Ronzio Vitale

 

Ronzio Vitale

 

Hay quien no reconoce los milagros

 

La de Ida Vitale es, ha dicho Guillermo Sheridan, una poesía de veras, tan de veras que elogia la maravilla del mundo suspensa en la vitalidad de la palabra. Leer a Ida Vitale, ahora señalada por los periodistas como una poeta humilde, es mirar un milagro en la ventana, el florecimiento fugaz de la vida, el zumbido repentino que alegra la tarde. Si el mundo vio humildad en el bellísimo discurso de Vitale al recibir el Premio Cervantes, los lectores de su poesía reconocerán en sus palabras la admiración alegre y juguetona por los pequeños detalles. Si acaso puede decirse que la de Ida Vitale es una poesía humilde, sólo será porque la perfección de sus poemas parte del reconocimiento de la perfección del mundo, de este mundo imperfecto, maravillosamente imperfecto. La humildad es la sonrisa que dibuja de veras al mundo. Valga como ejemplo “Colibrí”.

 

La resolana que vibra,

un breve sol en el seto,

un ts ts que al aire libra

su peligroso secreto

 

y ya la flor disminuye

ante el prodigio de pluma

que surge y deslumbra y huye

y sólo alcanzo por suma

 

terca de años, en que presa

del hechizo, sigo en vano

la milagrosa destreza

que lo suspenda en mi mano

 

y entonces por un segundo

sentir cómo late el mundo.

El poema es un anagrama sensual. Colores, sonidos y texturas, la sensualidad plena se traspone y congrega a través de los versos. Leer el poema nos pide ir de un sentido a otro, de un sensible al otro, con la sorpresa misma con que miramos un colibrí, con la ligereza misma con que el colibrí se nos escapa, con el vital zumbido maravillante de lo bello. La lectura del poema es el presentimiento súbito de nuestras sensibilidades.

         Iniciemos con el sonido. Lo más sencillo es reconocer la rima, que está plenamente lograda y cualquiera ve con facilidad. No así, por cierto, las correspondencias sonoras al interior del poema. En los dos primeros versos, por ejemplo, vibra y breve juegan contrapuestos para anudar el flujo rítmico de las s y l continuas de resolana, sol y seto. En los dos primeros versos, el sonido confluye en un nudo: del nudo se despliegan los ritmos como del cuerpo las alas del colibrí. Los dos primeros versos, por su sonido, nos presentan al colibrí de cuerpo entero, de alas plenas, en pleno vuelo entero. Por ello, el tercer verso puede introducir, repitiéndola, la onomatopeya. Por ello, la primera estrofa puede concluir con su último sonorísimo verso.

         Eso no es todo, en la primera estrofa, los sonidos juegan con los colores. Una resolana vibrante es la sensación misma del color cuando nos sorprendemos mirando el pleno movimiento. La resolana vibrante es la corporeización del tornasol abstracto. Obviamente, y el lector lo nota de inmediato, la resolana vibrante es la súbita presencia del colibrí en el campo de la mirada. El prodigioso colibrí aparece primero a los ojos —resolana— y luego a los oídos —ts ts—; para el lector, por cierto, fijar la mirada en el ts ts es mirar el contorno del colibrí que ha cambiado de posición. La experiencia visual del primer verso se contrapone con la imagen visual del segundo: en el poema aparece el colibrí como un breve sol. La presencia súbita del primer verso se convierte en plácida imagen en el segundo. La brevedad del sol, víspera o alborada, resalta al seto: el sol más allá del horizonte, el huidizo colibrí más allá de cualquier reja.

         Volvamos al colibrí visto de perfil: ts ts. La figura del colibrí contrasta con la imagen formada en el segundo verso, cual se nota por la contraposición sonora con el seto —la inmovilidad frente al movimiento— (¿no es precisamente esa firme t la que pone una barrera a la s juguetona?, ¿no aparece la palabra seto como imagen visual en toda su sonoridad originaria?). La visualidad se resalta por la contraposición sonora, la sonoridad despunta por el ímpetu visual, colores y sonidos se resuelven en una imagen táctil: al aire libra su peligroso secreto. Escuchemos el camino desde las líquidas hasta las sibilantes, veamos el garigol con que culmina el tercer verso frente a las sinuosidades en que se resuelve el cuarto. Volar es para el colibrí revelar el peligroso secreto de su existencia. El poema nos hace visible la maravilla de un secreto, del misterio.

         Para la segunda estrofa el leve vuelo del colibrí trae a la presencia a la flor, lo móvil exhibe a lo inmóvil. Ante la presencia del colibrí la flor disminuye. ¿Qué hacen tantas y en ese cuarto verso? ¿No es acaso la representación visual de la figura de la flor y del pico del colibrí? ¿No es acaso el símbolo de la perfección de este mundo imperfecto? La delicada fugacidad del colibrí empequeñece la frágil permanencia de la flor. El néctar de la vida se entrega en la perspicua firmeza del aleteo. La y es figura, es reunión, es comunión, es misterio.

         De pronto nos sorprende la confluencia de las obstruyentes, oclusivas, bilabiales y sordas del quinto verso. El prodigio de la pluma representa el ritmo del aleteo al tiempo que suspende la mirada del que mira al colibrí. Frente al movimiento, el espectador se sorprende de la fuerza con que el colibrí se mantiene a flote. Frente al movimiento, el espectador disminuye ante el colibrí mismo. Captar el milagro del aleteo esforzado suspende nuestro propio aliento, nos obstruye, nos ocluye. Y el colibrí, frente al espectador, escapa: que surge y deslumbra y huye. El sexto verso vuela rápidamente y nos deja expectantes en el séptimo.

