Miro imágenes siempre, todo el tiempo.
Todo el tiempo hacemos eso:
miramos la lluvia, imagen del flaqueo
imagen del sollozo,
imagen del pasado,
¿o lo que vemos es la luz
lanzada por el agua
en un brutal rechazo?
Miramos los mismos parajes, todo el tiempo.
Los que sucumbían al miedo,
sucumbían al tedio, sequía inmisericorde,
los miramos descansar
alabando los cielos
empapados por tratados,
juramentos renovados
de vitalidad postrera.
Los miramos gratos de ungirse
con el divino cristal.
¿O es todo un reflejo?
¿Como el hombre de líneas indecisas
apenas dibujado sobre el charco
de la fría calamidad recién pasada?
¿Como faz de un enemigo enfurecido
que arroja sobre el fango a un joven magro
en su escudo nunca usado y reluciente?
No puede serme todo tan lejano,
no puedo ver tan sólo la charada,
deseo la cercanía, y miro el mundo
y miro bien las cosas, y veo gente,
a la misma que me dice con su voz
viajando por los vientos citadinos
que yo no puedo ver, que nada escucho;
que no he probado nunca cosa alguna,
que el postre más exótico del globo
con todas sus historias registradas
y el centenar que aún guardan por contarse
no ha sido más que fantasmagoría.
Que nada es más que fatuo pensamiento,
dicen con la voz fría como la lluvia.
Que alguien urdió el nombre «naturaleza»,
con bien accidental para nosotros
pues la ilusión lo ha tomado prestado.
Que yo nunca he sabido o sabré nada,
que yo nunca he tenido recostada
sobre mi brazo a la mujer que amo.
Dictan también sentencias de belleza:
que es un bonito adorno entre las cosas
de este vertiginoso y negro cosmos
del que nadie nunca ha podido decir nada,
y que es por eso el único recurso
para comunicarse con la farsa
de lo que todos creemos que buscamos
sin esperanza de que llegue el día
en que podamos dejar de creer.
Dicen también que los colores
son sólo un hato fausto de temblores
de fibras íntimas que nadie nunca ha visto.
¿Y qué es la imagen entonces?
¿Qué es eso que pasa en el mundo
cuando en el mundo sé que miré algo
que es más humano que quien soy yo mismo?
Dicen que nada tengo,
sólo a mi reflejo:
tratando en un perpetuo fracaso
de imitar los contornos desdibujados
de todo lo admirado,
de todo lo amado,
de todo logro y perdón y pena y llanto,
apenas dibujado sobre el charco
de mis ojos.
Que la música la invento,
que la justicia la sospecho,
que la paz la tejo solo
como cada quien con su telar.
Y, aún así, lo sé: miro tus ojos, lejanos,
y escucho bien tu voz, más lejana y más dulce
y miro tu reír y me conmueve
el interior que nadie ha explorado,
mas de tanto tener esos reflejos sólo quiero
tenerlos reflejados en mi pecho
donde imagino que serán verdad.
Me agota el frío color, agua de lluvia,
que cae en un jardín que no es el mío,
tan lejos que yo apenas siento el golpe
de un tenue roce líquido en el techo,
¿y es esto lo que vemos, todo el tiempo?
¿Es todo un espejismo tan certero
que burla el buen sentido y lo acapara,
del juicio siendo el único criterio?
Exclamo a los cielos, impío,
que renueven tratados,
que clamen hondos juramentos
que muestren en un reflejo, un vistazo siquiera,
que nada es en vano.
Quisiera mirar el reflejo de todas las cosas
y que muestren un solo centelleo de las estrellas,
que se mire allí la lluvia y las noches y las voces,
que se mire que allí estoy, de algún modo reflejado,
reflejado todo el tiempo,
reflejado siempre en ellas.