Respuesta ante la emergencia

Respuesta ante la emergencia

Durante el gran incendio en Roma, Nerón tocó la cítara, y pensó en que este suceso le ayudaba a transformar la capital del mundo, sería una transformación para bien y le permitiría mostrar su grandeza ante todos: con la construcción de una colosal estatua levantándose de las cenizas de edificios y personas.

Lo que no pensó el tirano del mediterráneo, es que su colosal proyecto tenía los pies de barro y que su gobierno caería, más que por otros, por propia petición a manos de un esclavo.

Lo que no pensó es que el buen recuerdo que quería dejar para la historia se perdería por la teatralidad, que lo caracterizaba, y pasaría al recuerdo de todo el pueblo romano como un loco incapaz de responder adecuadamente ante las emergencias.

Maigo

Nombres

Cuando era niño creía que el nombre definía el carácter de las personas. Una Lourdes era de tal manera, un Enrique de tal otra, y así sucesivamente hasta que conocía a otra persona con un nombre repetido. No podía creer que un (es mera suposición, la persona referida con tal nombre es un simple ejemplo, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia) Julián fuera una persona amable, y si lo era, algo raro estaba pasando en el mundo, mi concepción de la realidad se alteraba. Es cierto, una palabra tan independiente de todo significado como un nombre no define a las personas, pero cuando me presentan a alguien cuyo nombre puedo relacionar con otra persona que conozco, ya estoy predispuesto según la historia que pudiera relacionar.

Al parecer, el nombre no nace, se hace (excepto aquellos apellidos que sustituyeron a los títulos nobiliarios y significan poder y riqueza). Preguntamos a conocidos de la fama de alguien cuando tenemos o tendremos alguna relación importante con el mentado, como un negocio. Desafortunadamente ni un nombre compuesto por cinco elementos es singular. Dos mismas personas pueden compartir los mismos nombres y apellidos en una misma institución o empresa (sé de varios casos así). Ahí el nombre ya no se vuelve un distintivo, se confunden las características y se le da a uno lo que no tiene (o se le quita lo que alcanzó), sólo por confusión. ¿Cuántas personas no habrán logrado cometer fechorías y pasar impunes gracias a la repetición o repeticiones de su nombre completo?, ¿qué pensarán los padres que designaron cuidadosamente el nombre a sus hijos para que sea confundido y vilipendiado por culpa de alguien más? Peor resulta cuando por la culpa de varios, un nombre queda manchado; la injusta maldición de llamarse Bryan. ¿Un nombre nos permite conocer a alguien?

Un nombre no tiene significado, pero sí historia. En redes se pueden mostrar fragmentos escogidos de esa historia, o quizá sea más exacto decir una sucesión de cuentos que no terminan de volverse una novela. Un nombre nos permite intuir nuestra historia con otra persona. Un nombre no es alguien, pero sin el nombre, sin algo que nos permita sintetizar una serie de experiencias, no se podría evocar a nadie. Cuenta Montaigne que un hombre disoluto al saber que su acompañante momentánea se llamaba María pudo evocar la divinidad de la madre de Jesús y decidió regresar a su María a casa y dedicarse a ser una buena persona. Ahora, casi adulto, me doy cuenta cuánto le debemos a las personas que hicieron famosos nuestros nombres.

Yaddir

El gusano mentiroso

Había una vez un gusano temeroso viviendo en las cálidas tierras del trópico. El protagonista de esta historia temía a las aves que veía en el cielo, temía a los monos que de los árboles bajaban al suelo, temía de su sombra y su propio reflejo lo asustaba, éste le mostraba como alguien viejo, con la cabeza de algodón y el corazón debilitado por tantos berrinches hechos en la vida.

Cuando era joven se dijo estar cansado de tener miedo, quiso tener igualdad y presto trató de volar o de saltar pero nunca logró despegarse del suelo.

El gusano creyó que si no podía ser como los otros, los otros debían ser como él, pero ante todo creía que los demás le debían sumisión y respeto porque sus ideas eran grandes, aunque faltas de juicio porque todo lo veía al nivel del suelo, el gusano además de débil era miope y medio sordo, porque no escuchaba a menos que se agacharan para verlo.

