La lección de Scherezada

Asaz ingeniosa, conteniendo la venganza del sultán, Scherezada relata un cuento por noche con el fin de postergar la implacable muerte. Las historias no son entretenimientos de ocasión, deleite exquisito de lectura, colección de leyendas ni pasatiempos de cámara: es cuestión de vida o muerte. Quizá no tuvo el poderío para ser rescatada por el ejército puesto a su orden, o la increíble fuerza de los genios que intervienen sus relatos, sin embargo el arte de la narración pudo resistir los embates del sátrapa resentido. En el momento que éste se fastidie, la maestra cuentista morirá degollada y habrá una conclusión funesta (Las mil y una noches sería un cuasi mito donde el orgullo y dolor acabó con un reino entero). La urgencia por detener la locura anima la memoria. Invulnerables al olvido, las historias ocurren y adormecen la violencia.

Sorprende la retórica y memoria sobresaliente de Scherezada. José de la Colina, como otros lectores, fue uno de sus hechizados. A lo largo de varios de sus textos, hay testimonio de la admiración tenida por la Relatora. En el no-prólogo de Tren de historias, menciona la dificultad en la escritura de un cuento corto. Un argumento se puede extender hasta 270 páginas. El trabajo diario, siguiendo un plan inicial, lleva a tener una novela en pocos más de dos años. Escribir 27 argumentos distintos, con una calidad suficiente para ofrecerlos al lector, puede ser una tarea tan incierta como ardua. El principio de la historia llega, sin más, prescindiendo de nuestra súplica o exigencia. Aquello que detona el relato ocurre en la vez menos esperada (mientras se saca la basura, mientras se va de pie en el camión, mientras se compra los boletos del cine, mientras nos aburrimos en la escuela…). Story happens y los autores intentan aprehenderlo a través de su escritura. Maravilla que Scherezada pudo tener tantas historias para salvarse la vida. Única y divina, tantas stories happened en la ocasión precisa.

Las mil y una noches se volvieron únicas por contener historias. Esas noches trascendieron la vorágine. Así como Scherezada, ¿nuestra vida tiene significado por esas historias dignas de contar? A diferencia de la vida cifrada en minutos (la cual se ilustra con la clásica burda imagen del reloj arena cuyo montículo va deshaciéndose conforme cae le grano, así como los minutos que no vuelven), los relatos hacen más gozoso lo que vivimos. Hay algo que recordar y mediante la memoria aquello no termina en el olvido. Las risas de ayer, las conversaciones, lo asombroso permanece en nosotros. José de la Colina quedó fascinado al ver la portada de Cuentos de Scherezada y más aún: la Relatora le sirvió de modelo para muchas de sus narraciones. Sus vivencias, curiosidades, «visiones de mundo», extrañezas tuvieron cabida sólo por la lección de Scherezada. ¿No será que a través de nuestras historias posponemos nuestra última noche?

José de la Colina, colorista

 

José de la Colina, colorista

 

Él ha dicho que la literatura es una libertad imaginaria, que su escritura es como la práctica del surf o que la actividad del escritor es un juego: ¡como si la creatividad del artesano de las palabras fuese plena!; pero él sabe que los juegos —establecidos, programados o espontáneos— tienen reglas, que el mar picado tumba al surfista o el apacible lo aburre, que al escribir la imaginación se piensa libre… sin que nadie sepa bien a bien qué sea eso de la libertad —que siempre es cosa de imaginaciones. La caracterización de la literatura como un acto recreativo, como la liberación imaginaria de quien decide jugar con las letras, es una presentación deliberada del anarquista José de la Colina para no ensuciar el panorama con molotovs, sino estallar la realidad con las metáforas; para huir de las ruindades de las ruinas hasta alcanzar lo risueño de las risas; para que la lectura sea el acto imaginario por el que hacemos frente al absurdo habitual de nuestros ensueños y obsesiones. Deliberadamente, insisto, el colorista José de la Colina resalta los matices más vivos de la experiencia para hacer de la huida del feísmo estético una libertad imaginaria, para propiciar la creatividad lectora. ¿O no es eso la experiencia: la vida de la lectura y la experiencia de leer?

