Despotismo austero

 “El déspota no se atiene a ninguna regla y sus caprichos destruyen todos los otros”

Montesqueu, El Espíritu de las Leyes III, Cap. VIII

 

Algunas personas consideran que es exagerado hablar de tiranos en el contexto de la modernidad, pues el Tirano solía llegar al poder mediante artimañas que casi siempre estaban acompañadas por el derramamiento de sangre: Julio César llega al poder después de haber conquistado a las Galias y se consolida tras la caída de Pompeyo, a su vez el poder de los césares se hace más fuerte tras la caída de las catorce puñaladas en el cuerpo de quien les otorgara su nombre.

Por su parte el tirano Pisístrato, llegó al poder tras derramar su propia sangre y fingir que los miembros de un partido opuesto lo atacaron. El nombre de tiranía para un gobierno que surge de la violencia se consolidó después de que los hijos de Pisístrato buscaran el poder para ellos mismos.

En la actualidad, tal vez no sea tan propio hablar de tiranos, algunos suelen enojarse por ello y es que es molesto ver que en medio del discurso del progreso se desfila en compañía de  leyes y edictos efímeros disfrazados de justicia social, disfraz que a veces emula una de las acciones de Pisístrato.

Tal vez sea mejor hablar de gobiernos despóticos y no tiránicos, pensando en que el déspota es moderno e ilustrado, se rodea casi siempre de eruditos que lo hagan adornarse a él como sabio y a veces se ve a sí mismo como sencillo y humilde porque sin renunciar a ciertas comodidades procura acercarse al pueblo como padre comprensivo y reconfortante.

Un déspota como Pedro el Grande hace y come en platos de madera, obsequia figurillas labradas por sus propias manos, y duerme en cabañas austeras, hechas con maderas finas, las cuales por lujosas y austeras son dignas de resguardarse en museos, una vez que ha pasado el tiempo de su uso.

Un déspota es moderno, y es progresista, caprichoso y hasta berrinchudo, pero disfraza sus antojos con razones y acertijos que se centran en el miedo, ya sea a la pobreza o al vicio.

 

Maigo

Plana ciencia

Ilustrados mucho o poco, solemos pensar que es provechoso para la sociedad que se divulgue la ciencia. En realidad, la información científica divulgada es impactantemente menor a los resultados de las muchísimas investigaciones patrocinadas por gobiernos y concejos universitarios en todo el mundo. Pero desconozcamos ese detalle provisionalmente por la suma complicación de su naturaleza. Será más fácil enfocarnos en esa idea que nos es tan cómoda, tan común, tan suave para nuestro pensamiento como que algo pesado es jalado por la Tierra, de que es provechoso para la sociedad divulgar la ciencia. La causa es muy sencilla: conocer la verdad de las cosas de este mundo nos surte de bienes. De éstos, los que más frecuentemente se ofrecen a la vista son los más útiles (cosa que se entiende porque son los más vistosos); con los que se explica, por ejemplo, que es gracias a nuestro conocimiento de las magnitudes físicas de los materiales que somos capaces de construir puentes kilométricos, o que el conocimiento de los pormenores eléctricos de los órganos humanos nos permite idear soluciones, producidas en masa, que regulan su funcionamiento en casos de enfermedades. Por la difusión de los descubrimientos psicológicos es más probable que halle comprensión un autista y gracias a la ciencia política no toleraríamos nunca más vivir bajo regímenes tiránicos u oligárquicos.

Otra idea, menos difundida aunque no por mucho, es que la ciencia requiere para su realización un ánimo desafiante, un arrojo marcado por la duda antes que la asunción irreflexiva y la apertura al descubrimiento, un ímpetu difícilmente contenido por la ortodoxia o impedido por el conformismo –que no es otra cosa que una corrosión del carácter provocada por esa ortodoxia–. Si tienen oportunidad, hablen con algún científico al respecto. Lo más probable es que les diga que esa imagen es bastante fantasiosa y que el trabajo científico es mucha más rutina, grilla y burocracia de la que uno primero sospecharía; pero aunque ésta sea una importante observación, podemos dejarla al margen mientras consideramos que el paradigma de hombre de ciencia que se nos presenta desde que somos pequeños se parece mucho más a esa fantasía. Nos enseñan a admirar a Galileo prefiriendo la verdad a la propia vida, a Newton descubriendo la llave del universo que permaneció escondida por milenios o a Einstein desafiando las convenciones gravitacionales en contra incluso de antiguos gigantes astrónomos.