El protagonista de esta historia estaba resentido por no poder salir del suelo, así que se decidió a formar un nuevo reino, con la promesa de transformar la realidad convenció a otros animales temerosos como él de que ya era hora de cambiar el orden y de dejar de gobernarse por el miedo, pero siendo gusanos aquellos que lo seguían tenían miedo de los animales grandes.

El gusano protagonista de esta historia, queriendo cambiar la narrativa decidió que había que denunciar e insultar al rey de la selva, y para atraerse a los animales grandes que le podrían ayudar a la causa se puso a tejer redes con melifluas palabras.

El protagonista de esta narración que se hace historia aprovechó las horas de sueño de animales como los gorilas, o los elefantes, o las hienas, ya que éstos en las horas de sueño se acercaban lo suficiente para escucharlo, es decir al nivel del suelo.

Deseando que el león ya no gobernara por violento, los animales acabaron con su trono y decidieron que el gusano sería más ecuánime, pero no contaron con que el miedo llevaría a un cambio nuevo en la historia que ahora se escribe, pues el gusano se sintió león y pretendió hacer su voluntad en contra de todo lo que es bueno.

El gusano más miedoso, porque ahora estaba en la mira de todos, decidió dividir a quienes por él derrocaron al anterior monarca, puso a los gusanos en contra de los gorilas, de las hienas y hasta de las vacas, los elefantes gritaban y pisoteaban gusanos y el gusano cada día de más miedo se llenaba.

Un día nada afortunado el gusanito miedoso decidió que su inmunidad de todo lo salvaba y decidió prender fuego a la selva y a lo que sobre el suelo se posaba, acabó con animales, árboles y aguas, todos se arrepintieron de haber escuchado sus palabras y mientras el gusano presumía de lo que comía o lo que cenaba entre el fuego se consumía haciendo nueva historia para quien quisiera escucharla.

Maigo

21 siglos después

Dicen que Virgilio escribió la Eneida por encargo, y que el encargo no consistió en la métrica o en el tema de la Épica, sino en mostrar que la familia Julia provenía de Eneas, héroe salido de Troya con los penates y su padre en la espalda.

La necesidad de esa demostración tiene algo de sentido cuando pensamos en que Julio César se veía así mismo como descendiente de Venus, quien fuera la madre de Eneas, de modo que tener sus manos el poder Roma fuera algo así como el destino que correspondía al gobernante y a quienes él eligiera.

Rescribir la historia remontándose a viejos tiempos, digamos unos 500 años atrás, es necesario cuando se quiere justificar en mandatos divinos la ostentación del poder que se muestra en la tierra. Los reyes justifican su gobierno en la elección que los dioses hacen de ellos, pero para que el poder del rey sea válido de igual modo debe ser válido el Dios que nombra al rey.

Así pues la entrega de bastones de mando, fundados en la divinidad, sólo adquiere significado cuando ese bastón es válido y por tanto es reconocido como tal por todos aquellos que en algún sentido lo rodearon.

Virgilio tuvo que revalidar la posición de la familia Julia en el Imperio recién formado y hay quienes buscan en tradiciones perdidas la validez de su mandato. Un bastón de mando sólo es significativo cuando el que lo otorga manda y no es conquistado, como nunca lo había sido el hasta entonces pueblo romano.

 Quizá por ello, a tantos años de la Eneida  hay quienes exigen reescrituras de la historia, porque con ellas se crean culpas y se inventan perdones que funden una tradición capaz de mantener en el poder a quienes se sienten por la divinidad tocados.

Maigo

Hacer historia

Cuentan los historiadores que cuando César se encontraba exiliado de Roma, despúes de haber sido cónsul durante un tiempo conveniente para Graco y Pompeyo, se dedicó a escribir para el pueblo romano, describiendo con detalle los trabajos que pasaba en el territorio que enriquecería las arcas de Roma y aumentaría su seguridad.

