Bits envenenados

El internet ha cambiado el modo en el que nos relacionamos con otras personas. El ejemplo más evidente es que me están leyendo de lejos. Una persona puede subir una foto con alguna peculiar intención a sus redes sociales, como el sentirse mejor (según una respuesta común), y ser vista con otra intención. Hay una amplia cantidad de programas con los cuales pueden husmear en nuestra computadora o desde nuestra computadora; en una sola computadora se puede almacenar información de miles de personas. También se puede jugar a ser parte del cuarto poder; cualquier persona con un teléfono inteligente puede jugar a ser un medio de comunicación.

El presidente de México dijo que, dada la tecnología actual, cualquier persona era un medio. Creo que no se refería a que las personas se hubieran convertido en herramientas debido a la tecnología. Quería desdeñar la labor de los medios de información, pues cualquier persona puede informar sin obedecer a ningún tipo de compromiso empresarial. Eso le quita credibilidad y en consecuencia influencia a los medios tradicionales. Ya no se puede decir cualquier cosa de cualquier persona porque el pueblo honrado saldrá en su defensa; es preferible creerle a una persona que no tiene intereses políticos que a una empresa. Al menos esa es la forma de pensar del referido funcionario. Claro que la internet puede ayudar a cundir información falsa y perjudicial mientras dan la apariencia de ecuanimidad, más si se hace junto con otras personas que compartan la misma ideología. Se pueden tomar fotos de diversos perfiles en las redes sociales y crear otros perfiles para sembrar discordia; así se golpea doble. Difícilmente habrá consecuencias para aquellos que se dedican a afectar a otras personas; probablemente los afectados sí sufran consecuencias. Aunque quizá esto sea una manera extremista de pensar a los usuarios que juegan o intentan ser periodistas. A no pocos medios masivos de información se les acusa de dar noticias a medias, mostrando la perspectiva desde el modo más perjudicial para una persona o un grupo de personas. Muchos podrán percatarse de la trampa, pero no pocos creerán la información aunque sea incompleta. De un funcionario tan conocido como odiado se dijo en alguna ocasión que era un alcohólico. Nunca se le ha visto públicamente ebrio, no hay ni foto ni video, ninguna evidencia apunta a que le gusta emborracharse. Además, la persona que dijo eso sobre él apoya a políticos de partidos contrarios. Se obtiene más fama inventando rumores de las personas odiadas que diciendo la verdad de las personas queridas.

A diferencia de otros géneros, en el periodismo sí es importante saber quién dice lo que dice, casi tan importante como lo que se dice, pues quién lo dice determina la finalidad con la que se dice. Es sumamente difícil saber si lo que se nos está contando en internet, que no cuente con el respaldo de saber quién o desde donde se dice, sea verdad (durante la estancia del avión que llevará a México al ex presidente de Bolivia Evo Morales en Paraguay, se rumoró que varios países de América Latina no querían prestar su espacio aéreo; tras tres horas en Asunción, el avión cruzó por Brasil; se rumoró que ya no iba Evo así como que sí iba). La internet borra la identidad.

Yaddir

Viralidad

En territorios tuiteros las figuras públicas desean hacer ruido, el modo más fácil de destacar. Insultos, descalificaciones, provocaciones, posiciones extremas (falsas, irracionales), amenazas y burlas dan vida a la interacción de la red social. Lo importante es hacerse ver, sin importar cómo. Lo importante es encabezar una batalla de tuits; poco valen los daños. Lo importante es estar en el centro. Pero lo más importante de todo es hacerse constantemente famoso. En tiempos virales, la más escabrosa extravagancia pone a su creador en el podio de la tendencia.

Los políticos se dieron cuenta que los internautas, esa población que puede ser representada en números por programas y estudios específicos (capacidad adquisitiva, horarios de consumo, páginas más visitadas, número de likes, clics por minuto, música más escuchada), se fijan más en la alucinante extravagancia de lo viral que en las ideologías políticas. La ideología política debe pasar por el tamiz de lo viral. Ya no se habla de comunistas, capitalistas, demócratas o aristócratas, se habla de chairos, derechairos, millennials o retrógradas. Tienen mayor consecuencia en el valor del dinero los tuits de Trump que sus cambios de gabinete. Las guerras comerciales son sobre productos que nos permiten estar al tanto de lo viral; siete de los diez hombres más ricos del mundo basan su fortuna en el internet o productos que permitan el acceso al internet. Creemos acceder a la comprensión de la realidad a partir de una virtualización de ésta que pensando qué es lo real.

