El apagón

Se cuenta que al inicio del tiempo estaban la tierra y el cielo, que la luz se hizo después, para ayudarnos a entender lo que estaba pasando en esa masa de tinieblas.

Unos días más tarde, llegó el hombre hecho a imagen y semejanza de quien hizo la luz, pero él se creyó hacedor de luz, y se perdió en las tinieblas de una oscura caverna, ya que no hay nada más abismal que la absoluta incapacidad para entender lo que pasa

El hombre dejó que su vista cayera en la contemplación de una luz azul y pequeña en sus manos, ya no quiso ver hacia arriba en los cielos porque girarse hacia arriba daba tortícolis y molestias.

Después de esos cambios henos aquí en las profundidades, con frío, pero con linternas en nuestras manos, esas lucecitas que nos ayudan a creer que entre nosotros nos comunicamos.

Alguien se atrevió a decir que en nuestra caverna vemos sombras, proyectadas en la pared gracias a unas luces encendidas por titiriteros, aceptamos no hacerle caso porque en esta caverna nos vemos como seres de luz, ya que traemos lucecitas azules en nuestras manos, lucecitas capaces de “abrir nuestro entendimiento”.

-¡Qué maravilla hacer luz propia y comprender que lo mejor es lo que ahora hacemos!- pero más bello fue cuando comprendimos que dejamos de ver el cielo y que en las tinieblas en las que estábamos esa luz azul no nos daba entendimiento.

Todo ocurrió con un apagón, las lumbreras de cada quien obsoletas se volvieron, nos dimos cuenta de que estábamos a obscuras, viviendo con frío y mucho miedo.

Se apagó la luz, de momento ni siquiera se habló de titiriteros, quizá sea momento de salir y de ver con los propios ojos al cielo y entender que somos criaturas semejantes, pero no iguales a quien nos dio el entendimiento.

Maigo

Mirando una caricia

Mirando una caricia

Dicen que el afán por pensar las diferencias del hombre con otros seres vivos puede llegar fácilmente a un absurdo comprensible: antropomorfismo. Pero, ¿qué sentido tiene esa palabra para quienes creen que no existe la forma, sino los eslabones, los abismos del fósil, las evidencias de la tierra? ¿Existe el carbono catorce para el alma? Devaneos: el alma es una quimera metafísica a la que toda empresa racional debe renunciar para salvarse del naufragio. Si uno vive, ¿cómo evitar mirar que las diferencias no pueden ser observadas sin algo en común con lo vivo? ¿O la vida no significa nada más que el proceso de duración y trabajo de las células? Es falso que el alma se vuelva algo comprensible sin que medien el pensamiento y la palabra. La experiencia de lo vivo no es suficiente: el misterio se mira en cuanto buscamos ofrecer razones para entender lo común a todo ser vivo.

¿Qué siente el gato cuando recorro su lomo? ¿O puedo hablar del gato? ¿No tengo que hablar más bien del bulto tembloroso y agazapado de nervios, sangre y aire cuya sensibilidad me responde como sabe hacerlo? Pero los nervios no obran por sí mismos, ni es el cerebro quien me responde: es el gato. Demasiado apego a lo visible. Sería falso decir que no hay un cuerpo que siento, que no hay fluidos que mantienen el calor del pulso que percibo, que no existe célula alguna obrando para que el gato pueda responderme. Lo que digo es que ninguna de esas partes es el gato. ¡Pero entonces el ser es de hecho visible! ¿No es algo obvio? ¿No es ya un recurso sofístico el comenzar una pesquisa sobre aquello que de hecho es comprensible sin análisis alguno? Recorro el mismo lomo con la mano en un nuevo intento de comprender su respuesta. Tal vez no haya otro medio para la claridad sino la anatomía. Pero yo quería comprender lo vivo, pues se supone que algo comparto en las caricias que le ofrezco a este símbolo de la lisonja.

