Entre la corona y las sandalias

Cuentan algunos cercanos a Julio, que cuando se hizo dictador vitalicio un amigo suyo le ofrecía en unos juegos la posibilidad de coronarse rey de Roma, los recuerdos, en torno a Tarquino y otros reyes que antes de la república ya habían caído, muy probablemente llevaron a César a rechazar el nombramiento.

Fueron más los recuerdos en el pueblo que el propio deseo lo que condujo al nuevo gobernante a rechazar tal nombramiento.

César no era un rey, aunque su nombre después designaría a quienes actuaran como tales al ostentar su herencia: un tiránico gobierno. Lo más seguro es que deseara serlo, porque algunos cuentan que no usaba la corona que le ofreciera Marco Antonio, pero calzaba unas botas que sólo eran propias de quienes como Sila habían ejercido el mandato.

Al rechazar la corona, Julio César era por el pueblo romano ovacionado, ya que se presentaba como un romano más, caminando a pie y preocupado por el bienestar de los romanos. Pero ¡ay! bajo la túnica portaba bien colocado el calzado, que marcaba sus pasos hacia su asenso como tirano.

¿Cuántos no habrá que rechacen coronas frente al populacho y que bajo trajes austeros lleven áureos calzados?

Maigo

¿Navi…dad?

Pensar en la cena, en el vino y los invitados, y especialmente en los invitados, también puede ser ocasión para renovar los rencores que se decían olvidados.

La cena se especia con las desconfiadas miradas, el vino se marida con amargas añoranzas y se bebe y avinagra mientras se habla de ánimos renovados, y de paz y amor, siempre que se deje a los otros olvidados.

Las reuniones navideñas, que hoy en día se celebran, forman comunidades, unen a los comunes y excluyen a los dispares, no difieren mucho de las redes sociales, donde se despotrica y maldice, pero sólo entre los iguales.

Cuando el centro de la cena era un pedacito de pan y no todo el fausto de hoy día el alma se nutría y lo que se formaba no era una comuna, era una hermandad. Pero el pan no llena a los estómagos siempre hambrientos, y menos a los tiranos que para los primeros trabajan atentos.

Añoro el pedacito de pan, tranformado en Cristo, porque eso de los rencores y los sinsabores de vivir en comunidad quedaba de lado, especialmente al ver en el otro al hermano y no sólo a un miembro de una sociedad.

Maigo.

Altruismo egoísta

Ayudar a otros para que el cerebro libere sustancias por satisfacción, es usarlos para sentirse bien, y sentirse bueno sin realmente serlo.

Maigo

Camaleón

Fue tan hipócrita mientras vivió, que al morir hubo que enterrarlo en varios cementerios.

Vísperas de Semana Santa

Las campanas se preparan, el sábado han de repicar; los maderos son talados, el viernes se elevarán; muchos panes son horneados, mañana se comerán. En algunas horas Jueves, Viernes y Sábado Santos se celebrarán.
Hay quien habla de la fiesta, de ayunos y de oración; hay quien habla de descanso, comilonas y excesos primaverales motivados por la pasión. Pero estas no son las únicas voces que cantan en el coro, el mundo no se divide entre impíos y piadosos, también hablan los críticos y escriben sin cesar, hablan de hipocresía e invitan a reflexionar.
Estas voces tan gritonas también hablan de revolución, cambian la piedad y la misericordia por burlas contra la oración, pretenden trasformar el mundo anunciando los horrores que lo dominan y culpando a quienes, a diferencia de ellos, no siguen a Jesús repartiendo pan y multiplicando la comida. Quienes ven en Jesucristo el cambio para una nación, olvidan que la sangre derramada en el Calvario sería un sacramento que alegra el corazón; que el pan convertido en carne y el vino trasformado en sangre traerían la salvación para quien sirve al prójimo sin acusar, y para quien actúa después de orar, y juzgar primero lo que hay en el propio corazón.
Mañana es Jueves Santo y las campanas se preparan, invitan al silencio y a levantar la mirada, nos dicen que veamos a Jesús sirviendo a sus iguales, dando consuelo en el suplicio y salvando nuestras almas con el perdón; las campanas nos invitan a ser sordos al escándalo de este mundo y nos piden abrir los ojos ante la misericordia de Dios.
Maigo

