Divagatoria

Divagatoria

Mi pueril experiencia me ha ayudado a notar las dificultades de establecer un diálogo. Creo que el problema no radica en la necesidad de reconocer una posición superior; tampoco está en los conflictos del lenguaje, si por conflictos nos referimos simplemente a falta de ilustración en tecnicismos, a la imposibilidad de prescindir de la ambigüedad o a la distancia que siempre establece un contexto específico. La mayor parte de las veces, creo que caemos en nuestra propia trampa: conocer un contexto es, en realidad, imposible sin una mirada capaz de asumir una unidad compleja. Sobre el ejercicio del diálogo hay también opiniones que orientan la mirada. ¿Qué es la experiencia de la verdad en esa posibilidad actualizada mediante el lenguaje? ¿Qué es el descubrimiento de la opinión propia que hace posible la ignorancia, y no sólo en términos del desconocimiento del contexto histórico en que nos hallamos limitados?

El problema de la verdad no se reduce únicamente a las limitaciones del lenguaje. Creo que la posibilidad de notar la precisión en nuestras palabras no es una preparación en la catequesis adecuada, sino un redescubrimiento de nuestra experiencia. Aquella idea que muestra a los juicios como la residencia de la verdad ha sido tan manipulada, que olvidamos que los juicios son enunciaciones hechas sobre algo y para algo. ¿Qué no la verdad es siempre relativa? Nada nos molesta tanto como sospechar que hablar de la verdad conlleva algo de intolerancia. La conveniencia política del dogma de la tolerancia se confunde con la incapacidad para abordar la vida frente a los demás, por limitaciones mutuas que son insuperables. Si la verdad fuera lo que hoy conocemos como “pensamiento único”, no hay posibilidad de distinguir entre filosofía y sofística; lo mismo sucede con cualquier extremismo de la actitud relativista.

¿Por qué importaría la diferencia entre filósofo y sofista? Fuera del positivismo, importaría si la pregunta por quién es el filósofo fuera relevante para la práxis. Con esta afirmación no intento pasar de largo ni la posible diferencia entre la teoría y la práxis ni mucho menos pienso reducir la pregunta por la filosofía a un modo de imperativo por el cual haya una obligación clara del filósofo para con el progreso. De hecho, estas ambigüedades han sido adelantadas por los residuos de la Ilustración, y sus engaños y oscuridades han sido expuestas por Nietzsche. Sospecho que esta compleja diferencia va de la mano con la dificultad de comprender la retórica, así como la relación que esta sostiene con la palabra del filósofo. La complicación de la hermenéutica no puede reducirse tan sólo a la separación temporal de la situación histórica concreta. El historicismo más radical, de hecho, no está en las ciencias sociales. ¿No será el historicismo la forma compleja que esa diferencia ha asumido ahora? Cuando asumimos que la verdad está limitada por el contexto, generalmente lo hacemos influidos por el prejuicio; quizá aquel que piensa que la verdad puede siempre palparse de manera sencilla en la experiencia también lo esté, pues no es necesario asumir que la verdad es algo abierto en todo sentido para esforzarse por ella. Tal vez la reflexión sobre esa diferencia sea la única forma de reconocer ampliamente la ignorancia inherente en la vida del filósofo. Probablemente, también, nada sea tan problemático como el intento de reconocer la sabiduría en nuestra experiencia siempre limitada. Problemático, que no imposible. Si el filósofo es el único que en verdad se conoce, ¿por qué es un problema frente a la polis, en la que encuentra su modo de vida posibilitado y polemizado a la vez?

 

Tacitus

La colmena

En tiempos electorales, Gabriel Zaid escribió AMLO poetaEn él nombraba al presidente electo como un beneficiado de las musas. La campaña y sus previas apariciones públicas lo testimonian. Zaid destacaba su riqueza léxica para insultar y el carisma que despedía al hablar. Así fue que lo nombró poeta del insulto. AMLO es un imán para una gran cantidad de hombres (interesados o no en la política). Sus conferencias madrugadoras, los encabezados periodísticos, las ventas de revistas, los mitines atestados, las redes sociales vigilantes, los intelectuales en vilo; todos están pendientes de lo que diga el dedito.  Júpiter Tronante declara y el trueno antecede un relámpago.