Lo que pasa es que el cuerpo es la mortaja que vaga veleidosa con una sed inexpugnable de placer, de continua languidez, como nosotros, seres cuyas palabras son signos más complejos para una empresa semejante. El amor que creo que mi gato siente no es más que una respuesta habitual a las fuentes de las que mana el placer. ¿No será que lo más burdo de nuestra naturaleza animal no podría existir sin aquello que no puede hacerse burdo por más que nos empeñemos? Lo único que logra la palabra es oscurecer lo que no es complejo, más allá de lo intrincado que resulta el mecanismo de la conducta. Pero eso no hace menos complicada la pregunta: ¿qué es lo animal? No puedo prescindir de eso que observo: hemos dicho que el ser es patente, aunque no siempre sepamos sobre lo que vemos. ¿Basta entonces con que encuentre al antepasado más remoto de esa criatura doméstica, nocturna, caprichosa, para que comprenda qué veo? ¿O comienzo a buscar en mis obsesiones y mis costumbres para entender el molde en el que mi relación con él lo ha manipulado? Lo extraño de la actitud técnica hacia la vida (parece exageración) es que no nos exige saber lo que la vida misma es para acercarnos a ella.

Sería absurdo decir que la palabra, esencial para la autognosis, es algo tan simple de observar. La utilizo cada día y notarlo no me hace comprenderme mejor al momento en que la uso. Sabemos que el animal no puede hablar: lo único que tiene es su mirada, sus extremidades, su movimiento. ¿Lo tiene o eso es? El análisis sufre una carencia evidente: ni los movimientos de las extremidades animales se realizan sin un sentido (algo a lo que apuntan) ni el gato es alguno de sus rasgos individuales. Lo que sigue sería decir, andando por el camino más sencillo, aunque bastante oscuro, que el instinto es la marca que distingue a la vida carente de lógos. Pero por ese camino sólo evadimos la pregunta. Es falso que el instinto responda por la vida: falta saber qué mueve, no sólo que algo se mueve. No insistamos: el instinto es importante porque es la palabra que resuelve el hecho de que el placer se busca sin otra razón que la obtención del goce sensible. Pero entonces el instinto nos ha llevado de nuevo al mundo: lo sensible no es sólo el alma, pues no puede ella producir lo que percibe. Nuestro rostro es el mejor testigo porque nos delata fácilmente. ¿O eso que llamamos rostro es tan sólo una máscara hecha con la arcilla de la formación tradicional, como podría colegirse de los símbolos y palabras de los antiguos mexicanos? Parece sensato pensar que mi gato sería huraño si no estuviera bien alimentado, si no pudiera sentir esa invisible esclavitud del agradecimiento hacia mí, que le permitiera olvidar la necesidad. ¿No suena a la interpretación económica de la naturaleza del deseo? Mi gato no llega a desear cultura porque, por alguna razón, el destino natural se lo ha impedido. ¿Puede haber explicación general de lo vivo? Sólo sería esto posible si la experiencia puede pensarse, y no sólo describirse con afán por la complejidad.

 

