A vagar

A vagar

Andar y ver es el único requisito que debe cumplir aquel que desee ser un investigador de los asuntos humanos, mundanos y divinos. El precepto lo colocó don Alonso Quijano, el gran errabundo que buscaba desfacer entuertos y que nos muestra la doblemente dolorosa melancolía, sólo porque creemos que sus hazañas no valen nada frente al caos o la furia del sinsentido. Doblemente dolorosa, porque lo vemos caer frente al villano y no lo ayudamos; y dolorosa también, porque él nos mira sonriendo y consciente de nuestra cobardía para enfrentar el mundo: Es el único realista de la historia, ya que sabía que el miedo es un falso bien común, pues nos aleja más que unirnos. Hobbes no tiene razón al decir que la desconfianza genera bienestar. La desconfianza genera paranoicos, es decir, hombres ensimismados en hallar la razón para cazar brujas: “El mal está en los genes, en la sociedad, en el mundo”.  El verdadero loco crea armas-razones para destruir a su sospechoso hermano; Don Quijote nos da auxilio frente a ese demonio.

El loco se vuelve especialista, ve resortes donde hay tendones. El vagabundo pelea contra ese absurdo en una de las más famosas batallas jamás contadas y nos narra la historia en que gobernó la llamada raza de oro. Pero el cuento es quebrantado rápidamente en el interior de una oficina en la cual se les pide a los nuevos reclutas no dejar nada en sus escritorios, pues “nunca sabemos quién está a lado nuestro”. Sabio será aquel que salga para ver y no vuelva por echar raíces en la vagancia, que, a fe mía, es una forma de la investigación científica: la heurística. Ella le llevó a decir al poeta que hay en el mundo borrachos de sombra negra y valentones y gentes que danzan y juegan.

Me pregunto a veces qué hubiera pasado si Cervantes no hubiese sacado a ventilar todo el conocimiento que ya tenía. Seguramente se habría vuelto loco. Pues he notado que lo que llamamos estrés, no es otra cosa que la acumulación de fuerzas tanto físicas como psíquicas: la constitución del hombre valeroso lo empuja al mundo. Si se queda, todas esas fuerzas se transforman en espasmos o tics nerviosos. Si don Quijote no hubiese salido quedándose en casa su vida habría sido miserable, por guardar para sí lo que sabemos que dio al hombre: un gran ejemplo de humildad y amor fraterno.

Fue humilde porque cultivó su gustó por la lectura, que aunque era muy refinado, no dejaba de leer hasta los papales de la calle. Esto quiere decir que buscaba en todos lados con la fascinación de un niño, pero preocupado como un sabio. Predicaba con el ejemplo y no desde la cátedra o desde la oficina, Quijote, hazme un sitio en tu montura, es lo más humano que podemos pedir, si queremos investigar con verdadera vocación.

Javel