recobrado el hábito de la lectura que había perdido escandalosamente (de leer cerca de cuatro libros al mes, el año pasado, en el presente, no había logrado terminar uno entero). Ahora que, espero, hayan sentido el mismo placer que tuve yo al (re)conocer esta información, confío y apuesto mi cordura a que no dejarán de comer nunca por leer entradas de blogs científicas como ésta (la mía, no la del gringo, esa no la lean).

¡¿En serio?! ¿¡De verdad!? ¿Habrá quien se coma estas patrañas? (seguro sí) Entiendo que un morboso como yo pierda su tiempo y se entretenga en el sentido más despectivo del término leyendo burradas de este estilo (pero todavía no dejo de comer por hacerlo), pero me parece bien fantástico que el autor, en primer lugar, sea el primero en creer lo que escribe. En segundo que haya gente que le comente positivamente y que recomiende la lectura, y en tercero me parece sorprendente que haya quien haga una entrada entera de un blog enfocada a hablar sobre una entrada de un gringo imbécil. En fin, en mis tiempos uno era huevón, perezoso o burrito, como dirían ciertos locos, y por eso no leían, no inventaban cosas como que las sustancias placenteras le impedían prestar atención a una cosa importante, quisiera yo ver al gringo este enfrente de un león hambriento, sacando el celular por ser adicto al placer que le da el conocimiento de su correo electrónico. Las cosas importantes son así, no dependen de si estamos condicionados o somos yonquis o nos falta una mano o un pie. Bueno, la lectura es evidente que no es nada importante, lo repito, de las miles de cosas importantes en este mundo de las que podemos participar, como es la experiencia del amor, o el buen vivir, la lectura caería incluso después de la salvaje y vulgar necesidad de comer. Que no me vengan a decir los intelectuales gringos y mexicanos que la lectura nos liberará de ser mamíferos, digo de ser como los ratones de laboratorio, o que leer es lo mejor que se puede hacer con el tiempo libre, o que el que lee vive mil vidas y el que no solo una, como si uno quisiera vivir como esclavo más de una vez bajo la tiranía de la Naturaleza (esto último me lo enseñó una canción). La lectura no sirve de nada, es aburrida, horrible, tediosa y nadie quiere practicarla. Me parece aberrante, dicho sea de paso, esta necesidad que se predica por ahí de darle un propósito a la lectura, los textos de “para qué leer” abundan y los que dicen los beneficios de la lectura también, creyendo muy en el fondo que el hombre necesita una recompensa para llevar a cabo las cosas o si no jamás las realizará. Ya más adelante publicaré una entrada sobre lo que pienso acerca del “para qué leer” solo estoy esperando que pase algún tiempo para que nadie se sienta aludido con mi comentario al respecto. Si alguien está interesado en perder su tiempo leyendo el artículo al que me refiero, puedo publicar la liga en un comentario, pero preferiría no hacerlo para no darle promoción. En fin, para terminar me despido con dos divertidos silogismos:

El ratón es mamífero
El hombre es mamífero,
Luego, no podemos leer porque el celular nos da placer y no nos deja concentrar.

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Tan fea como el hambre.

De golosos y glotones están llenos los panteones

Se dice que no hay nada más feo que el hambre, el horror de un estómago vacío, que se agita y ruge sin cesar en solicitud abierta y constante de alimento, difícilmente puede ser superado por alguna otra imagen. Por terrible que nuestra imaginación presente ante nosotros a monstruos y quimeras, éstas nunca superaran al despertar que ocasiona el hambre, suceso capaz de hacer que nos movamos y nos alejemos de ensoñaciones y monstruosidades.

Quizá debido a la terrible tortura física que significa el hambre, es que la imagen de seres hambrientos es tan útil para mostrar la miseria humana. Tan miserable es aquel que no tiene para calmar la violencia de su estómago, como el que es incapaz de calmar la violencia de su alma.

Quien no come, sucumbe ante el hambre, y en ocasiones es por ella que justifica los actos más reprobables sin que esta justificación sea válida del todo, pues aún cuando Jean Valjean roba motivado por el hambre, ésta es incapaz de redimirlo a los ojos de su perseguidor, y en última instancia a la mirada de sí mismo.

De igual manera quien sucumbe ante las pasiones de su alma y actúa injustamente pensando que no puede dominarlas, no encuentra redención en mostrarse como un ser que padece y que se ve movido a hacer algo reprobable. De hecho el juicio que se hace sobre quien no es capaz de actuar justamente a pesar de sus pasiones, o de su hambre, será siempre el juicio sobre el modo de ser del juez y del juzgado.

En un caso el hambre y las pasiones fundamentan un acto, en el otro son incapaces de justificarlo; sea cual sea el juicio, queda de entrada claro que cualquiera de los dos casos el hambriento y el apasionado son vistos como seres incontinentes, sólo que en el primero la incontinencia es ingobernable por lo que no se elige dejarse llevar o no por el hambre, y en el segundo se elige actuar conforme a lo que se desea, ya sea alimento para el cuerpo o para un ego desmedido.

Cuando la incontinencia del que actúa injustamente es vista como la gobernante que somete al hombre, entonces el que juzga al hambriento o al apasionado que comete una injusticia, siente conmiseración y busca que el otro se rehabilite de tal manera que pueda seguir dando rienda a sus deseos, pero sin afectar a algún tercero. Cabe señalar que ésta rehabilitación parte del supuesto de que el incontinente está enfermo, lo que lo libera de toda responsabilidad sobre lo que hace o deja de hacer, de modo que ésta se ha de buscar evitando dolor a quien ha hecho algo injusto.

Pero, cuando se rechaza del injusto la justificación de sus injusticias fundamentada ésta en el poder excesivo de sus pasiones o su hambre, se ve en éste al responsable de lo que hace, es decir, se ve a un hombre que habiendo podido gobernarse decidió no hacerlo, de tal manera que más que ser tratado como un enfermo se le ve como merecedor de un castigo que le enseñe lo bueno de corregirse, si no a él a los que se ven tentados a sucumbir ante sus pasiones.

A final de cuentas el juicio sobre el hambriento o sobre el apasionado que hace o deja de hacer depende en última instancia de la comprensión que se tenga respecto al poder y a los límites de las pasiones y de la voluntad humana, misma que puede mostrarse en la manera de saciar el hambre de los jueces y de los juzgados.

 

Maigo.