Tacitus

La dicha del habla

La dicha del habla

Me parece que la frontera entre filosofía y poesía no es un artificio del lenguaje. ¿Qué es la voluntad de poder para un positivista, sino una metáfora respetable? ¿No puede uno pensar en el platonismo vulgar como en un barrunto del problema que es pensar? Del centro del problema surge la cuestión sobre cómo escribir. Tal vez por eso el diálogo sobre el discurso adecuado sea también el del Sócrates fuera de las murallas, contemplando inevitablemente a Fedro. Dentro de las murallas, uno pensaría que la expresión se nubla con el uso, que el problema de lo publicable permite distinguir fácilmente el sentido y utilidad de un texto. ¿Qué es la Ética, sino un tratado bellamente persuasivo? ¿El análisis filosófico del alma en relación con la acción se comprende a simple vista? Tal vez el problema de la ética no es visible si no se entrena uno en la observación, si no aprende a ver la relación entre imagen y ausencia de ella. ¿Qué puede pensarse sobre la regla de la virtud, que es lo bello y bueno? ¿Por qué no puede reflexionarse sobre la justicia y el alma sin mostrar que sólo un tipo de vida es propiamente feliz? La idea pasa, pero la implicación es extremadamente compleja: la ética, propiamente hablando, es una explicación pública del erótico. Eso no invita a la transgresión: tiene el extraño efecto de maravillar a quien intenta adquirir alguna precisión o certeza. No es cuestión, pues, de que la prosa permita más la explicación: lo que importa para entender es, a veces, lo que no se mira en la primera mirada. Podrá haber limitación del entusiasmo, pero la perfección retórica no termina ahí: el chiste de sacudir a quien pregunta es lograrlo a pesar de tener todo en contra.

 

Tacitus

Recovecos

Recovecos

Aunque pudiéramos describir el mecanismo de nuestras afecciones, aunque sepamos que cada emoción tiene una explicación causal que demuestra el asiento material de toda sensación ¿qué puede abonar esa explicación al conocimiento de uno mismo? Pareciera que ese razonamiento proviene del análisis de la relación entre el hombre y lo natural. Pareciera que el término “alma” nunca cobra sentido porque no lo usamos más para referirnos a la existencia misma de lo vivo. Bajo la explicación causal de las afecciones en los influjos del exterior sobre el cuerpo, logramos el esquematismo de algo cuya experiencia no tiene nada que ver con la demostración causal. Saber que el amor tiene una química particular, por ser una emoción, me dice poco sobre la vivencia particular del deseo, tan poco como estar ciertos de que la sensación es provocada por un ente externo que me incita a contemplarlo y seguirlo. ¿Será que es verdad que la razón se haya en un estado de oscuridad en torno a la naturaleza de las cosas hasta que no se aplica metódicamente sobre lo que puede verse de uno mismo? Si siempre tengo que separar mi vivencia peculiar, estudiada por las ciencias aplicadas a las representaciones emocionales y a sus orígenes culturales, históricos y personales, de lo que el cuerpo muestra cuando es visto bajo una abstracción, ¿sólo puedo decir que sé de mí mismo lo que ambos caminos me muestran? ¿No el oráculo délfico era tomado en serio por alguien dispuesto a reconocer su propia ignorancia sobre lo que no eran cuestiones amorosas?

En el ámbito cotidiano, ¿no hay presencia de la razón, aunque no sea siempre la facultad para las claridades? Tal vez, se me dirá, es por esa razón que se desea aplicar con el máximo rigor la única facultad capaz de aclararnos algo. El éxito del cartesianismo requiere que la experiencia de todo lo natural esté mediado en la ignorancia natural por una oscuridad inherente a nuestras propias facultades. ¿Será autoconocimiento la demostración de la existencia propia (una demostración que no puede ser particular por no tener nada que ver con lo momentáneo) en la certeza del cogito? Si fuera autoconocimiento, resalta la independencia de la prueba con respecto al examen de las cosas humanas, que nos permiten a veces descubrirnos entrampados en prejuicios sobre uno mismo, en redes que uno mismo se ha puesto, en la falsedad. La razón no es necesariamente una facultad de control sobre lo que nos acaece, sino una realidad que sólo examina fielmente cuando no niega lo erótico.

