Libertad presa

Vivimos con más ideas de libertad que con libertad de hecho. Somos libres para pensar, no somos libres para actuar. No es exclusivamente una idea la falta de actuar libremente. Pensemos nuestra experiencia cotidiana, lo que más hacemos, lo que tenemos más a la mano. Debemos trabajar la mayor parte de la semana. Algunos lo hacen cinco días, otros seis, los más afortunados de a uno a tres días, y los menos afortunados son esclavos casi sin darse cuenta. Los trabajadores debemos ir por caminos o carreteras sometidos al tránsito, a los choques, a los conductores alocados, o a cualquier otro imprevisto. El dinero que ganamos no podemos decidirlo por entero, tampoco su valor. Las actividades que realizamos en el lugar donde trabajamos tampoco podemos determinarlas. El tiempo que dura una jornada laboral depende de nuestro jefe directo, y del jefe de éste y así sucesivamente hasta llegar a la competitividad de las empresas. Lo que media entre nosotros y las empresas son los contratos y el dinero. Naturalmente nos vemos impelidos a satisfacer nuestras necesidades básicas; para ello necesitamos el dinero. En qué podemos trabajar depende de nuestras capacidades y las opciones disponibles en las que aplicamos lo que sabemos. A qué dedicar nuestras capacidades depende en parte de nuestra voluntad, de nuestra vocación, y en parte de nuestra necesidad o lo que creemos que necesitamos. Tales creencias, así como las opciones en las que podemos trabajar, la competitividad entre las empresas y el valor del dinero no dependen de lo que cada uno quiere y decide, dependen del progreso. ¿De quién depende el progreso? Estoy seguro que necesitamos al progreso, pero el progreso no nos necesita a nosotros. La libertad perfecta es una idea.

Yaddir

Un joven polémico

Famoso por sus polémicas en las reuniones a las que asistía o era invitado, a un amigo le pidieron amablemente abstenerse de opinar en esa ocasión. “Fui censurado. Pinche gente. Como si me gustara opinar de temas de moda”, dijo tras beber un vaso de cerveza con coraje y levantándose para servirse otro. Mentía, al menos por lo que dijo al último: opinar de temas de los temas que generaban tendencia era lo que más le gustaba. Por lo regular era bastante callado, pasaba desapercibido la mayor parte del tiempo. De no ser porque siempre preguntaba si los demás tenían hambre, apenas se habría reparado en él. Pero al momento de dar su opinión se transformaba; como si fuera un actor recitando el monólogo que resume la tensión de su personaje, se volvía enérgico, le brillaban los ojos y sus argumentos eran tan elocuentes que apenas si se podía reparar en su falsedad. Sus opiniones acerca de la migración, de las protestas sociales y de los derechos de los animales le sumaban docenas de amistades y  no menos noviazgos perdidos. Era difícil saber si se lo tomaban más enserio de lo que él quería ser tomado o si él no se tomaba enserio a nadie. ¿Cuál era su auténtica postura? Lo había oído defender a los migrantes como si fueran parte de su familia así como criticarlos por el estado de las naciones de las que escapaban. Había visto cómo narraba con pasión las proezas de Manolete frente a grupos nutridos de veganos y vegetarianos defensores de los derechos de los animales del mismo modo como lo había visto arruinar la comida a sus amigos en un fino restaurante de cortes aduciendo la crueldad con la que mataban a los animales que estábamos a punto de saborear. Parecía que quería encarnar un personaje basado en miles de tuits y posturas de todas las redes sociales. ¿Criticaba irónicamente con su actitud las discusiones que leía o presenciaba?, ¿era un joven de su tiempo, con tanta información, pero un exceso de falta de criterio, lo que le impedía discernir lo correcto de lo incorrecto así como lo bueno de lo malo?, ¿quería ser original en un entorno donde la originalidad consistía en verse y actuar como un personaje que a cientos ya se les había ocurrido?, ¿quería encarnar a los escépticos en tiempos ambiguamente escépticos? Tal vez la respuesta la dio ese día después de beber sólo dos vasos de cerveza cuando se dirigió al centro de la enorme sala en la que estábamos y dijo: “Oigan todos. Escuchen por favor. Disculpen por interrumpirlos. Pero me dijeron que no incomodara con mi plática a cierto grupo aquí presente. Sé lo delicado del tema que defienden y por eso mismo sé que deben manifestarse, expresarse y que bajo ninguna circunstancia sus ideas deben ser censuradas. Entenderán cómo me siento por no poder dar mis opiniones libremente. Me voy y los dejo disfrutar sin que nadie les diga qué hacer ni qué decir el resto de la noche.” Cuando se acercó a mí, sonrió casi imperceptiblemente y me dijo: “creo que sería mejor que te quedaras. Así podrás darme la razón.” Se fue. El resto de la noche sólo se habló de él en buenos términos.

