Ronzio Vitale
Hay quien no reconoce los milagros
La de Ida Vitale es, ha dicho Guillermo Sheridan, una poesía de veras, tan de veras que elogia la maravilla del mundo suspensa en la vitalidad de la palabra. Leer a Ida Vitale, ahora señalada por los periodistas como una poeta humilde, es mirar un milagro en la ventana, el florecimiento fugaz de la vida, el zumbido repentino que alegra la tarde. Si el mundo vio humildad en el bellísimo discurso de Vitale al recibir el Premio Cervantes, los lectores de su poesía reconocerán en sus palabras la admiración alegre y juguetona por los pequeños detalles. Si acaso puede decirse que la de Ida Vitale es una poesía humilde, sólo será porque la perfección de sus poemas parte del reconocimiento de la perfección del mundo, de este mundo imperfecto, maravillosamente imperfecto. La humildad es la sonrisa que dibuja de veras al mundo. Valga como ejemplo “Colibrí”.
La resolana que vibra,
un breve sol en el seto,
un ts ts que al aire libra
su peligroso secreto
y ya la flor disminuye
ante el prodigio de pluma
que surge y deslumbra y huye
y sólo alcanzo por suma
terca de años, en que presa
del hechizo, sigo en vano
la milagrosa destreza
que lo suspenda en mi mano
y entonces por un segundo
sentir cómo late el mundo.
El poema es un anagrama sensual. Colores, sonidos y texturas, la sensualidad plena se traspone y congrega a través de los versos. Leer el poema nos pide ir de un sentido a otro, de un sensible al otro, con la sorpresa misma con que miramos un colibrí, con la ligereza misma con que el colibrí se nos escapa, con el vital zumbido maravillante de lo bello. La lectura del poema es el presentimiento súbito de nuestras sensibilidades.
Iniciemos con el sonido. Lo más sencillo es reconocer la rima, que está plenamente lograda y cualquiera ve con facilidad. No así, por cierto, las correspondencias sonoras al interior del poema. En los dos primeros versos, por ejemplo, vibra y breve juegan contrapuestos para anudar el flujo rítmico de las s y l continuas de resolana, sol y seto. En los dos primeros versos, el sonido confluye en un nudo: del nudo se despliegan los ritmos como del cuerpo las alas del colibrí. Los dos primeros versos, por su sonido, nos presentan al colibrí de cuerpo entero, de alas plenas, en pleno vuelo entero. Por ello, el tercer verso puede introducir, repitiéndola, la onomatopeya. Por ello, la primera estrofa puede concluir con su último sonorísimo verso.
Eso no es todo, en la primera estrofa, los sonidos juegan con los colores. Una resolana vibrante es la sensación misma del color cuando nos sorprendemos mirando el pleno movimiento. La resolana vibrante es la corporeización del tornasol abstracto. Obviamente, y el lector lo nota de inmediato, la resolana vibrante es la súbita presencia del colibrí en el campo de la mirada. El prodigioso colibrí aparece primero a los ojos —resolana— y luego a los oídos —ts ts—; para el lector, por cierto, fijar la mirada en el ts ts es mirar el contorno del colibrí que ha cambiado de posición. La experiencia visual del primer verso se contrapone con la imagen visual del segundo: en el poema aparece el colibrí como un breve sol. La presencia súbita del primer verso se convierte en plácida imagen en el segundo. La brevedad del sol, víspera o alborada, resalta al seto: el sol más allá del horizonte, el huidizo colibrí más allá de cualquier reja.
Volvamos al colibrí visto de perfil: ts ts. La figura del colibrí contrasta con la imagen formada en el segundo verso, cual se nota por la contraposición sonora con el seto —la inmovilidad frente al movimiento— (¿no es precisamente esa firme t la que pone una barrera a la s juguetona?, ¿no aparece la palabra seto como imagen visual en toda su sonoridad originaria?). La visualidad se resalta por la contraposición sonora, la sonoridad despunta por el ímpetu visual, colores y sonidos se resuelven en una imagen táctil: al aire libra su peligroso secreto. Escuchemos el camino desde las líquidas hasta las sibilantes, veamos el garigol con que culmina el tercer verso frente a las sinuosidades en que se resuelve el cuarto. Volar es para el colibrí revelar el peligroso secreto de su existencia. El poema nos hace visible la maravilla de un secreto, del misterio.
Para la segunda estrofa el leve vuelo del colibrí trae a la presencia a la flor, lo móvil exhibe a lo inmóvil. Ante la presencia del colibrí la flor disminuye. ¿Qué hacen tantas y en ese cuarto verso? ¿No es acaso la representación visual de la figura de la flor y del pico del colibrí? ¿No es acaso el símbolo de la perfección de este mundo imperfecto? La delicada fugacidad del colibrí empequeñece la frágil permanencia de la flor. El néctar de la vida se entrega en la perspicua firmeza del aleteo. La y es figura, es reunión, es comunión, es misterio.