         Ahora que José de la Colina cumple 85 años y en tiempos en que la obsesión historicista hace que todo sea memorable —falsamente memorable, pues cuando cada cosa tiene su tiempo de celebración, la celebración misma calla y se empequeñece; todo tendrá su tiempo de grandeza cuando sólo aspiremos a la altura mínima—, sin duda se presentará por todos lados el listado de sus olvidadas (perdón, pero es lo cierto; raro sería que en un ambiente como el nuestro tan cautivado por la catástrofe, emplazado por la tetratransformación histórica y extenuado al compromiso ideológico sea lo más común leer un cuento sin signos de puntuación —no porque así se le lea al mood cente, sino porque deliberadamente así fue compuesto—, barajar las versiones —contadas y recontadas; Sherezada que hace de Penélope— de un cuento juguetón o divertirse con las nasalidades de un sonetillo agripado y agripino —¿en qué país estamos, Agripina?—: no señor, estos tiempos no hacen que lo más común sea el juego) obras, no faltará quien desde Wikipedia cifre su labor editorial o quien le dé valía por su “contribución” a la historia del cine —¿no sonaría muy de él aquello de “Quiero portarme bien, pero no sé cómo”?—. Pocos serán los que —y en una genuina y divagadora (porque claro que don José es un divagador, quizás un muy preciso divagador más que un divagador preciso; la diferencia, dicho sea de paso, es muy importante y no sólo un juego de palabras [¿acaso de la Colina compartirá el podio de los palabreros juguetones mexicanos con Ulalume y Deniz?], pues divagar con precisión es como la elegancia de la plática, la gracia en la conversación, la danza en torno a una taza de café, mientras que ser un divagador preciso es como la técnica del reportero, el arte del espía o la habilidad del psicoanalista [¿será entonces el reportero un psicoanalista de la sociedad?, ¿o acaso el terapeuta reportea la intimidad?, ¿o serán los traumas la nota roja del alma? ¡Alto, que así descubriremos a ciertos profesionales como la prensa rosa de nuestra personalidad! Y yo respeto a todos los progresistas], y de la Colina escribe más bien como alambicado, ingenioso y divagante conversador, que como un puntilloso, taxidermístico y bistúrico predicador) experiencia de lectura— escriban de su encuentro literario con el escritor, es decir pocos serán los que entiendan con la precisión imprecisa de su estilo o la exagerada sencillez de sus letras, la poderosa e imponente rapidez estupefacta de ciertas certeras líneas del autor, o la jubilosa y juguetona jiribilla que es jolgorio en don José, o que al menos retoce disfrutando el ruido rubicundo de su risa. ¿Quién nos explicará su afición al ramonismo y su adhesión a las oraciones largas? ¿Quién hará notar que la admiración que se extiende por el cuento de hasta mil noches produce cuentos mínimos de hasta una línea? Quizás entre tantas celebraciones, historias, recuentos, valoraciones, desplegados, denuncias, alusiones, deslindes, afinidades, declaraciones, críticas, réplicas, complotes, conferencias, estudios, investigaciones, protocolos, consultas, aclaraciones, repeticiones, mañaneras, balbuceos y tetratransformaciones históricas no haya tiempo de jugar con la literatura. ¡Quién celebrará a de la Colina jugando!

         Yo, y tú lo sabes, lector, no puedo señalar a nadie responsabilidades. Pero también sabes, lector (y no creas, en absoluto —¿notado has el uso enantiosémico de la expresión “en absoluto”? Etimológicamente nombra una libertad plena, la plena libertad de lo no abarcable; como Dios en la teología escolástica [¿la teología escolástica en un ensayo {¿o será una divagación?} sobre José de la Colina?]. Mientras que en su uso actual casi refiere a una privación absoluta, casi como negación; como el absoluto indeterminado de Hegel [bueno, ya no te has de sorprender, lector. ¿En este ensayo {¿o será una divagación?} cabe cualquier cosa? Sépalo Hegel]—, que presumo saber suficiente de ti, sino que supongo que aquí nos reúne la lectura, ahí donde nos conocemos y desconocemos, somos y nos olvidamos, el lugar de la libertad imaginaria), que creo es nuestra responsabilidad celebrar los 85 años de José de la Colina platicando, leyendo y escribiendo con el gusto que su lectura nos produce. Como cuando uno mira un cuadro colorista, leer a José de la Colina debería permitirnos conversar tranquilamente con los tonos de la alegría que se ilustran con su pluma. Para afirmar que en la literatura todo es posible, la literatura debe ser plenamente posible y José de la Colina ha sido el surfista que colorea las posibilidades.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Importante observación de Ricardo Raphael: «Fifilandia está pagando por los pecados, las desigualdades y las equivocaciones del Mirreynato». 2. Interesante la anécdota que narra Martha Anaya: el comisionado para la paz en Chiapas palideció al recibir la noticia. Inmediatamente fue a reunirse con el obispo. Dialogaron solos. El ejército vigiló al comisionado. Todo eso aquel atardecer shakespereano del 23 de marzo de 1994. 3. Hablando de los intelectuales que se han unido al régimen para linchar a Enrique Krauze, el periodista Humberto Padgett atinó la descripción de la transformación de la intelectualidad, cuyos miembros pasaron «de furiosos opositores a recalcitrantes oficialistas».

