El nuevo Jefe Máximo

Institucionalizar la ambición es la deformación de los partidos políticos. Lo que en una guerra, una revolución o un conflicto armado se muestra con crueldad concreta, en la institución se vuelve abstracto, la violencia existe pero no se ve. La estrategia en la batalla, antes y después de ella, la suerte, son decisivas en el primer escenario; la astucia, la manipulación de la imaginación, la capacidad de convencer para fortalecerse, son decisivas en el segundo. En éste, todo parece más racional, calculado, claroscuro. La rendición, el número de bajas, la resistencia ante los ataques del enemigo, parecen indicar con claridad quién ganó y quién perdió. De no ser por la voz popular del voto, sería complejísimo hacerse del poder mediante las instituciones. Pero hasta en las elecciones hay dudas, diferencias que convencen a pocos, que hacen delirar con la misma locura al perdedor y al ganador. Los que votan del mismo lado pueden contradecirse.

La revolución mexicana dicen que se institucionalizó con tal éxito, que el partido que surgió de los ganadores mantuvo el poder durante más de setenta años. El presidente era el caudillo. Era una especie de Porfirio Díaz temporal, el hombre que tenía más poder en el país, quien a su vez decidía quién sería el siguiente Porfirio y éste al siguiente. El país parecía que así se mantenía en paz, ya lo había mostrado la experiencia pre revolucionaria. Según entiendo la novela Las Vueltas del Tiempo de Agustín Yáñez, la diferencia entre el porfirismo y el partidismo que inauguró el Jefe Máximo es el peso que tuvieron las instituciones en el segundo caso, aunque eran instituciones que dependían de la capacidad de mando del líder. La política en México dependió durante mucho tiempo de un líder para que funcionara, de una cabeza que apenas tuviera un ligero contrapeso, hasta el tercer milenio.

Sobre los escombros del partido que vio nacer a los caudillos que dominaron al país durante casi todo el siglo XX se intenta reinaugurar una nueva dictadura institucional. El nuevo caudillo preparó todo para debilitar la oposición de los partidos rivales, para aprobar leyes que le posibiliten tener más recursos con los cuales podría perpetuar su poder o el de sus elegidos y, lo más impresionante, logró que la mayoría lo vea como algo positivo, como un castigo a la corrupción y a las clases dominantes (la ambigüedad con la que deja al señalar quiénes están dentro de estas clases es impresionante). Usó las instituciones para quitarles todo resquicio de democracia. Uso la democracia para convertirse en el nuevo Jefe Máximo.

Yaddir

Recordando a Pisístrato.

Es lugar común pensar que los problemas de la polis se resuelven mediante instituciones o cambios de nombres a las costumbres ya establecidas. Los nombres nuevos a las viejas usanzas no garantizan sino la conservación de las mismas.

Se puede llamar democracia a la tiranía cuando ésta ha sido constituida mediante lo que parece elección popular, ese uso y costumbre se estila desde tiempos de Pisístrato, quien consiguió el favor de la asamblea después de formar su propio partido y mostrarse mal herido y maltratado por los opositores.

Desde Pisístrato hasta nuestros días, ya han pasado más de mil años, y las costumbres y usanzas de los tiranos no han cambiado mucho, si bien ya no usan toga y ejército de maceros todavía algunos se fingen víctimas de atentados y otros se muestran como inocentes ciudadanos maltratados por una turba de agresores que se encuentran en el poder.

Se dice que Pisístrato fue moderado en su tiránico gobierno, pero de sus hijos el recuerdo no es tan alagüeño, actualmente llegan a tiranos los que formalmente vienen a ser como sus tataranietos, y pretenden usar otros nombres para ocultar sus oscuros deseos.

Pero no sólo viven ocultos los tiranos modernos, deben salir a la luz pública y verse como buenos sujetos, para ello existen los disfraces de amorosos seres preocupados por el bienestar de su pueblo.

El moderado Pisístrato también uso un disfraz, cuenta Heródoto que en cierta ocasión el tirano en ciernes se hizo acompañar por una mujer disfrazada de Atena; el tirano moderno se viste como defensor de la justicia que hasta cierto punto identifica a la diosa griega.

Pasan los días y el desfile se prepara, la efigie de la falsa diosa se viste con nombres bonitos y lindas formas que den sabor de eternidad a lo que es repetitivo pero pasajero, como la bonanza prometida o la gloria electoral proveniente de una asamblea antaño desconocida.

 

Maigo

 

 

 

 

 

 

 

 

Ante la ley

Las instituciones suelen utilizar la palabra “ley” para situaciones referidas a normatividades regidas por protocolos que velan por el bienestar del estado. En cada palabra anteriormente utilizada es difícil encontrar una situación concreta, un dilema legal, una prueba que nos refleje la vida, la centralidad de la ley. La ley, en la oración, es fría, ajena, lejana. Por tanto se añora aunque no se entienda exactamente qué se está añorando. Con ideas semejantes, Franz Kafka nos presentó el gran problema de la institucionalización de la ley: cómo nos aleja, aunque finja que no, ésta.