La universalidad de la experiencia erótica no se agota en ninguna de sus evidencias fenoménicas. Pero, ¿es de verdad una condición universal y necesaria, inmutable? ¿Cambian radicalmente los deseos y fines del hombre como para hacer de lo erótico algo modificable o prescindible por la razón? Eros y logos se revelan como datos imprescindibles de nosotros mismos: ¿cómo podrían desaparecer? Si no desaparecen al grado de hacerse imposibles, ¿no es verdad también que a la existencia de ambos le acompaña la evidencia de la ignorancia radical en la que nos sumimos por la naturaleza de nuestras limitaciones? En la caverna, nunca sabemos que estamos viendo entre sombras y resplandores. Cuando nos descubrimos, no tenemos garantía de haber terminado. Queda el temor de ser sinceros con nosotros mismos, queda la posibilidad de pusilanimidad. Pudiéramos señalar a la naturaleza, diciendo que es propia la oscuridad de los antros de nuestro ser; pudiéramos decir que nada sucede conforme lo establecemos, pero por ahí no se llega a la felicidad del erotismo en la palabra. El defecto de erotismo es hermano de la misología.

 

Tacitus

La velocidad del arrepentimiento

La velocidad del arrepentimiento

La aplicación de la justicia debe ser pronta y expedita. Ahora con las nuevas formas de comunicación es más fácil enterarse de delitos cometidos en los municipios más recónditos del país, incluso del mundo, con una leída rápida nos enteramos de cómo una mujer francesa mantuvo a su hija cautiva en el maletero de su auto durante al menos los primeros seis años y de cómo un hombre encontró a la criatura entre suciedad y desnutrición. Las reacciones ante esto son inmediatas, el linchamiento mediático aparece. El vituperio es lo menos que se merece esa mala mujer. Cada quien debe tener lo que se merece: ésta es la justicia más pronta. ¿Cómo sabemos qué le corresponde a cada quién? ¿Cómo juzgamos las acciones? Y ¿Qué consideramos que es el hombre para llegar al consenso de que éste es el mejor castigo que se le puede dar?

El linchamiento mediático es sólo la reacción de los indignados ante una injusticia, nadie se toma enserio un emoticono, eso no deja huella en ningún lado… El meme tampoco, pues su nacimiento no es la pregunta por la naturaleza humana. Pensemos en un caso más cercano. Ayer apenas, salía la noticia de otro linchamiento real, un presunto asaltante fue capturado por los pobladores y con hierro caliente lo marcaron. Las reacciones en internet son de alegría y de satisfacción: corazones y caritas riendo. Más noticias como ésta, decían, lo hubieran matado. Pero la policía llegó, como en otros casos, para salvar al delincuente de la furia colectiva. Como siempre, la justicia llegó tarde. Ésa es la desgracia del mundo, el delincuente tarda dos minutos en actuar; la justicia, años. Por eso lo mejor es castigar por nuestra propia mano.

¿Cómo consideramos el castigo? Como dolor, lo que se busca es emparejar la situación, hacer que el otro sufra tanto como la víctima. Dolor es justicia, parece incluso la forma única de la vida humana, quien menos sufra es el más feliz, quien haga sufrir debe sufrir más. En este sentido la justicia nunca podrá devolvernos la calma ni encaminarnos a una buena vida. En ese sentido la justicia crea un estado de desolación, ya que no se cometen crímenes por pensar en el dolor del otro, si no por pensar que si me atrapan me castigarán duramente, o se perfecciona el crimen para no sufrir esto. La justicia desde aquí no nos une, pues no es la búsqueda del bien, sino evitar el mal.

Si dolor y tranquilidad son los únicos directores de la acción humana es fácil corromper al otro, siempre y cuando se le ofrezcan beneficios. Ahí está una posible respuesta a por qué las autoridades no actúan: están coludidos con el criminal, se han vendido o los tienen amenazados: vivirás bien si me obedeces. Así parece que la justicia es la posibilidad de causar dolor o de evitarlo. El más justo es el más fuerte o el más seductor. Pero en este hormiguero donde sólo nos saludamos para no mordernos, cómo explicar el deseo por hacer el bien, no por causar dolor, dejando a todos doloridos, si no de ayudar al otro. Eso parece que se escapa al deseo de venganza y aislamiento. ¿Cómo explicar la amistad? Nos juntamos para hacer el bien, deseamos vivir en paz con el otro y ser felices, entonces ¿qué es el hombre? ¿No será que lo inmediato de las pasiones nos impide dar una respuesta clara ante tal cuestionamiento? Las pasiones ahora llevan la velocidad del internet, pero no por ello son más claras, ni nos dicen qué pensar del actuar humano. Quizá por eso la justicia anda lento, por meditar, quien la encadena o seduce para que no siga con su proceso, ése la corrompe.