Yaddir

En la mesa, el vino


Los idealismos son, desde hace tiempo, molestos. Maquillaje quebradizo en los rostros del hombre burlón, cínico, fuerte. Cuando vemos que alguno de estos guardianes de las viejas virtudes cae en pecado o parece falsear su postura, gritamos a coro desde el pecho «¡eh, mentiroso!, ¡¿no que un santo?!», pero el cínico que no es un juez, ni pretende serlo, también dice «No te apures, estás a tiempo de vivir bien, junto a mí tienen lugar tus desaguisados», «¿Bebes?». Así se perdona al justo, invitándolo al terreno de lo efímero.  El mal, o mejor no el mal  pues ce mot ofende al puritano de los hechos… más bien, la verdad pura y llana, sin bien ni mal, se hace clara. ¿El viejo bufón ha perdido el rostro? ¡Qué nuevo chiste!, quizá bebía veneno o ponzoña en lugar de vino.

Pero, -porque siempre existe un pero-, en caso contrario nadie dice nada. Ni algarabía ni gozo, más bien hostilidad. Cuando este mismo hombre no falla a su posición, sino que da muestras de entereza, no estamos dispuestos a gritar: ¡He aquí un buen hombre!, pues creemos que la verdad no apunta a ese lugar, a la casa del bien. La existencia es trágica sólo por eso. El tal hombre es un mentiroso de lo peor. Inventa, exagera, molesta a las buenas costumbres. Y la salud preocupa a nuestro anfitrión. En su mesa de vez en cuando alguno enferma de ilusiones, pues quiere ver más allá del banquete. Peor aún, dice que ve o intuye una época dorada donde las bellotas… Pero antes de que siga, mejor omitirlo o alterará las vencidas pasiones que adormeciera el elixir ofrecido antaño por este bufón.

Pero el loco insiste. Algo se fermenta en su pecho. Ahora él tiene sed y hambre de otra índole.

El hambre de ese hombre sólo puede ser satisfecha por la idea de lo eterno y su sed calmada por la libertad. Libertad y eternidad son los grandes destinos del hombre, sólo en ellos se puede compartir una mesa bien servida. Pues aún suponiendo que el cínico no sea avaro, nunca ha sabido para qué compartir su mesa, ni entiende por qué ésta no agrada a sus comensales en el último platillo. Siempre termina odiando al hombre, al que considera rebelde y desagradecido, una bestia baja. Ésa es toda su antropología por la que sirvió su comida. Nunca el bien, siempre el hambre; terminó por ser sólo hambre su festín. y el hombre busca el vino con el cual se embriaga pero no se seca. Ése vino que robustece porque es del interior de su alma de donde mana y se hace común al abrir los odres. Ese vino que es amor y no angustia.

Javel 

«Te amo porque haces que te ame/ porque puedes hacer/ que me suceda/ amarte» Ululame González de León

¡Feliz año, lector!

