Pretensión

Creer que se puede construir el reino de los cielos en este mundo mediante una equitativa repartición de riquezas, creyendo en la bondad original de quienes han sido desposeídos y suponiendo que la realidad se puede transformar mediante palabras y decretos, es algo propio de ilusos e idealistas.

La ilusión consiste en pensar que la materialidad llena el alma, que los recursos materiales con los que se cuenta para llenar a todos son ilimitados y que la virtud nace de los despojos accidentales, porque no es lo mismo dejar todo a ser privado de los bienes materiales.

Además la idea de que todo se puede modificar al hablar mucho y decretar más coloca a la palabra del hombre al mismo nivel de la palabra de Dios, de modo que no es de extrañar la presencia en el mundo de seres parlanchines que se pretenden salvadores del hombre, casi dioses y por tanto dignos de adoración y flores carentes de la espina de la crítica.

Maigo

En la tierra de nadie

En la tierra de nadie

En una noche en que caminaba por este paraje, comencé a ser perseguido por lobos; quise refugiarme, pero increíblemente las casas ante mí desaparecieron. Grité por ayuda y el guardián de la ley, al extender su mano, se convirtió en sombra del licántropo o en cortina de humo entre ambos, de cualquier forma no me protegía de las mordidas, ni de los zarpazos, que eran lo único real en todo este valle de ilusiones, más que nada por sangrientos.

Cuando morí, aparecieron más fantasmas. Primero vinieron las sombras de unos licenciados que dijeron muy cortésmente: ‘Estamos trabajando en el caso, pero por lo pronto, ten 500 pesos y silencio.’ Después llegaron unos bufones muy tristes, que con aire soberbio cuchicheaban lo siguiente: ‘No que iba a la escuela, al trabajo, a mí se me hace que en otros líos andaba metido.’ Cuando terminaron, se fueron más tristes, pero orgullosos por haber sembrado esta risa en los demás.

Esa fue mi ceremonia luctuosa. Ese día, nadie –ni por compasión– ni por orden cívico me amortajó, dejaron que el pútrido olor del ataque y de la muerte ensanchara más el malhumor, el odio, el territorio de la tierra de nadie, el desconsuelo y el temor del abandono que siempre ofende corazones. En cambio, me volví lugar común de la injusticia, número en la estadística de los que fieles a la lección “afirman que la vida es sólo un viaje de ida a ninguna estación”, y que rastrean en todo el mal humano, a fin de decir, en esta criatura no se puede confiar, habrá que vigilarla. Me transformé en nido de buitres que se regocijan en la carroña.

En la tierra de nadie la desesperación va disfrazada de cinismo y el olvido junto a las mentiras del bufón destrozan poco a poco la confianza. Los buitres necesitan de ellos para chirriar orgullosos, ’venimos a salvarlos de su dolor, déjense devorar’… Pero hoy vino un hombre y me dijo, ‘ven y levántate, que tu enfermedad peor no es la muerte, sino el olvido, la mentira y el desprecio por lo que es la ley: y hasta que no la ames, vivirás vagando entre espejismo-burlas, en la tierra de nadie, en el lugar sin límites.’

Javel   

Para seguir gastando: No puede haber comunidad, si no hay deseo por el bien común, por la ley y la justicia. La gran mentira del narcotráfico y del terrorismo, es que sólo hay antropofagia o voluntad de poder. Terrible, además, los datos que revela Vice News sobre los niños que están envenenados de violencia. El Estado, que somos todos, les hemos fallado, pues no viendo otra salida al abandono ético, social, cultural y económico, el brazo amigo, mecénico, maestro y fraternal, lo ofrece el monstruo que se devora a sí mismo, el narcotráfico. Estos niños también están extraviados y merecen ser reencontrados.

Brasas: “se sabían hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pudiera salir de sus manos, ni de aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes […] los rostros de mico, en el fondo más bien tristes por una pérdida irreparable e ignorada” José Revueltas, El apando

Redes sociales

Maravillado queda todo aquel que no se relacione con las redes sociales como lo hace quien encuentra ahí la cura para la soledad, de que atrapen tan fácilmente dichos espacios. Su red se extiende a casi todos los países; y seguramente sería en todos, si en algunos, sea por motivos climáticos o políticos, permitieran el acceso a las redes. En casi todos los países caemos como moscas, sin temor a ser devorados, regodeándonos en un mundo regido por bits, patrones, algoritmos, lenguajes de programación, etc. Pero no resulta tan difícil saber en qué consiste el complejo embrujo binario: todo se reduce a ver al hombre como sujeto.