Hay una tensión entre estas dos ideas. Cuando la divulgación de la ciencia se realizara por entero, todas las personas por igual aceptarían y aprenderían todo lo que hay por saber tal como es. Se lograría educar en el terminado y comprehensivo dogma de la verdad universal. Pero al mismo tiempo, el ánimo científico estaría eternamente desafiando el dogma simplemente por ser ortodoxo, sin atender si es o no verdadero, y jamás la gente educada para desplegar tal ímpetu podría aprender lo que la ciencia divulga. Esta contradicción frente a la ciencia resuelve a momentos la tensión devaluando alguna de las dos convicciones o ambas. Por ejemplo, pensemos que la mayoría de las veces la ciencia no se enseña en realidad, sino que más bien se ayuda de imágenes inexactas para persuadir a personas neófitas de asentir ante modelos, conceptos o sistemas que se quieren divulgar. Es decir, se vulgariza la ciencia. Es mucho más fácil concebir distancias en un planisferio representándolas como líneas rectas, aunque no sean así exactamente, que haciendo cálculos de curvas sobre secciones de esfera u ovoide. El resultado no es el conocimiento de la verdad sobre alguna parte de la totalidad universal, sino la aceptación pública de cierta doctrina. Pensando en el otro lado, se educa con el discurso de la belleza del espíritu desafiante, pero al mismo tiempo se caricaturizan algunas doctrinas de manera que se tiene algo para desafiar incluso cuando no se cuenta con muchas ganas de meterse en verdaderos problemas. A los ojos de la opinión común sólo hace falta decir que «la religión no es sino colección de supercherías primitivas» para ponerse la camiseta del equipo de la ciencia. Y celebramos con razón que por decirlo nos echen porras y no piedras. Estos dos suavizantes ‒el de la divulgación y el de la infatuación científicas‒ no solamente alivian la tensión, sino que forman una dinámica perfectamente comprensible y cómoda, hasta lógica, en la que parecería que nunca existió ninguna contradicción. Así, la gente de a pie podemos asentir al proyecto de educar a la humanidad siempre que desafiar tal o cual añeja norma nos rinda los beneficios útiles y vistosos que estamos esperando de nuestra ilustrada civilización. Somos valientes que ponen en duda toda convención… o eso nos dicen y no tenemos por qué ponerlo en duda. Al asentir a lo dicho por los expertos nos convertimos automáticamente en expertos nosotros mismos, ¡y sin haber quemado ni una sola pestaña! Incluso para el autoestima es una ganga: somos parte fundamental del mejor y más benéfico cambio que ha sufrido el mundo humano jamás y lo único que tuvimos que hacer fue ser nosotros mismos.

Una verdadera educación científica de toda la sociedad es imposible, para empezar, porque no existe tal cosa como el científico todólogo que pueda hacerla de maestro mundial. Todos los científicos son especialistas a tal grado de finura que, por así decir, entre un químico electroanalítico y otro podrían no entenderse nunca porque uno se dedica a la formación de sistemas que permitan cuantificar electroquímicamente la concentración de dopamina en una muestra dada, mientras que el otro intenta perfeccionar métodos de electrodeposición para sintetizar catalizadores para celdas de combustible. Los resultados de sus investigaciones se harán más o menos conocidos dependiendo de las instituciones que les den los fondos y de las revistas que los publiquen. Ninguno de los comités a cargo de las revistas prestigiosas de divulgación científica tiene representantes de todas las especialidades, ni tiene por qué esperarse de ellos cosa tan descabellada, que sería como esperar de un vivero que contenga cuando menos un espécimen de cada distinto vegetal sobre la Tierra1. Y todo esto no es demasiado escandaloso porque tampoco es posible que todas las personas sean férreas defensoras de la verdad sin asegunes, en todas sus formas, feas o hermosas, finas o gruesas. Francamente, a pocos les interesa. La ciencia suele interesar por sus efectos, por los resultados que porta2. La resistencia del material del que está hecho el puente kilométrico no importa a prácticamente ninguno de los que lo cruzan más de lo que les importa que el puente esté ahí para ahorrarles la vuelta, esté hecho de concreto, madera o cristales de nitrato de uranilo. A la mayoría de las personas les daría igual si la Tierra girara al rededor del Sol o si fuera viceversa, si todo lo demás en sus días fuera igual. Ésa es la vida real de la mayoría de nosotros los ilustrados contemporáneos.