El comentario que ahora es famoso porque relata las guerras de los romanos en las Galias cuenta de las acciones bárbaras que llevó a cabo Vercigetorix al dejar morir de hambre a las mujeres, niños y ancianos que ya no podían ser alimentados mientras durara el sitio de los romanos, se justifica la conquista y las acciones que los lectores podrían ver como actos reprobables adquieren entonces el matiz de aceptables.

Algunos lectores de las acciones de César, consideran que la relación de lo que ocurría en las Galias, más que historia es propaganda, de modo que el pueblo viera al general que aspiraba a dictador sufriendo de fríos y hambres en tierras lejanas.

Entre los comentarios y el reparto de pan, además de festejos que tuvieran muchos espectáculos sangrientos en la arena de batalla, la gente de Roma en César cada vez más confiaba, en él veían a un salvador y un protector de los derechos y garantías, y sin darse cuenta de lo que ocurría el pueblo se enajenaba y su libertad perdía.

Con César relatando lo que él mismo hacía en lo que hoy sería Francia la narración de la historia devino en propaganda y en lecturas que engrandecían cualquier acción por César realizada, pues desde su partida a las Galias él siendo César ya no se pertenecía a sí mismo, sino más bien a la ciudad eterna que junto al Tiber se levantaba.

No creo que Heródoto en eso pensara cuando empezó la investigación que una vida le llevara, pero Heródoto no se concentra más que en aquello que es digno de mención de los pueblos por él conocidos, o al menos eso dice a veces.

Pero lejos estaba el padre de la historia de lo que hacía César con sus comentarios, ya que Heródoto no relata ni siquiera el hecho de las Termópilas buscando paralelismos con su persona.

Maigo

Adendum: Estimado lector que hasta ahora me has acompañado cada semana, como parte de la celebración por los 10 años de vida que ya tiene este Blog, regresa con nosotros alguien que desde el inicio estuvo, luego vagó y finalmente regresó, por lo que a partir de este momento compartiré el espacio que cada semana tengo para que ese alguien publique, así que desde hoy las entradas que cada miércoles hacía se espaciarán a cada dos semanas.

Gracias por la lectura, y por los comentarios, por la amistad y las letras y especialmente por la paciencia que hasta ahora me has tenido.

Te pido lector le des la bienvenida a quien con nosotros se incorpora, publicará el próximo miércoles, no sé si desde temprana hora, pero lo tendremos por aquí cada dos semanas y con alegría le digo en buena hora regresas Perro de Llama.

Recuerdo de la luz

Recuerdo de la luz

La ignorancia tiene un vínculo sanguíneo con la displicencia. La displicencia en el intento por conocerse un poco elude el diálogo del alma consigo misma, para sustituirlo por algo mucho más cómodo, pero, en realidad, mucho menos placentero: los enunciados trillados. La mímesis es una actividad natural, tan natural que nadie nos enseña a hacerla: crecemos echando raíces a partir de las imitaciones simples. Uno puede hacer malabares fraudulentos con esa capacidad al darse licencias en lo que se dice uno para maquillar sus pensamientos. Pero no podemos olvidar que el animal racional puede imitar porque el deseo y la voluntad van cobrando visibilidad a través de la imitación misma. El nihilismo, por eso, no es sólo un dilema teórico, académico o moral: está en el modo en que nos encontramos viviendo y pensando, en el modo en que uno se halla en la nada, en el humo. Mejor es preguntarse ¿qué es la sabiduría? La interrogante no es un antídoto o una alternativa práctica universal, una guía de salvación, sino el único camino posible para allanar la dificultad de no desesperar por falta de vigor. ¿Eros o voluntad de poder? La voluntad de poder no requiere sabiduría, sino, quizás, clarividencia histórica a través del acto poético. Eros parecería inmoral siempre que no veamos que la sabiduría sería imposible si no estuviera posibilitada por la unión de deseo y razón.