La gloria que se ganaba con las acciones políticas, principalmente las grandes proezas bélicas, fue destronada por la fama de quienes tenían visibilidad y atraían. Ahora la fama pasa a ser lo viral. Lo viral puede provocarse por accidente, obtenerse después de constantes humillaciones y exposiciones de la vida privada; la fama al menos se ganaba con un poco de esfuerzo y se mantenía por el talento, el atractivo y un poco de disciplina, aunque se potencializaba por el escándalo. ¿Cuántos han actuado para su propia gloria y la de sus naciones?, ¿podemos ver entre la refulgente luz neón de la viralidad un acto glorioso?, ¿qué seguirá después de lo viral para saciar la vanidad?

Yaddir

Anclajes

 

1

El mundo en el que vivimos –al menos en lo técnico— ha cambiado a pasos agigantados en los últimos cincuenta años. A veces parece que el vértigo que produce la tecnología en nosotros fuera parte de un instinto de prevención; algo similar al miedo a lo desconocido, con la fundamental diferencia de que la tecnología es producto y no del todo un riesgo desconocido ¿no es así?

Podemos objetar que hay de invenciones a invenciones. La yunta, el tractor y el acueducto producen menos temor que la escopeta, el gulag o la cortadora de agua. En cuanto invenciones del ingenio humano hay herramientas con mayor carga ética y moral que otras. La ficción tiene maneras más precisas de aterrizar la cuestión, en el cuento del agricultor oriental que se oponía al pozo por cambiar los parámetros naturales de la siembra, o en la sombra del desalmado gólem que inunda la ciudad por una orden que se comprendió en las limitaciones de su naturaleza desalmada. A veces los inventos se salen de las manos, o nos llevan a dar saltos que aparentemente son cuantitativos, pero que al cabo de un tiempo nos conducen a dar un salto cualitativo en nuestra humanidad. Otro ejemplo que sustraemos a la ficción: “La última pregunta” de Isaac Asimov puede ilustrar la manera en que tecnología y hombre se desarrollan a la par. No es posible que Multivac responda la última pregunta sin pasar por todos los estadios, y no es posible que dicho artificio se vuelva más complejo sin pasar por los escalones intermedios que permite con la implementación de sus herramientas y métodos. (En este enlace se puede encontrar la lectura del texto original por el propio Asimov, y acá el texto en español)

Sírvanos pues todo esto de pretexto para introducir la cuestión ¿es el horizonte brindado por la informática algo más cercano a la rueda o a un gólem? La respuesta casi se contesta sola. En un mundo en que el que rápidamente las redes sociales y las apps de citas conducen a las personas a la atomización y a la práctica imposibilidad de acercamientos reales, no digamos ya comunidades reales;  o en que el país más poblado del mundo mantiene una vigilancia 24/7 sobre todos sus individuos y, además, puntúa sus acciones éticas[1] manteniendo una coerción brutal en lo que a ámbito público refiere. Con estos antecedentes, cabe acotar la pregunta a una región que nos sea más próxima ¿de qué manera puede afectarnos directamente? Incluso podemos limitarla más si nos preguntamos por las repercusiones meramente cognitivas y de sociabilización.