Es terrible personificar

El hombre existe por la libertad. Su existencia se sustenta en lo trascendente, pues no hay libertad en lo efímero. Si el hombre es verdaderamente libre de desear, pensar y actuar, esto lo hace responsable del mal tanto como del bien. Renunciar o empañar la dignidad del hombre con teorías que lo alejan de este privilegio lo convierten en un resultado pasivo, en la suma total del medio ambiente y social en que se desarrolla, y así como la flor, lo único que le queda es el inevitable destino de abrir sus pétalos o ser aplastado. El fracaso, lo mismo que la mentira o cualquier intento por sabotearse sería imposible. Pero el fracaso, la injusticia, el malentendido son privilegios de la libertad, no por ello necesarios, pero sí posibles dentro de la naturaleza humana. Sólo así se puede entender que errar sea de humanos, como una manifestación de la libertad, de la existencia que se piensa a sí misma. ¡Quiero fracasar! Es un grito humano que ya no entendemos.

El error tanto como la certeza parten del fenómeno de la trascendencia. Es decir, de las almas libres e inmortales. La trascendencia es necesaria para entender el bien y el mal, la verdad y la mentira, de otro modo estamos determinados a nuestra naturaleza primera como los animales. Éstos no podrían ser enjuiciados de asesinar o dañar a otro animal, puesto que no son responsables, es decir, no son conscientes de que el acto en cuestión es una manifestación de su voluntad, de su ser. Y si lo fueran, caerían en la cuenta de «que es lo mejor que podemos hacer dada la condición». El reconocimiento de la individualidad es lo más terrible que sucede en la comunidad humana. Tan pronto como sabemos de nosotros como individuos determinados, singulares, únicos, caemos en la cuenta no sólo del solipsismo como afirman las teorías evolucionistas, sino en la terrible decisión de ser o no libres. ¿Actuar o no? ¿Elegirme a mí como fin de mis acciones o algo superior?

Personificarnos significa aparecer en el mundo. Actuar, ser libres. Pero, ¿aparecer libres? ¿Cómo? La libertad es un misterio, más sensato es el pan, la sed de poder, el hambre de dominar. Antes de justificar el porqué la sociedad materialista, ya sea en su versión capitalista o socialista es la única posible, deberíamos preguntar por qué la comunidad política de la que hablaron Platón y Aristóteles o la fraternidad universal cristiana estuvieron basadas en la intangible presencia del alma. ¿Fue un paso en la evolución o un error técnico? Hace falta un juicio de valor para entender esto, o lo que es lo mismo, una condición metafísica. La liberad.

El divorcio universal a que nos lleva el materialismo u hormiguero, para usar una imagen dostoyevskiana, sigue sin explicar por qué un hombre o mujer aniquilaría su individualidad, es decir, la manifestación más racional de su libertad, en pos de otro. La única respuesta posible es la inmortalidad del alma, y no por miedo al castigo eterno en las llamas del infierno, que eso es no entender el infierno, sino por el amor al otro. El amor al prójimo rompe la cadena de la determinación animal racional, nos hace libres. ¿Cómo entendemos que tantos seres egoístas (esto significa terrenales), quieran vivir juntos y hasta se ayuden? Por el amor libre y consciente de esa libertad recíproca.

El amor nos hace fuertes en algún sentido, eso lo sabemos. Justo lo contrario es la pereza emocional donde suceda lo que suceda, si cuenta con un valor estético fuerte, está bien. El éxtasis de los sentidos, y éstos como una tabula rasa es una de las grandes desgracias humanas. Permitir que todo suceda como si nada importara es aniquilar al hombre, el libro de Raymond Radiguet lo ejemplifica bien. Un jovencito se hace amante de una mujer casada y todos a su alrededor pueden evitarlo o sancionarlo, pero no lo hacen, y ni siquiera es por una justificación de la voluptuosidad (que en ocasiones hay que defender), sino simplemente porque a punto de esgrimir un reclamo, todos sus personajes bostezan. El lema de la roman sería, mañana lo arreglo. El miedo al conflicto es lo que evita un verdadero sobresalto de valor en la novela. Hasta el amor de los protagonistas es perezoso: «hay que buscar una ciudad con un encanto constante», dice ella, no quiere vivir en el campo porque sabe que eso representa su belleza, brillante en la juventud, marchita en la vejez. El amor de ellos no soportaría tal prueba. La muerte de la amante arregla todo, aunque nunca hubo problema, pues «nadie» se enteró de su amorío. La mentira o la verdad habrían sido igual de molestas, afirma él. Él que es un demonio primerizo, a la manera de los Endemoniados, hasta el título lo sugiere: Con el diablo en el cuerpo.