La sabiduría teorética, decimos, sólo será posible una vez consumado el proyecto en el que la ciencia se halla inmersa; el problema es que, en algún sentido, esa afirmación requiere de cierta seguridad sobre la inevitable relación entre lo sabio y lo inacabado. ¿Quién posee la sabiduría de las tantas especialidades y avances? La diferencia entre saber teórico y práctico va hacia el mismo abismo: el saber no puede ser absoluto, o no sería saber. ¿Cómo entender la práctica de muerte si sólo pensáramos en la ansiedad de consumir un proyecto inacabable por definición? ¿Cómo pensar el diálogo con la historia bajo la imperiosa necesidad de abarcarlo todo? No alcanzo a notar si es coincidencia, pero es el mismo tratado aristotélico en el que la mímesis muestra la posibilidad de las artes reproductivas y en el que se revela el carácter filosófico de la poesía en relación con la historia. El animal con logos reproduce situaciones y arquetipos en las que el alma siente y piensa un fragmento unificado de la experiencia práctica, con todo lo que ella implica. ¿Será esa la fuente de la cercanía con la filosofía?

La maestría en reproducir no debe entenderse, como ha enseñado el platonismo de escuela, como oficio para la copia. Para que la poesía sea mímesis no sólo requiere de la evocación de una acción, sino de la situación bajo la que ella misma se da a pensar y sentir. Lo trágico no es, por ello, un sello de estructura dramática, sino un nombre que apela a la manera en que la acción trágica misma se revela para quien la intenta contemplar: lo trágico mismo es lo importante. ¿No había algo de saber trágico en el decir que sólo se aprende con el sufrimiento o el padecimiento, algo que, por supuesto, difícilmente podría compartirse con la férrea conciencia positivista de la historia humana? Algo se vislumbra sobre el todo sin ser absoluto, sin requerir de una visión multitudinaria de la cultura o la naturaleza entendida a partir del concepto de ley.

Sería fútil toda reflexión que soslayara el problema diciendo que puede haber distintas sabidurías o una sabiduría que se nutriera de lo que todos dicen saber. ¿No es necesario para indagar en la vida el preguntarse por la causa de los actos? Hay que correr a las muletillas para responder, pidiendo un poco de aire: la palabra naturaleza humana lo engloba todo. Pero ¿cómo hablar de naturaleza humana sin algo que se note como regular, como medianamente inteligible? Evidentemente, esta pregunta está lejos de definir al hombre a partir de una posible ley. Es falso aquello de que las ideas son lo cognoscible: la idea de Bien permite ver, mas no es vista. Nuestros propios actos, en ese sentido, no se explican si la razón no los examina, por supuesto. Sócrates mostraba que era una imbecilidad explicar cualquier acto a partir de las razones más evidentes, como la posibilidad de moverse porque los músculos se contraen o porque los huesos están en su lugar. Lo que hace a los actos y lo que contemplamos en ellos, lo que permite revelar nuestra ignorancia, es aquello que los gobierna: la inteligencia del deseo. Debería ser fácil notar que el objeto material que parecemos perseguir nunca es la razón última, porque nunca perseguimos la materia.

 

Tacitus

Sed desierta

Sed desierta

Lo más apasionante de un problema no está únicamente en la posibilidad de esbozarlo. Lo problemático resalta en la superficie conforme los ojos se abren para ello. Es común que, en la superficie, se hallen preguntas, sospechas, molestias, insatisfacciones que a veces se relegan a la oscuridad porque lo problemático parece solucionable. El problema fundamental parece vivir, aunque precisamente decirlo así no nos haga ver todavía problema alguno. La superación personal, por ejemplo, crea sus fábulas y motivos persuasivos con base en esas sombras cotidianas que aquejan el deseo, la imaginación, la espera y las relaciones, e intenta solucionar algo que apenas es problemático. No sería un gran negocio si, en alguna medida, sus creyentes no sintieran su experiencia guiada. En esa medida, el vivir está ya orientado a fines específicos. Ese entramado de fines y metas es el alimento de los problemas cotidianos. Pero ¿lo problemático en dónde se halla? ¿Estará en los impedimentos, en las preguntas, en el desconocimiento del futuro o en el contexto social en que se desenvuelve nuestra vida? A esa serie de preguntas parece también corresponderles una interpretación, una mirada quizás moral de lo que hacemos constantemente. Sólo el hombre puede eludirse en la mirada a sí mismo, acto este que no puede completarse sin una mirada a lo que comparte su tiempo, sin radicalizar incluso la capacidad de comprender todo sentido de pregunta, respuesta o decisión alguna que le sea posible.