         La poeta, quizá tan sorprendida de tanta expectación, risueña ante el milagro todo, no permite que el lector resuelva su experiencia en un soneto. Por ello, la tercera estrofa vuelve a ser cuarteta. Por ello, la tercera estrofa tiene ese ritmo tan inquietante, casi incómodo. Primero, la tercera estrofa se caracteriza por sus difíciles encabalgamientos. Segundo, en ella reaparecen los signos de puntuación, los juegos de contraposiciones de los dos primeros versos, la sorpresa de la experiencia inicial de irrupción. ¡El colibrí ha vuelto! La nueva irrupción del colibrí, perfectamente libre, perfectamente huidizo, nos deja a nosotros presos: presa del hechizo. ¿Cuál es nuestra prisión? Prisioneros de la maravilla, prisioneros del milagro.

         ¿Cuál es el milagro que nos aprisiona al finalizar el poema? La poeta, sabia, resuelve el poema en dos versos. El colibrí, juguetón, resuelve nuestra expectación posándose en nuestra mano. Nosotros, sorprendidos, nos maravillamos con la presencia del ave juguetona, de la poeta alegre, de la sonrisa cómplice de haber presenciado un milagro: por un segundo sentir cómo late el mundo. El lector queda disminuido, pero engrandecido; súbito, pero permanente; tranquilo y estupefacto. El lector contempla la vida con la fugacidad de la belleza, como el milagro que suspende los minutos, como el brevísimo latido de un corazón emocionado; el lector enamorado. Ida Vitale ha presentado en su poema al mundo de veras, al lector de veras, a la poesía de veras. Como que el mundo a veces es el zumbido de la vida, a veces la vida misma, a veces un poema hermoso, a veces la maravilla de vivir leyendo, la maravilla de vivir con otro… y leyendo.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Qué curioso, en el puente vacacional de inicio de febrero apareció una manta amenazando al presidente. En el puente vacacional de semana santa apareció una manta amenazando al presidente. Cuando el presidente descansa, aparecen mantas. No es por pensar mal, pero ¡vaya que quiere ser el centro de atención! 2. No expresó sus condolencias, expresó su apoyo al gobernador de Veracruz y su desprecio al fiscal que debe investigar el caso. Los ejecutados de Minatitlán le sirvieron al presidente para la politiquería, para fingirse muy indignado… no por los muertos, sino por «el cochinero» que les dejaron. Calderón los llamó bajas colaterales, Peña supuso que si no se hablaba de ellos nadie se enteraría de su existencia, López Obrador sostiene que son intentos de desestabilizar su proyecto. ¿Quién es más vil? 3. «No hay indiscreciones que cometer, haciendo útil la inteligencia», afirma Erandi Cerbón en un gran artículo. 4. Que una de las películas que tradicionalmente ven los católicos en semana santa narra una historia gay. Ya me imagino el enojo del Frente Nacional por la Familia (que ahora encuentra en el fascismo una alternativa «católica» para defender la familia tradicional). Imagina tú, lector, con qué sonrisa te comparto este link.

Coletilla. Qué gusto que en el diario al que el presidente despreció como «pasquín», don Armando Fuentes Aguirre Catón pueda retomar una de nuestras tradiciones literarias: la sátira política. Disfrútenla.

Phaedropus, moralista inmortal, grecolatino,

es autor de esta fábula en verso alejandrino:

«Un hombre no muy grande, mas con traza de viejo,

se miró cierto día la cara en el espejo.

La vio ajada, marchita, sin brillo y con arrugas;

los párpados caídos, anuncio de verrugas;

blanco el cabello y ralo muy prematuramente;

cansada la sonrisa, con sombras en la frente;

fatigado el semblante en modo singular

quizás a consecuencia de tanto madrugar.

Al ver aquella imagen el hombre del relato

se irritó grandemente mirando su retrato.

Exclamó con voz ronca: ‘¿Por qué me veo así?

De seguro este espejo es espejo fifí;

amarillista, hipócrita, mensajero del mal;

conservador, mafioso y neoliberal.

Desde ahora lo cuento entre mis adversarios,

y voy a hacerlo objeto de mis denuestos diarios’.

Aunque era de su imagen un exacto reflejo

el individuo, airado, maldijo a aquel espejo.

En su encono furioso ni siquiera pensaba

que el cristal del espejo sólo lo reflejaba».

El anterior apólogo me recuerda la forma

en que el señor del ganso se refiere a Reforma.

Titila

Escribir como si supiera lo que digo, resultó ser una tarea mucho más difícil de lo que imaginé. Verá, soy un excelente mentiroso en la vida real, y me he venido a dar cuenta que me valgo de recursos físicos más que de los artilugios retóricos que creí poseer. Es verdad, creí poseer muchas otras cosas más, que ahora me parecen más caducas que la infancia. Algunas de ellas debieron ser bonitas, como dicen los libros que son las estrellas, como dicen los médicos que es el leer. Otras, por necesidad, feas y vergonzosas, pero aún así las extraño por igual. Creí poseer la habilidad para engañar a la muerte, un nombre, una casa, una esposa, tres hijas. Tal vez se acuerden algún día de mí, tal vez me acuerde algún día de ellas. Tal vez, si no he aprendido a mentir aún por escrito, algún día mi diario (si es que poseo alguno) me ayude a recuperar el tiempo perdido. Lo que sí me recuerdan a cada momento, es que tengo los recuerdos perdidos, y una enfermedad cuyo nombre no recuerdo cómo deletrear.