Inundación

Cuando se tienen las manos manchadas de sangre, la lluvia no alcanza a lavarlas, los ríos no pueden limpiarlas, y rojos se tornan por la muerte de los recién nacidos. La tierra se mancha y el aire se cubre con su rojo olor, el hedor de la muerte se respira por doquier y el aire que era limpio adquiere otro color. La sangre lo llena todo tras años de guerra, injusticia e indignidad, el calor nos recuerda a cada instante que bajo la tierra se han sembrado semillas que piden distintas cosas, unas quieren paz y otras desde las profundidades piden venganza con los gritos desesperados que se emiten desde las entrañas del olvido.

Se pide la lluvia, rogando por la vida de hombres y animales que van dejando sus restos en el desierto, y el cielo se apiada mandando agua suficiente para vivir, y otra tanta para lavar la mancha que tiene cubiertos a los hombres. Por desgracia esa mancha es tan grande y profunda que debe caer el agua contenida en todos los cielos, de modo que la sangre deje el lugar que ha ocupado y se lo ceda a la compasión que no es lástima y a la esperanza que no es vana ilusión.

Ojalá que con toda el agua que trae la inundación se vayan las iniquidades que nos impiden ir en el arca con Noé.

Maigo.

Ahora que Dios ha muerto…

Si preguntamos a una persona, de aquellas que suelen acudir a misa los domingos y cuyas lecturas no salen de las biografías que nos relatan las vidas de los Santos, qué es lo bueno seguramente nos responderá que bueno es aquello que se apega a la ley de Dios y que va conforme a las enseñanzas de Jesucristo, refiriéndose con ello al hecho de que bueno es ser justo. Siempre que justicia sea hacer el bien a los que son amigos y no hacer caso de lo que hacen en contra nuestra los enemigos.

Preguntando nuevamente qué tan en serio toman que el reino de los cielos no sea de este mundo, las personas cuestionadas contestarán que es precisamente por ello que Cristo nació entre los pobres y que murió por nuestros pecados.

Hasta este punto, las personas interrogadas nos dan la apariencia de ser seres piadosos y dispuestos a sacrificar lo que es propio de este mundo con tal de alcanzar el cielo.

Pero, si dentro de este grupo de personas, que afirma la no mundanidad del reino de los cielos, preguntáramos sólo a aquellos que se han esforzado en la vida como para alcanzar el éxito mundano que posee quien trabaja por poseer lo que todos desean y casi nadie alcanza, qué tan dispuestos estarían a renunciar a los frutos de su éxito para beneficiar a la comunidad a la que pertenecen, seguramente pocos dirían que sí, y actuarían conforme a lo afirmado.

Seguramente la gran mayoría de las personas que asiste a los ritos religiosos, se encuentra en el caso de que con la boca afirma lo que con el corazón niega, y esto no quiere decir necesariamente que sean hipócritas, más bien, nos indica que la idea de bien conforme a la que ellos viven es confusa, quizá debido a que la jerarquización de bienes conforme a la que responden ante las interrogantes planteadas tiene como prioridad el confort, tanto espiritual como físico.

La fe, ya no se hace presente más que en los actos públicos, pues quien trabaja demasiado con tal de tener éxito en la vida, no cree que haya un reino de los cielos que se pueda conformar con una vida comunitaria en la que todos los miembros de una sociedad vivan compitiendo sólo por aventajar en virtud a los demás.

Y es muy probable que esta ausencia de fe, y este modo de vida confuso sea lo único con lo que quizá podamos hacer algo por nosotros y la comunidad en la que vivimos una vez que Dios ha muerto.

Maigo