Destacar su dote poético no sólo subraya la centralidad del presidente electo, sino también su destreza retórica. Un aspecto interesante de ella es la ambigüedad. En campaña, al ser preguntado por asuntos peliagudos, fácilmente los evadía. Su asociación con el PES le valió cuestionamientos sobre el aborto o el matrimonio homosexual, así como la repercusión de su triunfo en el Estado laico. Ante micrófonos, decía que respetaba todos los puntos de vista. Recurría a la consulta y participación ciudadana para no responder. Públicamente mostraba que no tenía la arrogancia que tantos analistas e intelectuales le endosaban. La tolerancia como virtud axial cancela cualquier otra distinción delineada por la virtud. Además del esquivo, abre un espacio tan amplio para cualquier maniobra. Se tira tanto de la frase juarista para que el halo liberal ilumine todo el terreno político. Públicamente sortea la pregunta incómoda, en campaña hace no quedar mal con los aliados, con los fieles no se pone en riesgo de desprestigio y políticamente deja vivo un gran margen de acción. La apertura del líder es aspiración del partido mismo; la presidente, delante de exageraciones y desaciertos de morenistas, siempre responde lo mismo: el partido es tan rico de expresiones que cualquier punto de vista cabe. Por muy deleznable que parezca, el militante es operador político.

Otra muestra de su ambigüedad a favor ha sido el estira y afloje del nuevo aeropuerto. Camino a la Silla, fue bastante útil declarar enardecidamente que no iría. En un sexenio  con obras sobregiradas en costos y mansiones onerosas, denunciar el nuevo proyecto y, antes de siquiera revisarlos, adjudicar sospechas de irregularidades en los contratos, resultó efectivo. Los hastiados de corrupción, que son casi todos los mexicanos, escucharon entusiasmados las promesas. Anunciar que será derrocado el proyecto faraónico sirve en un mitín de gritos y fiesta, y más si el presidente actual tiene uno de los niveles más bajos de popularidad. Su proselitismo ardiente se tradujo en una plétora de votos. Al presentarse con la cúpula inversionista, su denuncia perdió intensidad. Declarar la oportunidad de ser concesionado hizo que hubiera un alivio entre quienes opinaban a favor del nuevo aeropuerto y ¿por qué no? Un guiño a un aliado antiguo. El tema le sirvió para enardecer, exigir, fintar, provocar, torear, negociar, desplegar su poder. Tantas acciones posibles en un margen tan amplio. Tantas acciones posibles que moldearon aquellos días.

El habrá que ver o habrá que analizar no aumentan los tiempos de reflexión. No buscan fomentar la discusión o las investigaciones sustentadas. Son evasivas en lo que la marea sube o baja, según convenga.  Es aguardar a la ocasión propicia para lo que se tenía en mente desde un principio. Y si no hay ocasión completamente favorable, por lo menos esperar una donde se pueda establecer lo más posible de la decisión inicial. Que las musas auxilien a gobernar. La retórica es aliada de su pragmatismo. Todo cabe en una colmena sabiéndolo ajustar. Acostumbrados a payasos de redes sociales, políticos muy ingenuos y gobernadores deshonestos, nos hallamos vulnerables a esta manera de ser político. La sabiduría tropical toma en asalto a la tecnocracia y liberalismo.

 

Poesía como evidencia

Poesía como evidencia

Se piensa a la imagen como lejana al ser. La separación entre ambos ámbitos parece persuasiva a partir del argumento moderno que opone la imaginación a la razón. La imaginación es meramente receptiva y creativa, pero nunca asertiva; pocas veces se le atribuye papel alguno en la verdad. Al contrario, la imaginación es una facultad volátil. La idea moderna de la pasión se basa en buena medida en esa afirmación. La lejanía entre el ser y la imagen hace de esta una simple permanencia de lo ausente. Pero el recuerdo está ligado de manera inseparable de la tarea productiva de la imagen, porque sin recuerdo no hay conocimiento alguno. Hacerla una abstracción es falaz, puesto que la imagen está organizada desde el momento mismo en que se ve algo. El paso del presente al recuerdo inmediato sería falaz de ser un proceso abstracto; acaso el recuerdo se va atrofiando conforme se avanza en el tiempo, pero eso no implica que no haya una manera de la atención que se enfoque en el ser de la imagen, que no sería posible sin el ser mismo. Existe un conocimiento de la imagen misma, porque hasta los entes imaginarios son objetos de la inteligencia. De la imagen proviene la posibilidad de razonar productivamente: los ejemplos son el mejor ejemplo (la redundancia es voluntaria).