Con todo, últimamente ha estado dando vueltas la noticia de la existencia de los Flat-Earthers. Entre la sorpresa, la incredulidad y el escarnio de todos los demás, se trata de un grupo considerablemente numeroso de personas, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos, que dedican sus esfuerzos a contravenir la doctrina de que la Tierra es redonda y a sostener que más bien es plana. No son una sociedad nueva, pero últimamente han estado llamando la atención por su incremento (de hecho hay varios de estos grupos más o menos serios, pero por ahora consideremos solamente la Flat Earth Society como representante del resto). Las redes sociales han ayudado mucho a compartir su discurso, entre los que lo creen y los que lo toman a guasa. En una convención recién celebrada este noviembre, miles de personas asistieron gustosas a conocer a sus congéneres y a disfrutar conferencias acerca de las implicaciones lógicas y prácticas de que la Tierra sea plana. Y créanme, ellos son en verdad más ilustrados que los ilustrados contemporáneos. El mismo valor que se admira en Galileo es necesario para decirle al mundo entero, con todo y sus agencias de exploración espacial y su tradición educativa centenaria, que están equivocados quienes suponen que la Tierra es redonda. La agrupación se presenta con la intención de fomentar el pensamiento crítico, de negar el dogma que no ha sido probado y de confiar en las capacidades propias para realizar razonamientos científicos antes de acceder a ninguna conclusión. Y esto no es cosa ligera: ¿qué fuerza puede tener la tradición, por más que sea centenaria, si es irreflexiva, contra un instante de visión en ojos propios para contemplar la verdad? (Que no se diga que es imposible para un ilustrado ponerse romántico). Las consideraciones de este grupo son, a su propia vista, muy serias y comprensiblemente mal recibidas por la mayoría de las personas; después de todo, esa mayoría es la que está educada desde la niñez para repetir doctrinas que no entiende. Argumentan tanto positiva cuanto negativamente. Los sentidos, dicen, son nuestra primera aproximación al mundo y su verdad, y nunca ha de desconfiarse de ellos si no se presenta antes una razón para ello tan convincente que no deje ninguna duda; el peso de la comprobación recae en los que nos quieren convencer de que no vemos lo que vemos, no al revés. Y si uno se fija bien, toda observación personal que se haga, siguen diciendo, del horizonte o de la perspectiva al escalar una montaña, nos mostrará sin reservas que no hay ninguna curvatura a todo lo largo del mapa que no sea solamente un accidente geográfico. Los experimentos que proponen trazar una recta de la visión para después corroborarla a lo lejos o a lo cerca usan telescopios, boyas, faros, observaciones del mar y movimientos de banderas o velas de barcos; y éstos siempre concluyen que no podría ser redonda la Tierra, pues de lo contrario la visión se perdería allá donde no se pierde: la recta de la visión coincide siempre en el punto de la observación independientemente de la lejanía o cercanía de los objetos hallados en una recta correspondiente a la planicie terráquea, por más alejado que esté el horizonte. ¿Y las fotos de los astronautas, los estudios astronómicos, los cálculos de aviación o de predicción meteorológica? La respuesta que dan los planitérreos es que algunas de estas cosas son resultado de la propaganda política y otros de coincidencias que pueden ocurrir lo mismo para una Tierra redonda que para una plana. La cereza del pastel retórico es esta consideración de aire conciliatorio: ellos dicen que la doctrina de la Tierra redonda no es un intento malintencionado para engañar a la población (¿qué se ganaría con ello?); lo que en realidad pasa es que las grandes fuerzas políticas que apoyan el dogma creen que la Tierra es redonda pero, aunque no tengan los medios para comprobarlo, fingen que lo han hecho porque lo que les interesa en realidad es un discurso internacional fuerte, cuya raíz fue la carrera de expansión que en la Guerra Fría libraron EEUU y la URSS y cuyas ramitas son todas las querellas políticas entre potencias mundiales de hoy.

Los experimentos que aquí refiero, lectores, son todos derivados de los que dio cuenta Samuel Birley Rowbotham3. Apenas uno considera que todos son el mismo experimento, nomás maquillado por acá o por allá, y que en él se cae en la tremebunda omisión de las distancias continentales y de la refracción de la luz, queda todo su fondo demostrativo sin un gramo de crédito. Y leer la explicación que los planitérreos ofrecen de las observaciones de la gravedad es apenas un paso menos irrisorio que escuchar a algún compañero pedestre explicar la teoría de las supercuerdas. Sin embargo, eso no es lo importante. Es un deleite observar que en tantas personas sobrevive tan vivo el fuego ilustrado de la divulgación científica y el desafío a las convenciones, que están dispuestos a poner a prueba con todo el rigor del que son capaces, la que muchos propondrían como la más ridícula de las nociones en la ciencia natural. No son intransigentes ni absurdos, al contrario, actúan con mucha congruencia. A menos de padecer de una mente poco reflexiva, de golpe caerá uno en la cuenta (apenas se pase la risa), de que la mayoría de los que desprecian a la Flat Earth Society de hecho no podría demostrar matemáticamente ni el movimiento de la Tierra al rededor del Sol, ni la necesidad de su forma ovoidal para que la intensidad de su campo gravitatorio acelere 9.81 metros sobre segundo al cuadrado los objetos a ella sometidos4. Podrá la vida llana alejarnos de las verdades del universo, pero la tendencia naturalmente humana a conocer no dejará de aparecer en nuestras sociedades, por más que las contradicciones en las que vivimos parezcan haberla sofocado por entero. ¿Y no son una lúcida, brillante muestra ellos que en pleno siglo XXI defienden que la Tierra es plana? ¿Importa si están bien o no?5 ¡Celebremos que nuestra educación aún puede rendir estos frutos! Y es que con éstos que han aprendido todo lo importante del furor por el mejoramiento de la humanidad y el reparto de mercedes a su género, ¿quiénes dirán entonces, hombres de poca fe, que la Ilustración no ha sido todo un éxito?


