Los muertos de años pasados fueron tragedia y sirvieron de ignominia.
Los de Minatitlán, junto con otros tantos miles, se transformaron 4 veces, hasta convertirse en estadística.
Maigo.
"Una docena de años viendo cómo se parten por docenas otras cosas en el mundo"
Los muertos de años pasados fueron tragedia y sirvieron de ignominia.
Los de Minatitlán, junto con otros tantos miles, se transformaron 4 veces, hasta convertirse en estadística.
Maigo.
Esperar de otros que arreglen nuestros desórdenes es traición a nosotros mismos.
Maigo.
Por lo general el peor enemigo de un tirano es un bebé indefenso. Heródes mandó matar a los niños de Belén; y antes que él un faraón ordenó la muerte de primogénitos inocentes con tal de mantener desanimado a un pueblo; ambos actuaron por miedo y ambos pensaron en deshacerse de lo que representaban los niños indefensos, que por muy desarmados que estén siguen mostrando al tirano el inevitable paso del tiempo, y junto con ello la menos evitable llegada de la muerte. Pareciera que ahora no hay tiranos de tal talante, los regímenes cambian y se dice que estos son por mucho más justos a los de antes. Sin embargo, aún hay algo tiránico en el corazón de los hombres, y eso mantiene el miedo que se tiene a la llegada de niños indefensos y más aun al paso del tiempo que representa su arribo a este mundo.
El deseo de ser siempre joven, fuerte y poderoso es propio del tirano, no importa si se trata de quien manada matar niños para no verse viejo a su lado, o de quien simple y llanamente procura comportarse como tal para negar el inevitable paso del tiempo. La mayoría no puede deshacerse de aquellos que por más jóvenes ya no son contemporáneos, de modo que la mayoría de los ávidos de juventud optan por comportarse como niños.
El niño indefenso necesita atenciones y cuidados, el joven que quiere ser eterno, se busca de los otros atenciones y cuidados, no siempre los obtiene por lo que no será difícil verlo hacer berrinche y justificar el mismo aludiendo a una depresión. El niño empeña fácilmente su palabra, en especial cuando el cuidado por la palabra es deficiente a su alrededor, con la misma facilidad con que la empeña, la rompe; el joven que ya no lo es tanto, pero quisiera serlo, empeña con facilidad su palabra, se compromete y pretende que los demás lo hagan, pero pasado un buen tiempo se olvida de lo que debe hacer y se queja del olvido de los demás.
El deseo de ser joven eternamente lleva a muchos tiranos que parecen hombres a vivir como niños, y a esperar de los otros, algunos también jóvenes tiranos, el comportamiento de adultos que ellos mismos no son capaces de tener.
Maigo.
Intenté hablar bellamente sobre la tiranía. Quise atrapar en una frase llena de miel al corazón endurecido de los más grandes tiranos, sin importar si se trataba de Falaris o de aquellos que en nuestros días hacen lo que quieren o se empecinan en hacerlo, y que como buenos tiranos culpan de sus berrinches a quienes cuestionan la legitimidad de sus deseos.
Pero la miel se volvió amarga apenas se acercaba al enceguecido corazón que debía cubrir, su brillo y textura cambiaban, ya no era ni brillante ni cerosa, se había vuelto oscura y rasposa, ya no endulzaba ni ataría a los sentidos, más bien amargaba y alejaba a quienes prefieren vivir teniendo amigos.
Ahí me di cuenta de que la miel no logra endulzarlo todo, y que no es posible usar miel genuina para cubrir con ella a la tiranía, que ésta no se puede hacer deseable, dulce y placentera para los hombres más que en apariencia, es decir, de lejos, cuando ya no se puede distinguir a lo bello de lo feo, y cuando lo reprobable encuentra justificación en lo que es deseable.
Maigo.
El irresponsable sabe que el mundo siempre confabula en su contra.
Maigo.
Se dice que el flojo trabaja dos veces, y quien lo dice, se apoya en la evidencia que nos da lo maltrecho de lo hecho con flojera. También se dice que en lo hecho se ve el ser del hacedor, y si lo hecho está maltrecho lo que podemos concluir es que lo maltrecho por el hacer del flojo nos indica la maltrechés del flojo mismo.
Decir por otra parte que el flojo es un ser maltrecho parece un juicio aventurado y lanzado al azar, casi emitido con flojera, pero si nos acercamos al alma del flojo veremos que no resulta tan superficial el juicio antes dicho.