Retrato del amor moderno

 

Retrato del amor moderno

 

 

Still standing in the wind

But I never wave bye-bye

 

Hoy que tantos tienen tantas opiniones tan fundadas de sí mismos, que todo es fácilmente desmitologizable, que el autoconocimiento es un modo de autoproducción y la vida privada es mercancía. Hoy que lo público se puede abaratar tanto, que las ideas se confunden con las ideologías, que la responsabilidad y el progreso pautan la vida. Hoy que casi nadie conoce la intimidad. ¿Qué es hoy el amor? ¿Quién podría enseñárnoslo? No con afán de enseñanza, pero sí con la claridad con que muestra la poesía, es que Luis Antonio de Villena [Madrid, 1951] escribió Autorretrato ahora mismo.

 

 

Me encuentro más que viejo y muy cansado,

y no estoy ni en uno ni otro extremo.

Cierta melancolía —me lo temo—

ha de ser la causante de mi estado.

 

Vivo pero me escoro al otro lado,

y aunque a ratos en buen fervor me quemo

esperando un instante aún supremo,

siento que todo viene malogrado.

 

Sé que busco todavía un lucero,

de la belleza el sutil concierto,

y del sexo y los libros el sustento.

 

Pero el mundo no es nunca el que yo quiero.

Amor me tiene casi manco y tuerto.

Y es humo la amistad y desaliento.

 

Veamos primeramente al soneto en su figura. Cada estrofa se inscribe en una actividad intelectual diferente. La primera, por ejemplo, se forma en una dialéctica causal: juicio sobre lo que se percibe y búsqueda de la causa del fenómeno; por ello se forma de dos oraciones. La segunda, en cambio, parece una oración completa y es presentación de la vida. No hay pregunta por la causa, sino descripción del fenómeno. Entre encontrarse y vivir hay una diferencia importante: lo que uno sabe de sí mismo. De ahí que, más allá de la vida, la tercera estrofa ahonde en la sabiduría mostrando lo que sabe el personaje del poema. ¿Cómo se encadenan los tres saberes enunciados en el primer terceto? La sola figura no lo dice, así como tampoco lo dice la apariencia de la última estrofa: tres sentencias. ¿Cómo se pasa de la visión de la sabiduría a la expresión de un conocimiento en una sentencia? Por su figura, el soneto va de la inmediatez del encuentro a la concreción de los enunciados, mediando la vida y la sabiduría. Por su figura, el autorretrato es más que una mera producción y no sólo un acto introspectivo. Si el poema puede mostrarnos algo sobre el amor, sin duda lo hará haciéndonos evidente cómo hablamos de lo que creemos saber de nosotros mismos. El poema, a mi juicio, nos permitirá retratar al amor moderno. Veámoslo con calma.

         El verso inicial parece claro: el personaje se encuentra a sí mismo viejo y cansado. Pero no sólo se encuentra así, cual lo indica el adverbio. ¿Cómo se encuentra uno a sí mismo “más que viejo”? No se trata de una vejez desmesurada, pues eso cancelaría la posibilidad misma del encuentro. Se trata de un reconocimiento distinto de la vejez. Encontrarse más que viejo es sorprenderse por la vida transcurrida, no asir la cuenta del tiempo y reconocer con dificultad el propio estado respecto de lo que uno cree haber realizado. “Me encuentro más que viejo y muy cansado” expresa la situación en la que un hombre se encuentra cuando su vida, por mucho esfuerzo que se le suponga, no se ve reflejada en la propia situación. Demasiado cansado para seguir viviendo, demasiado viejo como para que vivir haya valido la pena.

         El personaje del poema compensa la sorpresa del primer verso con un intento de mesura: “no estoy ni en uno ni otro extremo”. Si el lector cree que los extremos son la vejez y el cansancio, el lector se engaña. Los extremos son los que permiten situar la realidad de la vejez y el cansancio. No sólo no hay reconocimiento de la propia vida, ni siquiera es claramente explicable cómo es que uno ha podido llegar a tal estado. El personaje del poema no está en el extremo de la vida llamado vejez, sin embargo es viejo; no está extenuado, sino incomprensiblemente cansado. No sólo se duda si la vida ha valido la pena, sino que se sospecha que la vida no ha sido lo que uno esperaba.

         Fallando el intento de mesura, el personaje del poema intenta explicar su estado y en un primer ejercicio de introspección reconoce una causa posible. Problema del lector es reconocer la causa. ¿Melancolía o temor? La redacción de los tercero y cuarto versos da la impresión de asignar la causa a la melancolía. Sin embargo, ¿el melancólico puede temer? ¿No es precisamente la posición destacada del temor en el verso tercero lo que nos permite pensar que la melancolía no es la causa genuina? Como buen moderno, quien habla en el poema tiene una opinión formada de sí mismo que le permite ocultar lo que a sí mismo le pasa: cicuta y pasión de amarga ciencia. Si puede engañarse para hacer de la melancolía la causa, habrá ganado la distancia de sus propios sentimientos, aminorando la sorpresa del encuentro. Porque el hombre moderno es educado, son muchas las imágenes a la mano que le impiden conocerse. El solo cree que él sólo es el asunto de su soledad. Modernos melancólicos que no quieren temer. Introspecciones fallidas de quienes no se atreven a amar.