1 Eso por no mencionar que aquello de la rutina, grilla y burocracia de la profesión científica domina aquí con máxima fuerza.

2 No es gratuito tampoco que usemos como usamos la palabra ‹importar›, con la idea de que si nos interesa es porque nos da algo que viene de fuera.

3 Parallax, Earth Not A Globe, 3ª edición de 1881. Más exactamente dicho, muchos son derivados de estos experimentos, pero varios razonamientos que ofrecen tienen también otras rutas, algunas más antiguas.

4 Con más exactitud, son 9.80665 m/s2, al nivel del mar.

5 «La ilustración estaba destinada a convertirse en ilustración universal. Parecía que la diferencia de dotes naturales no tenía la importancia que le había adscrito la tradición; el método probó ser el gran igualador de mentes naturalmente desiguales» y «La nueva ciencia política pone en preeminencia las observaciones que pueden hacerse con la máxima frecuencia, y por lo tanto, por personas con las capacidades más mediocres. De este modo culmina frecuentemente en observaciones hechas por personas que no son inteligentes sobre personas que no son inteligentes». Leo Strauss en Liberal Education and Responsability y An Epilogue, respectivamente.

Nobel #12 & 35

Nobel #12 & 35

 

They’ll stone ya and

then they’ll say, “good luck”

 

Lo más impresionante de la concesión del premio Nobel de literatura a Bob Dylan es la cantidad de defensores que tiene la literatura, por mucho superior al número de lectores. Ante la profanación de los lugares de lo culto, los cruzados han alzado la voz para rescatar a la literatura de un embate que no se llega a saber popular o populista. Dylan poeta es la plática en una biblioteca o la diversión en el museo. Bob Dylan es tan cercano a tanta gente que su premiación apremia a resguardar el arte en la lejanía. La popularidad del arte despoja del regusto de la exclusividad y la reserva, devalúa las membrías del esnobismo, frustra las promesas de la Ilustración. Porque la reacción contra el bardo premiado es un problema ilustrado. La Ilustración no aminora los ánimos de linchamiento, sino que los certifica con respaldo meritocrático. Los alegatos a favor y en contra del Nobel a Dylan son hijos de la Ilustración, productos del historicismo, falsificaciones de nuestra experiencia poética.

         Reconozco tres alegatos: dos en contra y uno a favor. En contra del reconocimiento a Dylan están los agoreros de la industria cultural. Ellos consideran que el reconocimiento público del escritor es una inclusión en el mecanismo de reproducción y consumo de los bienes culturales, que la premiación es la seducción al transgresor por un grupo de poder a fin de extender su dominación y subyugar la productividad del premiado. Dylan pasa, para estos hombres, del rebelde con guitarra de palo al ensombrerado que canta a Sinatra. Dylan pierde su potencial subversivo al tiempo que explora su potencial mercantil. No podrían estar más equivocados estos realistas de supermercado: Dylan es producto mercantil desde el primer día, y un producto del mercado tan defectuoso que no parece capaz de mantener su oferta, al extremo de consumirlo en un tour de force que engloba disimilitudes y altibajos inabarcables para cualquier consumidor. No extraña que sean estos críticos quienes creen que Dylan no es auténtico en el producto comercial que no les gusta. Consumen bajo protesta, pero consumen. Y sólo la cultura ilustrada es consumo.

