Una voz en el desierto

Sólo puede haber una voz en el desierto, porque sólo en el desierto se suplica en silencio y se atiende a un mismo clamor. El corazón suplica al tiempo que agradece, se lava y se prepara para oír la respuesta que anhela; y testifica y anuncia la grandeza que por vía del humilde ha de llegar.

Sólo puede haber una voz en el desierto, porque pocos ven desierto en la abundancia; y menos, para ser exactos uno, es quien vive la esperanza, que negada con miles de argumentos por muchos sabios es abandonada.

Sólo puede haber una voz en el desierto: es esa que habla através de Juan, del hombre y del profeta; es la voz que bautiza con el agua,es la voz que se posa con el fuego, es la voz que salva al hombre, que lo crea y que lo llama.

Maigo.

Posada

Fue necesaria la sed en el desierto para sonreír ante el manantial de agua viva; así muchos corazones partidos y secos como los labios del Bautista sonreirán en Navidad al recibir la buena nueva de la salvación, y cual buenos receptores como lo supo ser María esperarán sirviendo a quien alivio necesita.

Maigo.

El silencio en el desierto

Por lo regular pensamos en el desierto como un sitio terrible: árido, frío durante las noches, excesivamente caluroso en las horas en las que más resplandece el sol y extremadamente seco. Quienes estamos acostumbrados a las comodidades que proporciona una buena sombra, y un árbol cercano del que podemos obtener cuanto fruto nos apetezca, no tenemos imagen más aterradora que la de un desierto creciente y capaz de hacernos perder entre sus inmensidades todo aquello que nos proporciona alguna seguridad.

Pero, no todo en esta vida son las sombras frescas y las aguas, a veces cristalinas y a veces cenagosas, que las alimentan. El desierto también tiene una peculiar belleza, posee una hermosura que pocos saben apreciar pues hay quien en el silencio del desierto siente la necesidad de ver hacia el cielo y de escuchar su propio silencio, tal como ocurriera con muchos anacoretas y santos; en su aridez ve su incapacidad para crear la vida que muchos pretenden poseer como sucede con quien se percata de los límites de su sapiencia;  y en los extremos de calor y frío, hay quien ve un reflejo claro de los movimientos que padece el alma, la cual entre amaneceres y ocasos se reconoce como un ser necesitado y ansioso por recibir una fuente de agua viva que no sólo apague su sed, sino que también cambie su vida.

Si dejáramos de temer tanto al desierto quizá prestaríamos más atención al desolador silencio que nos acompaña y nos perderíamos menos entre el ruido con el que fingimos estar escoltados.

 

 

Hablar en el desierto

El amor por la palabra mueve: a veces mueve a las pesadas montañas, y otras veces sólo mueve los labios burlones de quienes dicen ver en la palabra algo tan valioso como para no pronunciarla nunca. El que ama la palabra cuida lo que dice y lo que hace, porque sabe que el decir es un hacer y que el hacer es un modo del decir; en cambio, el que se finge amante de la palabra se finge cuidadoso de la misma, y no siente reparo en decir una cosa y hacer lo contrario, pretende callar cuando habla y evita a toda costa el juicio silencioso de quien mejor lo ve.

La burla hacia el amante que habla, incluso en el desierto, se nutre del vacío aplauso que otorga un público ciego y al mismo tiempo carente de amor por la palabra y de respeto hacia sí. Al burlón no le importa bailar y embriagarse, todo lo deja sin reparo con tal de tener en bandeja de plata el silencio eterno de quien le muestra, como espejo, su rostro y por ende la falsedad de su amor.

Quien ama a la palabra respeta lo que dice porque se sabe un ser de palabra, y si bien cuida lo que dice su cuidado no lo sumerge en el silencio y como Juan Bautista se pronuncia sin importar que eso ocurra en medio del desierto.

 

Maigo