Abolir el alma significa tratar de evitar el fin o adueñarse de él. La muerte nos enseña que el fin no lo podemos evitar, porque no es nuestro. Pero podemos reflexionar de él como de nuestros límites para descubrir nuestra verdadera imagen. El fin de algo es necesario para poner a prueba la trascendencia, su más allá que es interno. Machado aprendió a hablar con el hombre que siempre iba consigo, eso lo hacía libre y ¿feliz? La esperanza en el fin de los tiempos es la reflexión más necesaria si queremos probar un poco de esa dignidad, de ese amor libre, de otro modo la hormiga reina terminará por engullirnos a todos. Y en el juego del egoísmo sólo uno gana: el hambre, la glotonería. La fraternidad es necesaria, por ello habrá que repensar la inmortalidad del alma en estos términos, como dignidad humana de la manifestación de nuestra personalidad. El llamado divino que nos habla, a veces, en sueños o pesadillas de quienes somos.

Radiguet hace pensar que la verdadera dignidad humana está en la tragedia. Cuando siento compasión por otro y ese otro se compadece de mí al tiempo que vemos nuestro destino venir. El egoísmo no reporta tal catarsis.

Javel 

Ella ventana

Una vez solos, deslicé mis dedos por su nuca, con el pulgar acaricié su rostro que era suave y frío, conocía su debilidad, abrió los ojos, abrió los labios y me contó todos sus secretos, no tuvo pudor para decirme alguno, fui yo quien no quiso acceder a su memoria, lo dejamos cuando llegó su dueño. La intimidad ha perdido su encanto contigo, Siri.

Oyó un silbido, luego un golpe, alguien lo llamaba, a la derecha, a la izquierda. Fue presuroso, descorrió el candado, abrió de par en par cada ventana. No había nadie, o mejor dicho, estaban todos. Cuando cerró de un golpe las puertitas se dio cuenta de algo escalofriante, perdió lo más importante, la pared de su cuarto, y sin pared tampoco había ventanas. Los límites y la libertad se habían perdido. Aun había una posibilidad si alguien llamaba a su puerta.

Javel

¿Unidad para qué?

No quiere dialogar, está claro. Dialogar significa encontrarse con el otro y respetar su existencia. Respetar no es dejar de lado, sino encontrarse en lo importante. Lo que él quiere es imponer su visión, no superar un desacuerdo, sino aplastar al oponente, porque hay que decirlo, no hay otredad en la polémica injusta. Injusta es su argumentación, casi irracional, porque se ha puesto en el lugar de los oprimidos, los injuriados, los lacerados por los de allá arriba. Pensar, mejor dicho, sulfurar palabras desde esta posición sin pensar en la justicia es injusto, es víscera. Sentir la injusticia sin pensar el bien: paranoia.

Pero tiene su orgullo, que es su humildad. No necesita consejos de nadie porque ya lo ha visto todo desde la tierra. ¿Cuántas veces no la ha recorrido?, pero estos sabedores del amplio espectro del alma humana que van con parsimonia dando, regalando, consejos, por lo regular son más egoístas y orgullosos hasta el enojo que ningún otro hombre. Su humildad es su orgullo. Tentación del bien más pedestre. Ya conoce el bien, por eso actúa así. Miedo a perder lo que conquistó. Existen pequeñas vanidades que ante cualquier ofensa se levantan. Pero él no es de ésos.

Él es un hombre de sabiduría casi incansable. Sabe hablar al pueblo, a los no expertos. A los que zalameros confían en él. Las conferencias matutinas son para el pueblo, los medios son sólo altavoces. A los expertos les contesta con guante blanco entre líneas. De lo que nos queda suponer que hay una política pública y otra que sólo se susurra en las catacumbas. Ideas que no entiende el pueblo han de ser discutidas en otro palacio. Y en ese palacio, desdeñar al anfitrión. Todo es público, excepto la verdad. Al pueblo le ofrece triunfos; a los expertos les hace oídos sordos con sus preguntas. Existen altezas que desean el tesoro de los más insignificantes.

