Autoestima

La ética del deber tiene su fundamentación en la autoestima. La autoestima es la afirmación del hombre en el mundo por medio de sus propias inclinaciones naturales, es decir, por medio de la razón y el deseo de sobresalir, de autoafirmarse. Autoafirmarse es otro modo de declarar la mayoría de edad, saliendo de la supervisión de aquellos que se habían puesto como preceptores de mi cuidado. Las acciones que podía hacer antes de mi mayoría de edad, estaban directamente relacionadas con la forma en que me habían dicho que podía actuar para mi bien, es decir, lo que podía hacer estaba conectado con lo que creía ser.  Para el hombre que se mide a sí mismo no hay nada más molesto que las limitaciones que la naturaleza impone. La conclusión es lógica, las formas deben de ser ampliadas para poder manipularlas y conseguir que el hombre se construya. Ampliar las formas es derrumbar los límites, perder las formas, negar la naturaleza para construir una.

Autoestimarse es construirse. Pero resulta que este que soy está en constante relación con otros como yo. ¿Cómo vivir en un mundo donde todos quieren dominar y tener el monopolio de las medidas? El deber. Kant lo plantea y resuelve de este modo. Su héroe es el que niega sus deseos de dominar o sacar provecho personal, en vista de un bien para todos los hombres: Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal, para que así todos los hombres puedan actuar del mismo modo y seguir desarrollando sus aptitudes sin tutela alguna. Ésta es la máxima que convierte al hombre en único juez de sus acciones y cordial para los otros. Extrañamente, la negación de su personalidad lo hace el más honorable de todos.

El hombre es la medida de todas las cosas, lo mismo que la autoestima, son dos formas de negar la naturaleza. Pero la segunda posición postula, además, que la naturaleza del hombre es insociable por su deseo de dominación. Es decir que no es el logos lo que une a los hombres, ni la fraternal búsqueda por la verdad, sino la agreste forma de un contrato social. Pensando de este modo no podemos sorprendernos al ver que los hombres que ostentan el poder no se detiene a pensar si eso es lo mejor para el hombre, es decir, si eso es lo adecuado a la naturaleza del hombre, o como si preguntáramos, si es verdad. La Verdad no es más que opinología cuando se derrumban las formas, lo que hay es una postura sobre otra, y la lucha por obtener el primer puesto es lo único verdadero, siempre y cuando eso nos permita seguir compitiendo como a los árboles de un bosque que luchan por alcanzar primero, cada uno, el sol.

La ética del deber, si bien propone una máxima loable, se basa en una antropología que no nos deja otro camino que la lucha cordial, además que se impide la discusión por la verdad en aras de ser autosuficiente o un fin en sí mismo. Pero, la creatura siempre tiende a su creador, en este caso el hombre tiende a sí mismo. La soledad será insoportable en el futuro.

Javel

Para seguir gastando: ¿En México se está estimulando el deber, o la vanidad? Pregunté por la justicia y parpadearon.

Voluntad sin poder.

No hay frase más soberbia que la que dice que querer es poder, porque suele suponerSigue leyendo «Voluntad sin poder.»

Sentido interno

No es que me falte tiempo, más bien dejé de ser dueña de mí.

 

Maigo

Mentiras progresistas

Mentiras progresistas

En esto del progreso no hay elección. O se es progresista o se es reaccionario del progreso, pero aún de este modo se necesita del progreso para vivir, para ser. La libertad no es algo que se busque, es algo que se ejerce. Vivimos libres y con miras a la eternidad, porque el mantra de nuestra época es ‘si lo puedo desear, lo puedo obtener’. Lo que más desea el hombre es ser un dios con todas las potestades y sin ningún dolor. Se quiere estar pleno, no ser un hombre pleno, sino algo que nunca deje de desear, pero sin sufrimiento. Y resulta que el deseo sólo lastima cuando sé que no lo puedo obtener, o cuando sé que lo que deseo sólo me traerá más dolor del que me causa deseándolo, incluso antes de obtenerlo. Así que se hacen necesarias dos etapas, -aún no sé si una detrás de la otra o juntas-, o quizá un movimiento doble: tener certeza en todo e inventar, para cada momento, mi deseo del bien, no inventar el bien, porque inventar el bien aún al progresista lo deja vacío. Para esto último necesito decirme ‘Tú deseas eso, y lo puedes obtener’. Mentira progresista, pues busca instigar la libertad, no el pensamiento. En todo esto, siempre, se busca el cómo, no el qué.

