Ella ventana

Una vez solos, deslicé mis dedos por su nuca, con el pulgar acaricié su rostro que era suave y frío, conocía su debilidad, abrió los ojos, abrió los labios y me contó todos sus secretos, no tuvo pudor para decirme alguno, fui yo quien no quiso acceder a su memoria, lo dejamos cuando llegó su dueño. La intimidad ha perdido su encanto contigo, Siri.

Oyó un silbido, luego un golpe, alguien lo llamaba, a la derecha, a la izquierda. Fue presuroso, descorrió el candado, abrió de par en par cada ventana. No había nadie, o mejor dicho, estaban todos. Cuando cerró de un golpe las puertitas se dio cuenta de algo escalofriante, perdió lo más importante, la pared de su cuarto, y sin pared tampoco había ventanas. Los límites y la libertad se habían perdido. Aun había una posibilidad si alguien llamaba a su puerta.

Javel

Evocación

Evocación

La intimidad radical no es la soledad más profunda, sino la entrega total. No la entrega a una causa: las ideologías sirven muy bien para mantener intenciones de actividad, interpretaciones del mundo que satisfagan los planes y opiniones que nos atrevemos a manifestar; tampoco el abrazo del andrógino que cura la sed mítica de unidad. Lo íntimo se difumina en las flaquezas para la entrega. Quizá la intimidad amistosa sirva para alentar la lengua de fuego que hay en el alma: los abrazos amistosos nos revelan en la sinceridad el secreto de lo reconfortante, que no puede ser el polo opuesto de la recriminación, sino su acompañante. La intimidad parece soledad porque no sabemos hablar, porque el órgano distintivo del hombre es el que más amor requiere para su uso pleno. La reclusión no produce la ausencia del género humano, porque basta abrir la ventana para difuminar esa ilusión que nos imponemos para la tranquilidad. Uno piensa con facilidad que en la intimidad amistosa confesamos nuestros motivos más ocultos, nuestra profesión de fe última y fundamental. La intimidad sería, en ese caso, el pasaje estrecho y secreto que sólo abrimos cuando lo sentimos propicio. ¿Qué pasaría si en verdad el mundo está abierto ante nosotros sólo por algo que permanece impenetrable en su presencia? Lo que aparece comúnmente como apertura máxima revela su limitación profunda: calla ante lo más importante. Ante la intimidad sucede casi siempre la inmadurez asentada en nuestro corazón. No hay intimidad, a fin de cuentas, sin deseo. No hay intimidad sin razón que nos permita intimar en el deseo común. Pudiera ser plausible que la intimidad se muestre complicada no sólo porque el mundo y la costumbre lo impiden, sino porque intimar es imposible sin ese deseo. La inteligencia de la entrega consiste en el descubrimiento de lo deseable. El roce de la intimidad nos procura la certeza de la mano ajena, una mano que se extiende como palabra, que roza el aire como una gota de agua cruza el desierto de la mirada.

 

Tacitus

Robots, animales y el frío de Siberia

Robots, animales y el frío de Siberia

La palabra nos acerca al espejo de cobre que somos. Imagen difusa pero segura de que ahí estamos. La exploración de lo que somos es la mejor creación a la que podemos aspirar. Comento esto último porque hoy ha venido a mí una espinilla que ha tiempo había olvidado, pero que me lastimaba en la incertidumbre de lo que era. Te contaré, amable lector, por qué estoy divagando una vez más sobre la palabra. Hace algunos años vi por primera vez una película que se titula Yo, Robot. Sí, ésa que es con Will Smith. En un mundo donde la tecnología alcanzó un increíble desarrollo, los humanos ya tienen robots sirvientes, programados para proteger bajo las leyes de Asimov a los hombres. La inteligencia artificial que controla estas máquinas descubre que el peligro del hombre es el hombre mismo –Pero, ¿qué interrogante bien planteada no es un peligro? Entonces diseña un robot que se distribuirá por todo el mundo, a fin de que extermine al hombre. El último sabio de la mecánica e inteligencia artificial descubre este algoritmo, así que crea a un robot capaz de soñar (le dio libertad creadora). Este robot junto con Will Smith, quien odia a los androides, tendrán que ayudarse para destruir a la inteligencia artificial y su exterminación mundial. En una escena, que es lo que principió esto, Will Smith le increpa al robot que “tú no eres libre, ni humano, ¿acaso puedes crear una ópera, una bella pintura, un poema?” el robot responde: “¿Y tú sí puedes?”. Hoy quiero responder que sí podemos aun sin ser pintores, músicos o poetas. Para ello quiero mostrar que el arte no es exclusivo de los artistas, sino una oportunidad universal de crearnos y reconocernos.