2 Un Mar de botellas

La historia de la informática a veces se antoja distinta a la de otras áreas de la ingeniería como la hidráulica o la petroquímica. Y es entendible fácilmente si pensamos que las mencionadas tienen un objeto claro y distinto, pero sobre todo acotado mediante el universo posible de aplicaciones con el que cuentan. A diferencia de la hidráulica que puede ayudarnos a predecir el flujo de los ríos y salvar comunidades, o producir máquinas de carga con mayor fuerza, la informática parece no tener un rumbo claro y predecible más allá del explicable bajo las demandas del mercado, esto es, de los deseos de varios grupos de consumidores. Sin embargo, esto oculta los alcances y metas reales que se proponen los pocos tecnólogos y desarrolladores de plataformas, productos y servicios digitales. Tengamos claro este punto: hay una opacidad tremenda sobre la intencionalidad real de los desarrolladores de plataformas y servicios digitales aparentemente gratuitos, así como de los alcances de las mismas: no hay campo de aplicaciones más amplio –y consiguientemente más ambiguo— que la palabra y la comunicación, pues estamos consustanciados en ello.

Por una parte, a diferencia de las citadas aplicaciones en ingeniería, la informática y las tecnologías de la información tienen por objeto definido a la comunicación y a la información. Aunque ambas remiten a la palabra, es menos que sombra de ésta. Un trozo de información puede caber en la retícula digital de un archivo o base de datos, a su vez, éste puede comunicar algo a alguien pero nos regresa a la situación del mensaje que flota en la botella en el mar. Entonces ¿qué pasa ahora cuando las botellas se pueden replicar al infinito? Ahora que ya no queda mar transitable sino un infinito pleno de botellas, no es posible la navegación. La manera en que operan las redes sociales y las plataformas digitales tienden a funcionar como un tamiz selectivo que ponen ante un individuo –y no un público sujeto a muestreo, como sucedía con la televisión o la radio— exactamente lo que quiere ver, lo que le desagrada sentir y lo que le produce irritación o aversión.

Estas líneas, como indiqué más arriba, no pretenden llegar al fondo de la cuestión, ni señalar los caminos más comunes respecto a la manipulación de las masas en internet, el verdadero significado de la cibernética o el rumbo que pretenden tomar las tecnologías de la información, sin embargo es útil hacer una pausa y abordar un concepto surgido de la propia informática que nos ayude a pensar la situación del hombre ante esta invención y juzgar así algunos de los modos en que nos afecta.

  1. En el infinito mar de botellas ¿qué es el anclaje?

Anclaje o Lock in es un término que se usa en informática para el momento en que una tecnología termina por consolidarse bajo un estándar que resulta insuperable (en este proceso se pueden distinguir dos momentos, como abordaremos más adelante). Por ejemplo, la llegada de los archivos, el manejo de documentos en Word o formatos de archivo en PDF. No es que no existieran algunas otras alternativas en formatos que permitieran algunas otras funciones, es sólo que terminaron por imponerse ante el empleo de los usuarios. Podría parecer un asunto de mera mercadotecnia[2], pero el anclaje no responde directamente a los términos de la oferta y la demanda, sino más bien a los de la implementación  y uso de los mismos en un primer momento. Asunto más interesante, tampoco responde al vertiginoso desarrollo de las capacidades técnicas cada día más novedosas sino a las capacidades técnicas que nos brinda como usuarios finales. La escritura es un ejemplo de esto. No es que sea la manera perfecta de preservar el discurso. Podríamos pensar opciones más complejas que la del grabado de caracteres visuales, podríamos pensar incluso en lenguajes que fueran más precisos al basarse en el desdoblamiento de las acciones en el tiempo como el que expone Borges en su Tlön, Uqbar, Orbis Tertium, pero lo importante es que inclinarnos por un modo de escritura o lenguaje va a limitar las situaciones comunicativas posibles.

No es que esto sea malo, simplemente es. Sin esas limitaciones, ingenios como el de Platón, Tolstoi o Plutarco jamás habrían roto dicha barrera para demostrarnos que la palabra escrita puede volverse más profunda y matizar mayores registros de los disponibles por un sistema ideado por mercaderes. Con ello crece la capacidad técnica de la herramienta, pero también el espíritu humano se vuelve más profundo. Avanza Multivac, después el hombre, y otra vez Multivac, como en el cuento de Asimov.