No es fácil reconocer el discurso que nos persuade. La dificultad estriba en mirar nuestra manera de vivir. Esa palabra se presta para la poética de la publicidad con facilidad porque es la que con mayor amplitud expresa lo que muchos podemos reconocer de nuestros actos: que muestran que buscamos algo. ¿Qué le sucede a la capacidad del hombre para desear en un mundo en que la relación entre el deseo y lo moral esconde un secreto a voces en el nihilismo? ¿Es la pérdida de sentido un problema asequible a la experiencia cotidiana de la vida? No podemos decir que el deseo haya desaparecido, pero sí podemos notar los efectos en él del mundo en que nos movemos. Para la consecución de fines inmediatos, se nos ofrece un paraíso irrefrenable de opciones: rara vez sabemos responder si hay una manera idónea de desear y, por ende, de satisfacernos. La vida está aclarada, a nuestro criterio, por la necesidad imperante de sobrevivir, pero es difícil notar que el rasgo vital que organiza nuestras posibilidades se guía por nuestras opiniones. Y nuestras opiniones coinciden casi al unísono con lo moral: hasta el ateísmo está cargado de moralina. Intentamos juzgar al otro, nuestras emociones nos hacen saber que no somos independientes del otro, pero esos rasgos de todo ser humano no son suficientes para suponer que el sentido inmediato de nuestra vida asegure la verdad. Esos rasgos del ser humano aparecen ahora en un contexto en que se esconde el extravío del desconocimiento.

El problema de la vida humana está al fondo de ese desconocimiento. Nadie verá un problema cuando tiene claras sus metas, cuando la teleología cotidiana ha establecido sus límites comunes. Lo importante sería observar que en esa estructura está lo que nosotros somos, que por ella se nos distingue o, mejor expresado, que ella es posible porque en alguna medida conocemos y desconocemos lo que somos, aunque podamos vivir sin reconocerlo. No se debe eso sólo a que vivir sea un proceso natural: el conocimiento del cuerpo humano nos ha posibilitado una manera peculiar de vivir. Es decir, el conocimiento de lo que la vida “es” no está asegurado por la ciencia, porque ella misma se reproduce bajo un deseo, rasgo de lo vital. Si la experiencia histórica puede llamarse en algún sentido actual no se debe sólo a su posición en una cronología temporal, puesto que todo mundo puede, sin necesidad de saber historia, reconocer que en ningún momento las cosas humanas pueden mantenerse en un estatismo absoluto. La experiencia histórica actual tiene un panorama distinto, con ideas peculiares y propias, pero los signos de nuestro tiempo son también efectos de las relaciones humanas en el tiempo. El pensamiento del pasado no puede caducar por el simple hecho de un cambio de contexto, y el problema más grave estaría en no notar que quizá sostener la novedad total de nuestra vida esconda más una catástrofe para las posibilidades mismas de nuestra vida cotidiana. Un problema no se vive si la experiencia no se alimenta del misterio que emana de lo temporal en el hombre. ¿O puede tomarse en serio la afirmación de que la creación de nuevas posibilidades implica una transformación de lo que hace posible lo posible? ¿No sería esa la contradicción más inane posible? La situación se establece conforme a lo actual, pero incluso podría ser que el sentido mismo de lo actual no pudiera ser aclarado si no sabemos responder por nosotros, que somos los únicos capaces de hablar de actualidad. Problemático es saber si esa capacidad de notar más de una posibilidad de satisfacernos no se reduce a una sola esclavitud. La libertad podría no ser un estado natural o legal.

 

Tacitus