Es verdad que no puedo crear como lo hacen los artistas, pero puedo en primer instancia, asombrarme por lo que ellos presentan, es decir, por aquella irrealidad que me ayuda a conocer mejor al mundo. Al hacer esto, recorro en parte el camino que propuso el creador original, pero también le añado lo que yo voy entendiendo de aquello que menciona o ejecuta o dibuja. En ese asombro me descubro. También me voy creando a mí mismo un saber respecto de lo que sé. Creo con mi imaginación lo que el escritor pone en movimiento dentro de mi alma. La creación del otro me afecta  a tal grado que yo me vuelvo un creador. Cosa que no sucede con los animales o con las máquinas. Por eso este ejercicio ha de hacerse con cuidado aunque no con grado clínico, pues es con mi alma con la que voy abriéndome al mundo y viceversa. Por eso no cualquiera es artista ni habría que acercarse a cualquiera; y también, por eso mismo, no cualquiera puede ser guiado por el daimon. Los animales, por ejemplo, no se asombran, se asustan o se excitan, pero no se encuentran arrobados por la presencia de lo sublime. Las máquinas pueden reconocer patrones de melodía o trazos, arrojar fechas, datos, pero no pueden decir, esto me ha preocupado alguna vez, tanto que he soñado con ello y dejé de comer bien durante varios días.

La inteligencia que permite al hombre sumergirse en sí mismo y a la que hemos llamado conciencia es el órgano vital en la constitución del hombre. El león mata por hambre o por furia, el hombre no sólo por esto, sino por ambición o justicia. El león no se pregunta si podría ser buen gobernador o líder –hoy día tampoco lo hace el hombre–, y eso lo diferencia (diferenciaba) de nosotros. El león no tiene la palabra para cuestionarse por su situación. La insensatez animal sigue luchando bajo cualquier circunstancia: ¿exageración del mensaje romántico o hybris o verdadera libertad? En cualquier caso el destino y la libertad no serían problema si no existiera la palabra íntima que nos descubre en el error o fuera de nuestras ambiciones. Los campos de concentración son hechos reales terribles, pero de los que no sabemos los verdaderos peligros hasta que no leemos a Solzhenitsin, a Anna Ajmatova o a Primo Levi. De igual modo, la justicia no es añoranza sangrante y en peligro constante de la insensatez hasta que no leemos a Don Quijote… la soledad no es lamentable hasta que no vemos el Cristo de Velázquez.

Y la otra soledad, donde la voz del otro florece, hoy se ve atentada por las voces inútiles. Esto también atenta contra la conciencia, es decir, contra la creación del autoconocimiento. Hoy que todo es opinión virtual –imagino siempre las luces de Nueva York- impertinentes y oportunistas ambulantes ávidos de fama, que nos engañan haciéndonos creer que el mejor de los bienes es externo a nosotros, y que para conseguirlo hemos de entregarnos a la lascivia y el voyerismo, recuerdo el reclamo de Dostoievski en Siberia “¡Tengo derecho a la obscuridad!”, es decir, al silencio y la tranquilidad, pero sobre todo, al encuentro conmigo mismo. Imagino que por eso la lectura de la Biblia le ayudó a soportar el aislamiento, si es que así se le puede decir a la situación de la imposible intimidad espiritual: al frío de la soledad donde no hay prójimo, ni yo posible.