En el relato Ante la ley, que está situado en el contexto de un absurdo proceso contra Michael K, Kafka nos presenta sólo una situación concreta, la llegada y el intento de acceder al lugar donde supuestamente está la ley. Lo demás son especulaciones, que ahí está la ley (como si la ley estuviera en un lugar), que el guardián es un hombre poderoso y que hay más guardianes que custodian la ley y que sólo una persona buscó la ley. Por otro lado, Kafka logra mostrarnos qué tan indiferentes podemos ser con una persona que busca la ley, pues difícilmente nos compadecemos del campesino que lo hace. Ni siquiera mostramos sobresalto cuando usa una frase que, si es usada en el momento en el que alguien es víctima de la injusticia (si sufre un asalto, una agresión física o el ver cómo matan a un hombre), sonaría aterradora: “la Ley debería ser siempre accesible para todos”. El anhelo de justicia nunca duele tanto como cuando se padece una injusticia. Con estos dos detalles entendemos que no sólo la ley ha sido institucionalizada, sino que también nosotros vivimos la ley institucionalizadamente. Actuamos con rigidez, como personas institucionalizadas.

Los sobornos ante los que creemos que custodian y tienen la ley no sirven para acceder auténticamente a ella, como los que da el campesino al guardián. No se vive legalmente si uno puede hacer lo que quiera como quiera. Parece que Kafka nos enfatiza que se vive legalmente mediante el ejercicio de la ley, pero uno que pueda ser comprendido, que le permita al acusado y al acusador, a quien parece que cometió injusticia y a quien fue tratado injustamente, saber por qué no sólo es conveniente, sino bueno, vivir guiados por la ley.

Yaddir

Secuestro de palabras

Siempre he temido que me plagien alguna línea o párrafo de los que aquí escribo. Aunque me sentiría extrañamente halagado si llego a observar alguna de mis frases en una tesis; más que halago, sería sorpresa e incertidumbre; ¿sería capaz de leer el índice y la introducción del trabajo para saber qué clase de persona me robó el brazo o el cuerpo de mi escrito? Temo que se lean mis textos con un objetivo distinto para el cual fueron pensados; evidentemente no son pensados para cumplir con un compromiso académico, pues quien roba frases sin intentar entenderlas, sólo le interesa cumplir compromisos, sin que lo haga de buena o mala manera. ¿Fracaso de una educación que tiene como núcleo la efectividad de la producción? Es decir, la educación que pone como puerta del jardín del Edén al éxito está fracasando; un jardín siempre soñado, nunca alcanzado.

¿Cuántos nos hemos preguntado qué significa cuando alguien te dice, con todo su sincero aprecio, “ten mucho éxito”? ¿En qué consistirá el éxito?, ¿será un eufemismo para decir “ojalá hagas algo sin mediocridad y eso te proporcione un sustento”?, ¿será más fácil de decir  y de aceptar eso en vez de “el fin justifica los medios”?, es decir ¿importa más hacer algo que garantice una abstracta aprobación que la probidad con la cual se realiza? La finalidad de la educación siempre vuelve al mismo estudiante; sale y regresa, sin importar si se desestiman las ideas de los demás. ¿Qué puede hacer una institución para mostrar que la educación no sólo consiste en calificar, planear premios y dar resultados numéricos? Supongo que lo que siempre hacen: engalanar esos premios o calificaciones con ostentosos discursos señalando por qué quien o quienes los han ganado son un gran ejemplo y una luz para la sociedad.

También pueden existir otros motivos para plagiar, como los que se cuentan de un viejo estudiante de la UAM, un tal Julio Valdivieso. El joven, inseguro, enamorado, listo, pero poco brillante, vio una tesis de un estudiante Uruguayo sobre el grupo de artistas “Los Contemporáneos”. El trabajo le daba forma a las ideas que él había estado pensando y escribiendo en su tesis; ambos adoradores de la buena literatura tenían intuiciones semejantes sobre el grupo, pero el sudamericano las llevaba más lejos. Julio se enteró que su compañero de gustos había sido asesinado y aprovechó para titularse e irse lo antes posible del país con su adorada Nieves (mujer de la que estaba enamorado y con la que partiría del país a un lugar mejor, donde sus recuerdos ingratos no los persiguieran). Pero su amor no justifica su robo, pues se aprovechó del pensamiento de otro para conseguir sus objetivos, para fingir que era más inteligente y labrarse un futuro de donde saldrían los frutos de su éxito. La misma realidad le demostró que se necesita más que éxito para ser feliz.