Claro, su mundo es una pirueta. Hoy dice lo que mañana refutará. Sería un gran ejercicio de memoria y literario dar unidad a cada una de sus afirmaciones o sentencias. Está desesperado, porque el poder lo alcanzó y no sabe qué hacer con él. El poder institucional, de gobierno, que él representa existe porque atiende alguna necesidad. Poder y necesidades siempre van uno junto al otro. ¿Cuáles son las necesidades del México de hoy?, ¿el amor?, ¿la vuelta a lo nacional?, ¿el desprecio a lo fifi, como la virtud ciudadana? Sus respuestas son ideologías, por no decir prejuicios de clase. Tampoco digo que sea representante del marxismo o socialismo. Del humilde si acaso, pero el humilde que quiere ser poderoso, aunque no sepa para qué.

Quiere a México unido, aunque no pretende unidad (como todo gran demagogo sabe mentir, sabe aprovechar el mal como bien, aunque la bola de nieve crezca en contra suya y de todos los que le sirven), desea unicidad, sin amistad, sin libertad, donde la medida sea él.  No quiere que los otros confluyan en un bien, quiere ser él, el único bien.

Javel

El doctor Franz

El doctor Franz

“porque los seres, en sí mismos considerados, son incognoscibles; y sólo es objetiva la relación”, Antonio Caso

Hoy quiero hablar de un hombre solitario, será un ejercicio de la imaginación hasta el punto de negar el tiempo, o quizá, acelerarlo. En quien pienso es un hombre ya maduro. Ha vivido por espacio de treinta y siete años abandonado a su suerte en este islote. No está tan mal, ya que siempre hay fruta por todos lados para satisfacer su hambre, agua para beber también hay casi en toda la isla. No habla. Vive en la obscuridad racional. Ni siquiera es conducido por sus instintos a buscar raíces, estira la mano y lo consigue todo. El paraíso de la autosuficiencia ha llegado para este amigo, pero él no lo sabe. Animales no hay, es un espacio virgen de movimiento sensorial. Las hierbas que lo acompañan a veces silban con el viento y él se asusta, huye al primer agujero que encuentra. No sabe más que ese miedo y esa hambre, lo mismo que esa tranquilidad y goce cuando cesan. Vive atrapado en su isla, en su cuerpo. No le reporta nada la pasividad caribeña. Como ha vivido tan poco, no ha aprendido las relaciones del tiempo, hablo de cambio estacionario, sólo siente frío y calor. Tampoco sabe de sí, más allá de la piel.

Un día, hace años, mientras caminaba a orillas del río, vio su reflejo -claro, él no sabía que era suyo, porque no sabe nada de lógica. Lanzó piedras al intruso, éste se desvaneció en ondas infinitas. Luego pensó en regresar. Cuando volvió, ahí estaba él esperándolo. Nuevo ataque ahora con los puños, que él otro también levantó. Se hizo su voz un gruñido sordo. El otro mudo, sólo hizo ruido al golpear el agua. Por un tiempo, sólo iba de noche a saciar su sed, y únicamente cuando todo era obscuridad. Un día, él se levantó por la mañana, había olvidado ya el incidente aquél. Cuando estuvo a metros del río recordó algo que lo hizo alejarse un poco, pero la sed de saber lo llevó otra vez al río, en plena luz solar del solsticio de verano. Ahí estaba no él, ni el otro, sino otro más, con la piel más marchita, con la cara enjuta y amenazantes, entre vellos faciales, unos ojos de odio. Él no sabía que esto era miedo y odio al individuo. No volvió más, porque ese verano murió. Cuando entramos a revisar su “isla”, encontramos unos dibujos algo extraños que al fin hemos identificado como aves y un hombre con un bastón.

-Doctor, ¿cómo sabe que eran aves?, y ¿cómo no registraron el proceso de creación aun con todo el equipo de grabación que hay en la “isla”?