         En contra del reconocimiento a Bob Dylan están los guardianes de la alta cultura. Refinados, seguramente no restan méritos al laureado, pero señalan oportunos que había más opciones verdaderamente literarias: el novelista olvidado de aquel país de Europa del Este, el poeta perseguido por el tiranuelo tal, el exclusivo y selecto escritor desconocido que es necesario difundir para bien de la cultura universal y la educación profesional. Emocionan tan nobles sentimientos. Son finos como las astillas y veleidosos como los adolescentes, orgullosos como los universitarios e interesados como los profesionales. Aunque en ocasiones me parece que confunden la cultura con el gourmet, las enciclopedias con los suplementos alimenticios y las comidas con la sección de sociales. Es cierto, cada premio deja fuera a los no-premiados, pero no sólo lo premiado está disponible: a veces es rico comer lo que no tiene etiquetas, reunirse en la fonda de la esquina o comer en un changarro para compartir la mesa con un desconocido. Quien sólo selecciona lo exótico está siempre fuera en cualquier lugar. Quien se limita a lo educativo por necesidad será siempre inculto. La Ilustración nació en un salón con espejos y murió en una sala con Power Point.

         A favor del reconocimiento a Bob Dylan están los folcloristas románticos, los jipis de camioneta y los chavorrucos de la protesta. Los folcloristas, hijos de Herder, consideran que el reconocimiento a Dylan es una ampliación del concepto de cultura que arranca el arte a los clasismos y lo distribuye al pueblo. Democratizadores del genio, les emociona más la evocación del orinal que la idea de Duchamp, la popularidad de Dylan que la obra de Dylan. Por su parte, los jipis de camioneta reciben el reconocimiento con la frescura de una buena nueva y la emoción de un pasado imaginado: su vida es frapuchino que les baja el calor y les permite dormir tranquilos por la noche. Dylan es para ellos una promesa cumplida, la confirmación de un ideal que reviven en el tiempo libre, pasatiempo verificado por la sociedad subestimada. Los chavorrucos de la protesta experimentan el reconocimiento como una reivindicación histórica: Dylan reconocido los representa, su Nobel es el de toda una generación… sus protestas amanecen en el horizonte de la institución, revolucionan desde dentro, le ganan al sistema con el sistema mismo… Reclaman a Dylan como propio, lo expropian por el bien común, lo privatizan para todos. Pero la genialidad de Bob Dylan ni se socializa ni se privatiza. Dylan se revisita.

         La Ilustración consideró que el arte dispensaba sus favores desde las alturas del genio, por lo que los no-artistas, la mera gente, debía esperar en los escalones inferiores el llamado a la altura del arte. Para la Ilustración el arte era una exquisitez paulatina, exclusividad gradual, disolución comunitaria para reconquistar lo uno desde uno mismo. Bob Dylan cantó sin guardar su lugar en la escalera. Después de Dylan la espera en la escalera se presentó con el desconcierto irónico de una piedra rodante, la esperanza se descubrió tocando a las puertas del cielo con un humor tan negro como la desesperanza pero alegre como el entusiasmo. Dylan creó las situaciones dylanescas, en su obra ha dado luz a la causticidad de la nostalgia posmoderna. Dylan ha visto claro que el mundo moderno asume el cambio como principio, al tiempo que entendió que las inconformidades contemporáneas tienen los pies bien puestos en el cambio para mirar recelosos y añorantes lo perdido; el recién galardonado con el Nobel de literatura nos enseña con su obra a reír de lo perdido sin confiar en lo ganado, pues cuando no se tiene nada, nada se tiene por perder. Ese es Dylan, esa es su poesía, esa la causticidad de la nostalgia subterránea y el mundo necesitaba a Bob Dylan para reconocerlo.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El EZLN probará la vía electoral en 2018. Importantísimo anuncio. Hace 22 años parecía imposible la vía electoral para el movimiento armado. Hace 10 años dejaron clara su distancia de las urnas. Hace 4, finalmente, se aproximaron a la convocatoria del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Tras casi un cuarto de siglo el zapatismo podría tener representantes en las instituciones a través de un sano ejercicio democrático. Quizás es una buena entre la avalancha de malas. 2. Jesús Silva-Herzog Márquez advierte que el proyecto de Constitución de la Ciudad de México ignora los límites entre lo público y lo privado, diluye la diferencia entre el ciudadano y el individuo. 3. Las diferencias partidistas tienen precio y quizá no hay mejor ejemplo que el control político de los comerciantes informales en la delegación Cuauhtémoc, control que Héctor de Mauleón describe en un amplio panorama. 4. El INAI ha resuelto que la PGR debe dar a conocer el registro de los grupos terroristas identificados en México. Por una decisión del órgano de transparencia, el Cisen señala que en lo que va del año se reconocen 29 ataques de grupos terroristas en el país. 5. En abril de 2015 comenté que el yoga se hacía obligatorio por ley en California. Sigo creyendo que es la oficialización del neopaganismo, que es la obligatoriedad de la religión contemporánea disfrazada de cuidado de la salud. La tendencia llega a México como propuesta de una legisladora de Morena.