Si bien la imagen no es lo mismo que la esencia o la forma, no es tampoco el aspecto material, aunque hablamos de aspectos porque existen las imágenes. La imagen es actualidad que permite el movimiento de la imaginación en la natural apertura al conocimiento. La verdad, en ese nivel, no está negada al reino de la imagen. Por más que en la noche no pueda distinguir bien la presencia de ciertas cosas, o por más que pueda confundir a una persona por la confianza que una perspectiva de su cuerpo me ofrece, eso no implica que la confusión sea una consecuencia necesaria de la imaginación. Me atrevería a decir que dichos equívocos no serían posibles si de hecho no se diera la naturalidad con que la imagen nos engaña poco. La limitación natural de la sensibilidad es inseparable de la capacidad para las imágenes, aunque eso no significa que la forma, como principio eidético, sea caótica. Es porque las cosas tienen forma que podemos hablar de engaños del sentido. De hecho, hablar de engaños del sentido es demasiado abstracto: las equivocaciones conllevan siempre una especie de confianza o suposición que los sentidos mismos no nos dan. ¿Se vuelve a la culpabilidad de la imaginación? ¿De dónde proviene la capacidad para el error en cualquier tipo de conjeturas?

La posibilidad misma de producir una imagen que no concuerde con el ser se abre por el contacto constante con éste. La imagen puede estar presente para varios, sin que éstos “vean” lo mismo. Esto ha llevado a muchos a afirmar que la fuente de la diversidad subjetiva, reflejada en el lenguaje, es no tanto la imaginación, como el efecto que en ella tiene la historia. Pero, ¿cabe hablar de historia sin ser, como no cabría siquiera hablar de imágenes sin algo de lo que estén separadas? Ver distintas cosas en la misma imagen no niega, sino que afirma, la posibilidad de la verdad como experiencia natural; la imaginación ciertamente nos capacita para reproducir y mantener lo presente, pero también para manifestarlo. El vínculo entre el lenguaje y la imaginación es extensivo, no tanto porque el lenguaje siempre remita a las apariencias, sino porque la posibilidad de aprenderlo requiere de imaginación. En la poesía se recrea, que no se desdibuja, el ser en la experiencia de la palabra misma, que nutre la imaginación, la sensibilidad y el pensamiento. Recordar incluso el pedazo de una canción nos permite vivirla. La poesía no es, por ello, mera sofisticación del lenguaje, sino una de sus posibilidades más plenas. Aquí posibilidad está usado en el sentido más propio: no habría posibilidad si la naturaleza del lenguaje no mostrara desde su origen que el hombre está orientado hacia la poesía. Ese es un rasgo humano que la reflexión histórica no puede pasar por mera evidencia.

Parece de igual manera algo sencillo que Las Escrituras nos hayan legado la sabiduría de que sólo existe un ser creado como imagen del Creador. La manera más sencilla de comprender ese pasaje es a partir de la separación evidente entre el ser mortal y el inmortal. Pero esa separación es insuficiente, dado que todos los rasgos de la inmortalidad divina suelen acompañarse de los mismos prejuicios que ya no son teológicos, sino populares. La omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia suelen interpretarse a partir del criterio humano. Pero la existencia del hombre como imagen en el acto de la creación quizás apunta no sólo a una separación entre el hombre y Dios, sino a una unión. ¿No eso se afirma al pensar los rasgos de Dios de manera “natural”? No, porque el principio es Dios y no el hombre. El hombre no crea la naturaleza, ni la pone estrictamente en movimiento. Está destinado simplemente a nombrarla, y castigado en la diversidad de lenguas, que le complican su tarea original. Nombrar es una manera de disponer, es una producción. Pero producir no significa aquí “crear”. El lenguaje, por más arbitrario que pueda ser, no deja de funcionar en todos los casos para algo semejante. Por la palabra de Dios se crea el mundo; por la del hombre, el mundo siempre es nuevo a través de lo constante. Hay algo en ella que nos permite ver que la diferencia es el hogar de la comunidad. Sólo en el hombre hay poesía, porque sólo él tiene la necesidad de habitar el mundo a través de la palabra. Esa necesidad es patente: hablar es un rasgo esencial, lo cual quiere decir distintivo, en el sentido de ser también imprescindible para re-conocernos.