– A lo primero, porque también dibujó la isla, o al menos una parte de ella y encima estos seres que volaban. A lo segundo, lo único que sabemos es que, al parecer, el hombre, aún en este nivel de la existencia, cuenta con un secreto, con un deseo por lo íntimo, por lo suyo. Se busca, pero siendo sólo uno, es estéril la búsqueda.

-¿Y el hombre con el bastón?

-Era yo. Cada año se presentaba un invierno en verdad crudo. No resistí más, así que me dirigí con la aprobación del equipo médico de investigaciones antropológicas a la isla. Llevé unas mantas que después él perdió, y le encendí una fogata. Una noche, cuatro años antes de su muerte, cuando encendía el fuego, el sujeto despertó, creí que me atacaría, pero no, sus ojos se dulcificaron entre las manchas de sol caribeño. Dibujó, para mí, un barco. Seguro que recordaba el día en que lo tiré en la isla. La voz del doctor Franz se apagó por un momento, pero continuó: Para él que todo era nuevo cada día, seguro que en su ADN se revolvía un vértigo por los cambios tan repentinos, así que optó inconscientemente por tener un punto de toque, un recuerdo, una idea fija, un ideal. Lamentablemente su ideal era tan fijo como el río, ¿un barco que huye?

-Doctor, el sujeto vivía en la opulencia, en la abundancia bíblica del fin de los tiempos. Ustedes controlaban entre otras cosas la dirección de los ríos, el crecimiento de las plantas, cada día llevaban para él árboles nuevos, fruta exótica. ¿Cómo es que murió tan pronto aun con todo este paraíso?

-Bueno, lo que hemos aprendido es que la conservación de la especie, incluso cuando éste fue sólo un individuo, depende de la interiorización de su propia existencia. Es decir, del saber de sí mismo, de otro modo la conservación no tiene ningún sentido. La autoconservación, lo mismo que la autosuficiencia, dependen de este saber íntimo, así como de una relación estable o mínima con el mundo. Al no haber yo, ni otro -pensemos que su mundo siempre cambiaba-, no podía haber idea de algo. La inteligencia es la capacidad de establecer relaciones y para ello la mismidad es necesaria. Todo su mundo era ilógico o mejor dicho ilusorio. Inteligible. Creamos el río que nunca cesa. Murió rápido porque no tenía necesidad de vivir. Nada lo ataba. No podía atarse ni comprometerse con algo. Las fuerzas creadoras de su ser más íntimo, seguro que lo destruyeron o volvieron loco los últimos momentos.

-¿Qué vendría a representar el arte encontrado en la “isla” y el barco dibujado para usted, doctor?

Después de un ceñudo suspiro respondió el doctor Franz: No podemos llamar arte en sentido estricto al ejercicio de exteriorización imaginativo que encontramos en la “isla”, lo que podemos decir es que había una mínima relación entre su percepción del mundo y su recuerdo, pero aún así no había otro, ni mucho menos “yo” como sensación. Porque el arte no es una exteriorización del mundo, eso sería un absurdo. El arte al significar algo, depende de un campo conceptual, de una historia de vida y de un espacio para cambiar o resignificar o alumbrar algo distinto de lo que se ve a simple vista. El artista sabe que su acción es una herramienta que sirve para alcanzar algo que se nos escapa, la realidad, por ejemplo.  En la era primitiva de la humanidad el arte sí representaba una herramienta, y esto lo saben bien los antropólogos, esas herramientas nos dicen de qué manera se entendía el mundo, y por ende lo que los hombres intuían de sí. Repito, este individuo lo más que hacía era representar un momento de la existencia, necesario a todas luces por su hambre de permanencia… El barco significa que su memoria se resistió, en algún sentido, a la mutabilidad tan caprichosa de la isla.

-Por lo cual…

Siguió el doctor nuevamente como en un soliloquio. Todos los asistentes a la conferencia en el Palacio de Cristal universal, no pudieron más que guardar silencio ante las nuevas y emocionantes palabras que diría el nonagenario mentor de la humanidad. Hasta el segundo al mando, que fue quien quiso tomar la palabra, tuvo que sentarse alisando la corbata de su traje y sonriendo en una inclinación de medio cuerpo al doctor Franz.