El hombre parece que se está configurando, que se está armando, mediante las herramientas que le ofrecen las plataformas sociales. El producto de su barrida sobre sí mismo que le es solicitada para pertenecer al clan cibernético, y quizá ese sea el mayor reto de autognosis al que se enfrente, es su perfil. Pero el perfil es insuficiente sin amigos, pues todo hombre por naturaleza desea relacionarse. Como duda de lo que él mismo es, para encontrar su yo, para que los demás le digan quién es, recurre a crear una serie de comentarios y a subir una cantidad indeterminada de fotografías (siempre en incremento). Más indeterminado que saber qué quiere decir con lo que escribe en textos que regularmente no rebasan los 300 caracteres son los famosos “me gusta”, “me encanta”, “me enoja”, etc. ¿Cómo debe reaccionarse en una red en la que la mayoría de nuestros movimientos son manipulados por nosotros mismos cuando se lee que han muerto decenas de personas en un ataque terrorista en una tierra de la que ni siquiera sabemos su ubicación?, ¿nos debemos enojar contra el terrorismo porque somos occidentales y somos el principal blanco del terrorismo, aunque el ataque no haya sido a territorio occidental y ni siquiera sepamos por que fue realizado?, ¿no resulta insuficiente picar un botón y decir que nos enojamos cuando segundos después nos reímos con el vídeo que expone a una persona haciendo un acto vergonzoso y somos los más altaneros jueces de la “lady” o el “lord”? Parece que reaccionar ante lo que aparece en Facebook o en alguna otra red social es un acto no ya aparente, sino totalmente falso. ¿No harán falta botones que expliquen nuestras emociones más privadas ante las más atrevidas fotos, nuestras pasiones más contradictorias, nuestros odios más disfrazados, para siquiera dar una idea de lo que nos provocan los sucesos que vemos en redes?

No afirmo que los usuarios de las redes sociales sean personas que quieran engañar a los demás, manipulándolos para vean sólo lo que ellos quieren mostrar y así presentar una falsa idea de sí mismos; lo que quiero señalar es que las redes sociales nos pueden llevar a simplificarnos a nosotros mismos, a creer que lo que ahí ponemos es lo que realmente somos, a aceptar que seremos lo que queremos ser y no lo que podemos ser, a creer que el mundo es lo que queremos ver. Aunque si aceptamos que el hombre puede ser lo que él quiera, que el hombre puede controlar totalmente su futuro, parece que Facebook puede cumplir ese sueño.

Yaddir

Oscuros deseos

Pasando media hora de las diez, debajo del cielo nocturno, esperábamos a ingresar. Detrás de nosotros se encontraba la estación de Metrobús de Durango. La luz de los faroles era cálida sin sobrepasar la penumbra en la que estábamos. Pasaron diez minutos y llegó Luis Esquerra disculpándose por su impuntualidad. Nos dijo un tanto nervioso que era su primera vez, nunca en sus veintitrés años con cuatro meses había pisado un lugar así. Lo secundó Jorge, uno de nuestros acompañantes.

Por fuera el sitio era muy simple y pintado con un gris terracota (eso o la penumbra me estaba haciendo una mala jugada). No tenía ninguna imagen alusiva o indicio para saber qué sucedía dentro; ninguna lencería de neón o símbolo exuberante. Seguramente la discreción era lo más conveniente. El nombre estaba puesto de color blanco y con una letra elegante. Debajo de éste se encontraba la entrada al lugar, custodiada por tres hombres con traje. El servicio empezaba desde ahí, amablemente se hacían las revisiones y con la palma de la mano daban el ingreso. Otra vez, discreción y elegancia con el cliente.

Nos concedieron el paso y entramos al diez para las once. Es ingenuo creer que adentro uno estaría a salvo del ambiente tenebroso. Quizá la luz en el interior no era capaz de iluminarnos, pero al menos servía para jugar con nuestra imaginación. Por momentos el lugar pequeño se hacía azulado, por otros con tonos púrpura y rojo. Nuestros rostros empalidecían o se coloreaban según el designio de la iluminación. Aun con este juego, no abandonamos la penumbra. Alrededor del foco de atención estaban puestas unas mesas, muy bonitas, y al fondo unos sillones donde podrían caber más de cuatro personas. Seguimos la recomendación del mesero y ahí nos sentamos. Con un prurito sin admitir los primerizos aceptaron la recomendación, aunque ellos preferían estar cerca del espectáculo. No era difícil ver sus ansias por una satisfacción vivaz y novedosa (¿qué tan novedosa era?).

