Desde tiempos casi insondables, muy remotos que parecen inaccesibles, debió haber existido una controversia entre idealistas y realistas. Seguramente desde aquel entonces ambos grupos discutían acerca de quién tenía la razón, preguntando quién exageraba o era un rudo epimeteico. Para su desdicha, con cierta facilidad los idealistas quedan opacados por sus adversarios y la mayoría aprueba el realismo como una certeza indubitable. Este hecho no causa ninguna sorpresa al fijarnos que el realista puede aducir a una prueba casi irrefutable: la evidencia por los sentidos. El entorno alrededor de nosotros sirve como la mejor justificación para una respuesta, basta un señalamiento que el otro también sea capaz de ver para mostrarle una verdad.
Para explicarlo mejor, quizá sirva un ejemplo. Imaginemos a dos pastores que buscan cubrirse de un sol inclemente, no se conmueve ante los rostros arrugados y colorados de los hombres que ilumina. Conviene advertir que los pastores son hombres que sobrepasan los cuarenta años y presentan rasgos distintos. Uno de ellos es caucásico, con el rostro marcado por el abatimiento y poco cabello argentado sobre su cabeza. El otro tiene una menor estatura y porta un rostro afable donde contrasta un vello facial obscuro. La diferencia en edad ronda como década y media de vida. Paciente lector, tal vez nunca ha conocido a ninguno de ellos, ni ha visto su imagen en cualquier otro lado, sin embargo confío en que será capaz de figurarse a los pastores. Éstos deciden adentrarse en el espeso bosque para que el ímpetu de medio día sea aminorado, al menos se refugiarán de él. En medio de tantos robles, se preguntan cómo una bellota pudo ser el origen de aquellos árboles imponentes. Propiamente, dirá el chaparro, el árbol es una evolución de la semilla, ésta transforma su cuerpo para volverse un árbol. El temperamento del cielo, el permiso de la tierra y otras cosas del ambiente incitan a que su crecimiento termine en los robles. Dicho en otras palabras, por el curso de las edades, la región alentó a la bellota en su crecimiento. Respondiendo el caucásico, afirmará que no es cierto y en realidad el roble siempre estuvo en la bellota. Su crecimiento apunta hasta sentirse completa, lo cual es alcanzar a ser un árbol sobre la tierra. La semilla resultaría como un capullo que espera eclosionar para dar paso… y el enunciado es interrumpido por la carcajada de su acompañante. Posterior a un rato de discusión, el de barbas se fastidia y le azota una bellota sobre su frente desgastada por el tiempo: ¿Sigues vivo, por qué no te dejo aplastado tu roble?
Si surge la controversia y desavenencias al juzgar las cosas naturales, todavía hay mayor complicación al observar situaciones humanas. Lo difícil en discernirlas se hace presente cuando consideramos si actuamos de manera correcta. Un realista ve en esta dificultad la consistencia de los hechos y la importancia de ellos en nuestra vida. Las grandes preguntas morales se vuelven enanas ante los resultados de los hechos. Mirar y registrar lo que hacen los coetáneos para que sirva como resolución en acciones futuras. En un pueblo donde el crimen no sea censurado y traiga muchas recompensas, no sorprenderá que la ley sea menospreciada e incluso se infrinja para traer el pan a la mesa o las monedas en el bolsillo. Resalta al pueblerino que traiga beneficios a quien toma parte de esas acciones, se le ha ofrecido una respuesta efectiva hacia su pregunta de qué hacer. No hay ni bien ni mal, todo es según el color del cristal con que se mira.
En este escenario el idealista es un forastero en medio de aquel pueblo. No se contenta por la región, por sus costumbres o hábitos. Su modo de vida no pertenece cuando menos a lo delimitado por esas fronteras. Ante esta distinción, el descrédito se avecina y los lugareños lo tachan de que su residencia está en las nubes. Por lo mismo parece un loco que no entiende nada de por ahí, no lo han convencido la contundencia de los hechos. Con ello la pugna entre ambas tendencias se agudiza, se nos recuerda la tensión que siempre hubo. Sus ideales, no siempre tangibles en el polvo que somos, mantienen viva su intención por enderezar el mundo, aunque en muchas ocasiones sus medidas lo lleven a las peores insensateces o acciones acertadas (todavía resulta un gran problema si su ideal no es una locura abrasadora).
En un suelo podrido donde ya no crece ninguna planta, ni el rastro de cizaña, y sobre él se halla sólo desolación, los sueños pueden refrescar el lugar. A pesar de que siempre se vea molido y con una apariencia desahuciada, siempre nos recordará el caballero que alguna vez existió una Edad de Oro, cuyo brillo aún mantiene alumbradas nuestras tierras.
Bocadillos de la plaza pública. Estas semanas ha causado revuelo el desastre ecológico perpetrado en Cancún, Quintana Roo. Gracias a los permisos liberados para un proyecto inmobilario, se calcula que se destruyó en un grado mayor de la mitad del manglar Tajamar. Además de las opiniones en defensa de las naturaleza y las críticas a partidos oportunistas, el caso también sirve para reflexionar en la tremenda expansión hotelera o inmobiliaria en las costas mexicana. Se publicita demasiado acerca de la buena imagen turística o de las condiciones cinco estrellas del país, cuando el deterioro natural será difícil de enmendar. Peor aún si se piensa que varias autorizaciones salen con prisa, llenos de irregularidades y tratos extraños. Si se quisiese combatir la corrupción, el sector ambiental sería primordial para revisar.
2. También en estos días se capturó Humberto Moreira en tierras ibéricas por presunto fraude y posible lavado de dinero. Aparentemente pudo librar un tiempo en prisión, sin embargo su estancia obligatoria en España permite que la decisión sea apelada. Curioso: aprisionado un ex priista en esas tierras, mientras otro fue recompensado con un cargo. Ante tanta especulación dubitativa y pegarle al gordo dos veces, ¿cuándo se hará una investigación esclarecedora a Fidel Herrera?
Señor Carmesí
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