La mujer más digna

La más digna de las mujeres se asumió como sierva, y sin presumir humildades se fue a atender a su prima, que estaba por dar a luz. Ella embarazada, y con el riesgo de ser señalada por una comunidad dada al juicio fácil, siendo la más digna se puso a cocinar y lavar pañales.

Tiempo después, al regresar a casa se enfrentó al peligro de ser rechazada, vilipendiada y hasta apedreada, pero la fe la mantuvo hasta el momento de dar a luz.

Siendo la mujer más digna entre todas, parió en un establo rodeada de animales y pastores, y en lugar de quejarse por este tipo de dolores guardó silencio y agradeció la bendición que recibió.

También calló al enterarse que una espada atravesaría su corazón, y al tener que dejar todo para irse en calidad de refugiada en tierras con costumbres y con una lengua extraña.

Pasó de ser madre a ser fiel compañera, una vez que su hijo tomó su camino y junto con él subió la terrible cuesta, e incluso lo bajó, lo bañó con sus lágrimas, y aún así la fe que la sostuvo nunca perdió.

Siendo sierva, sin ostentar una humildad palaciega, sin presumir de honesta, siendo oído atento más que voz cantante y siendo silenciosa más que discursiva respecto a la esperanza con la que vivía, María se convirtió en el refugio de los dolientes y arrepentidos.

La mujer más digna es la puerta del cielo porque nos enseña a tener fe a pesar de lo que vemos, calla al decir “hagan lo que mi hijo les diga” y nos acompaña al cielo que es real y no a la falsa promesa que se esconde tras las farsas políticas, tras reparto hipócrita de bienes y tras la búsqueda de amores comprados como aquellos que sólo puede recibir un Tirano.

Maigo

El pasado rey de Francia

Cuentan los entendidos que sobre espejos y pasteles hablan, que hace muchos años había un rey en Francia, por nombre llevaba Luis, y luises fueron sus monedas.

Este rey construyó un castillo enorme sobre terrenos que de caza eran y para aderezarlo mandó traer a toda la realeza, a fin de que sus buenas costumbres adoptara

Dicen los más chismosos, que el rey el sol se sentía, y que cada acto de su día lo veía como un rayo de luz que a sus gobernados iluminaría, desde muy temprano cuando se levantaba, el rey hacía ceremonia para usar la ropa que lo adornaba, los cortesanos solícitos a la vestimenta del rey elogiaban y en las excelencias de sus hábitos cada exceso justificaban.

La vida en el castillo, que moda imponía desde Francia, se fue enfrascando en el encierro, los nobles y la realeza vivián un mundo de ensueño, mientras afuera otros platos se cocinaban, entre hambre, frío y despojo, aderezado con amargo odio contra el encerrado monarca.

Aunque el sol francés brillaba entre los espejos, los oropeles lo cegaban y no lo dejaban ver la realidad que el verdadero astro rey alumbraba, este encierro entre espejos, jardines, fuentes y aderezos a la realeza cegaba y la dejaba indefensa en contra de lo que se le preparaba.

El final del rey de Francia, nieto de aquel rey sol que a muchos deslumbrara, por todos es sabido, pero eso no impide que en otras latitudes haya hombres que viven en palacios y que salen de los mismos sólo para escuchar alabanzas, sintiendo molestias cuando lo que llegan a sus oídos son sabores de otras trazas, con el señalamiento de errores o de imperdonables faltas.

¡Ay de aquellos que se hacen castillos con alabanzas, se encierran y se ciegan como en su momento lo hicieron los reyes en Francia!

¡Ay de aquellos que en lisonjas a sus hábitos pierden para todos la esperanza, pues no por levantarse temprano o dormir tarde se cumple con el deber que corresponde a un buen monarca!

¿Qué cuál es ese deber? Hasta donde sé es prestar oído a todos los asuntos que debe gobernar, porque es escuchando más que hablando como se entiende a la realidad.

Maigo

Al César lo que es del César

Sin un discurso que repartiera abrazos y amor hueco, Cristo anduvo por la tierra, criticó a los que hacían como que hacían bien para recibir alabanzas de los demás, en algún momento señaló que una mano debe actuar sin que se entere la otra, además supo distinguir entre lo que pertenece a César y lo que es propio de Dios.

Dejando de lado el hecho de hacer el bien sin necesidad de la alabanza del que lo recibe o de los otros que rodean al benefactor, creo que conviene pensar por un rato en la distinción entre lo que es de César y lo que es de Dios.