Coletilla. Ha dicho Joaquín Sabina que el Nobel a Bob Dylan es una noticia feliz. Añade que si se quiere dar el Cervantes a un músico español, él ya tiene un candidato: Joan Manuel Serrat. Sea.

Hablando del Olvido III. Olvido progresista

El progreso de una sociedad se puede medir en su capacidad para olvidar, entre más olvidan los miembros que la conforman mayor es la apertura de los mismos hacia los cambios que trae consigo el progreso. Un ser memorioso se vuelve conservador y demasiado rígido ante los ojos del olvidadizo progresista, quien debe dejar atrás lo que ya pertenece al pasado y continuar su camino sin atender a lo que ya fue.

No faltará quien diga que lo antes afirmado no es verdad, que gracias al progreso las sociedades más avanzadas pueden guardar una cantidad de datos que ningún ser humano puede, que más cabe en aparatos sumamente pequeños y complejos, que en la masa enorme a la que fácilmente denominamos cabeza.  Pensamos a la memoria como un contenedor, como algo que inicialmente no tiene nada y que poco a poco se va llenando; no nos percatamos de que al pensarla de esta manera nos pensamos a nosotros mismos como seres que llegamos a este mundo completamente vacíos, es decir, nos vemos como contenedores que se van llenando o se van vaciando según lo requerido.

Esta imagen es peligrosa porque el sentido que pudiera tener nuestra vida y todo aquello que decimos es digno de recordarse se va perdiendo en la medida en que vemos lo recordable como meros datos, es decir, como objetos a vaciar en otros contenedores que pueden ser sumamente fieles en su calidad de tales, pero al mismo tiempo muy infames, porque con lo memorable se llevan el sentido de lo supuestamente guardado.

En otros tiempos o lugares la buena memoria era algo admirable, y más lo era cuando lo que se recordaba era algo que podía ser importante, cuando lo memorable daba algo más que datos a quien lo rememoraba y cuando quien se encarga de recordar impedía que lo importante para la comunidad se perdiera entre las murallas silenciosas del olvido. Pero recordar implica vivir de nuevo, si no de la misma manera de otra, y por lo tanto implica regresar sobre los pasos ya recorridos, y no hay nada más contrario al progreso que retomar lo que ya ha sido superado hace mucho.

Vivir de nuevo puede ser doloroso y pesado, y olvidar en cambio, puede resultar placentero y conveniente para aquellos espíritus libres que saben dejar de lado lo que sólo los distraería de ser plenamente lo que son, si es que algo les queda por ser una vez que se han olvidado del peso que trae consigo el recuerdo y la tradición.

Pero no hay porque satanizar al progreso, pues éste no permite el olvido así como así, no es verdad que las sociedades progresistas dejen de lado a los clásicos y a todo aquello que por alguna razón, ya no se sabe bien cuál, deba ser recordado. Si bien es cierto que el hombre ya se ocupa en recordar las cosas, también lo es que éste mismo se ha dedicado a generar los aparatos que le permiten guardar fielmente cualquier cosa que deba ser recordada y que exija demasiado tiempo para su aprendizaje. Si no fuera el caso entonces no existirían aparatos a los que se les llama memoria, o no se hablaría de la memoria de otros tantos instrumentos que han sido diseñados para suplantar a los recuerdos dolorosos.

Si vemos de cerca, entre más abundan estos aparatos de más tiempo libre dispone el hombre y menos se ocupa de recordar lo que tan sólo necesita consultar en alguna cosa inventada por él, entre más progresa el ser hombre menos recuerda y entre menos recuerda más tiempo tiene para disfrutar de la vida.

Este tiempo para el disfrute es el que hace del olvido algo placentero, el placer se mueve en el terreno de lo efímero, mientras que el recuerdo lo hace en el terreno de lo perdurable, lo memorable puede doler, y ocuparse de ello puede distraer al hombre de lo que el olvido de todo trae consigo, que para muchos es un bien. La propaganda en favor del progreso es al mismo tiempo propaganda en contra de la memoria, y se basa en equiparar a la memoria con un mero almacenamiento de datos y al vacuo almacenamiento con el sentido de la vida que puede encontrar el ser humano una vez que se ve libre de lo que lo distinguiría más de los animales.

 

Maigo.

 

Conocimiento legal

Cuando la ley viene de Dios importa conocerlo para saber obedecerla; cuando la ley viene de la voluntad del hombre, se debe conocer al hombre para entender si es mejor obedecer o no. Pero cuando la ley viene de individuos que por no tener fe no buscan a Dios y por no trabajar no buscan al hombre se vive como si fuera mejor hacer caso omiso de lo que la ley pudiera decir.