-Pensemos, siguió el doctor, que las herramientas dependen de una ley, es decir, de unas ciertas cualidades de la materia a las que está destinada el utensilio. El cuchillo, por ejemplo, no puede ser mejorado en el sentido de que su utilidad es la de cortar, y esto depende de la tensión más o menos suave de la carne o fruta que se intente cortar. El arte es una extensión no del cuerpo y sus necesidades más económicas, sino de la mente, es una sutileza del ocio, casi su coronación. ¿A qué atiende el arte?, al alma, jóvenes, pero -volvió a consumirse ese fuego en triste ceniza- lamentablemente nuestro sujeto fue adormecido hasta que no supo de sí, mucho menos de su alma.

-¿Qué es alma?, -No sé, respondió el adulto al lado del niño. El niño siguió atento a su casco transmisor, por el cual se veía la entrada de un nuevo ponente.

-El doctor ha tenido que retirarse a su domicilio, pues no se encuentra bien de salud. Explicó de la forma más cortés el interlocutor. Entonces, sonrió nuevamente para las cámaras, lo que ya no pudo decir el doctor Franz fue el grande éxito que obtuvimos en este experimento de corte científico, político, antropológico. La idea de un hombre social tal y como lo conocemos no es más que una eventualidad que lo llevó -al hombre como especie- a fraguar una sarta de mentiras y convivir con embaucadores, de los que el doctor fue discípulo, pero a los que, por el bien de la humanidad, decidió enterrar en el olvido. Lo que conseguimos, es grandioso para todos. Descubrimos que el ser considerado en sí mismo, en el aislamiento total, es incognoscible para sí, es decir, que es libre cuando ignora. Además, que el todo son relaciones imaginarias. El doctor, el último sabio y principal enemigo de la identidad, o idealismo del bien en sí mismo, hizo mucho por nosotros desde que, por fortuna, cayó en la antigua tierra un meteorito capaz de hacer millonarios a todos los hombres y que portaba esporas de crecimiento o abundancia para esta tierra nuestra. El paraíso también nos alcanzó, ¿no creen?, nuevas sonrisas.

Sonrió, por última vez el hombre, al tiempo que entre un dulce estertor suspiraba fuertemente y dijo al final de soltar el aire: ¡Alégrense humanos! Ya no habrá “yo”. Causante de guerras e injusticias en el pasado. Ahora tenemos la receta de la verdadera pasividad, del mejor de los bienestares. Al advertir que el mundo es inconexo con el hombre de la isla, notamos que el conocimiento es, por sí mismo, imposible. La posibilidad de algún conocimiento es voluntad de poder, lo cual quiere decir que podemos no saber de nosotros, como de hecho demostró el experimento social, es lo más natural. El intelectualismo ha muerto y todos son interpretaciones de hechos que nada tienen que ver con nosotros a menos que así lo deseemos. El mal no es posible, porque no hay leyes. El bien no existe, vivamos así, sin arte, sin ley.

-La ley, -el doctor Franz reposó su sien en la mano del bastón e inspiró hondo-, ¿qué hemos hecho?, azotó el bastón en el piso del transportador. La nada, tensó la quijada, es un misterio que no convoca.

Se alejaba la nave del doctor a algún lugar en el espacio.

Javel

Para seguir gastando: Las armas, como muchos otros instrumentos, son una forma de la utilidad intelectual. Esto quiere decir que el arma le es cómoda y útil al supremacista blanco, por ejemplo. Idea y acción siempre van de la mano. O Como decía mi maestro Pancho, en la hechura del edificio, se conoce al arquitecto. El tiroteo sucede desde que quien gobierna no piensa en la idea de bien en sí misma, y hace intentos absurdos por justificar su presencia. Las supremacías, lo mismo que la voluntad popular, son hitos para el statesman.

Coletilla: Oscilias cavilosa, tan alegre vida, imponiendo (sin poder) (el) oceánico juego del amar en la palabra. Diálogo le dices tú.