Se nos dice en los evangelios que para poner una trampa se le cuestionó a Cristo sobre el pago de impuestos, y él señaló que hay que dar a cada quien lo que le corresponde, luego entonces la distinción entre lo que es para el político y lo que es para lo divino depende de correspondencias.

Tratar de eliminar la distinción entre lo político y lo divino trae desastres anunciados de mil maneras, se puede apreciar el intento de servir a dos señores al mismo tiempo cuando se intenta igualar al Estado con lo divino, las monarquías lo intentaron y no fueron capaces de alimentar realmente a sus pueblos, al menos no en tiempos de crisis.

Pensando la igualación al revés, tampoco salimos airosos, y eso creo que lo demuestra un personaje Dostoievskiano que pretende igualar al Estado con la Iglesia al convertir al primero en el segundo, con él hasta la antropofagia termina siendo válida.

Distinguir entre lo que pertenece a César y lo que pertenece a Dios no es fácil, es necesario pensar en qué es lo que le pertenece a cada uno y qué es lo que le corresponde como para entregar lo propio sin hacer mezclas que sólo revelan una mala comprensión de lo que es un Estado o de lo que es lo religioso.

La vida de Cristo podría ayudar a lograr esa distinción, y para ello resulta conveniente pensar en lo ocurrido después de que alimentara a más de cinco mil hombres. El evangelio de Mateo relata que muchas personas ávidas de escuchar a Jesús lo siguieron, al ver que se hacía tarde tanto Cristo como los apóstoles alimentan a la multitud.

Aunque algunas reflexiones sobre este pasaje se concentran en el hecho de que Cristo le dijera a los apóstoles que ellos le dieran de comer a la gente, yo me concentraré en lo que pasó después.

Jesús ordenó a los apostóles que se embarcaran, despachó a la multitud y se retiró a la soledad.

No se hizo nombrar rey, aunque bien hubiera podido hacerlo, su reino no es de este mundo y eso quedaría claro en la cruz, tampoco llamó a una revolución ya que tenía la atención de la gente sobre sí mismo, no pretendió un cambio en los demás poniéndose como un líder moral y honesto a diferencia de los fariseos o de los romanos, lo que hizo fue despedirlos tras alimentarlos.

Jesús no buscó el poder sobre la tierra, mostrando que el cristianismo no se trata de eso, se trata de dar a Dios lo que le corresponde, y lo que le corresponde es la gratitud, y a mi parecer esa gratitud Jesús la muestra en la soledad, ya que se retiró del mundo de los hombres  para orar a solas antes de continuar su andar por esta Tierra.

Maigo

La muda religiosidad

La muda religiosidad

La prisa por pensar es tan absurda como las palabras a modo. No es la premura lo que impide que lo público se discuta, lo impide el que la verdad sea relegada. No hay verdad por encima de la imagen oficial: y decían que el PRI ya se había consumido en su propio hedor, amargado por su rancio sabor putrefacto. La corrupción es un problema político cuya solución no está en la imagen y el discurso oficial. ¿Qué puede hacer la palabra? Clarificarlo. Sería una exageración pedirle más. Sería absurdo retraerla a la llaneza kantiana de la buena voluntad: el imperativo categórico es más rígido que la mentira oficial, pero igual de ominoso en la ignorancia de uno mismo que exige. Mucha palabra no pide. Como no la pide en realidad la moralina del respeto al líder providencial. Absurdo del más banal. La perversidad se confunde con la honestidad cuando la inventiva aplaudida de la palabra descansa en el escarnio. ¿Alguna relación entre el placer por el escarnio y la hipocresía tan disimulada? Consiento que se me llame exagerado: la política se trata de ser real, de acomodarse a la circunstancia. Ni a maquiavelismo llega esa vulgaridad. La realidad de nuestra política es la impostura, la delación, el vitoreo. ¿Acomodarse a ella nos hace más astutos o más banales? Puede que no haya diferencia, pero eso es falso: la astucia puede también servir a la palabra, a la claridad. El futuro, la renovación, el compromiso, las farsas del poder completas en la ignorancia desparpajada, en la versión complaciente de nosotros mismos, de la vida. La mentira de la moral: no vernos expuestos a la tiranía publicitaria de las buenas intenciones. ¿Qué importa el fin, si de eso pocas palabras certeras puede haber, si los “modos” son superficies convencionales, si la anomía es también sinceridad y simplicidad religiosa, secreto del providencialismo y de nuestra fe sin palabras?

