El sacrificio del éxito

Una universitaria se suicida presuntamente por el estrés al que la somete su universidad. La escuela es famosa por su prestigio; ahí han estudiado numerosos presidentes y muchos secretarios de estado. En lugar de que la discusión sea la finalidad de la educación, en las redes los tuiteros se desbordan a opinar sobre la generación de cristal, los mal y constantemente mentados millennials. En lugar de intentar comprender para qué se estudia, qué clase de conocimiento es bueno y qué es lo mejor que cada estudiante debería conocer (así como si hay algo que para todos sea bueno conocer), se cree conocer qué les hace falta a los actuales estudiantes, se cree saber con claridad quiénes son los actuales estudiantes. En seis características creen englobar a billones de personas. No es nuevo que en las redes se manifiesten más especialistas que la cantidad de problemas que se padecen en la realidad. Lo novedoso es que ni el asunto más grave, la muerte de una persona, permita pensar en toda su complejidad el problema de la educación. Es como si tácitamente se hubiera aceptado que la universitaria se suicidó porque no soportaba la presión de este mundo. Afortunadamente esa no es la voz general. Se ve que existe un problema, pero no se lo logra asir, se nos escurre de las manos por más fuerza que hagamos. Y tal vez ese sea el más grave defecto de la educación actual: su incapacidad para comprender los problemas. El primer problema que no logran ver es la distancia entre sus objetivos educativos y el modo en el que se buscan o se pretenden desarrollar esos objetivos. ¿Qué quiere decir una institución, por más prestigiosa que sea, a un estudiante cuando le exige memorizarse el doble de temas de los que normalmente sería capaz de aprender?, ¿quiere decirle que en su futuro trabajo deberá memorizarse el doble y trabajar el doble que los demás para tener privilegios?, ¿quiere acaso insinuarle que sólo vale la pena sacrificarse a sí mismo con tal de ser exitoso?, ¿quiere acaso insinuarle que sólo se puede ser exitoso si se sacrifica a sí mismo?, ¿no estará sugiriéndole que debe dividirse en dos, matar una parte de sí para que la otra pueda vivir placenteramente? Consecuentemente, si no se es capaz de aprobar en la prestigiosa universidad, ¿quiere decir que no se merece ser exitoso, que es uno del montón, que jamás hará algo que valga la pena, que nunca será recordado por nadie? Y el que no puede lograr el éxito, el fracasado, ¿es un muerto en este acelerado mundo moderno?

Yaddir

Fechas inolvidables

A Raúl C., alumno de la Ibero con número de cuenta 173046.

Lo acepto: yo prefiero mantenerme al margen de toda esta vorágine política en la que se encuentra el país en este momento. Se ven, se escuchan y se dicen tantas cosas, todas tan diferentes unas de otras, que me siento hastiada de tanta información, así que, cuando de política comienza a hablarse, yo prefiero hacer mutis. De ahí que me mostrara renuente a sostener una plática con mi amiga Daniela cuando me preguntó si ya había visto lo que le había pasado a Enrique Peña Nieto, candidato del PRI a la presidencia, en la Universidad Iberoamericana. Yo ni siquiera sabía de qué me hablaba y, en realidad, tampoco me interesaba. En este punto, muchos de quienes me lean pensarán: “¿Pero cómo es posible eso? Precisamente por personas como tú, que se abstienen y evitan a toda costa informarse y participar en las cuestiones políticas, el país está como está”. Por mí, pueden decir misa porque, de menos, acepté ser funcionaria de casilla, a diferencia de otros que andan muy metidos en los mítines y demás argüendes, pero que, a la hora de la hora, son los primeros en rechazar su cargo si salieron sorteados. Tal vez esto no me haga ni mejor ni peor que el resto, pero de algún modo he aceptado involucrarme; más no soy capaz de dar.