Ahora veamos otro caso de Anclaje, más reciente y del que podemos estar conscientes porque lo hemos vivido y normalizado. La manera en que los músicos lanzan sus álbumes responde a la duración estándar del disco compacto establecida en  1974, unos 74 a 80 minutos. Y repercute en la manera en que un grupo de artistas piensan un concepto para su álbum, lo dividen en pistas y deciden de qué modo lo que sienten en su pecho puede llegar a su público. Hay artistas que deciden lanzar álbumes dobles o triples, espaciar la producción de trilogías con algunos años de diferencia, etc. El modo en que se publican las obras musicales ha determinado tanto a la industria como al público.

Pudo ser de otra manera, pero aquellos tecnólogos del ’74 consideraron que el CD tenía que poseer exactamente la duración de la Novena Sinfonía de Beethoven. En la actualidad, en que los servicios de streaming pueden proveer horas y horas de música, los músicos siguen respetando sin mucha variación los 80 minutos del disco compacto.

El momento que vivimos en la actualidad con el desarrollo de plataformas digitales, redes sociales y sus diversos servicios, presentan la posibilidad de un anclaje completamente nuevo en el horizonte. El establecimiento de tecnologías de esta clase, igual que con las herramientas, nos permite relacionarnos de una manera distinta con nuestro mundo y, por consiguiente, delimita hasta cierto grado la manera en que nos concebimos a nosotros mismos y consecuentemente las relaciones que establecemos con los demás. Más que las preguntas clásicas que podamos levantar como qué es mundo, qué es una persona, cómo hacemos comunidad, tenemos que atender a las modalidades del olvido a que nos puede conducir esta herramienta y su respectivo anclaje.

 

 

 

 

[1] No desesperes, lector, pronto estará disponible tal vigilancia en tu región. La empresa Huawei que sufrió en veto por parte de los estadounidenses en este mes, es la misma que ayudó al régimen venezolano a desarrollar su padrón electoral.

[2] Hay que tener clara la diferencia entre Libre y Gratuito. Pensar que una red social es gratuita y libre porque está disponible para todos es un error. El dinero generado por el uso de servicios en línea no es el acento en la presente reflexión, sino la manera en que repercute en nuestras conductas.

Lectura en línea

Tienen razón quienes proclaman la intervención de la tecnología en la vida del hombre. A veces muy entusiastas, tienen fe en un mundo nuevo sin confusiones, con plena eficiencia en sus metas y problemas políticos prontos a resolverse. Siendo reservados con esta expectativas, al menos sí podemos coincidir con que la vida diaria ha sido trastocada por la vertiginosa novedad. El cambio es tan drástico que sorprende la comparación de nuestro actual modo de vida al de hace veinte años. Sustituimos el frágil walkman con un teléfono celular que contiene —entre otras maravillas— una biblioteca musical. En vez de comprar la Enciclopedia Británica y buscarle espacio en nuestro modesto hogar, consultamos la infinita Wikipedia. Muchos artefactos y síntesis digitales nos rodean, asumimos que el cambio se prueba por la cantidad de facilidades. Sin embargo otros giros no tan evidentes llegan a ser igualmente importantes: lo tradicional es alterable por la novedad.

La celeridad y eficacia proclamada también alcanza a la lectura. Siendo una actividad tan arraigada y común en nosotros, se percibe inmutable. Una capacidad útil, propia, usualmente menospreciada, e independiente del ambiente social (o circunstancias objetivas); una cualidad auténtica e inherente. Una buena lectura exigiría tener dispuestos nuestros sentidos y una capacidad cognitiva normal. En ello, la tecnología auxilia: afina la vista, busca alternativas en los ciegos, añade luz portátil para disfrutar los libros donde el sol esté casi inexistente. Sus beneficios no sólo están en asegurar la normalidad, sino en la expansión de lo que significa leer. Por ejemplo, la lectura del mayor número posible de palabras apuesta por potencializar el maravilloso cerebro y reparar la estrechez visual. Poder devorar las palabras acelera el tiempo de lectura, entre menos tiempo diario se ocupa más tiempo vital para leer. Quien sepa la técnica habrá leído más libros de lo que hubiera logrado sin ella. La expansión no se limita a la explotación biológica, sino que también lo ha hecho con el entorno. El lector nunca sufrirá desabastecimiento al tener la obra a un clic de distancia.