Las miradas masculinas no desatendían las mujeres que desfilaban en el centro. Posiblemente lo oscuro del lugar hacía difícil el deleite visual. Sin embargo había varones que, bajo la sombra, eran atraídos por los movimientos sensuales, una que otra sonrisa  e incluso los perfumes emanados. Sutilmente, a veces indecoroso, iban avanzando para apresar a los hombres. Sentadas en la misma mesa, sin compartirla, jugueteaban y alegraban con una actitud almibarada. Cerca de la pista había tres chavos gringos que seguramente asistían por diversión. No sentían empacho por invitarles unas copas a dos jóvenes, acompañándolas con tragos de su botella de whiskey. A un lado de ellos estaban tres que parecían salían de trabajar, aún traían corbata y camisa. Era muy posible que fueran a librarse del estrés de la oficina. Uno más se encontraba cerca de ahí, aunque había llegado sin acompañante. Llevaba varias horas con una mujer, quién sabe cuántas copas le habrá invitado. Algunos iban a empalagarse, mientras otros querían salirse de su soledad insoportablemente insípida. Y ni siquiera sabían el nombre verdadero de ellas.

Salimos de Jalisco y no sabíamos qué hora era. A pesar de no habernos tumbado era claro —¿o muy turbio?— que el alcohol nos hacía efecto. Sobre nosotros seguía el cielo nocturno, aunque la acera estaba menos transitada. Sólo estaba pisada por los clientes que recién salían del lugar, contentos con su ilusión comprada. Con una sonrisa, deshaciéndose por el alcohol, entre nosotros hablábamos impresionados por lo que vivimos. No resistimos contagiarnos de los aires joviales. Por años inmemorables los sátiros persiguieron por los campos a las ninfas. Ahora ellas habían logrado su venganza.

Moscas. Ciudad Juárez resulta estandarte de la victoria sobre las adversidades de inseguridad (y más en tiempos electorales). Alejandro Hope señala el peligro de sólo enarbolarlo.

II. Que luego no digan que no hubo alguna advertencia sobre un posible estallido en costas del Caribe. Alerta sobre ello Becerra Costa.

Y la última… Algo traen en contra de las vacas. Primero nos recetaron mejor beber la de soya. No, ahora lo más nutritivo es la de almendra. ¿Cuál faltaba? ¡La leche de cucaracha!

 

 

A un paso de casa

Ellos eran los polos opuestos de un mismo y poderoso imán: César, de piel blanca y sensible; Laura, de piel morena y curtida. A César le gustaba el soccer, a Laura el basquetbol; César era puntual como segundero de reloj, Laura vivía sin prisas y sin tiempo; César se guiaba por sus sentimientos, Laura lo hacía por su razón. Hasta en cuestiones de clima tenían sus discrepancias: a César le encantaban los días soleados donde reina el azul claro del cielo y las nubes motean de blanco el espacio aquel; Laura, en cambio, prefería el cielo gris deslavado con nubes negras que auguran tormentas acompañados de rayos ensordecedores y deslumbrantes más que ninguna otra cosa.

Por esto, a César no le sorprendió nada cuando telefoneó a Laura para que se vieran y ella le contestó con un rotundo no. El día estaba sumamente soleado y Laura había decidido recluirse en su casa a piedra y lodo hasta que pasara aquel martirio. César, empecinado en verla, echó a andar hacia la casa de Laura, la cual se ubicaba a unas cuantas cuadras de la suya. Si bien no era muy largo el tramo a recorrer, sí requería de un cierto tiempo. Estando ahí, ya se las arreglaría para convencer a Laura de que salieran; siempre lo hacía. Se arregló un poco para la ocasión, pues así le dejaba a Laura menos pretextos para negarse, aunque sabía que en el fondo ella moría por salir, sólo que el sol en verdad la ponía de muy mal humor.

Mientras caminaba César se dio cuenta de que el sol de ese día era uno completamente diferente al que había salido todos los días anteriores. El calor que ese sol producía era sofocante y denso, tan pastoso que sólo podía compararse con la espesura digna de cualquier chocolate bien batido. Al principio César disfrutó de aquel fenómeno debido a su peculiar extrañeza, pero pronto comenzó a sentir un hastío indescriptible al respecto. Su frente chorreaba gotas gordas de sudor mientras que su camisa mostraba grandes manchas oscuras a la altura del pecho, la espalda y las axilas. El pantalón de mezclilla, por su parte, se le adhería a las piernas con una fuerza inusitada, lo que complicaba bastante su andar. Con cada nuevo paso César se quedaba con la sensación de que se estaba literalmente derritiendo. Al parecer no mentían quienes aseguraban que el cuerpo humano está conformado en su mayor parte por agua, pues sólo así podría César explicarse que tanto y tanto líquido emanara del suyo.