 

Tacitus

La vida y sus herramientas

La vida y sus herramientas

La mano, se dice, es el instrumento por excelencia. Se convierte en signo del trabajo: se agrietan o endurecen con el uso rudo. La mano y el lenguaje son instrumentos distintivos del hombre, cada uno con un sentido especial. La mano no entra en la definición de hombre, porque su función está incluida en la vitalidad y la racionalidad. El lenguaje parece tener mayor presencia en la definición, pero sería falso afirmar que sólo pertenece a la racionalidad: el habla es parte de la vitalidad del hombre, porque el pensamiento es una actividad del alma. Por eso las definiciones no se elaboran sintéticamente. La vitalidad o el alma no es la materia, pero no podría el hombre ser tal si su racionalidad no fuera actualidad vital visible en la individuación espacial de la materia. El obrar no define al hombre, sino que éste es definido tácitamente como él único ser obrante: la operación de la mano responde al deseo, al pensamiento, a la imaginación, la memoria y a la palabra misma, por ser ella pensamiento. El lenguaje expresa la actividad de las facultades de otro modo: la mano no es apofántica, sino productora o coordinadora. Manipular tiene un sentido maléfico cuando se busca la injerencia en el pensamiento de modo errado y egoísta.

La mano no podría mantenerse si no es teleológicamente. La mano y el lenguaje están unidos en el lugar del alma en el cosmos, que es la humanidad. Cabe aclarar mejor su pertenencia a la vitalidad y racionalidad en este sentido. La mano no sostiene fundamentalmente. El bios hace posible que la mano encuentre orientación y apariencia. La técnica, asociada inmediatamente con la mano como productora, no es reflejo de ella. La técnica, como saber, requiere de la mano, pero su causa no es ésta. La experiencia de la verdad sí lo es. La mano, se ve, no puede experimentar la verdad. La “manipulación” técnica es figuración de la materia, producción, no creación. La arquitectura, como saber, no se limita a la operación de los materiales, si no que se observa en el conocimiento de las relaciones adecuadas entre las partes y los materiales. Quien no sabe hace cimientos, seguramente no sabrá elevar muros, porque no conoce la manera adecuada de producir casas. La experiencia de la verdad lo posibilita la apertura del alma racional al mundo. Si lo natural no pudiera ser ordenado racionalmente en el arte, la mano estaría impedida. Ese conocimiento puede perfeccionarse: un albañil común no sabe lo mismo que Gaudi: sus producciones lo demuestran. Los que ven el arte arquitectónico no poseen el conocimiento de la técnica, aunque pueden apreciarlo y reflexionar sobre su ubicación espacial y el sentido del acomodo estructural que pensó el arquitecto, lo cual quiere decir que experimentan la verdad a partir de la producción en otro sentido. La mano se adorna con el sentido llano y profundo de la vanidad. Todos los instrumentos manuales son elaborados por la mano porque la vida permite la manualidad. Ningún otro animal tiene manos y, además, su vitalidad no es racional. Su alimentación e intelección los mantiene en lo irracional en tanto sus reconocimientos y apetencias no los hace juzgar la verdad o falsedad. La conducta de los perros es educable pero de manera ilógica: para ellos la palabra es únicamente sensible.