Si la excelencia en lectura radicara en el número de libros, sería una de las promesas más tangibles conseguidas por la tecnología. La novedad presumiría la erudición somo sinónimo de cultura en el hombre. Empero esta manera de leer no es la única. En su libro más célebre, al comienzo, Mortimer J. Adler distingue dos tipos de lectura: la informativa y comprensiva. La imaginación inquieta nos hace entender la alusión de la primera categoría. Leer para informarse es obtener el contenido en las obras que leemos, saber de los hechos que relatan, las opiniones que ofrecen, las afirmaciones que hacen. Un lector informado recolecta extractos de las obras de consulta. Quien capta miles de palabras por minuto, al cabo de un año habrá leído casi mil libros; la capacidad expandida a linderos sobrehumanos. La segunda lectura distinguida no busca la obtención, sino la asimilación de lo que se dice. Asimilar significa pasar del almacenamiento a la viveza de las letras. Es reconocer las múltiples interpretaciones en lo que leemos, seleccionarlas, dilucidar una postura y dialogar con el libro. Así una obra ayudaría a hacernos entender más o hacernos entender menos la realidad.

Aunque más popular y menos exhaustiva, la primera lectura es deficiente. No sólo fomenta la visión generalísima y rudimentaria de los libros, sino es una desaprovechamiento de nuestras capacidades biológicas y anímicas. Prueba de su inferioridad es su degeneración: la lectura en línea. Descartamos leer un gran libro encontrado en un formato digital o consultar una entrada en Wikipedia; en ambos se ocupan las lecturas susodichas. La lectura en línea es la ejercida usualmente al navegar en redes sociales. Mientras se desplaza el usuario, su vista capta publicaciones cortas y memes. No se detiene a rumiarlos, ni los almacena y muchos menos los asimila. Sólo posa fugazmente su vista. Quizás el meme es una puntada que despierta una sonrisa lánguida, pero continúa siendo un objeto unívoco que pasa tras otro. Desplazarse por horas se realiza bajo un tedio disfrazado. Hay memes que se burlan de esta adicción, buscan una risa nerviosa ante la incomodidad del propio reconocimiento; como buen momazo, se tritura a sí mismo. Leemos para enterarnos del marcador del partido de ayer, leemos para saber las conquistas de Julio César, leemos para delinear los componentes de la célula, en redes sociales leemos únicamente para pasar el tiempo.

Sería incompleto decir que la lectura en línea es abuso de imágenes y publicaciones superfluas. En realidad es la máxima reducción del acto de leer, lo lleva casi a la pasividad tan disonante con el alma humana. Sin comunicación posible, las redes sociales conducen al aislamiento o necedad. El maestro caería en ingenuidad si omitiera la intervención tecnológica. Debe admitir el detrimento que ha traído al hábito de leer.  Negar la realidad sería permanecer en su torre, ésa donde reina la serenidad y el silencio propios de un manicomio.

 

Funes 2.0

Funes 2.0

Ahora que mi computador no sirve, me he dado a la tarea de pensarme frente a ella. Primero, observo el monitor que antes controlaba o regulaba con mis manos, ahora está apagado, silencioso, finito. ¡Qué bello es lo finito! Por fin el rumor del mundo se ha callado, lector, o mejor dicho, la vorágine del acontecer donde lo mismo confluyen noticias de Moscú, Siria, El Cairo, la cuadra de al lado; el mundo en paquete, la información como para volvernos locos se ha silenciado. Recuerdo hace unos segundos, el aniversario de tal escrito, hora el divorcio de J y P actores, más abajo el estreno de… y la muerte de… Extensión infinita, la forma de la internet.

El acontecer de todos los tiempos y espacios están ahí. Mirar el infinito y guardarlo en el bolsillo es de enfermos. No acuso para librarme del diagnóstico, sino para mirar de cerca algo que ha tiempo no me hago. Como Funes el memorioso me siento frente al monitor: amo de un todo inconexo. El mundo, por otra parte, necesita orden, de otro modo no lo entendemos. El poeta, por ejemplo, cuando crea (ordena) lo hace consciente de que el otro a quien habla o muestra su obra, ve las acciones, pasiones y situaciones del mundo que ha dibujado su pluma. Pero él no nos muestra el todo (eso sería el reflejo del mundo sin dios, sin creación ni verbo o voluntad creadoras), sino sólo una parte, la que él vio. Así se lee y se comunica mejor.