         Genialidad del poeta: donde el hombre común se queda asido a la imagen que le impide pensar, el poeta da un paso más a la propia experiencia y nos enfrenta, en la segunda estrofa, a la vida del personaje que habla en el poema. El personaje se reconoce: vivo. Y se reconoce en toda su especificidad moderna: vivo pero me escoro. El moderno no puede simplemente vivir, sino que requiere de la técnica necesaria para su vida. Por ello, el viviente de la segunda estrofa complementa su vida con la metodología aprendida: se escoran los buques de guerra, el especialista ve escorarse a la marea. Escorarse a la vida es prepararla para lo imprevisto, considerar a la vida una batalla, al viviente un afanoso de éxito. Escorarse a la vida como la marea baja es rendirse porque de alguna manera se tiene una estrategia para volver a flotar. Escorados, no podemos vivir la vida; sólo malvive el solo con su propia técnica. El poeta lo reconoce y se lo hace ver al personaje del poema: frente al escoro sitúa el fervor. Fervoroso, no por sí mismo, pues sólo nos hace ebullir genuinamente lo otro, el otro. Fervoroso por esperar un instante aún supremo sobre la sombra de nuestras conciencias. Pero el moderno sólo espera instantes: la eternidad le es tan sólo un mito. ¿Qué es un instante supremo para el moderno? Un momento siempre malogrado. El moderno desprecia lo efímero no por su comparación con algo mejor, con lo eterno, sino porque sabe que en el imperio de lo efímero todo pasa y lo único bueno es resistir el paso, aferrarse a la moda. Escorarse nos permite administrar nuestro afán por lo novedoso.

         ¿Es ya el personaje del poema un último hombre? La tercera estrofa presenta tres tipos de conocimiento que corresponden a las facultades del alma platónica. Digamos que la búsqueda del lucero es la facultad que permite la vida contemplativa. Si el personaje realmente puede contemplar no bostezará al mirar las estrellas. El sutil concierto de la belleza sólo puede captarse por el thymos, que nota lo bello conforme al gusto y el concierto conforme al movimiento. Si el personaje no es un hombre exangüe disfrutará las sutilidades más allá de las moralidades. Por ello la epithymía toma la forma que toma: el sexo y los libros. Eros no se subordina al honor; la ciudad no debería amurallar a los enamorados. La diferencia entre amistad y erotismo es análoga a la diferencia entre thymos y epithymía. Pero para el hombre moderno nada de esto es accesible. Eros es un mito griego; la amistad un ideal romano. Las estrellas sólo son rocas incandescentes. El saber es una imperfección del conocimiento. El amor, si no es tecnificable, manipulable o instrumentalizado, es una insensatez, una inmensa imprudencia. Enamorarse podría ser pérdida de lo que se tiene. El moderno es quien se mira tanto a sí mismo y a sus necesidades que nunca ve la necesidad del otro, de un otro. Ningún cálculo permite asumir el riesgo del amor. Lisias es el auténtico sustento.

         Nuevamente, ante la afirmación de la tecnificación del amor, la sabiduría del poeta nos ayuda. Como no todo es retórica, el poeta concluye haciendo al personaje del poema enunciar tres afirmaciones. El poema no concluye: nada hay que demostrar, de nada hay que convencer. El poema se presenta para ver. Eros nos hace ver lo inalcanzable. “Pero el mundo no es nunca el que yo quiero” puede pensarse como un reproche, el imperioso reproche del moderno, reproche que permite no conformarse con la contemplación del mundo y afirmarse en el afán de transformarlo. También puede ser, por cierto, el aprendizaje del hombre que sí puede amar, que se atreve a amar: no es el mundo lo que quiero, porque mi amor incluso podría oponerse al mundo. “Amor me tiene casi manco y tuerto” podría ser una afirmación romántica, la afirmación del moderno enamorado que se avergüenza de lo que el poema le ha mostrado de sí mismo. Se afirma con romanticismo porque se quiere presumir que uno es capaz de pasarla muy mal por su amor. En cambio, desde eros, la frase se explica por la necesaria incompletitud: soy manco hasta que mi mano recibe a la tuya, soy tuerto hasta que te puedo ver. El amor terrible del moderno avergonzado frente a la belleza del erótico. “Y es humo la amistad y desaliento” es un verso que coloca deliberadamente a la amistad en el centro. Desde la incomprensión moderna del amor, la amistad se evapora cuando el amor llega, lo que produce tragedia segura, des-aliento. Porque el moderno confunde inevitablemente las cosas: no sabe que la amistad no puede ser ni pública ni privada; no sabe que el amor necesita de lo íntimo. El moderno no sabe reunir alientos en lo íntimo, sólo imagina el grito de las masas en lo público. En cambio, una amistad que es humo puede ser la parte visible de la otra lectura: es humo la amistad porque envuelve nuestras vidas. ¿Y el desaliento? El aliento del amigo es una motivación a una parte de la vida, no el sustento que recibe el enamorado. La amistad orienta la vida; eros la pone en movimiento. Las sentencias son huecas cuando carecen de sustento. Las sentencias no dejan ver nada cuando no ahúman. El humo y el sustento de la vida son los de una cierta ceremonia quizás inaccesible al hombre moderno, al hombre que no ve qué es el amor. Si acaso puede verlo, como el personaje del poema, habrá de deshacerse de sus fundadas opiniones sobre sí mismo. No se trata de fundar opiniones, sino de que el amor sea fundamento; no hay fundamento solitario. Se trata de ver, no de demostrar. Se trata de ver, no de persuadir. Se trata de amar.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Fernando Escalante reflexiona sobre la retórica en la tetratransformación. 2. Celebré la semana pasada que haya un católico inteligente. Alguien me preguntó: ¿quieres decir que los hay no inteligentes? Pues el lector podrá juzgar. 3. Se engaña el especialista que no ve correspondencia entre el diagnóstico de Ratzinger y la historia de Alemania, pues el Papa emérito no dice que el 68 sea causa de la pederastia, sino que desde el 68 se tomaron decisiones teóricas que ocultan la visibilidad de la causa. ¿Acaso no hubo casos de abuso sexual en la Iglesia antes del 68? Claro que sí, pero fue después del 68 que dentro de la Iglesia comenzó a creerse que la resolución del asunto es específicamente secular. O dicho de otro modo, Ratzinger reconoce como origen de la actual incomprensión de la fe las dos distensiones del arco. (Cfr. Nietzsche, Más allá del bien y el mal, Prefacio)

