Tres cortísimos cuentos de juguete

Queridos lectores, como conmemoración del Día del Juguete (que seguramente será algún día en algún lugar), les comparto hoy tres cuentos cortísimos que hablan de juguetes exclusivamente –y de ningún otro tema ni oculto ni descubierto–, con la esperanza de que los diviertan como niños.

La sonaja de Arquitas

Los nuevos educadores ya habían hecho callo, se habían vuelto sordos al escándalo y ciegos a las ráfagas. A su cuidado, cientos de miles de criaturas se despeñaban buscando algo, mientras lloraban con la fuerza de la desolación. Sillas astilladas, ventanas destrizadas, cortinas jironadas, leyes desplomadas… Ante todo esto, los nuevos educadores no se asombraban. La excepción fue uno que un día fue arrancado de la abulia por un susto momentáneo. «No te preocupes –lo tranquilizó el primero entre ellos–. Deja que destruyan la casa; mientras eso los distraiga nunca se llevarán nuestra sonaja».


La escultura de Dédalo

Fue más vergonzoso para los amantes de la representante del pueblo que para ella misma, porque no parece haberse dado cuenta cuando ocurrió el suceso. Un testigo lo contó todo con una mezcla de repugnancia e indignación en la voz. La representante del pueblo había hablado como tocada por el mismísimo Espíritu Santo, con tal pasión por su gente y una perorata tan brillante sobre la integridad, que al principio los apantallados tomaron su súbita inmovilidad por uno de los números del espectáculo. Y así como se quedó, así sigue aún hoy, con la boca a medio abrir y los ojos viendo nadie sabe a dónde. Hay unos que tienen que cuidarse las roturas, según le entendí a los doctores, porque si no luego por ahí se le riega a uno el azogue.


Los dados de Palamedes

Pares, nones, pares de nones y nones de pares. En círculo los redactores embobados observaban cada tiro de los dados con la anticipación del cazador a la guarda de la madriguera. Nadie afuera del círculo les importaba, tratárase de amigo, enemigo, traidor o los tres. Un experto arúspice de los hados, que además tenía diplomados en estadística y economía, estaba al centro interpretando y describiéndoles los resultados. Los redactores interpretaban la interpretación, y con ello quitaban o ponían pares o nones de líneas en pares o nones de párrafos en sus libros de incontables reglas. Ya asentadas, se las dictaban al arúspice para que éste estuviera siempre actualizado en sus predicciones y pudiera así saber exactamente qué les depararía la suerte.

Vísperas de Reyes

La grandeza de la Epifanía consistía en saber reconocer al Mesías: recostado en un humilde pesebre, siendo un niño indefenso y nacido lejos de donde se ostenta el poder humano; tal pareciera que sólo los sabios eran capaces de tal tarea.

Pero pocos son los sabios, que reconocen en el niño al milagro de la salvación, menos los sensatos que siguen los pasos de los sabios y rinden a ese niño la debida adoración, y muchos más los insensatos perdidos en la llegada de los sabios y capaces de ver solamente al oro y al incienso que estos llevan en las manos, olvidando a la mirra y su mortal significado.

Poco se sabe de la vida de los sabios, los evangelios callan sobre lo ocurrido en sus corazones tras encontrar al niño buscado, pero lo que sí sabemos es que no regresaron por el camino que llegaron, aunque eso no les impidió regresar al hogar que alguna vez dejaron.

Gloriosa Epifanía la que ocurrió en Belén, triste la nuestra que entre juguetes pierde al milagro que necesitamos para convertirnos en hermanos de Jesús, el niño que vino al mundo sin la esperanza puesta en los regalos.

 

 

Maigo.

Prisas.

Vivimos en tiempos en los que predominan las prisas. A la gran mayoría de la gente siempre se le hace tarde para algo, para crecer, para ser productivo o bien para dormirse frente a la televisión, una vez que se han sorteado las dificultades del tránsito vehicular. Este es el mundo de la prisa, un mundo en el que nos olvidamos de que somos tiempo y que el tiempo es un número más, relacionado más con el movimiento de nuestra alma que con el movimiento que hacemos por cubrir quién sabe cuántas expectativas, lo peor del caso, es que parece que no podemos hacer nada por evitarlo.

El olvido de que somos tiempo y que podemos vivir sin tanta prisa, no es gratuito, creo que más bien es el resultado de un olvido más grave, olvidamos que somos alma, y que el movimiento de la misma no se aprecia en todo momento con facilidad, olvidamos que pensamos y sentimos, pues sólo vemos lo sensible y a veces pensamos que esto lo vemos porque choca contra nosotros sin que podamos hacer algo al respecto, en pocas palabras, olvidamos que vivimos y en lugar de vivir nos dejamos llevar por las prisas, esas criaturas juguetonas que nos arrastran de un lado para otro y que nos avientan sin ton ni son para entretenerse a nuestras costillas.

Quizá por ese carácter juguetón, es que las prisas encuentran tantos defensores, no faltará quien diga que es mejor vivir con prisa y hacer mucho, aunque lo hecho sea algo descuidado y por ende maltrecho, que vivir calmadamente y hacer muy poco en la vida, aunque eso poco brille por su excelencia. Hacer mucho es lo que importa al industrioso defensor de la prisa, ese que gusta de ser jalado por el mal humor que las prisas traen consigo y que no dan tiempo ni para sonreír, a menos que la sonrisa esté agendada y que no dure más de lo que indica la agenda.

Supongo que hay muchos de estos defensores en el mundo, porque de no ser así, este no sería un mundo de prisas, en donde los reportes de tránsito son noticia y lo más bello del mundo comienza cada día más a ser menos llamativo. Y supongo que el lector tiene mucho qué hacer, por lo que no debo ser descortés y evitar que las prisas continúen con su eterno juego de jalar, empujar, presionar  y aventar al hombre a donde más les place verlo.

Maigo.