Sería imposible hablar con todo el mundo sobre todo el mundo. Nuestros temas siempre se limitan a unos cuantos que dan cuenta de nuestros gustos y preferencias, y que bien explorados hacen la conversación más que deseable. Es verdad que algunos temas se irán añadiendo, dejando otros en el cajón de los recuerdos. Avanzamos con paso de tortuga. La Internet, por otro lado, no. Ella avanza a la velocidad de mil voces por nanosegundos, esquizofrenia en un clic.

Todo esto da cuenta de que el hombre no está hecho para el infinito por su naturaleza finita, pero no se confunda el espacio virtual con lo trascendente, pues la conciencia no es un invento de Internet y sin embargo es lo único metafísico con que contamos para conocernos. El ciber espacio nos lanza hacia un espacio virtual que muy poco tiene que ofrecernos. No niego la utilidad de éste ni quiero la época de las cavernas, pero acaso el cavernícola era más sabio de su constitución que hoy nosotros, pues él contaba con el verdadero ocio, ése que no lo alejaba de su ser comunitario.

Si a Pascal le aterraba el silencio de los espacios vacíos, a mí el silencio del infinito me ayuda a ver el desorden en que nuestro pensamiento se abandona y se disuelve al intentar mirar a todas partes dentro del fluido de un río virtual. Contemplamos sin actuar. Asimov nos advirtió de ser aquello que era multivac: Conocimiento impotente. El otro estado del hombre es la voluntad inconsciente, ambas son partes de la negación de la vida.

Javel

Hablando de: Ineptitud. ¿Para qué llevar el remate del libro hasta la nueva residencia de cultura, los Pinos? ¿No tienen las suficientes visitas? No, esto no es publicidad, no puedo pensar mal de AMLO. Seguramente un estudio de los años anteriores del evento y de sus asistentes le han revelado a los organizadores que de por esos lados del mundo es de donde afluye la mayor parte de los compradores-lectores, además de que no hay otros espacios tan grandes para ese evento.

Una disculpa a Tacitus por ocupar un espacio de su día.

Una década en el nuevo milenio

A lo largo de la historia, dos fuerzas antagónicas han estado siempre presentes. Aquellos que desean aprovechar la corriente como si se anduviera en los rápidos, mientras otros disfrutan el río por sus remansos. Los puristas defienden su propio estado de cosas, no admiten cambios y piensan que cualquier modificación significa cataclismo. Con la llegada del correo electrónico, los románticos dieron un alarido porque las cartas recibidas no vendrían con perfumen especial. Ese pedacito de Julieta en papel se desintegra por la malévola celeridad. Lo mismo con la llegada de Netflix y similares: la magia del cine se perdería en el convencionalismo del sillón. Lo antiguo y clásico se arruinan por la modernidad e innovación, traducido en tecnología. Si la esencia humana se mantiene en la permanencia y en el pasado que ha funcionado siempre, la novedad es detrimento.

Quienes se preocupan por la escritura y lectura temen la vorágine virtual. La facilidad para publicar vuelve accesible a todo quien desee escribir. Futuro novelista, incipiente poeta, afortunado de los versos, amante de la política, chismoso de la calle, patriota exacerbado, ignorante vanidoso. En redes sociales todos publican sin costo alguno y en un ambiente tan democrático —o demagógico—que las limitaciones son mínimas. Por ello la sencillez y tendencia al conato y la agresión; ni las buenas manera ni cortesías parecen controlar lo que se escribe y publica al minuto. Bajo esta óptica, el Internet ha sido una imagen usualmente comparada con Babel. Además de las ideas en diferentes sentidos, sin comparación ni contraste, las distracciones y opiniones sin fondo contribuyen al remolino. Considerado el libro transmisión de la riqueza intelectual, la escritura como el alentador de la cultura trascendental, lo expuesto en la red es baladí.