Coletilla. “En la soledad nace el amor que muere en el aislamiento”. Francisco García Olvera (cuyo recuerdo conmueve a este imperfecto e imprudente discípulo).

Como un sol con forma humana

 

Como un sol con forma humana

 

A veces hay días en que las manos se sienten más vacías. No son manos ligeras, sino ahuecadas. No son manos torpes, sino de cierto modo entumecidas. Manos que extrañan el calor y las caricias. Manos que quieren otras manos. Manos que palpan ausencias, empapadas de anhelos, resecas de ilusiones, quizás en su soledad polvosas. Me lo hace pensar un bello poema de Emilio Prados [Málaga, 1899 – Ciudad de México, 1962] que leí a media tarde, en la banca de un jardín extrañamente desolado. ¿La gente huyó del calor? ¿Los habituales del jardincillo rehuyeron del sol? A veces hay días con un sol y un calor que hacen más plena la vida. A veces el calor y el sol más comunes nos hacen recordar al sol y al calor más humano. Copio el poema.

 

 

El desierto comienza por los ojos.

Tu carne, ¿es aún más dulce bajo el sueño?

 

 

…Cerca como tu propia imagen,

lejos como tu propio cuerpo,

mi soledad me ha sorprendido

como una forma humana:

como un ser invisible.

 

El poema es notable en sus contrastes. Contrasta la primera estrofa con la segunda, no sólo por su extensión, sino principalmente por su forma: a primera vista la primera estrofa carece de centro, mientras que la segunda se forma en función del sorprendente verso “mi soledad me ha sorprendido”. Nótese que el verso central de la segunda estrofa es el único en que explícitamente aparece el yo. En la figura de la segunda estrofa se contraponen los tu de los dos primeros versos a los un de los dos últimos. Mi forma la mediación. ¿Mediación de qué? Precisamente, considerar la respuesta nos permite ver que yo permea por el poema tácitamente, en especial en la primera estrofa: yo es el agente de los ojos y el sueño; es el centro de la primera estrofa. Así, el poema tiene unidad en la relación entre y yo posibilitada por los centros de sus estrofas, relación que muestra el movimiento todo del poema.

         El poema inicia con un hombre mirando solitario. El mundo se cubre con la aridez de quien no ve frente a sí a quien quisiera ver. No es lo mismo ver un mundo árido, caluroso y soleado en la soledad, que mirar juntos el pleno medio día del mundo. La aridez solitaria reseca inevitablemente la garganta, irrita los ojos, dificulta respirar. En compañía, en cambio, la expectación es la que dificulta la respiración, los ojos se dilatan sorprendidos admirando, la garganta, las bocas… En el día soleado del solitario aparece el mundo interminable: vasto desierto ilimitado. Cuando dos comparten el día soleado, el mundo y su tiempo son finitos, mínimos, insuficientes. Y el calor, del calor digamos que ya lo puede imaginar el lector.

         ¡Aparece la carne! No es la carne propia, pero tampoco es ajena. La carne propia no sorprende, pues nunca es carne, para serlo se requiere una abstracción, un juicio muy distinto al de nuestro hombre mirando solitario. La carne ajena no sorprende, pues tampoco es carne, sino objeto, abuso, emplazamiento. La carne sólo es carne cuando dos se encuentran, cuando dos se descubren en la aparición de lo que realmente son. Por ello la pregunta: “¿es aún más dulce bajo el sueño?” El sueño figura un encuentro. La dulzura de la carne se encuentra o bien en el encuentro real o en el imaginado, pero nunca en el planificado objetivamente, en la distancia utilitaria. La carne es dulce: tierna, como la emoción de los enamorados; plácida, como el tempo de las caricias; suave, como el sabor de un caramelo que despliega sus olores para deleitar el tacto. “Tu carne, ¿es más dulce bajo el sueño?” evoca el recuerdo del encuentro, la calidez que se contrasta con el sofoco del solitario día soleado.

         Los puntos suspensivos lo mismo son la entrada del sueño que su salida. Si el encuentro del poema es imaginario, la segunda estrofa muestra la experiencia interna de nuestro hombre mirando solitario. Si el encuentro del poema es real y los dos puntos señalan la llegada de quien se espera, la segunda estrofa muestra la experiencia interna del hombre sorprendido por el descubrimiento de la soledad. En el primer sentido, la separación entre y yo produce la sorpresa de saberse solo. En el segundo sentido, la inminencia del encuentro entre y yo exhibe la dilución de lo que yo había sabido de mí mismo. En ambos sentidos, yo se conoce a sí mismo; sólo en el segundo, el conocimiento de yo confirma una realidad.

