Es muy fácil extraviarse en el camino cuando éste nos es desconocido, resulta aún más sencillo perderse cuando sólo hay una oportunidad para recorrerlo; y en ésta nos jugamos todo. Muchas veces interpretamos a la vida como un camino que está ahí para ser recorrido, éste comienza con el nacimiento y termina con la muerte, ¿pero qué tan apropiada es la imagen de un camino para hablar sobre lo que es la vida?, ¿no será esta imagen propicia para justificar la irresponsabilidad de quienes aún no han llegado a ciertas estancias en ese camino?
La imagen de la vida como una vía que todos hemos de recorrer, es muy socorrida, y parece que lo es más ahora, cuando la vida es pensada como un suceder de etapas, como si éstas fueran partes un tanto separables unas de otras, tanto que se pudiera pensar que lo que hoy hace el niño en nada afectará la vida del joven, y que lo que hoy hace el joven ya no estará presente en el hacer del viejo.
Precisamente por lo socorrido de la imagen, es que me parece de especial interés ver a la misma desde un ángulo cercano y examinar si ésta es efectivamente apropiada para hablar de la vida, o más bien nos hemos perdido en la metáfora.
Dante inicia La Comedia señalándose perdido a mitad del camino de la vida, muchos dirán que con ello hace alusión a alguna depresión propia de la vida adulta, el examen que hoy nos ocupa no se enfocará en las depresiones que se presentan en el trascurso de la vida humana, porque éstas no ocurren con suficiente frecuencia como para usarlas de marcas en el camino que ha de recorrer todo ser humano, definitivamente las tristezas o alegrías no pueden servir como mojones en el camino, porque éstas no siempre ocurren.
Pensemos un poco en cómo es que alguien puede perderse en el camino y así quizá veamos cómo es que se piensa a la vida cuando se señala una vía para la misma. Para extraviarse es necesario que el camino nos sea desconocido, y que no sea único, es decir que se cruce con muchos caminos y veredas que se parecen entre sí, lo que hace que el caminante no logre llegar a su destino, es necesario para perderse que la vía que se ha de seguir se desdibuje para el caminante, ya sea por olvido, por descuido de quien distraído no ve por dónde camina o porque a empujones el caminante se ha visto obligado a salir de la vía que seguía antes.
La sensación de extravío supone la capacidad para reconocerse lejos del camino apropiado para llegar a donde se pretendía, y la posibilidad de encontrarse y tomar el camino correcto supone a su vez la capacidad para reconocer ese camino una vez que ha sido encontrado, lo que supone la vista de alguna señal que lo distinga como tal.
Así pues para extraviarse en el camino de la vida, será necesario pensar a la vida como algo que va más allá de nacer, pasar por varias etapas y morir, es decir, será necesario ver a la vida como aquello que constantemente se tensa entre la virtud y el vicio, de modo que permita a quien se pierde por un sendero retomar el otro; con los debidos trabajos que implica el cambio de una vía a otra, los cuales deben ser afrontados por el extraviado, y nada más por él, pues el camino que va realizando el caminante le es tan propio como la vida misma.
Ahora, si vemos a la vida como un camino seguro, es decir, bien definido y por el que todos hemos de pasar en algún momento, entonces cerramos la puerta a la posibilidad de extraviarse en el mismo, y por ende a la de encontrarse una vez que se ha reconocido la pérdida, lo que supone que cada quien hace en el trascurso de su vida lo que es necesario y nada más, y si lo necesario es la locura ésta dejará de presentarse cuando se avance un poco en la vía que ya está trazada para el hombre.
Sin la posibilidad de extraviarse y con la seguridad de que en algún momento el propio camino marcará las acciones que se deben realizar, entonces el joven que hace idioteces no tiene porqué pagar por ellas, pues seguramente dejará de hacerlas en cuanto el seguro camino de la vida lo lleve a comportarse de manera diferente. Pensar así es negar la existencia de la virtud o el vicio, y es esperar que el tiempo haga que el idiota se vuelva inteligente y, que el imprudente adquiera la prudencia de la locura que le caracteriza.
Maigo.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...