 

Tacitus

Profes en educación contemporánea

Una cosa lleva a la otra. Ocúrresele a alguien la expansión ilimitada de la vida escolarizada. A otro le cae el problema en el regazo de la falta de criterios para sacar alguna idea de cómo están siendo educados los muchachitos, así que ordena que se reforme todo el sistema de la vida escolarizada con algún arte, el que sea, de supervisión de desempeño académico. A otro diferente se le consigna lo necesario para tal modificación sin decirle ni cómo ni por qué el desempeño se mide así o asado, y éste pide echar ojo a las estadísticas más novedosas de los países que más medallitas sacan en las olimpíadas de las ciencias, aunque tengan otras costumbres, y averiguar qué se les puede imitar. Un experto en el mercado internacional eventualmente clama que la educación, así como se ha transformado hasta el momento, no sirve para nada porque el aprendizaje mismo ha cambiado en lo que se hacía todo el anterior proceso, y recomienda a las autoridades expandir la vida escolarizada para otro lado; etcétera. A muchos de los que dibujan o pintan ha llegado a pasarles que corrijan el trazo equivocado escondiéndolo bajo líneas más gruesas, sombras más pronunciadas o difuminados que no se habían planeado. Luego, la corrección que se elija debe disimularse bien en toda la pieza para equilibrarla, para apartar la atención del error; pero puede pasársele a uno la mano con esta contingencia y la corrección acaba necesitando correctivo ella misma, llevando a nuevos y mayores parches, hasta que lo que resulta es un monstruo de rasgos apenas comprensibles. Bueno, pues es parábola. Total, que una cosa lleva a la otra y termina un futuro profesor con sus futuros compañeros de profesión magisterial en un salón siendo indoctrinado, por obligación curricular con la secretaría de educación, en las artes de la venta y la compra, por una señora experta en dar pláticas motivacionales a empresarios de grandes corporaciones que quieren ganar mucho dinero sintiendo que cambian al mundo.

No es exageración, acabo de atestiguarlo con la totalidad de mis sentidos. Y eso que los canales del aprendizaje nomás son, según enseñó esta señora, el visual, el auditivo y el extrañamente llamado quinestésico que todos tratan como háptico sin chistar. ¿Nadie se ha preguntado cómo es que se pueden aprender las mismas cosas, si están hechas para entrar por canales diferentes a distintos tipo de educando? Supongo que no hay tiempo, porque estos expertos han de estar muy ocupados tratando de desanudar el embrollo en el que andan metidos: promoviendo una educación muy activa en la que se le enseña al estudiante a aprender por sí mismo, a través del modelo completamente pasivo de canales por los que los profes zambuten la información auditiva, visual y quinestésica. Así damos pues, con el absurdo de un «curso de capacitación docente» en el que la expositora confunde la palabra «docencia» con la palabra «ponencia» y «contexto» con «concepto»; en el que no se sospecha la contradicción de decir que el pensamiento es energía que puede producir lo que queramos si tiene suficiente enjundia y que debemos dejar de querer controlarlo todo; en el que se promete enseñar cómo trabajar en las aulas del siglo veintiuno, y en todas partes legibles de la presentación se lee «Trabajo efectivo en el aula del siglo XIX». Leyó usted bien el XIX. ¡Qué elocuente es a veces la naturaleza! ¿Apoco no nos muestra que la vida escolarizada debe haber pasado muchos años transformándose? Suficientes por lo menos para que la docente de docentes no haya aprendido a escribir veintiuno en números romanos. Va a decir, lector, que me lo invento, que no puede haber universidad que se respete y que pague en miles por una compañía especializada cuya vocera profese de tal modo su doctrina, y encima convenza a un salón de experimentados mentores de que está mal tener doctrinas. Me gustaría que fuera todavía más difícil de creer de lo que es, y sin embargo, le recuerdo aquello de que en este mundo es muy verosímil que pasen muchas cosas inverosímiles. En este caso, inverosímilmente lúcidas para que yo pueda mostrar el dislate: catedráticos que asienten ante la cátedra que reniega de sus formas por anticuadas, que dicta no haber discípulos, obediencia ni docilidad pero que hay que aprender a obedecer con disciplina y, además, que con la boca llena de tecnicismos progresistas afirman que nadie aprende ya con razones, porque las palabras no sirven para un carajo (¡y menos las técnicas, pues ésas aburren a los chavos!). Y los salones así, retacados de profesores sin criterio (o con criterio silenciado bajo la amenaza del despido), dejándose verter palas y palas de este abono de fertilidad empresarial, educados como están desde chiquitos a fingir flexibilidad informada ante el modelo que sea. Ah, porque los profes de hace mucho, los de principios del siglo veinte (con el XX no hay tanto peligro de error), que educaban en salones sin guías facilitadoras de información ni jóvenes compañeros de aprendizaje significativo, eran «cuadrados» e «inflexibles»; pero los de ahora fueron educados para ser tan flexibles y tan descuadrados, que saben decir que sí a lo que sea, tanto a los que dicen que la educación debe ser plástica como a los que dicen que debe ser elástica. (Si no, se quedan fuera de la competencia). Y ahora que éstos tienen una nueva generación bajo su cuidado, ¡horror de horrores!, resulta que los jóvenes no ponen nada de atención a nada ni les interesan las cosas. ¿Será qué hay una razón? Ha de ser culpa del celular. Por eso el sistema obliga a llevar estos tan sesudos cursos dirigidos por la mencionada apta señora para que nos enseñe que los dos grandes motivadores del ser humano son el dinero y el amor (¡está científicamente comprobado!). Eso sí, educando por largas horas llenas de diapositivas, que son bien didácticas. Y digo que son didácticas en serio, no por razones que dan los pedagogos (de hecho pienso que el tiempo en que se mira un pantallazo no coincide con el tiempo en que uno infiere las relaciones en la imagen), sino porque dan una amplia oportunidad al futuro profe de ejercitarse en la cacería de errores de ortografía, espantos de redacción y confusiones generales no menores a la que hace de Beethoven y Justin Bieber contemporáneos. El contraejemplo puede educar al que esté atento.