         Leamos conforme al primer sentido. La estrofa contrasta sus partes. De los dos primeros versos, el contraste entre imagen y cuerpo aumenta la distancia entre el hombre mirando solitario y la experiencia interna del ensueño. La imagen está cerca, pues quien ensueña la trae a la presencia. Ante el agobio caluroso, el hombre mirando solitario se refresca imaginando la presencia. La imaginación, en cambio, el ensueño más que el sueño, hace evidente la inmaterialidad del anhelo: sólo hay cuerpo propio ante las propias fantasías. De ahí que el hombre mirando solitario sea sorprendido por su soledad. El ensueño gravitó la ausencia. Sabiéndose solo, el solitario se reconoce humano. La limitación del propio anhelo, la realidad opuesta al deseo, el límite claro de la voluntad, son muestra de la forma humana. El solitario no quisiera su soledad, pero la ausencia le hace evidente que está solo. En su soledad concluye: es un ser invisible. De no serlo, no estaría ausente, pues sabría de la soledad de yo y estaría ahí presente. El ensueño del encuentro fue el oasis de la trágica condición humana.

         Leamos ahora conforme al segundo sentido. Los contrastes del primer sentido emanan de la sorpresa en el segundo. O para decirlo de otro modo: el hombre que miraba solitario pasa de la imagen al cuerpo y luego a la sorpresa, de la sorpresa a una plenitud humana y luego a algo no visible. Es decir, el hombre esperaba solitario y tuvo la fortuna de que llegase el esperado, la brisa refrescante de quien uno quiere ver. Llegando lo primero en aparecer es la imagen, pues ahora el yo del poema puede comparar su ensoñación con lo presente: la presencia se apropia de la imagen y con ello descubre el cuerpo. Frente al cuerpo radiante de , yo se sorprende por su soledad. Yo, definido desde una soledad conceptuada por la ausencia, descubre con sorpresa las nuevas posibilidades de ser: le descubre a yo que no ha de ser un solitario, que puede ser un yo plenamente entregado a . La sorpresa es la refutación de la opinión sobre uno mismo. Yo junto a descubre su forma humana. ¿Qué descubren y yo en el encuentro? Se descubren invisibles. La carne sólo es visible cuando dos que se aman se encuentran; el desierto es exterior para los que se aman. Sólo por un amante yo puede conocerse. A veces el desierto comienza por los ojos; a veces tu mirada me habita plenamente.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. La Oficina de la Presidencia contestó a Animal Político que no tiene obligación legal de contar con documentos sobre lo que diga el presidente. Así, como lo dije ante la presentación de la Estrategia Nacional de Lectura, tantos eventos para presentar el nuevo curso de la historia patria son puro cuento. Régimen de la simulación. 2. Pues la Presidencia mintió, otra vez. En la presentación del militar que ostentará el «mando civil» de la Guardia Nacional se omitió parte importante del currículo del general Rodríguez Bucio: estudió en una escuela militar que enlista entre sus egresados a 11 dictadores latinoamericanos. Detallito. Error de dedo. Régimen de la simulación. 3. Y no sólo miente, sino que manipula. Tras las preguntas de Jorge Ramos en la mañanera de ayer, se comenzaron a modificar las cifras del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública para que coincidiesen con lo que afirmó el presidente. Una vez que Raymundo Riva Palacio advirtió que la modificación se estaba llevando a cabo, desaparecieron las cifras de la página oficial. Miente, simula, manipula… ah, pero es honestidad valiente. 4. El presidente pide a Reforma que revele sus fuentes. Sí, el mismo que cuando es cuestionado dice que tiene otros datos que no va a presentar. Si fuera chiste, se contaría solo. 5. Perdida entre las notas pequeñas, pero importante para nuestra cultura política. La encontré en un diario local. El Instituto Nacional Electoral, la Secretaría de la Función Pública y la Secretaría del Bienestar, con Olga Sánchez Cordero como testigo, firmaron un acuerdo por el que se prohíbe que los partidos políticos usen el dinero público para comprar los frutsis y las tortas para los acarreados. No hace falta comentario irónico. 6. Para Enrique Krauze «en las urnas, el ciudadano decidió contra sí mismo. Vivimos una nueva biografía del poder».

Coletilla. «La Iglesia está muriendo en las almas», afirma Joseph Ratzinger en su artículo sobre la Iglesia y los abusos sexuales. No, no culpa a la revolución sexual de los sesentas (como simplonamente se ha reseñado en medios), sino que muestra que frente a la revolución de los sesentas el catolicismo tomó decisiones teóricas que explican la confusión actual. Confusión que produce el emplazamiento efectista de las preguntas, emplazamiento que hace ineficiente el plan contra la pederastia. Y confusión fundada en el olvido del centro de la vida cristiana: la eucaristía. Si la Iglesia ha de hacer frente al problema de los abusos sexuales lo ha de hacer desde el misterio de la vida cristiana, desde el misterio de la carne. La teología no puede ocultarse en la psicología, ni siquiera en la que se presume humanista. La teología debe ser capaz de dar una respuesta teológica. ¡Qué alegría saber que todavía hay un católico inteligente!