Coletilla. Impresionante el trabajo de Ángel Gilberto Adame. El sustantivo con mayor número de apariciones en la obra de Octavio Paz es «tiempo», con 4350 apariciones. El segundo lugar lo tiene «poesía», con 4332 apariciones. El tercer lugar es para «mundo», con 4182 apariciones. Impresionante.

La musa contra Cronos

Resentidos llegamos a admitir que la historia está escrita por los vencedores. Las páginas de la historia estarían redactadas por las plumas de los opresores y sus respectivos intelectuales. Las mieles de la victoria tendrían su amargura al considerar que fueron conseguidas por medio de violencia y sangre. En este sentido cada triunfo escondería una atrocidad: un vencimiento quizá injusto. Un triunfo político o cultural socavaría otros grupos humanos o alternativas y no necesariamente por tener una verdadera superioridad. El triunfo estaría basada en otras condiciones no concernientes a lo virtuoso del acto político o la belleza en la obra; estaría en los dados aventados por la fortuna.

Aducirán ciertos universitarios, por ejemplo, que no alcanzamos a reconocer el esplendor mexica por la culpa de la invasión española. Escasean testimonios escritos y arquitectónicos por la destrucción ibérica. O la riqueza de la religión mexica ha sido rebajada a salvajismo por las mojigaterías del cristianismo. Bajo esta dualidad no sólo malentendemos los sucesos políticos y económicos, incluso lo creemos en el arte. Así diversas corrientes o artistas se establecieron por su dominio político. Ciertos artistas posrevolucionarios, conscientes del problema, no permitían que ni un exhalación porfirista pudiera emanarse en los nuevos aires. En las páginas, piedras y muros mexicanos sólo podía haber rastro nacional. O se volvía perfectamente aceptable contener y repudiar al escritor predilecto por el Príncipe en la segunda mitad del siglo XX.

Tal creencia de que la cultura está impuesta por los vencedores destrona a los clásicos. Para algunos esto resulta una humanización: no existe obra inmaculada y toda está mancillada por su creador. Si bien en un sentido es cierto, tomarla al pie de la letra resulta una falsedad. Ya muy bien se dijo que en el fondo todos tienen la probabilidad de ser artistas. El escritor genio es de carne y espíritu como sus lectores. Sin embargo su genialidad radica en tener el primor en su imaginación o la destreza en sus facultades. A pesar de ello, como todo mortal, también falla y su recibimiento no siempre es exitoso con su público o la posteridad. El clásico es aquella obra que su único vencimiento está en el tiempo, es decir, todavía resulta vigente para los lectores. Si perdura hasta ahora no es principalmente por su momento histórico, sino por el acierto que tuvo en mostrar algo que aún importa e interesa: el hombre. Los clásicos ya son humanos sin que haya un afán por destronarlos.

La historia o condiciones materiales brindan la oportunidad para entender nuestra realidad. La inspiración surge de los alrededores. No se necesita un manual o tratado sobre cómo perdurar, basta con ser observador y esperar algún susurro de la musa. Y ésta no reserva o condiciona sus triunfos a los opresores, burgueses, vencedores, etc. Alguna vez Reyes respondía a los preservadores del mito revolucionario que la calle era demasiado ancha para que cualquier escritor. Y es cierto, es demasiado ancha porque todos hemos transitado por ahí. Los genios de nuestros clásicos del arte fueron los mejores paseadores en esa calle.

Moscas. En meses anteriores Enrique Krauze advertía el fascismo inherente en el candidato estadounidense Donald Trump. Ahora en El País lanza otra advertencia inminente: llegando a la presidencia el susodicho desataría una guerra en distintas escalas. Asimismo el documentalista Michael Moore señala cinco hechos por los cuales Trump podría lograr la presidencia.

II. Todos aplaudían la ruina de los circos y los circenses lo lamentaban. Los diputados verdes se colgaban la medalla por la iniciativa progresista y los animales parecían obtener justicia por fin… ¿Qué fue lo que sucedió? 80% de los animales muertos.

III. Y mientras el gobierno de Mancera se preocupa por patentizar el nombre de su ciudad —el cual no pondré por temor a reclamos—, quizá debería preocuparse por uno de sus barrios peculiares.