Maigo.

Ilustración

Cuando se dormía en medio de la obscuridad, veía la luna y, las estrellas guiaban mi camino y en ocasiones importantes mi vida, podía saber en dónde estaba y a dónde iba con sólo dirigir la mirada a los cielos, podía notar quién era y hasta dónde llegaban mis límites porque sentía fácilmente en dónde terminaba yo y comenzaba el mundo.

Pero un día quise más día y pretendí encerrar al sol en un frasquito. Dejé de escuchar a esa voz que me advertía que no podía tapar el sol con un dedo y me apresté a conseguirle al astro rey un buen encierro. Sobra decir que nunca logré contener siquiera un rayo pequeño, pues estos se escurrían por mis ojos y sólo permanecían en la memoria de los amaneceres y los atardeceres alguna vez contemplados.

Entonces dejé de contemplar amaneceres y me perdí de muchos atardeceres para poder trabajar y fabricarme un sol chiquito, uno que sí pudiera encerrar en un frasquito y emplear durante las noches oscuras en las que no me apeteciera contemplar las estrellas o dormir bajo la luz plateada de la luna. Por desgracia para mí, tuve éxito en mi empresa y ahora no puedo distinguir el día de la noche, ya no veo a las estrellas porque éstas se pierden entre las luces de tantos solecitos artificiales, ya no sé dónde estoy, a dónde voy y menos sé qué propósito guarda mi vida. Y así como una vez quise inventarme días ahora quiero recuperar mis noches y con ellas la posibilidad de contemplar.

 

Maigo.

Examen crítico de las tesis kantianas sobre la historia

Examen crítico de las tesis kantianas sobre la historia

Introducción

En este trabajo me propongo presentar y criticar las tesis kantianas sobre la historia que en los siguientes textos se presentan: Idea de una historia universal en sentido cosmopolita y Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor.
La primer parte del trabajo está destinada a la exposición de los argumentos más importantes de los textos mencionados y la última a los problemas encontrados en los mismos.
Lo único que supone el autor es la anterior lectura de los textos kantianos para la adecuada comprensión de este pequeño estudio. La crítica aquí presentada no toma como referente a ningún autor posterior, aunque dichas ideas no son en ningún sentido originales.

Desarrollo
Como ya he dicho, lo que aquí me propongo es exponer la idea de historia que Kant presenta en sus ensayos Idea de una historia universal en sentido cosmopolita y Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor, y criticar la misma idea detectando, si es que los hay, problemas con los argumentos que ofrece como razones para demostrar sus tesis.
Me parece que la idea central de historia en Kant es concebirla como el desenvolvimiento de un plan previamente trazado, es decir, la historia como desarrollo de una causa final que es su motor y hacia ella se mueve:

“… si ella (la historia) contempla el juego de la libertad humana en grande, podrá descubrir en él un curso regular, a la manera como eso que, en los sujetos singulares, se presenta confuso e irregular a nuestra mirada, considerado en el conjunto de la especie puede ser conocido como un desarrollo continuo, aunque lento, de sus disposiciones originales.”

Así, pues, el devenir o transcurso temporal-histórico es teleológico en orden a una meta o fin que rige tanto al pasado como al presente. La causa final es el desarrollo integral de todas las disposiciones humanas relacionadas con la razón. Y con esté nomos será visto cualquier momento histórico en relación a su cercanía o lejanía del fin establecido. Dice Kant, ahora bien, que la única manera de conseguir dicha finalidad es por medio de la condición civil, la cual al coaccionar al individuo le obliga a desarrollar aquellas capacidades que en un estado salvaje-natural se encontrarían siempre adormecidas y olvidadas. A esta condición opuesta Kant la nombra la “insociable sociabilidad” del hombre. La cual, como dijimos, se cifra en la ambivalencia y oposición natural encontrada en el corazón de la criatura racional. Y justo aquí entra una idea central tanto para la filosofía de la historia del filósofo de Könisberg como para el discurso moderno-ilustrado: la idea de progreso. El camino para la consecución del fin es ascendente y no de otro modo, y las generaciones del caso al entender el fin último de la historia tendrán que sacrificar la felicidad aparente del momento presente por la vida perfecta que le espera al género humano, “…sólo las generaciones últimas gozarán la dicha de habitar en la mansión que toda una serie de antepasados, que no la disfrutará, ha preparado sin pensar en ello.”
Dicha idea del progreso como ascenso ineludible, no obstante, a diferencia del supuesto de los motivos o propósitos racionales de la Naturaleza para con el hombre en la historia, está basada, digo, en una experiencia o emoción: entusiasmo. Es curioso aquí, aunque tengamos el antecedente de la filosofía moral kantiana, que la idea de progreso se base en un “sentimiento” (y, por ende, a posteriori) que se refiere a casi una inclinación natural hacia el bien o la mejora del género humano:

“Esto y la participación afectiva en el bien, el entusiasmo, aunque como todo afecto en cuanto tal, merece reproche y, por lo tanto, no puede ser aprobado por completo, ofrece, sin embargo, por mediación de esta historia, ocasión para la siguiente observación, importante para la antropología: que el verdadero entusiasmo hace siempre referencia a lo ideal, a lo moral puro, esto es, al concepto del derecho, y no puede ser henchido por el egoísmo.”