Ayer cometí una estupidez y hoy me arrepiento, pero, en la vida moderna, ¿aún hay tiempo para arrepentirse, para pensar en lo que se hizo? Yo creo que sí. Hasta cierto punto, es el castigo natural. A eso nos lleva el dolor a los hombres, a tener reflexión de nuestros actos, no somos animales solamente, pues quien busca justificar la existencia en la intensidad de las pasiones amor y odio o alegría y dolor, está pensando que la vida es injusta siempre, o que el hombre está destinado a la desgracia de no poder contenerse: aquí, sí, sólo cabe el linchamiento, ya que éste causará placer y dolor, pero nunca reflexión.   

Javel

Andamio nocturno

Andamio nocturno

Nuestro rostro no tiene brillo natural alguno: por eso la máscara ritual de los cosméticos sólo es un trazo esquivo de polvo. Diría Voltaire que la máscara nos puede distinguir de Adán; nuestro padre de barro no conocía, según el francés, el placer civilizado de sanear la imagen decadente, como no conocía ­—por ser padre antiguo— refinamiento alguno. Pero en la noche nos perdemos para los demás; quizá sólo nos queda la voz envuelta en los sentidos titubeantes, como dejados a la suerte de la experiencia y el recuerdo. Nadie se sabe voz errante en tanto confunda las tinieblas con la luz; sólo Dios pudo separar lo que había creado en un día, algo imposible para esa carne sostenida como imagen animada de sí mismo, cuya fragilidad sobrevive muy cerca en realidad del vigor fortalecedor de la vida genuina. Era en medio de la penumbra vuelta drama metafísico que Descartes salía avante con su luz natural, a la que parecía corresponderle ese nombre por haberla visto en sí mismo. Pero ¿qué penumbra había para un hombre tan instruido como él? Quizá era sólo la duda lo que parecía sostener toda la luz ajena como algo inservible. ¿Qué habían de ser las palabras sino emisarias de aquella luminosidad geométrica en la cual se interpreta a la naturaleza desprendiéndola de la materia para el uso humano? El camino de la arquitectura metódica requería también del baño en la quietud de la reflexión. ¿Será sólo pasión biográfica o pericia retórica la que presenta dicho cuadro? La luz natural redescubre las posibilidades del arte. Pero la luz no es un fenómeno tan simple como para disiparse por nuestra voluntad. Sólo hasta que la palabra revela la manera en que la sequía habita nuestra boca, uno comienza a recobrar el sentido de la sed. De la penumbra y el desierto uno habla siempre con terror por las pasiones que lo habitan. Pero el agua no es sólo el remedio natural para la sed, es también un símbolo de muerte. La boca es la puerta de entrada natural de la comunión necesaria con el mundo. Uno se revela indigente y desnudo frente a la intensidad del Verbo. Uno es ese niño del que todos se burlan por permitirse sufrir ante lo ignoto. Pero incluso en medio del frío la pasión es todavía posible. Las flores sufren el embate del tiempo; se abren y cierran exhalando un enunciado de vida en la belleza y el tiempo. ¿Cómo no ver un deseo de lo estable en el argumento de la luz natural, lo cual lo transforma en algo herético? La herejía y la falsedad en nuestras palabras serían algo imposible sin la vecindad lejana con lo que no se mueve. En la penumbra, aún queda el misterio que la imagen de la caverna (algo natural) nos intenta mostrar.

 

Tacitus