Si nos asomamos al hacer del flojo veremos que éste es un ser imposibilitado por su carencia de ánimos para hacer bien las cosas, es un ser enfermo y orgulloso de su propio mal, confiado en exceso y un tanto desvergonzado en tanto que deja todo para el último momento.
Su hacer, si es que se presenta, es apresurado y tacaño, el flojo sigue la ley del mínimo esfuerzo, aunque eso implique dejar lo que hace mal hecho y tener que trabajar más para reparar las nefastas consecuencias de su mal hacer. Aunque no todo flojo corrige lo que hace mal, lo que hace de los que no están dispuestos a corregirse seres desvergonzados y hasta presuntuosos respecto a su propia flojera, éstos últimos son los peores entre los flojos pues a más de flojos son irresponsables.
Y no podemos negar que quien presume de su irresponsabilidad es un ser maltrecho en tanto que ve como bueno lo que es malo y como malo lo que es bueno no sólo para los demás, sino para él mismo.
Maigo.
Tenemos la idea de que el trabajo dignifica, es decir, que nos hace más plenos en tanto que nos ayuda a actualizar todas nuestras potencias. Admiramos al trabajo y en espacial al trabajador, y esta admiración y beneplácito se expresa en el constante discurrir de elogios con los que bañamos a quienes trabajan.
Así pues, decimos que alguien es muy trabajador cuando le vemos constantemente en movimiento, y cuando tal movimiento tiene como finalidad la producción de algo, decimos que se ve cuando alguien es trabajador inclusive cuando no le vemos, pues aquello que produce se encarga de mostrar su presencia en el mundo, aun si el elogiado no está presente.
Nuestro aprecio al trabajo es tal que vemos una gran diferencia entre el trabajo y el empleo, al grado de que decimos que aquel que está empleado se evita tener que trabajar, es decir, se hace a un lado cuando se torna necesario dar cuenta de lo producido, de este modo vemos que quien trabaja es responsable de lo que produce y hace, mientras que el empleado enajena su responsabilidad al limitarse a obedecer las instrucciones que le ha dado su empleador.
Hasta aquí parecen fácilmente reconocibles las bondades del trabajo, pero si vemos con algo de cuidado notaremos que tales bondades no se encuentran en el trabajo mismo, sino en aquello que llega como resultado del mismo, como actualiza nuestras potencias el trabajo es bueno en tanto que nos hace mejores, entendiendo lo mejor como lo habilidoso, quien trabaja todos los días se torne hábil para aquello que trabaja; en tanto que el trabajo se aprecia en lo que se produce con el mismo vemos que el trabajo es bueno porque nos permite perpetuar nuestra presencia en el tiempo y en el espacio.
Debido a sus bondades decimos que trabajar es bueno, y cuando afirmamos esto nos fijamos más en lo que produce, pues quien valora el trabajo en buena medida valora la posibilidad de inmortalizarse y por ello ve a quien no trabaja o a quien trabaja lentamente como seres que pierden el valioso tiempo.
El juicio que hacemos sobre el trabajo y en especial sobre el trabajador, no es tan simple como parece a primera instancia, porque decimos que hay trabajos mejores que otros lo que supone una comparación entre aquello que produce más y mejores cosas y lo que no, de modo que mal trabajo será aquel que sea lento para producir, aún siendo generoso con nuestra alma.
Buen trabajo será aquel que nos exige producción y por tanto movimiento, pero desde nuestro particular modo de ver, modo determinado por nuestra cualidad de seres efímeros, la buena producción y el buen movimiento serán aquellos que perpetúen nuestra estancia en el mundo, lo que nos exige cierta responsabilidad, en tanto que lo producido es algo nuevo. Del mismo modo el mal trabajo será el trabajo improductivo, es decir, será el trabajo que sólo supone movimiento en el alma, que por ser invisible no ayuda en nada con la finalidad de perpetuarse en el tiempo o en el espacio.
Decimos que el trabajo es algo que dignifica al hombre, y para hacerlo suponemos en primera instancia que el hombre no tiene dignidad en sí mismo, sino que ha de alcanzarla o construirla mediante su constante hacer y producir en el mundo, pero no aceptamos como hacer en el mundo aquello que no crea algo nuevo y tangible. De ahí que ni el empleado que reproduce la creación de otro ni aquel que mueve sólo el alma mostrándose así inmóvil sean seres calificados como criaturas sin dignidad que pierden el tiempo en tanto que están inmóviles, los primeros mantienen inmóvil el alma aunque mueven su cuerpo, y los segundos no se muestran como seres activos en tanto que se preocupan más por mover el alma y no tanto al cuerpo.
Maigo.