El lenguaje es herramienta que también puede ser productiva, poética. No importa su origen cuando se le juzga en relación con su función primordial, aunque compleja, que es distinguir, afirmar, negar, unir, referir el ser. No puede disponer de él porque resulta complicado afirmar su eficiencia a partir de lo meramente arbitrario. Por eso es primordial, para toda investigación, aclarar la relación entre lo esencial y lo real, y notar que no se habla de se predica el ser en el mismo sentido para lo más alto y para la imperfecto. El nombre ser aplica a Dios como sustancia, y por eso es complejo identificar cómo la sustancias naturales comparten ese nombre. Lo esencial en el hombre implica la relación entre género y especie en la definición. El lenguaje como instrumento tiene una función rudimentaria que no se aclara, sólo la investigación “lógica” puede hacerlo. No obstante, se ordena conforme al fin de la verdad: la apófansis. Quizá la naturaleza del diálogo puede aclarar esa complejidad, que rebasa los análisis tradicionales. El instaurador del carácter dialógico del pensamiento es Platón. Su lectura muestra la superficialidad de la interpretación académica de las ideas. Platón, en sentido estricto, no dejó palabra suyas. Son palabras de otros en todo momento. La labor de un lector nunca termina sobre todo en el caso de los diálogos. Los argumentos y las acciones forman una trama en la que el logos está siempre presente como conversación, que es la forma misma de la lectura. Lo dialógico, en ese sentido, revive constantemente, porque depende mucho del lector. Pero no del todo. La guía de Platón muestra cómo lo apofántico está insertado en lo dialógico. Su lectura es en mayor o menor medida reproducción de la práctica socrática. La función del logos para la verdad se reproduce en el acto mimético en el que cada argumento oscurece o ilumina nuestra vida. Nuestra referencia atraviesa oscuridad y claridades porque nuestra vida racional es naturaleza que se distingue por el bios. La práctica demuestra hábitos como signo de esa vitalidad.

 

Tacitus

Práctica del habla

Práctica del habla

El lenguaje no es espontáneo, pero sí aprendido. Las posibilidades naturales no pueden ser espontáneas, pero sí impedidas. Los salvajes no desarrollan una lengua, pero eso no impide que puedan aprenderla. No saben nombrar, pero pueden hacerlo. ¿De dónde proviene la palabra? Lo más común es aceptar que en él reside el vínculo con el mundo: uno conoce las cosas que puede nombrar. El drama de la teología estaría en buscar el lógos de algo irreconocible, que no puede formar parte del mundo. En todo caso, eso no resuelve el problema. Nos dice lo obvio: reconocemos las cosas de las que hablamos. La mentira es posible por lo mismo. Ahí se acaba.

¿La poesía es canto que enriquece nuestro conocimiento de la lengua, o todo conocimiento de la lengua no se puede realizar siendo solamente un conocimiento de la combinación de palabras y cosas? Dicen que la experiencia común del amor puede agotarse en las canciones populares. No lo sé. Hay canciones distintas que hablan de lo mismo, y por eso son muy diferentes. Ninguna lectura es idéntica, ni siquiera las que involucran emociones que se llaman triviales. No queremos verlo, pero el hombre común puede crecer memorizando canciones que nadie querría aceptar como poéticas, pero que, evidentemente, lo son, aunque puedan ser malas. Su sentir coincide con lo que el autor pensó, o simplemente le produce un placer que le permite moverse con ella. La poesía es posible por esas esferas menores. Hasta que no nos atrevemos a leerla, nos perdemos de mucho. No aprendemos, a través de ella, modos de usar palabras, o no únicamente.

Si la poesía no interesa, si decimos no entenderla, eso no quiere decir que esté hecha únicamente para los mejores entendimientos. Sólo quiere decir que no nos gusta leerla. Tal vez por ello hay poesía que, siendo primerizos, nos interesa más, como las declamaciones románticas. O las amamos por intensas y bellas o las encontramos dignas de olvido por ser exageradas. Dos polos de la experiencia del amor que, no obstante, en cada lector tiene su matiz. Por eso la lectura, como la escritura, es productiva. Sin darse cuenta, el lector se condujo entre el rechazo o la asimilación de algo que pudo ser meramente descriptivo o flamígero y, en ambos casos, reconocerse de algún modo. Por ello las experiencias más cercanas con la poesía son las canciones y los cantos populares.

Eso no sirve para toda la poesía que, fuera de la romántica, nos muestra la limitación tanto de nuestro lenguaje como de nuestro cuidado como lectores. Creo que nuestra limitación está sólo en el desinterés, y que el desinterés surge de que nuestros acercamientos a la práctica no van más allá de lo inmediato. No accedemos a la poesía porque sea imposible. No podemos decir que la poesía esté a niveles inalcanzables porque nos rodea aunque no lo sepamos. Esa idea, la de los altos niveles es perjudicial en estos casos. Apreciar la perfección en el uso de la palabra no puede separarse de la posibilidad de apropiársela. Que esa perfección nos enseñe, incluso, a hablar sobre nosotros en relación con lo que leemos.

