Pero la mujer de Lot miró para atrás y quedó convertida en estatua de sal.
Gén. 19,26
Que la sal da sabor a los alimentos es algo bien sabido por el hombre. No es de extrañar que la primera guerra a la que se enfrentó la nación más famosa por sus conquistas se realizara por causa de la región salinera más importante y cercana a ella.
Sin embrago, también es bien sabido por el hombre que la sal en exceso amarga, deja la comida con un sabor sumamente desagradable y con la boca seca y una sed tan molesta que no se calma fácilmente, pues no es cuestión de tiempo o de agua para que esta sed desaparezca, a veces parece que sólo un milagro puede curar tan gran malestar. El milagro del agua viva que calma la sed para siempre y que por desgracia no es asequible como para tenerla siempre a la mano.
Pero hablábamos sobre la sal y no sólo sobre milagros, aún cuando ésta es en sí misma uno.
La sal está presente siempre en nuestra vida, la comemos y la lloramos, nos agrada y nos deja ver la devastación por la que atraviesa nuestra alma cuando no queda otra cosa por hacer que no sea derramarla.
La sal trae vida, pero también trae muerte y sequedad, en pequeñas cantidades es necesaria, en grandes cantidades sólo acarrea la muerte y una destrucción que no hace sino dejarnos pasmados, quietos como estatuas blancas e inexpresivas, incapaces de sentir o de llorar, diríamos que nos deja secos y muertos.
La sal es única y quizá por ello llama tanto la atención de los hombres, en especial la de aquellos que gustan de poner su vida en constante peligro, pues sin la amargura que caracteriza a las aventuras a las que se someten sienten que no viven.
El problema con estos seres que ven en la sal sólo el aspecto peligroso, que la hace tan deseable, es que son seres que se caracterizan por voltear una y otra vez hacia atrás, igual que lo hiciera cierta mujer quien por curiosa se aleja de sus pasos con tal de ver las desgracias de las que se cree salvada y que aquejan a quienes le fueron próximos y quizá adversos.
La diferencia entre unos y otra es que la segunda tuvo la fortuna de convertirse en estatua y morir, mientras que los primeros sólo pueden amargarse mientras siguen caminando o se detienen, y se arriesgan a tropezar nuevamente con aquello que tanto les amarga el gusto y hace más espesas las lágrimas que copiosas salen de sus ojos.
Maigo.
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