“’Estávamos tan contentos’
¿Estábamos con ve chica? ¡Mono tonto, estúpido!”
Sr. Burns
A algún sujeto se le ocurrió un día enunciar con mucha seriedad que si infinitos monos sentados ante infinitas máquinas de escribir, aporreándolas sin cesar, permanecen simiamente en su actividad por infinito tiempo, terminarán por escribir todas las obras de William Shakespeare (entre muchas, muchas otras cosas). La curiosa y chistosa idea, que supone que el infinito es una cosa actual de la que se puede hablar igual que de las cosas con magnitud, descansa en la noción de que nuestras obras artísicas son sumas de elementos pequeños que conforman, por estar unos junto a otros, las expresiones de nuestra humanidad.
Muchos han interpretado esta idea, ora burlonamente como con la máquina fabrica-sonetos de Gabriel Zaid, ora vertiginosamente como con la Biblioteca de Babel de Borges, y seguro en su origen es más vieja que esta mona versión del siglo XX. Creo que en el fondo es notorio que tomarse en serio la noción es una idiotez, pero hoy pensé en una forma quizás muy sencilla de mostrar por qué: a veces las palabras no nos bastan. Todos hemos tenido esa experiencia, y de allí salen todos los neologismos. Y cuando nos parece que sí son suficientes, pueden ser para nosotros miríadas de cosas. Al final, los límites de la máquina de escribir son insuficientes. Un soneto no es lo que es por la combinación de letras y el sentido que de esas palabras registra el diccionario, sino por nuestra experiencia de la imagen poética y su relación con la vida. Y ya, tan sencillo como eso: si necesitamos decir cosas que no sabemos cómo decir, no hay razón para suponer que nuestras palabras son antes sus letras que lo que decimos con ellas.
Pobre del señor Émile Borel (el que propuso la idea) sentado todo el día ante su máquina de escribir, y pobres de los que le siguieron la corriente construyendo los teoremas lógicos de su proposición: no sólo perdieron el tiempo tratando de decir algo tan inverosímil, sino que mientras lo hacían no se dieron cuenta de que sus esfuerzos estaban plegados a que lo que sea que dijeran valiera lo mismo que los aleatorios manotazos entintados de los monos.