No creo que el lenguaje se agote con la experiencia romántica. La mejor poesía no necesariamente es la más apasionada. Otra idea perjudicial: lo valioso de la expresión está en lo expresado de manera personal. Perjudica a la práctica de la lectura y la escritura en tanto nos permite pensar que leer es un acto de formación o perversión que influye directamente en la maleabilidad de la imaginación. Pero la rusticidad está llena de perversiones por igual. Perjudica la escritura en tanto nos educamos en una lengua que, por más apasionada y fina que pueda llegar a ser, se nos pierde el valor que tiene para la verdad en su práctica: escribir es valioso porque se puede ser leído, y porque hay descubrimientos que sólo se realizan en ese ejercicio, como la prosa inmejorable. En la escritura hay algo que en el silencio no puede habitar. Hasta el soliloquio se vuelve género habitable, escribible. No es un trabajo de reificación. Es un esfuerzo que es espejo, pozo infinito, arte pulidora, ejercicio de la sensación, práctica de muerte. Algo se alcanza que no está en el mundo, porque nunca lo hablamos igual, por más que podamos rastrear un pensamiento en toda una obra.

Tacitus

Esperranto

Venía yo bien contentito con un paquete de un par de tortas y una gringa colgando de mis manos dentro de una bolsa. cuando me di cuenta que un perro potencialmente hogareño me seguía hambriento. No supe qué hacer al respecto, soy yo de esas extrañas personas que creen firmemente que los animales no entienden, que no son muy inteligentes y que si en ese momento yo hubiera caído muerto a la mitad de la calle, el perrito bonito que me seguía con cara de lástima esperando que yo compartiera mi comida, hubiera preferido devorarme a mí, que a mis tortas. Sin embargo, heme aquí, escribiendo un poco en contra de lo que creo, haciendo un breve exploración a una idea un tanto loca y disparatada, porque lo chido de hoy, la once entre los chavos es ser de mente abierta, y yo soy bien chido. ¿Y si los animales sí entienden? Tranquilos, queridos lectores, no estoy deschabetándome tanto todavía, solo se me ocurrió que por más que yo le hablara al perro mendigo, por más que me esforzara por fintarlo con que le aventaba un trozo de torta allá muy lejos o amenazaba con golpearlo con una coca de 600ml, éste no cedía ni poquito en su persistencia de ir detrás de mis tortas. Mi tesis es sencilla, y capaz de ser comprobada inmediatamente como a la ciencia moderna le gusta. Es más, su base es completamente empírica y experimental. Se pueden reproducir los resultados. Yo sé que ya se estarán preguntando en sus curiosas cabecillas cuál es esta manera de comunicarnos con los animales que me ha hecho dudar de una de mis más arraigadas creencias. La respuesta es muy sencilla, siendo los animales en general (y los perros los que están más a la mano para nosotros los del Distrito Federal) se me ocurrió hablarles en el mismo idioma en el que la naturaleza se comunica con nosotros, y ah, ah, no. no. no, que no les brillen los ojitos, por supuesto que no estoy Galileando y no estoy hablando de las matemáticas. No, hay un idioma mucho más natural, primitivo y efectivo del que todos participamos, no importa si eres una abeja, o un canario, un halcón o un cuyo, un cerdo o una mujer. Este lenguaje universalmente conocido que trasciende las barreras especiales, las barreras raciales y las barreras intelectuales, es algo llamado comúnmente por el mexicano moderno como “putazos”.

