Diaria indiferencia

La tristeza se apodera de mi alma cada mañana cuando leo el diario: desgracia tras desgracia, balazo tras balazo, la indiferencia se apodera de mí, e indolente veo los cielos cada vez más contaminados. Ya no extraño las estrellas, que en las noches veía antaño, si el cielo está nuboso sólo me quejo, o peor aún ni lo noto. Ya no veo la grandeza en los árboles abrigada, ya no hay árboles o arbustos, sólo objetos que estorban la mirada, ya no hay amaneceres rosas sólo edificios que se iluminan a veces naturalmente a veces sólo en parte y dependiendo de quienes los habitan.

El pesar de la tristeza me ensordece y hace daño, cada vez veo menos gente, sólo encuentro nombres vacíos en los diarios, y a veces ni siquiera eso, veo números y estadísticas que no me dicen nada que no me dejan ver las vidas que se van entre los tiros y que se extinguen a mi lado.

La culpa no es el diario, pues sólo muestra lo que hay, es culpa de la lectora que no sabe ir más allá, que indolente pasa los ojos por las tragedias que le van a presentar, que cada vez necesita más ayuda para una tragedia mirar. Somos ciegos al dolor y a lo que causa pesar, en especial cuando lo creemos lejano a nosotros y no vemos que lo llevamos tan dentro que ya no lo sabemos identificar.

Parecemos anquilosados y resueltos a no mirar el dolor que siente el otro cuando lo vamos a ignorar. La respuesta a este mal no consiste en dejar a un lado la lectura de los diarios, que sólo nos traen lo que pasa día a día a veces sin reflexionar. Los malos no son los diarios, sino los miles lectores descuidados que no vemos que somos nosotros los malvados por no detenernos a pensar que el dolor que otros sienten a nosotros nos traspasa como los clavos de Cristo al corazón de María algún día habrían de traspasar.

Maigo.