De pronto nos sorprende la confluencia de las obstruyentes, oclusivas, bilabiales y sordas del quinto verso. El prodigio de la pluma representa el ritmo del aleteo al tiempo que suspende la mirada del que mira al colibrí. Frente al movimiento, el espectador se sorprende de la fuerza con que el colibrí se mantiene a flote. Frente al movimiento, el espectador disminuye ante el colibrí mismo. Captar el milagro del aleteo esforzado suspende nuestro propio aliento, nos obstruye, nos ocluye. Y el colibrí, frente al espectador, escapa: que surge y deslumbra y huye. El sexto verso vuela rápidamente y nos deja expectantes en el séptimo.
La poeta, quizá tan sorprendida de tanta expectación, risueña ante el milagro todo, no permite que el lector resuelva su experiencia en un soneto. Por ello, la tercera estrofa vuelve a ser cuarteta. Por ello, la tercera estrofa tiene ese ritmo tan inquietante, casi incómodo. Primero, la tercera estrofa se caracteriza por sus difíciles encabalgamientos. Segundo, en ella reaparecen los signos de puntuación, los juegos de contraposiciones de los dos primeros versos, la sorpresa de la experiencia inicial de irrupción. ¡El colibrí ha vuelto! La nueva irrupción del colibrí, perfectamente libre, perfectamente huidizo, nos deja a nosotros presos: presa del hechizo. ¿Cuál es nuestra prisión? Prisioneros de la maravilla, prisioneros del milagro.
¿Cuál es el milagro que nos aprisiona al finalizar el poema? La poeta, sabia, resuelve el poema en dos versos. El colibrí, juguetón, resuelve nuestra expectación posándose en nuestra mano. Nosotros, sorprendidos, nos maravillamos con la presencia del ave juguetona, de la poeta alegre, de la sonrisa cómplice de haber presenciado un milagro: por un segundo sentir cómo late el mundo. El lector queda disminuido, pero engrandecido; súbito, pero permanente; tranquilo y estupefacto. El lector contempla la vida con la fugacidad de la belleza, como el milagro que suspende los minutos, como el brevísimo latido de un corazón emocionado; el lector enamorado. Ida Vitale ha presentado en su poema al mundo de veras, al lector de veras, a la poesía de veras. Como que el mundo a veces es el zumbido de la vida, a veces la vida misma, a veces un poema hermoso, a veces la maravilla de vivir leyendo, la maravilla de vivir con otro… y leyendo.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. Qué curioso, en el puente vacacional de inicio de febrero apareció una manta amenazando al presidente. En el puente vacacional de semana santa apareció una manta amenazando al presidente. Cuando el presidente descansa, aparecen mantas. No es por pensar mal, pero ¡vaya que quiere ser el centro de atención! 2. No expresó sus condolencias, expresó su apoyo al gobernador de Veracruz y su desprecio al fiscal que debe investigar el caso. Los ejecutados de Minatitlán le sirvieron al presidente para la politiquería, para fingirse muy indignado… no por los muertos, sino por «el cochinero» que les dejaron. Calderón los llamó bajas colaterales, Peña supuso que si no se hablaba de ellos nadie se enteraría de su existencia, López Obrador sostiene que son intentos de desestabilizar su proyecto. ¿Quién es más vil? 3. «No hay indiscreciones que cometer, haciendo útil la inteligencia», afirma Erandi Cerbón en un gran artículo. 4. Que una de las películas que tradicionalmente ven los católicos en semana santa narra una historia gay. Ya me imagino el enojo del Frente Nacional por la Familia (que ahora encuentra en el fascismo una alternativa «católica» para defender la familia tradicional). Imagina tú, lector, con qué sonrisa te comparto este link.
Coletilla. Qué gusto que en el diario al que el presidente despreció como «pasquín», don Armando Fuentes Aguirre Catón pueda retomar una de nuestras tradiciones literarias: la sátira política. Disfrútenla.
Phaedropus, moralista inmortal, grecolatino,
es autor de esta fábula en verso alejandrino:
«Un hombre no muy grande, mas con traza de viejo,
se miró cierto día la cara en el espejo.
La vio ajada, marchita, sin brillo y con arrugas;
los párpados caídos, anuncio de verrugas;
blanco el cabello y ralo muy prematuramente;
cansada la sonrisa, con sombras en la frente;
fatigado el semblante en modo singular
quizás a consecuencia de tanto madrugar.
Al ver aquella imagen el hombre del relato
se irritó grandemente mirando su retrato.
Exclamó con voz ronca: ‘¿Por qué me veo así?
De seguro este espejo es espejo fifí;
amarillista, hipócrita, mensajero del mal;
conservador, mafioso y neoliberal.
Desde ahora lo cuento entre mis adversarios,
y voy a hacerlo objeto de mis denuestos diarios’.
Aunque era de su imagen un exacto reflejo
el individuo, airado, maldijo a aquel espejo.
En su encono furioso ni siquiera pensaba
que el cristal del espejo sólo lo reflejaba».
El anterior apólogo me recuerda la forma
en que el señor del ganso se refiere a Reforma.