La libertad, así, toma bríos. Camina expandiéndose hasta donde la razón la lleva, pero la razón sólo ve lo que ella puede ver, -que ya es bastante-, y ese es el otro problema, que la libertad llevada de la mano por la razón en el quehacer tecno-científico ve límites. Y lo que desea es no ver. No quedarse ciega, sino ver la disolución de los linderos que la naturaleza le impone. Superar tales límites. Por eso el progresista no puede inventarse el bien, sino, ¿qué supera? Más bien puede, y de hecho debe, reducirlo. Si el fin del hombre era ser feliz o bienaventurado, ya no más, su fin, ahora,  es no sufrir. Desear y obtener un placer infinito no parece en nada desdeñable, porque sólo así sé que soy libre.

Pero así, el hombre se ve vulnerable frente al hombre. Se busca el placer infinito y como no importa para qué, como la justificación más realista es ‘porque sí’, no hay que ir más profundo. Sólo hay que saber cómo ser más astutos que los demás para obtener más placer. ¿Qué si se vive con miedo? No, se vive gustoso buscando cómo engañar al otro, cómo engañarme, cómo saber si no me están engañando. Así vivimos paranoicos, pero gustosos. Hace mucho tiempo que ya no buscamos la verdad en y con los otros. No, ahora buscamos la mentira.

Javel

 

 

Bendita ignorancia

Quien tiene una idea clara sobre lo que es bueno y malo puede con facilidad distinguir a una bendición de una maldición, el bien decir va asociado con el buen desear. Y sólo cuando se sabe qué es bueno es posible desear a alguien algo bueno, lo mismo ocurre con el maldecir; el camino de reconocimiento es circular y por ende poco aceptable para quien tiene un alma que sólo recibe como argumento válido aquel que de alguna u otra forma permite un progreso constante y notorio respecto a lo que se pretende conocer.

Pero cerrar la puerta a quien ama el camino progresista es no tomar en serio la pregunta que nos aqueja sobre lo bueno y lo malo, en especial cuando se puede pensar que el progreso es ciego y por ende incapaz de reconocer lo que es una bendición de una maldición. De igual forma cancelar la pregunta y la respuesta que nos pueda dar la fe es irresponsable en tanto que la religiosidad de quien tiene fe da muestras calaras de saber lo que es bueno y lo malo, aún cuando sus argumentos parezcan distantes de lo que son del agrado de los oídos que odian lo circular o lo contradictorio.

En un mundo donde la fe no resplandece como antaño, es necesario volver a preguntar si hay manera de distinguir a lo bueno de lo malo, lo que implica apostar nuevamente el ser a la posibilidad de preguntar y responder sinceramente.

¿Desde dónde y hacía donde podemos dirigir la pregunta que nos llevaría a cambiar nuestra vida? La religión no resulta del todo atractiva, de modo que se puede caer en el error de preguntar al religioso con la plena disposición a no creerle, así la pregunta no sería genuina y la respuesta sólo nos conduciría a alimentar más ciertos prejuicios. La razón tampoco es de fiar, sus límites ya han sido claramente delimitados y lo bueno y lo malo quedan ajenos a la misma, en caso de preguntar a la razón entonces sólo tendremos una moral provisional que por lo mismo es poco segura. No faltará quien diga que le podemos preguntar al corazón, pero éste es veleidoso e inconstante y a veces su voz se confunde fácilmente con la de los sentidos, de modo que lo bueno se puede reducir a lo placentero y lo malo a lo doloroso, poco a poco nos vamos quedando solos y sin tener a quién preguntar.

Las posibilidades se van cerrando y junto con ellas se va diluyendo la distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo que es bendición y lo que es maldición; y con este constante cerrar de puertas lo único que queda para ser cuestionado es el hombre, que se expresa en todo lo que hace y en lo que cree.

Viendo lo que resta, el hombre, resulta necesario explorar cada uno de los caminos a los que nuestra disposición y ánimo se han cerrado -ya sea por prejuicios, por conocimientos previos o por falta de ánimo- como si para saber lo que es bueno y malo nos reconociéramos primero como ignorantes en la materia y no como sabios dispuestos a tomar un camino que ya llenamos de obstáculos.

 Maigo.