Faltaba ya menos de un cuarto de camino, pero César sentía que ya no podía más. Usualmente recorría aquellas cuadras en un lapso de no mayor a veinte minutos, pero en esta ocasión sentía que había pasado más de media hora y no veía para cuando habría de llegar. Por supuesto que ya era muy tarde para arrepentirse, por lo que lo único que pedía era encontrar alguna pequeña pero refrescante sombrita donde pudiera sentarse para tomar fuerzas de nuevo y terminar de recorrer el camino más que andado. Ya no sólo era que su cuerpo rezumaba de agua, sino que ahora sus sentidos comenzaban a fallarle. Al parecer, la puerta de la casa de Laura se encontraba a no más de cinco pasos, pero acababa de pasar por la tienda de Don Memo, la cual se ubicaba en la última cuadra antes de la de Laura, por lo que era imposible que estuviera prácticamente frente a su casa. Siguiendo sus impulsos, alzó la mano para tocar el timbre de la casa de Laura, el cual sonó en cuanto fue presionado por el dedo índice de César.

Laura abrió la puerta enseguida. Su mamá le había ordenado que fuera a comprar con Don Memo unos sobres de gelatina, pues el calor estaba realmente insoportable, y a regañadientes, Laura tomó su monedero junto con sus llaves y salió a enfrentarse a ese calor maldito. Cuando abrió la puerta encontró a sus pies una gran mancha que ocupaba casi todo el grueso de la banqueta, como si alguien hubiera arrojado desde el cielo una cubetada de agua justo frente a su casa. Laura comenzó a extrañarse por este hecho, pero un pensamiento más urgente apareció opacando a éste segundo: ir con Don Memo por gelatinas. Laura sólo esperaba no derretirse en el camino. Evidentemente, César jamás lo hubiera esperado.

Hiro postal

De nuevo Año Nuevo

La llegada del Año Nuevo está llena de sentimientos encontrados. Por un lado, sentimos nostalgia por lo que se está dejando atrás y, como “recordar es volver a vivir”, aprovechamos los últimos minutos del año que está por terminar para hacer un recuento de todo lo vivido en el transcurso del mismo: momentos llenos de singular alegría en los cuales compartimos nuestros triunfos y éxitos, o cualquier otro suceso importante en nuestra vida, con la gente que queremos; momentos que estuvieron empapados de tristeza en los que pudimos habernos sentido solos, pero que seguramente siempre hubo alguien que estuvo apoyándonos aun cuando no fuéramos conscientes de ello; momentos de incertidumbre, confusión y duda en los cuales sentimos que nuestra alma pendía de un hilo y estuvimos a punto de darnos por vencidos, o bien que pensamos que ya nada tenía solución; momentos que se grabaron a fuego en nuestra memoria, para bien o para mal; momentos que nos dejaron valiosas enseñanzas, momentos que ya no habrán de repetirse, momentos que quisiéramos tal vez olvidar, pero que no nos es posible. Asimismo, recordamos a las personas que nos acompañaron durante el año: a las que conocimos y se volvieron importantes, a las que ya conocíamos y dejaron de serlo; a las que, cual estrellas fugaces, sólo cruzaron por nuestro camino para continuar el suyo; a las que deseamos nunca haber conocido, o bien nunca haber olvidado; a las que se nos fueron dejando un enorme vacío en nuestro ser, a las que cambiarían nuestra vida por completo.

Por otro lado, también nos embarga un sentimiento de ilusión y alegría, pues esperamos que el año que comienza esté lleno de bendiciones para nosotros, así como para los que queremos, y se logren cumplir todos nuestros deseos. Además, lo vemos como una nueva oportunidad para hacer todas las cosas que no hicimos en éste que termina, o bien para enmendar aquello que hicimos mal, a sabiendas de que es bastante probable que no lo aprovechemos para ninguna de las dos cosas. Es decir, lo concebimos como un nuevo “chance” para cumplir –ahora sí– con los propósitos de Año Nuevo, los cuales van desde bajar de peso, comer mejor, esforzarse más en la escuela o el trabajo hasta conseguir pareja, saltar del bungee o irse de viaje. Lo curioso del asunto es que, generalmente, sucede lo siguiente: la singular alegría que nos embargaba al principio se irá diluyendo conforme transcurra el año y aunque hayamos jurado que este año sí cumplíamos con nuestros propósitos, terminaremos por no hacer nada… como siempre; o tal vez sólo sea que sin propósitos, el Año Nuevo sería cualquier otra cosa menos Año Nuevo. No obstante, puede ser que en éste demos la sorpresa (aunque lo dudo bastante) de cumplir con dichos propósitos, pues cabe señalar que el 2012 no es un año cualquiera, sino que es el año en el que, según dicen que señalaron los mayas, se ha vaticinado el fin del mundo y a lo mejor eso sea suficiente aliciente para cumplir aunque sea con un par de ellos.

Pero mientras son peras o son manzanas, ¡feliz Año Nuevo del fin del mundo tengan todos! Y como diría la Beba: “Si esto no se termina, pues la seguimos”.

Hiro postal