Muy valiente no será, de todos modos, esta educación en negativo. Lo que ofrece como modelo a evitarse lo hemos visto cien veces los que estuvimos alguna vez en un salón de clases. Se trata del chorerismo improvisatorio magistral. Perdone, lector, no quise espantarlo con terminajos. Es sólo que como está de moda salir con tecnicismos de categorías arbitrarias recién inventadas para sonar interesante, como la diferencia entre trabajo cooperativo cognoscitivo individualista y trabajo colaborativo de pensamiento sistémico, me dejé llevar. Básicamente me refería al cuate deshonesto que no preparó su exposición de tarea pero, sin vergüenza, se para enfrente del grupo con la confianza diamantina del vendedor que va a regresar a su casa a treparle el límite a su tarjeta de crédito por el puro prospecto de su comisión. Así, pero de cincuenta años de edad y haciendo de su carácter carrera. Eso es lo que se aprende en estos cursos de gran sapiencia doctrinal de la docencia: cómo hacer verdad todo lo que se dice independientemente del sentido, con gran seguridad en la voz y sin mirar nunca a las consecuencias (incluida, por ejemplo, la verdad sobre la humildad que necesitan los docentes para aceptar sus errores). Me suena a que este tipo de arte ya existía en la Antigüedad, pero no me acuerdo del nombre. Como sea, el atento que se educa por contraejemplo, viendo semejantes desplantes de ironía aplicada, acabará apenas en donde estábamos todos al principio, antes de toda esta monstrificación; aprenderá, pues, una enseñanza de lo más básica, inútil para casi cualquiera, consabida lo mismo por doctos y rústicos de toda época: que el que es listo, incluso sin escuela, y el que es tonto, ni con ella.

La honesta honestidad

La honesta honestidad

No niego yo –respondió don Quijote– que lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de risa, pero no es digna de contarse, que no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las cosas.

(Don Quijote de la Mancha, Aventura de los batanes)

Hoy en día en que las brechas del conocimiento por vías de la democracia se han abierto para todos, nos lastima la deshonestidad. El hombre quiere conocer, y ha tiempo –feliz día para todos– que se descubrió que el conocimiento de las acciones del hombre es posible conocerlo para cada hombre dentro de su posibilidad. La honestidad que tanto se busca en estos días ha de ser la posibilidad de ser libres descubriendo la verdad. De la verdad, nos advertía Platón no olvidar, han de ser la bondad y la belleza sus hermanas. Lo más alto a que puede aspirar el hombre es a ser verdadero, bueno y bello en sus acciones. Ser honesto es descubrir la verdad con belleza y bondad, pues no todos los hombres, por su posibilidad, interpretan bien el actuar del hombre; más aún hoy, que se declara ser el hombre un ser malvado

Cuando se declara el hombre un ser malvado, la honestidad ya no tiene cabida en su actuar, es más, se busca descaradamente mostrar toda la argucia posible con que se cuenta para ejercer la maldad. Si en otra época la honestidad era la posibilidad de hacer el bien mostrando la verdad, ¿qué mejor bien se puede hacer hoy que vituperando el mal de los demás y el propio?… Por esto nos lastima la deshonestidad, porque nos imposibilita el sacrificio de nuestra alma a costa de un chivo expiatorio. Hasta al mejor hombre se le pueden encontrar errores, injusticias, ridiculeces en su haber.  Desde que se declaró que el hombre es el lobo del hombre y luego se susurró lascivamente a nuestros oídos que por el apetito sexual se es capaz de cualquier cosa, la honesta honestidad es cosa de caballeros desnutridos de saber.