Lo anterior, aún el matiz, es bastante discutible. Aunque entendemos que la reflexión histórico-moral kantiana es anterior a Auschwitz (y todo lo que esto significa), no entendemos que el entusiasmo está condicionado a la idea de bien y bajo ella se rija. Y la razón para sostener lo anterior es la irracionalidad (no razón) que subyace en todas las emociones. Ese es justo el problema de fundar cualquier fin puro de la razón en el mundo afectivo e impulsivo.
Ahora bien, expuesto de manera general lo anterior, procederé a elaborar ciertas críticas al argumento kantiano.

El fundamento metafísico de la historia
Podemos criticar el que se presuma que la única forma de concebir el devenir temporal-histórico como racional sea por medio de la inserción de un elemento atemporal y, por ende, ahistórico, como lo es la causa final del progreso humano. Podemos decir también que el pensar así la historia es justo no pensarla, es, paradójicamente, no ver el fenómeno ni realizar el esfuerzo que exige para entenderlo, pues el método que se plantea no es histórico y es inclusive extraño a esta ciencia.
Así pues, no acepto el primer principio que funge como supuesto de la demostración kantiana: “Todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a desarrollarse alguna vez de manera completa y adecuada.”
No lo acepto porque es un mero supuesto (poco sostenible pues) el que la naturaleza trabaje o se muestre siempre armónicamente, porque, de hecho, también se equivoca.
No todas las disposiciones están destinadas a desarrollarse, algunas, de hecho, están destinadas a extinguirse. La naturaleza, como la vida, es un mero ensayo y esbozo de posibilidades, no de actualizaciones de planes secretos e inaccesibles.
Sin embargo, hay que aceptar que aunque el supuesto sea discutible, lo que se obtiene por él es valioso. Me refiero a la idea de la insociable sociabilidad humana, a la oposición tomada quizás del contractualismo roussoniano y elaborada posteriormente por la dialéctica hegeliana.

La idea de libertad en la historia
Dicha idea parece más bien no existir si se le contempla con atención. En otras partes de su sistema (epistemología) Kant se muestra fiel a la tradición moderna al reflexionar sobre y desde el individualismo moderno, y, paradójicamente, es en la historia, en la concreción de la existencia del individuo, donde la libertad se le aparece como un mera apariencia por estar sujeta la conducta y el quehacer humano a un plan que se percate o no el individuo del caso, colabora para su consecución. El error aquí, me parece estar en el considerar las acciones humanas equiparables a cualquier otro tipo de sucesos naturales (es decir, de manera mecánica).

“Cualquiera que sea el concepto que, en un plano metafísico, tengamos de la libertad de la voluntad, sus manifestaciones fenoménicas, las acciones humanas, se hallan determinadas, lo mismo que los demás fenómenos naturales, por las leyes generales de la Naturaleza.”

La insociable sociabilidad humana
Me parece que este concepto par tiene las mismas posibilidades en ambos polos. Es decir, que no se sigue que la sociabilidad se fortalezca por tener el hombre disposiciones naturales al asilamiento. Me parece más correcto nombrar a la vida en sociedad como “sociedades en riesgo” (noción contemporánea por supuesto), pues dicha noción apunta a la fragilidad del pacto social y a la posibilidad intermitente y probable de disolver la vida común. Destruyendo así cualquier optimismo infundado en el progreso del género humano.

Conclusiones
Una vez presentado lo anterior concluyo que el argumento kantiano es bueno en cuanto describe la problemática social de la vida en común, pero es problemático en cuanto supone cierta racionalidad en el transcurso histórico. Esta suposición tomará en Hegel sus máximos vuelos llegando por completo a la disolución del tiempo real.
Las objeciones realizadas al argumento kantiano se deben más al señalamiento de los problemas a que conduce el mismo que refutaciones por medio de contraejemplos.
Lo que aquí se intentó es exponer a grandes rasgos las tesis kantianas sobre la historias y criticarlas pensando en sus consecuencias.