Lectura en línea

Tienen razón quienes proclaman la intervención de la tecnología en la vida del hombre. A veces muy entusiastas, tienen fe en un mundo nuevo sin confusiones, con plena eficiencia en sus metas y problemas políticos prontos a resolverse. Siendo reservados con esta expectativas, al menos sí podemos coincidir con que la vida diaria ha sido trastocada por la vertiginosa novedad. El cambio es tan drástico que sorprende la comparación de nuestro actual modo de vida al de hace veinte años. Sustituimos el frágil walkman con un teléfono celular que contiene —entre otras maravillas— una biblioteca musical. En vez de comprar la Enciclopedia Británica y buscarle espacio en nuestro modesto hogar, consultamos la infinita Wikipedia. Muchos artefactos y síntesis digitales nos rodean, asumimos que el cambio se prueba por la cantidad de facilidades. Sin embargo otros giros no tan evidentes llegan a ser igualmente importantes: lo tradicional es alterable por la novedad.

La celeridad y eficacia proclamada también alcanza a la lectura. Siendo una actividad tan arraigada y común en nosotros, se percibe inmutable. Una capacidad útil, propia, usualmente menospreciada, e independiente del ambiente social (o circunstancias objetivas); una cualidad auténtica e inherente. Una buena lectura exigiría tener dispuestos nuestros sentidos y una capacidad cognitiva normal. En ello, la tecnología auxilia: afina la vista, busca alternativas en los ciegos, añade luz portátil para disfrutar los libros donde el sol esté casi inexistente. Sus beneficios no sólo están en asegurar la normalidad, sino en la expansión de lo que significa leer. Por ejemplo, la lectura del mayor número posible de palabras apuesta por potencializar el maravilloso cerebro y reparar la estrechez visual. Poder devorar las palabras acelera el tiempo de lectura, entre menos tiempo diario se ocupa más tiempo vital para leer. Quien sepa la técnica habrá leído más libros de lo que hubiera logrado sin ella. La expansión no se limita a la explotación biológica, sino que también lo ha hecho con el entorno. El lector nunca sufrirá desabastecimiento al tener la obra a un clic de distancia.

Si la excelencia en lectura radicara en el número de libros, sería una de las promesas más tangibles conseguidas por la tecnología. La novedad presumiría la erudición somo sinónimo de cultura en el hombre. Empero esta manera de leer no es la única. En su libro más célebre, al comienzo, Mortimer J. Adler distingue dos tipos de lectura: la informativa y comprensiva. La imaginación inquieta nos hace entender la alusión de la primera categoría. Leer para informarse es obtener el contenido en las obras que leemos, saber de los hechos que relatan, las opiniones que ofrecen, las afirmaciones que hacen. Un lector informado recolecta extractos de las obras de consulta. Quien capta miles de palabras por minuto, al cabo de un año habrá leído casi mil libros; la capacidad expandida a linderos sobrehumanos. La segunda lectura distinguida no busca la obtención, sino la asimilación de lo que se dice. Asimilar significa pasar del almacenamiento a la viveza de las letras. Es reconocer las múltiples interpretaciones en lo que leemos, seleccionarlas, dilucidar una postura y dialogar con el libro. Así una obra ayudaría a hacernos entender más o hacernos entender menos la realidad.

Aunque más popular y menos exhaustiva, la primera lectura es deficiente. No sólo fomenta la visión generalísima y rudimentaria de los libros, sino es una desaprovechamiento de nuestras capacidades biológicas y anímicas. Prueba de su inferioridad es su degeneración: la lectura en línea. Descartamos leer un gran libro encontrado en un formato digital o consultar una entrada en Wikipedia; en ambos se ocupan las lecturas susodichas. La lectura en línea es la ejercida usualmente al navegar en redes sociales. Mientras se desplaza el usuario, su vista capta publicaciones cortas y memes. No se detiene a rumiarlos, ni los almacena y muchos menos los asimila. Sólo posa fugazmente su vista. Quizás el meme es una puntada que despierta una sonrisa lánguida, pero continúa siendo un objeto unívoco que pasa tras otro. Desplazarse por horas se realiza bajo un tedio disfrazado. Hay memes que se burlan de esta adicción, buscan una risa nerviosa ante la incomodidad del propio reconocimiento; como buen momazo, se tritura a sí mismo. Leemos para enterarnos del marcador del partido de ayer, leemos para saber las conquistas de Julio César, leemos para delinear los componentes de la célula, en redes sociales leemos únicamente para pasar el tiempo.

Sería incompleto decir que la lectura en línea es abuso de imágenes y publicaciones superfluas. En realidad es la máxima reducción del acto de leer, lo lleva casi a la pasividad tan disonante con el alma humana. Sin comunicación posible, las redes sociales conducen al aislamiento o necedad. El maestro caería en ingenuidad si omitiera la intervención tecnológica. Debe admitir el detrimento que ha traído al hábito de leer.  Negar la realidad sería permanecer en su torre, ésa donde reina la serenidad y el silencio propios de un manicomio.

 

Conjurados

 

Conjurados

Por la idea, dos pueden pensar en lo mismo cuando hablan. También es por la idea que la retórica, la hermenéutica y la “ciencia” de la comunicación encuentran su límite. El diálogo, cuando es de ideas, está más allá que un acto de persuasión, que una interpretación o que la transmisión de un mensaje. Cuando dos dialogan sobre ideas lo importante es que las palabras no oscurezcan las ideas, que sean tan claras como las ideas lo permitan. Sin embargo, hay un rastro que conduce a una cierta comunidad, una cierta conjura, que va más allá del diálogo sobre las ideas: una cierta integridad erótica. Nos ayuda a pensarlo un poema de Emilio Prados.