Es una propuesta seria, fíjense: los putazos se los dan perros con perros, gatos con perros, lagartijas con osos polares, y mujeres con iguanas. No hay distinción alguna en esta práctica universal tan favorita de la Natureleza. ¿Su perro no se quiere bajar de la cama? No le hable, póngale unos putazos. ¿Los gatos callejeros no lo dejan dormir con sus melodías de apareamiento? La solución son putazos, ¿su esposa no deja de quejarse? Bueno, podrá darse cuenta que este es el idioma naturalmente universal, aunque hace algunos ayeres un montón de maricones hayan pactado que no se practique tanto entre humanos- En fin, lamentablemente este pacto no lo pudieron firmar los animalitos de la naturaleza por un par de razones, la primera es que no tienen dedo pulgar (esa bendición del hombre comunista) y la segunda es que no entienden del lenguaje verbal. En los incontables experimentos que he tenido, puedo garantizar que el animal no entenderá, sin embargo, usted logrará el objetivo deseado al someterlo. Ésta es una práctica que ha sido puesta a prueba desde tiempos lejanísimos, y podemos constatar por testimonios de los más fuertes, que funciona al 100% entre seres completamente racionales, es decir seres humanos (especifico porque seguro brincará algún animalista de esos que huelen a chito, y dirá que los seres humanos que le pegan a un animal no son racionales, pero, déjenlos, pobrecitos). La Naturaleza es sabia y siempre se ha podido comunicar con nosotros por este medio que trasciende las palabras y que casi siempre está enfocado en mostrarnos con lujo de detalle nuestra finitud. No daré más vueltas al asunto, sabemos que la Guerra es la madre de todas las cosas y por lo mismo el único idioma universal, pude haberlo dicho así en una sola línea, pero quise disfrutar aunque fuera un poquito, la ilusión que trae consigo la palabra que se queda corta y no logra acercar, vincular a toda forma de vida de una manera tan uniforme y tan eficaz, como el idioma de los putazos.

Fantasicuates

Existe un placer devaluado entre nosotros los hombres, entre las mujeres también, pero a ella nos les importa tanto. A ellas les basta con dar guerra y dar gusto. Escuchaba en el metro de la ahora Ciudad de México a un naco hablar por teléfono en una de las estaciones de la línea verde que tenía unos segundos de señal. Fue un suceso tan afortunado como cotidiano. Recibió una llamada de un amigo suyo, éste le hablaba al oído mientras el naco sinvergüenza parado frente a mí, nos hablaba gritando a todos los ahí presentes. Su conversación fue tan cansina como la que tienen los esposos a los diez años de casados, sin embargo, a diferencia de aquellos, éste singular caballero, tenía emoción que no podía esconder. El fenómeno que presencié fue un tanto particular y especial. Hablaba con frases hechas, de esas que usamos todo el tiempo con terceras personas en la fila del Oxxo o en los partidos de fútbol, para mantenerlas a raya con educación y desinterés, porque es así como fuimos educados, no por nuestros padres, sino por el mundo mismo. Este hombrecillo, cuya edad no pasaba de los treinta, hablaba con su amigo preguntándole rápidamente y sin mucho interés sobre el trabajo y sobre sus planes a futuro, le cuestionaba si se quedaría ahí o cambiaría pronto. Luego, sin esperar mucho tiempo a escuchar la respuesta, le arengaba a que se quedara allí, total, ya era seguro. Las cosas fueron muy veloces, y una brincó a la otra demasiado rápido, tan rápido que pasó del trabajo a una cita a ver el Super Bowl juntos en Cuernavaca. Y así, hablándole con esa distancia mal habida que ha adquirido la palabra, le decía “amigo” después de cada frase hecha, hasta que por fin terminó por despedirse deseándole lo mejor, excusándose que el metro ya había arrancado y que la señal se interpondría entre su amistad de cartón. Tuve un atisbo en ese momento de algo espectacular, el menos para mí lo fue. Este joven, tenía un genuino interés en el amigo, sin importar lo mucho que se esforzara en demostrárselo, la charla que tuvieron apareció ante mí como la cosa más sosa y aburrida que haya presenciado con genuino interés jamás. Y entonces no pude hacer otra cosa que preguntarme si era genuino su interés, y por otro lado, si era genuina su amistad. No podía imaginar qué cosas le decía el otro al oído, ni si estaba entusiasmado a la hora de escuchar la voz del que yo tenía enfrente. Lo único que sé es que le llamó, tal vez para perder el tiempo en lo que le servían un café en Starbucks, tal vez en lo que pasaba la micro que lo llevaría al trabajo tan desdeñado por él y que soñaba todos los días en abandonar.

