Tuve un sueño que no era un sueño. ¿Dormí o sólo empecé a divagar? Una amiga, a la que no veo desde hace cinco años, me dijo que no podía más con los problemas de su vida. La declaración me movió a la preocupación. Me sorprendí de saberme ajeno a la sorpresa. ¿La justifiqué?, ¿me di cuenta que ella dijo eso sin intenciones de lesionarse, sólo como una reacción de desahogo? ¿Por qué en mi sueño ella tenía un aspecto casi infantil, como el que seguro tuvo cinco años antes de conocerme? Nada tenía sentido y todo lo tenía. Porque era un sueño. No se regía con la lógica con la que supuestamente categorizamos lo que suponemos es nuestra realidad; sinceramente creo que nuestra realidad es tan nuestra como las historias que vemos en televisión. Después de mucho navegar en mis ideas todo cobró sentido. Todo lo del sueño, por supuesto. Mi realidad estaba más inmiscuida de lo que creía. Cuando, estando despierto, me acucian las preocupaciones, la mejor manera de aplacarlas es resolviéndolas. Pero si son preocupaciones que no está en mis manos resolver, el escuchar a otro, intentar entenderlo y darle alguna opinión, me ayuda a mí tanto o más que a ese otro. En breve, las preocupaciones de mi amiga eran las mías, más un dejo de exageración onírica. Le marqué para comunicárselas y cerrar el círculo.
Yaddir