Levántame despacio

una punta del sueño…

Míralo por debajo.

                   Sentirás

mi memoria latiendo,

igual que un pulso tuyo

conservado.

                   Cuéntalo bien…

Ajústalo a tu paso…

Deja caer de nuevo

la punta de mi alma.

En su apariencia, el poema gravita en torno al encabalgamiento de los versos centrales. En ese centro, notamos la única referencia al del poema que no está acentuada. En este poema de encuentro y comunidad, el aparece en sus acentos: cinco imperativos y un futuro. El futuro es la condición de la comunidad que apunta al centro del poema. El poema se construye desde su encabalgamiento para mostrar la reunión de los involucrados, para hacer patente la comunidad.

         El inicio del poema podría presentarse simplemente como un símil de las sábanas y el sueño. Así como se invita a alguien al propio lecho, el poeta invita a alguien al propio sueño. Aunque no llegamos del mismo modo al sueño que a la cama. Algo ha de pasar, ajeno a nosotros, para que en la cama se produzca el sueño. El sueño aparece cuando nos entregamos a él en la cama. La invitación del poema es la de una cierta entrega, en la cama y en el sueño, a un cierto misterio que da vida al poema.

         Al sueño se le mira por debajo. Quizá nadie ignora que los sueños, más que la naturaleza, gustan de ocultar. Quizá cualquiera podría aceptar que entre los pliegues de las sábanas del sueño es posible encontrar sorpresas y terrores, alegrías y esperanzas, lo sabido y lo por saber. Sin embargo, en la noche, cuando el se aproxima a la cama y levanta la sábana, el sueño se mira por debajo. No es un indiferente, no es un que no me conoce, no es un que no me ha soñado. Mirando al sueño por debajo aparece el yo del poema. Ni ni yo somos nadie o cualquiera. Mirando por debajo nuestros sueños nos encontramos.

         Sólo en el encuentro puede sentir. Sentir la memoria latiendo es la sensibilidad de un pasado común: el sueño torna en memoria cuando nos pensamos juntos. Sólo la memoria hace posible el reconocimiento. Ahí el centro del poema: yo sueña con el pulso de , la memoria reúne a y yo en un mismo pulso. Nos reconocemos en el mutuo palpitar del corazón, en la emocionada compañía, en la mano sudorosa, en la atracción de la mirada, en la vida que pulsa al unísono lo que juntos conservamos. Sólo en el encuentro yo puede sentir.

         Los dos imperativos siguientes indican el cuidado del reconocimiento. Ahora yo pulsa igual que . se conoce en el pulso de yo. Yo y se reconocen en el espejo de las caricias. La caricia como cartografía de la autognosis. Y en el último imperativo las caricias, la memoria, el sueño, la cama, caen en la comunidad que funda el poema: Ícaro se precipita; Eros se concentra. Por ello, “deja caer de nuevo” no es un imperativo como los demás. Ahora yo no ordena a , sino que es el misterio, aquello que permite la comunidad que funda el poema, lo que deja caer. Al final de la sincronía de nuestras pulsaciones sostenemos por la punta nuestra alma. ¿Y no es acaso sólo nuestra alma la que sueña?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1.  Ya lo hemos dicho: la indignación es selectiva. Fernando García Ramírez, sujeto a una campaña oficial de linchamiento, enumera varias indignaciones selectivas de nuestra tetratransformación histórica. 2. Que 2021 será el año de la reconciliación, dijo el presidente. También será el de las elecciones intermedias, elecciones en cuya boleta quiere aparecer el presidente. Ofrecer reconciliación para afianzar el poder. ¡Qué buenos sentimientos! 3. Régimen de la simulación, eso es. En los próximos días se publicarán los datos oficiales sobre homicidios y la versión de la propaganda oficial será que han disminuido. Y claro que podrán probarlo, porque el número que presentarán será el de las carpetas de investigación, no el de individuos asesinados. Así, la ejecución de cuatro personas en un bar de Guanajuato la semana pasada se contabilizó como un homicidio, no cuatro asesinatos. Régimen de la simulación. 4. ¿De veras los funcionarios de la Secretaría de Salud demandarán legalmente a todos los residentes del Instituto Nacional de Psiquiatría para romper un paro en demanda de la protección de sus derechos laborales? Y eso que la 4T decía estar con la clase trabajadora. 5. Desde diciembre se dejó de actualizar. El pasado fin de semana simplemente desapareció el servicio. El régimen de la simulación, que supuestamente tiene el apoyo de la intelectualidad y hasta un presidente historiador, no ha dado explicación alguna. Parece que se ha cancelado la biblioteca Digitalee, uno de los mejores proyectos culturales de la administración de Peña Nieto, quien no podía presumir de sus lecturas.

Coletilla. «México y España comparten un corazón sangrante, un idioma que se multiplica en todas las lenguas indígenas de siglos, un mestizaje de sabores y palabras, párrafos y pensadores; España y México se miran sin necesidad de traducción ni subtítulos… y así pasen otros cinco siglos, nos amanecemos a diario con verdaderas ganas de conocernos», dice el nuevo director del Instituto de México en Madrid, Jorge F. Hernández. Una buena decisión y una buena noticia.