La educación no promueve la reflexión ni la investigación cuidadosa cuando plagiar es tan fácil como sólo asistir a clases. Repetir viejas ideas, sin darles un nuevo enfoque, mostrar su pertinencia o ahondar en ellas, es lo que se hace y estimula normalmente en una tesis. Algo más tendrán que hacer los guardianes de las instituciones educativas; quizá haya que empezar a modificar el modo en el cual se practican las clases o, más importante aun, los contenidos que se pretenden dar en los egregios recintos académicos. ¿El viejo sistema podrá revertir tanto atropello con las palabras, tanto robo de ideas?

Yaddir

Olímpiele

Los dioses del Olimpo detestan a los mejicanos. Ya está, ya lo dije sin pelos en la lengua. No es muy difícil aceptarlo si nos separamos un poco de la televisión o del radio cuyo trabajo es mantener encendida esta agonizante y penosa llamita de la esperanza. Obvio, es su trabajo mantener a los mejicanos espectantes de una victoria olímpica desde su sillón comiendo palomitas. Lo que me lleva a abordar la parte del relleno de esta semana, porque lo que efectivamente quiero decir en esta entrada se dice en una línea y viene al final. ¿Qué clase de escritor sería si no doy hartas vueltas de preámbulo para entretenerlos y después decir lo que he venido a decir? En fin. Leía en la semana (no recuerdo dónde) bien indignados a unos deportistas (o espectadores) decir que la televisión, bueno los comentaristas que viven bien apretados entre esas dos paredes de la pantalla plana como duendes bidimensionales, estaban cubriendo los juegos olímpicos como un entretenimiento y no como un evento deportivo. (Espacio reservado para que usted, querido lector, añada su risa a la mía y soltemos la carcajada juntos).

Lamentablemente, esta impía declaración trajo a mí una epifanía. ¿Qué coño le veían los dioses olímpicos a los juegos? No me imagino a Zeus o a Apolo sentados en sus sillones de nube comiendo palomitas y entreteniéndose viendo a una bola de bípedos desplumados de uña plana correr uno atrás del otro o en carriles paralelos hacia una meta. No pienso, y juro que nunca lo hice; que los dioses se entretenían en las olimpiadas. Ya a estas alturas del partido, vengo a pensar que los juegos olímpicos en un inicio no era otra cosa que una piadosa ofrenda para que los dioses se regocijaran con la eccelencia y la belleza que ésta trae como torta bajo el brazo. Fin, ya lo dije. Ahora, ¿cómo se vino a corromper esta noble actividad en un terriblemente impío y absurdo quehacer de ver quién es más rápido que otro? No lo sé, seguro la culpa la tienen los precolombinos. ¿Cómo demonios un quehacer cuyo objetivo se vino a trasmutar y a convertir en una ecspresión innegable de la corrupción que tienen nuestras instituciones gubernamentales y su falta de interés para apoyar a nuestros acletas mejicanos? Eso tampoco lo sé, pero me queda claro ya que todos hablan de eso, que el desempeño de nuestros héroes nacionales, de aquellos que tienen la misión de demostrar que todo es posible y que el mejicano la tiene más larga que cualquiera, se ve truncada gracias a la tiranía y maldad de nuestras instituciones, o de los jueces del evento o de el público que les deslumbra con espejitos desde las tribunas, como si nuestros representantes fueran, efectivamente, descendientes de la Gran Tenochtitlán.

No voy a hablar de esta infamia institucional y de cómo el Leviatán (también) institucional está ahí para robarse el dinero y destrozar nuestros sueños (tampoco CONACULTA ayuda mucho y tenemos en Méjico, muy buenas letras que no ganan medallas, pero arrancan suspiros y despiertan consciencias). Vengo, hoy, amigos míos, a hablarles solo de una loca, descabellada y absurda idea que a nadie, nadie, nadie, nadie, en tooodo Méjico se le hubo ocurrido jamás (antes que a mí), no es muy complicada, como se los adelantaba al principio de esta entrada, se resume en una sentencia. Se me ocurrió, al ver que mis compatriotas no ganaban una medalla, que el problema no estaba en las instituciones, ni en el dinero, ni en el apoyo de la CONADE ni en si Peña Nieto puso al frente de ésta a su compadre para que se robe los millones, se los repartan y se los froten en sus pezones; tampoco estaba en que los dioses olímpicos nos despreciaran por ser americanos y cristianos, ni tampoco en que los acletas mejicanos no estén bien comidos o que los jueces fueran todos de esa gran mayoría opresora llamada no-mejicanos de la cuál está conformada el resto del mundo. Llámenme loco, llámenme tonto, pero creo que si los acletas mejicanos no ganan medallas, es simple y sencillamente por imbéciles, débiles, impotentes, mensos, inferiores, incapaces, llámenles como quieran. Simple y sencillamente son peores que los demás competidores. Ya está, no hay más que decir, pierden por malos, chafas, lelos, incompetentes. Pareciera que a veces se les olvida que competir en el Olimpo no es lo mismo que competir en el Tajín.