A pesar de ellos, junto con la creciente expansión del Internet, ha crecido el número de creadores de contenido. Así de ambiguo, así de general, cada uno en diferentes expresiones. Con sus propias capacidades, han elaborado sus propias obras: vídeos, artículos de enciclopedia, hemerotecas. Son ciertas las dificultades y asperezas que genera la comunicación aglomerada y veloz, sin embargo también son un reto para el buen lector. Particularmente, asumir al Internet como incapaz de ser desenmarañada, no permite verla como el gran acervo que es. YouTube ha solucionado problemas cotidianos como anudar una corbata o mejorar la tabla en Excel. Incluso al músico aficionado le permite hallar las notas de su pieza favorita. Si así ocurre con los vídeos, ¿sucederá los mismo a través del acto de leer y escribir?

La variedad de blogs parece tener similitud con la publicación en redes sociales: banal, ligera y rápida. Si bien hay facilidad en abrir y comenzar un blog, eso no significa carencia de sustento o contenido. Al contrario, muchas personas ansiosas de escribir, o mostrar sus ideas, tienen la facilidad gracias al portal en línea. Internet ha cumplido en mejorar la vida al permitirle escribir y, si ha llegado acertadamente, a trascenderle a su lector. Las dificultades en ser distribuido por una editorial, se contrarrestran por el uso del blog. La demanda y enorme multitud de lectores es satisfecha por la libertad ofrecida en la red. La lectura es banalizada cuando se cree que el Internet la banaliza. Es perder todo crédito en su capacidad y sus múltiples pieles con las que puede aparecer.

Opinión viral

La necesidad de comportarnos productivamente nos empuja a la rápida y fácil indignación. Siempre que hay algún evento impactante, cuya problematicidad apenas alcanzamos a comprender, debemos tener una opinión al respecto. Opinamos aceptando o rechazando  el suceso.  La guerra, por ejemplo, nos parece indignante. Dicho así de general, cualquier guerra, sea causada por el motivo que sea, nos irrita, nos hace disparar tuits cargados de indignación. Preferimos la paz a la guerra. Debemos de tener una opinión inmediata para poderla ejecutar y darle paso a las demás opiniones que también debemos ejecutar; juntamos teoría y acción. Pero eso nos nubla la posibilidad de ver la complejidad del contexto en el que se suscita una guerra, si es justa o injusta.

De una manera muy semejante, hallamos defectos de manera rápida en los yerros filmados y que encuentran en las redes sociales el pancracio de las acusaciones. Sólo vemos segundos de la vida de una persona que ha vivido millones de segundos. Cualquier juicio sobre esos segundos, quizá minutos, es insuficiente sobre dicha persona. Incluso qué la orilló a actuar de la manera en la que lo hizo cuando fue filmada no se piensa al momento de compartir el cacho de su vida que será el más recordado; el más trascendente e intrascendente a la vez. La mayoría de las opiniones que se tendrán sobre la persona viralizada se reducirán a casi nada de esa persona. Pero tendrá la fortuna de que su accidente no será recordado por demasiado tiempo, pues los videos en la red se reproducen de una manera inalcanzable. Esa velocidad con la que se los recorre, llevará a la necesidad de que cada vez se viralicen cosas mucho más grotescas. El último peldaño de la perversión caerá cuando en el aburrimiento de ver las mismas situaciones viralizadas, los internautas provoquen el contenido grotesco, cuando ellos sean productores, acusadores y víctimas de la viralización.

Al no entender las acciones humanas, pero al querer juzgarlas, se vivirá en un limbo de incertidumbre moral. La opinión rápida es la peor clase de opinión. La segunda opinión peor es la opinión copiada, pues es una opinión pensada por alguien y repetida sin pensarse. La opinión que se viraliza contiene a las dos peores opiniones, las cuales nos alejan de reflexionar la siempre compleja experiencia humana. Si no podemos distinguir entre los justo y lo injusto, ya no podemos vivir bien.

Yaddir