¿Hasta qué punto trasciende la amistad al lenguaje? Digo, ahí está el Fedro donde parece que la sigue. Por supuesto, no puedo dar una respuesta a una pregunta tan gigantesca, sin embargo, puedo compartirles mis dudas. Lo que sucede, es que la experiencia de la charla que acabo de relatarles, me hizo ver un aspecto de la amistad que se me escapaba. Pareciera que no importaba lo que se decían, sin embargo era evidente que se encontraban concordantes en todo lo que se decían. ¿Cómo puedes amistarte con alguien con quien no puedes hablar? Esa es la pregunta que me da vueltas a la cabeza mientras escribo este texto. Los mundos civilizados, ¿en verdad lograban tener una amistad con los pueblos bárbaros? Vaya, tal vez pensarlo así en general resulte ser un rotundo no. No había lenguaje que pudiera unirlos, no había gustos afines ni metas que compartir. Pero supongo que algún soldado romano, habrá podido entablar cierta estima, cierta confianza y hasta cierto punto cierta amistad con algún ermitaño, algún exiliado o algún bárbaro exiliado de su propia ciudad. Pareciera que no necesitaban conocer el mismo mundo, ni siquiera hablar el mismo lenguaje. Suena un tanto loco dicho así como así, pero yo tengo un amigo que tiene muchos problemas para hablar. No es menso, ni está limitado de sus facultades mentales aunque él se haya llamado a sí mismo loco mucho tiempo. Simplemente no sabe hablar bien. Dice las ideas a media asta, y se salta de un enunciado a otro. Sin embargo, yo creo que le entiendo, y lo más fantástico es que él cree eso también. En fin, pareciera nuevamente, que es cierta fantasía de mi parte pensar que eso es posible y que solamente estoy diciendo esto porque mi amigo es mi amigo y debo defender esa relación por la estima que le tengo. Sin embargo, creo que es posible si miramos a un par de amigos, no yo, no el naco del metro, no el otro imbécil que vi el sábado en la mañana en el metro alardear orgullosos de su ingenio diciéndole a la muchachita que tenía unas telarañas de terciopelo por pestañas y que parecía ser su novia, que a su mejor amigo le decía “vaca” porque aquél le llamaba a él “güey”. No me refiero a ninguno de esos casos. Pensemos en dos amigos, de la manera en la que se hace la ciencia en estos tiempos, pensemos en dos amigos al vacío. Sin necesidad de tocarse, sin conocerse siquiera, lo único que me importa en este experimento es que sean amigos, amigos de verdad. Del mismo modo en que sabemos que un pedazo de fierro está hecho de titanio. Así, supongamos que estos dos sujetos teóricos, son amigos. Ahora bien, imaginemos por un momento en nuestro laboratorio de la imaginación, que estos dos chicos se ponen a hablar sobre poesía, sobre algo sencillo y trágico como los Amorosos de Sabines. A todos los muchachos de la prepa les llega tarde o temprano ese poema y les da vueltas en su cabecita y les enciende el pecho con palabras que simplemente no les alcanza la experiencia para comprender. A estos amigos al vacío, se me antoja que sean así, dos muchachitos cuyos años no les dan para comprender el dolor de los amorosos que esperan y esperan aunque no esperen nada. Estoy seguro que este par de sujetos de laboratorio, estarían muy emocionados hablando de poesía, y si no les gusta Sabines, que sea otro, Fichte o que sea Cavafis, o que sea Homero, u Ovidio, o José Alfredo Jiménez, o Molotov, no importa. Lo que importa es que están hablando de algo que no conocen, de algo que no comprenden y que tardarán años en haberlo vivido en carne propia, si tienen mala suerte. Estos muchachitos, no necesitan entenderse, basta con que eso crean ellos para que gocen de estar juntos, para que puedan llamarse uno al otro amigo, en un sentido genuino y al contado.

En fin, la idea es esta, sencillamente esta, hay cosas, cosas de las que solo puedes hablar con los amigos, y de entre estos, solo puedes hablar con algunos, y no por falta de estima a los demás, sino porque tienes la seguridad de que te entienden, o de que al menos, sienten la misma emoción tuya a la hora de hablar sobre Alexander Calder y sus bonitos móviles. No importa si tu esposa está presente en el cuarto, no importa si ella está versada en el arte o es igual de fanática de Star Wars que tú, no importa siquiera que a tu amigo no le guste nada Star Wars, lo que importa es que quieres contárselo, quieres que sepa lo que estás pensando, cómo lo estás pensando y por qué eso te emociona más que nada en el mundo al menos en ese momento. No importa si Mad Max en su última entrega trate de darle a la mujer el papel protagónico que la naturaleza le arrebató o si crees que Harry Potter es el último héroe de acción masculino que aparecerá en el cine durante las próximas décadas. Lo que importa aquí, va más allá del discurso, me parece y creo que solo lo entenderán quienes tengan amigos.