Saber si en la naturaleza del hombre está actuar bien o mal es una pregunta que se ha de hacer y responder quien quiera ser verdadero hombre. Don Quijote, que en su discurso de la época dorada habla de la honesta honestidad, pone sobre aviso que incluso cuando los hombres eran justos en todo, inclusive ahí era posible actuar mal, por ello, los vestidos de las simples y hermosas zagalejas que andaban de valle en valle y de otero en otero, cubrían honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, a fin de no causar tentación. También se puede decir que es una muestra de honestidad lo que hace don Quijote a los cabreros y Cervantes a nosotros, que siendo los oyentes del discurso hombres de la edad de hierro, así es lo más justo que se nos cuente a fin de que atendamos a la belleza y bondad que se nos muestra. De igual modo se podrá decir que don Quijote es un gazmoño, temeroso de la verdad que sí importa, y aficionado a la censura.

Por ello hay que responder a la pregunta del bien y el mal, pues si el hombre actúa en todo siguiendo un ideal o ejemplo, la honestidad y la censura han de ayudar a ver claro a qué debe acercarse el hombre en sus acciones diarias que siempre son o públicas o privadas. Cervantes y Platón ya dieron su respuesta mostrándonos acciones de hombres vivos que en todo mostraron prudentemente el bien y con discreción el mal.

Javel

A vueltas con la mentira

A vueltas con la mentira

 

El hombre honrado es aquel que no falta al honor. El honesto es aquel que actúa honorablemente. El honor es fundamento tanto de la honestidad como de la honradez. Perder del honor la mira es depreciar la honradez y la honestidad. Una honestidad carcomida es una honestidad individual: sólo encuentra sentido en la honestidad consigo mismo. Una honradez desprestigiada es formalidad práctica: el honrado se ahorra los devenires y anda en puros ires. La honradez, sin posibilidad del honor, es mera efectividad. La honestidad, sin honor posible, es pura autenticidad. Para ser efectivo basta seguir las instrucciones. Para ser auténtico basta dar las instrucciones. El hombre efectivo puede ser exitoso y famoso, aunque no por ello sea honorable. El hombre auténtico puede ser afamado y triunfante, aunque no por ello actúe con honor. Mentimos por formalidad: para “no herir”, para “evitar el mal”. Mentimos por autenticidad: porque “podemos”, porque “somos libres”. Evitamos el mal empoderándonos; sanamos las heridas morales en el despliegue de nuestra libertad. Perdiendo de vista el honor, la voluntad se tiene a sí misma como sola obsesión. La voluntad obsesionada en sí misma es la que ha olvidado amar. La mentira puede ser un ejercicio de honradez y una práctica de la honestidad, pero es la honradez y la honestidad del hombre que no ama. Sin honor, la creatividad se despliega en justificaciones.

 

Námaste Heptákis

 

Para no olvidar. Se han cumplido 22 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. La semana pasada se acordaron las reglas del mecanismo de seguimiento internacional para la investigación del caso. A cargo del mecanismo se encontrará la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que podrá enviar al país representantes para supervisar la investigación y que tendrá acceso a los avances. En marzo de 2017, la Comisión evaluará los resultados del mecanismo y, en caso de que los funcionarios mexicanos no cumplan el acuerdo, podrá llevar el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En siete meses tendremos nuevamente una gran polémica.

Escenas del terruño. 1. Jesús Silva-Herzog Márquez reflexiona sobre la vacuidad del discurso de Enrique Peña Nieto ante la actitud belicosa del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. 2. Leonardo Boff ha reiterado, en La Jornada, que el concepto de «renta ciudadana» es una medida viable para solventar la crisis económica mundial. El teólogo brasileño retoma la propuesta de su connacional Eduardo Matarazzo, quien la postuló en 1991. En su artículo del pasado domingo, en Reforma, Gabriel Zaid reitera la propuesta, aunque hay que reconocer que el poeta mexicano la ha planteado y explicado desde 1973. 3. El equipo de Data4 presentó un análisis estadístico del incremento de la violencia en el país; según las cifras, estamos en los niveles de violencia del terrible 2011, el año del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, quizá despojados de la esperanza con que el poeta nos arropó.

Coletilla. “Los payasos que lo son por voluntad propia ni siquiera inspiran lástima”. Fiodor Dostoievski