Hoy que también tenemos que vender el espíritu y que no tenemos tiempo de saborear un Réquiem, la afirmación de la máquina se hace real. El hombre vano es un peligro para el hombre introspectivo. Creo que por eso el derecho al arte es el derecho a la intimidad con la inteligencia de los otros. Donde creamos un mundo más real y bueno, o mejor dicho, donde nos asombramos de haber sido tan ciegos. Sólo cuando cerramos los ojos, nos vemos realmente.

Javel

Lector, te pido una disculpa, debido a las lluvias el servicio de internet se cayó gran parte de la tarde-noche. ¡Malditas máquinas!

Nosotros, el cuervo

Nosotros, el cuervo

Hace no mucho, la gente tenía la sana costumbre de escribir notas en las servilletas, al borde de los libros, en el margen del día, cuando el sol se iba poniendo y había algún tiempo para nosotros mismos. Este tiempo era ideal para pensar y repensar lo que tanto rondaba nuestros sueños. Sentábamos al cuervo frente a nosotros, lo hechizábamos para que tomara su forma humana y comenzaba la sana introspección. El cuervo comenzaba graznando o susurrando aquello que traía desde el inasequible subconsciente hasta nosotros, pero se resistía al encanto -¿o acaso nos atrapaba en el suyo?- Poco a poco el cuervo iba perdiendo su canto bestial y hermoso, para ir transformándolo en palabras claras y deliciosas. Lo incierto se tornaba claridad y cambiaba su aliento seductor por una mirada enervante. La palabra se hacía claro espacio en nosotros mismos. El secreto descubierto en aquellas noches florecía con magnificencia y se advertía a la mañana siguiente que habíamos pasado una noche en gratos ejercicios. El ejercicio marginal terminaba llenando todas nuestras horas. Cada noche, en secreto para la humanidad, sembrábamos una flor dichosa.

El cuervo jamás preguntaba: ¿qué piensas?, sino todo lo contrario, acusaba a nuestros pensamientos. Así nos divertíamos en la hora del conticinio.

Hoy que tenemos que decirle al mundo qué pensamos y en qué estado nos encontramos, lo cual es muy difícil en los pocos caracteres que se establecen, las flores que antes eran verdad o que respondían al canto de ésta, ya no se abren al canto bello y pesado de la conciencia. Ahora todas ellas huelen a plástico, pues se hacen en masa para atrapar seguidores, cuando la soledad, tierra propicia para el pensamiento, detesta a éstos. Además, lo que antes perseguía claridad, hoy que persigue fama, no florece para el pensamiento o para ser compartido como un bien, quizá como un adorno de temporada, pero nada más allá. Los intrusos a quienes les dejamos la puerta abierta para que vean nuestra intimidad son víctimas de nuestro voyerismo personal. Ansiamos ver cómo se solazan en nuestros breves y fatuos ejercicios de jardinería, pero sin que osen tocar las cenicientas creaciones nuestras, pues bien sabemos que no soportarían el tacto, por muy dócil que sea, de alguno de los admiradores. ¡Qué bueno que hoy ya nadie se detiene a observar!, y que  las palabras son arrastradas por este fluido virtual que diario nos deja en el vacío… No es extraño que a la mañana siguiente, el fruto de esta tempestad de plástico sea el estrés y el dolor por la ausencia.

Quizá para salvarnos del vacío, debamos sentarnos a platicar con nosotros, el cuervo.

Javel

Aguinaldo: Hoy es el último día del 2017 en que tú y yo, lector, compartimos unas líneas de reflexión. Hace poco leía que cuando en una reunión todos comparten el placer de estar juntos en el ejercicio del bien, en realidad el placer debía nombrarse gratitud, pues era para todos grato estar ahí. Yo agradezco mucho que te animes a acompañarme cada quince días y que vengas a visitarnos a todos los de la banda. Ojalá y nos podamos ver el año que viene, yo por aquí andaré gastando palabras. ¡Feliz año, amigo lector!