Cada que leo Desgracia, de J. M. Coetzee, recuerdo lo que yo llamo el verano de mi vida. Aquellas horas se sumaban incansablemente, golpeándome, dejándome marcas invisibles; invisibles, pero siempre presentes, como un huésped impredecible, callado, incómodo. Recuerdo que me estaba separando de mi esposa después de un vano intento de juntar nuestras vidas en matrimonio, de un momento que sólo soportamos para no ser vistos como los antojadizos inmaduros. El haberla abandonado no era lo que me hacía sufrir, ella me había dejado de importar desde hacía más de un año; sufría por alejarme de mi hija, porque mi cobardía, el no aceptar que me estaba casando por un arranque fugaz, había metido en un torbellino a mi pequeñita. Mientras yo me evitaba y me carcomía lentamente, pedazo a pedazo, ella, el recuerdo de ella y la promesa de verla pronto, me mantenían a flote.
Mi agonía se disipó, mejor dicho, tuve en claro por qué había llegado hasta esta cima, cuando leí una reseña sobre Infancia de John Maxwell Coetzee, la reseña, que a continuación transcribiré, me permitió conocer la obra del gran escritor sudafricano, llegar conocer los grandes conflictos de las pasiones vertidos en Desgracia. A continuación la reseña, que por título ostenta “Primeros años de vida”:
<<Quien busque en la biografía novelada Infancia detalles exactos de la vida de su autor (J. M. Coetzee) se llevará un tremendo chasco (como, según escuché, parecía ser lo que esperaba David Miklos). El escritor nacido en Sudáfrica, al volverse personaje de su pluma debe ser fiel a la literatura, no a su vida. La novela, por lo tanto, es una bella obra literaria, donde también podemos encontrar reflejos de nuestros primeros años; donde, con la prosa que sugiere las preguntas más incómodas, recordar aquellas preguntas que nos aterraban cuando éramos niños, pero que nos atrevíamos a hacer y ahora ocultamos dentro de un baúl adornado de bellos recuerdos. En Infancia vemos destacada esa época cuando uno se vuelve consciente del mundo, de un lugar que resulta cercano, pues ahí se vive, pero lejano a la vez, pues hay todavía mucho por conocer. Los capítulos oscilan entre el cercano, conocido, núcleo familiar (con algunas ramificaciones a otras personas importantes de la familia) y la extraña, forzosa y dividida convivencia con sus compañeros de escuela (los rudos afrikáners, los insistentes católicos y los indiferentes judíos). Escuela y familia componen las principales ocupaciones y preocupaciones, la vida, de un niño. <<
<<En la novela se le da mayor atención a la familia, lo cual no resulta extraño, pues la familia influye más en el futuro de una persona que la escuela. El pequeño John, para conocer aún más en la parte del mundo que más conoce, quiere saber cuál es su lugar en su familia, aunque “desde que tiene conocimiento siempre se ha sentido el rey de la casa”. Pero sólo lo siente, con la ambigüedad que dan los sentimientos (¿sabemos cuál es el lugar en nuestra familia?, ¿vale el que creemos tener?). Además, tiene un hermanito que, por ser más pequeño, podría obtener fácilmente la palma del preferido. Su duda la plantea directamente a su mamá: “¿y si la casa ardiera, por ejemplo, y sólo pudiera rescatar a uno de ellos?”. Su madre siempre responde: “Os quiero a los dos por igual”. ¿Para qué quiere un niño saber que es el favorito, si de cualquier manera lo cuidan y, quizá, lo miman?, ¿será que desde la infancia se tiene el germen de la vanidad? O ¿será la semilla de la inseguridad, el no tener la plena certeza del cariño que uno le prodigan, de donde surge la duda? Para no estimular ni la inseguridad ni la vanidad, la madre responde correctamente, educa a su hijo. <<
<<La aparente biografía también nos muestra algo demasiado común: la preferencia de los hijos por su madre. Ahí no se debe a que John viva alejado físicamente de su padre, sino quizá nos enfatiza que los hijos siempre tienen un vínculo más sólido con su madre; quizá es un modo de agradecer el incansable amor y sacrificio de la madre; quizá sea el modo de pagarle al padre ser un hombre decepcionante, un gran perdedor. Además, el padre se encuentra alejado de las actividades e intereses de su hijo. Pero, cercano a la edad en la que dejará de ser un infante, aquellos borrosos años donde comenzará su adolescencia, se distanciará de su madre. Tal vez el distanciamiento sea un modo de manifestar que nunca estuvo a la altura del cariño y los cuidados de su madre. Ello le lleva a temerle. ¿Le teme porque es “la persona que más lo conoce en el mundo, que tiene la gigantesca e injusta ventaja sobre él de conocerlo todo de sus primeros años, los más indefensos, los más íntimos”? Por conocer tanto de él y él muy poco de ella, así como por haber dependido de su amor y protección “teme la sentencia de su madre.” Y es la sentencia más terrible, la de aquella persona que queremos y nos quiere, pues sólo ella ha podido ver nuestros más torpes momentos, porque quizás es ella quien conoce la parte más oscura de nuestra alma. <<
<<La novela de Coetzee, en general, destaca los elementos que componen el alma de quien, mediante el descubrimiento de esos sensibles elementos, va dejando de ser un niño y comienza a convertirse en adolescente. El lector puede llorar, sentirse nostálgico, ante el relato de una vida tan al desnudo, descubriendo que también se hizo preguntas semejantes a las de John, descubriendo que también quería descubrirse; si no ha querido colorear y disfrazar demasiado su alma, sospecho que todavía puede mirar dentro de sí.>>
Yaddir
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