En fin, mi amiga siguió diciéndome que buscara el video en Internet y, de mala gana, lo hice. Sin embargo, grande fue mi sorpresa de principio a fin al ver cómo la muchedumbre le gritaba bastante envalentonada al candidato que se fuera, que ahí no lo querían y que ni creyera que lo de Atenco se olvidaba. Luego se veía la corretiza que le pegaron hasta que se marchó del lugar. No podía creer que aquello hubiera sucedido en una universidad privada y sin embargo así había sido. Y claro, los dimes y diretes no se hicieron esperar. Enseguida, gente de Peña Nieto negó que le hubieran gritado o que lo hubieran correteado, que si bien hubo un grupo pequeño de personas que había alterado el orden, seguramente se trataba de porros o de simpatizantes de López Obrador, o de gente a la que se le había pagado por ello. Al final, mordí el anzuelo y entonces recordé que yo conocía a alguien de la Ibero, así que contacté a Raúl C. e invadida por la curiosidad, me dispuse a hacerle todo tipo de preguntas: que si había estado presente y si le había gritado también, si tomó video o acaso lo había correteado, si era cierto que se había escondido en el baño o que había llevado acarreados. Para contestar mis preguntas, me contó su versión de los hechos: que, en efecto, había estado presente, pero que no había gritado. Tampoco tomó video ni se molestó en corretearlo. Propiamente, Peña Nieto no se había escondido en el baño, simplemente se quedó en el umbral, pero que sí había llevado un camión lleno de acarreados. Entre otras cosas, Raúl C. me dijo que le molestaban los comentarios de que no eran estudiantes, sino porros y que sólo hubieran dejado pasar a muy pocos alumnos de la Ibero a la plática del candidato, pues la mayoría del público era gente de fuera que el mismo equipo de Peña Nieto había traído.

Lo que encendió más los ánimos tanto de Raúl C. como de sus demás compañeros de universidad fue el video que salió por parte del PRI, dando a conocer su versión de los hechos: en él entrevistaban a tres estudiantes de la Ibero que apoyaban a Peña Nieto y hablaban maravillas del candidato. Pronto se organizaron y se dieron a la tarea de juntar varios videos de aquel día, así como de buscar a los supuestos estudiantes entrevistados de la Ibero para desmentir esa versión. Resultó que, en realidad, al menos dos de los estudiantes eran egresados del ITAM y formaban parte de los llamados Ectivistas, grupo de jóvenes simpatizantes de Peña Nieto. Y para desmentir que se trataba de porros, hicieron otro video en el que 131 estudiantes de la Ibero mostraban que, efectivamente, estudiaban allí; Raúl C. fue uno de ellos. No voy a mentir: me alegré de que se hubieran organizado con tal prontitud para llevar a cabo estas actividades pues, a pesar de reservar mi participación en la cuestión política, nunca he simpatizado con el PRI ni con Peña Nieto y mayor fue mi alegría porque nunca hubiera esperado tal movimiento de parte de estudiantes de una universidad privada. Es más, han sido miles los que se han unido a la causa y para muestra basta ver las marchas que se han organizado en estos últimos días a lo largo del país para manifestarse en contra de Peña Nieto. Pero con el correr de las semanas, esa alegría se ha convertido en miedo porque una idea ronda mi cabeza y no me deja en paz: temo por la vida de mis compañeros universitarios porque, de seguir esto así y de cobrar más simpatizantes el movimiento, es muy probable que todo termine como en el ’68, en una matanza como aquélla que tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Por supuesto que yo no estuve ahí, pero así como Atenco, el 2 de octubre no se olvida y temo bastante que se repita ahora. Tal vez, en el fondo, ésa sea la verdadera razón para que yo no me inmiscuya en estos asuntos, quizá soy una cobarde y prefiero mantenerme en mi zona de confort, pero eso no quita que no me preocupe por mis compañeros, aunque sólo conozca a uno, y que no tema por sus vidas en este momento.

“La unión hace la fuerza” dicen por ahí, pero jamás se ha dicho que ésta sea invencible. Dios quiera que no haya otra fecha que no debamos olvidar…

Hiro postal