Las hojas se arrastran tarde

Las hojas se arrastran tarde

 

Crece el desasosiego en el espectador que comprende que ya es demasiado tarde. Desasosiego de quien ve la hoguera de la propia vida, quien siente arder la pira mas se sabe insacrificable, quien se percata del fin demasiado tarde. La dictadura moral exhibe la ruina y la oportunidad perdida, condena a la resignación o al cinismo, aterra. Y para el aterrado los días también se arrastran tarde. Imposible el final feliz. O al menos eso logro ver en El pacto de la hoguera [ERA, 2017] de Alfredo Núñez Lanz [Ciudad de México, 1984].

         El pacto de la hoguera presenta el trenzado de dos modos en que la dictadura moral destruye la vida. Destruye las vidas de los individuos, devasta las amistades, infecta a las comunidades y desgarra a las familias. La dictadura moral lo descompone todo a nombre del bien. El hedor de la descomposición se llama olor a nuevo a nombre del dictador. El deleite perverso del dictador es la moral pública. La dictadura adviene cuando un hombre cree encarnar el bien. El pacto de la hoguera exhibe la desencarnada realidad de los hombres sometidos a la moral del dictador, la miseria de los hombres que arrastran sus vidas en la dictadura moral.

         La dictadura moral narrada en la novela se origina en el gobierno de un tabasqueño que, escudado en el cambio, el progreso y la revolución, organiza brigadas populares que intervienen al margen de la ley en las poblaciones. Las brigadas populares sustituyen, o incluso subyugan, a los órganos legales de administración. Por ejemplo, para garantizar los derechos laborales se dejan de lado la legislación y los tribunales especializados (y para ello basta el pretexto de la austeridad, la reducción burocrática o el combate a la corrupción) y se crean comités populares que regulan la actividad de los trabajadores, de modo que el trabajador no perteneciente al comité no puede tener garantía de sus derechos, por lo que desaparece el problema legal de evitar su contratación: si quisiera trabajo lo reclamaría como derecho, y toda reclamación se canaliza en el comité, y todo comité opera únicamente sobre sus miembros, por lo que… Internamente, las brigadas populares se constituyen por sus propias reglas (todas fundadas en la apelación general al principio revolucionario: lo que se excluye, es antirrevolucionario; lo aceptado, es revolucionario, la revolución misma: extra revolutionem nulla salus) y en función de los objetivos de la moralidad dictada. En el caso del tabasqueño, al menos, esos objetivos contienen los vicios que frenan el proceso revolucionario: la religión y el alcoholismo. La religión aparece antirrevolucionaria en tanto no tiene a la Patria, al Estado o al Pueblo como lo superior. El alcoholismo, por su parte, corrompe las costumbres, dilapida la riqueza e impide la presteza en la acción directa. Consiguientemente, la dictadura moral ataca cada uno de los hábitos que no hacen de cada individuo un soldado de la Causa. A través de las brigadas populares el dictador afianza su poder, se enriquece, corrompe la vida legal y crea una modalidad del progreso en que abundan la delación y la crueldad. El dictador tabasqueño es real, gusta del béisbol y, ya se habrá adivinado, se llama Tomás Garrido Canabal.

         La novela nos narra la destrucción de una amistad por la dictadura moral, así como la corrupción de los amigos por la reacción ante la dictadura. La amistad destruida por la dictadura no deja inermes a los hombres en ella involucrados: los amigos se hacen peores hombres cuando la dictadura sobrevive a la amistad. ¿Acaso puede sobrevivir la amistad ante la dictadura moral? La tiranía no tiene amigos; la amistad es perfección de la política. El drama de la dictadura moral es aterrador; quizá nos aterramos demasiado tarde.

         Del par de amigos de la novela, uno —como es de esperarse— se enrola en las brigadas de la dictadura, el otro —ya se habrá adivinado— se niega a enrolarse. Sin embargo, Núñez Lanz no produce una oposición simplona, pues la adhesión o diferencia con la causa nunca tiene la sencillez de la abstracción histórica. Los complicados pliegues de la vida humana, la dificultad de conocernos a nosotros mismos, impiden hablar simplonamente de la vida política. El enrolado, por ejemplo, tiene en claro que su participación en las brigadas da seguridad a su afán de ascenso social. Al enrolado no le importa la Causa, sino sus beneficios. Los igualitarios de la dictadura moral claman por marcar la diferencia. El opositor, en cambio, no puede creer en la Causa, mas no por inconformidad con ella, sino por desengaño. El opositor desengañado sólo cree en sí mismo. Los pragmáticos sobreviven en la dictadura moral porque nunca se preocupan lo suficiente por el otro: huyen cuando hay que huir, engañan cuando hay que engañar; su única verdad es la ausencia de verdad. La dictadura moral afianza el relativismo y debilita la honestidad: delación y crueldad: deseo de poder.

         La novela de Alfredo Núñez Lanz no se queda en la simpleza de presentar el conflicto amistoso en su superficie política. Así como no hay comunidades sin hombres, no hay ciudadanos sin pasiones: el drama de toda comunidad es la pasión política. La dictadura moral entiende erróneamente la pasión, es un fracaso político. El amigo que se niega a enrolarse en las brigadas no reconoce la oscuridad de su pasión, por ello nunca se preocupa lo suficiente por el otro, por ello puede ser tan pragmático. El pragmático alisa los pliegues de su ser, confunde la honestidad con la simpleza, en el espejo sólo ve la superficie de sí mismo. El enrolado, por su parte, ha visto claramente su pasión y encuentra en el extremismo moral el ensalmo a su terror. Sostiene firmemente la moralidad para obcecar su pasión, para torturarse moralmente, para descargar en el castigo al otro la frustración de sí mismo. ¿Qué lo frustra? Lo frustra la imposibilidad de declarar su amor, la imposibilidad de vivir conforme a quien él es: arruga emberrinchado su ser, confunde la franqueza con rudeza, sólo puede verse en el espejo porque no tiene ojos que lo miren, ojos en que se mire. Ninguno de los dos amigos puede amar: uno vive del engaño de los otros, otro vive del engaño de sí mismo. El pragmático engaña a los otros ocultando la inanidad de sus deseos. El moralista se engaña a sí mismo ocultándose sus deseos. El ocultamiento del deseo deriva en la delación y la crueldad. Crueldad con uno mismo cuando no se es capaz de ser feliz. Delación de uno mismo cuando nos atemoriza ese que somos. Delación del otro ante la envidia de quien es. Crueldad con el otro ante el temor de quienes somos. Delación y crueldad son los hitos de la dictadura moral. Y frente a la dictadura moral nos invade el desasosiego de entender que quizá ya es demasiado tarde.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Considérese el movimiento dialéctico de la historia: Fidel tuvo a Silvio, Hugo cantaba solo, Andrés Manuel tendrá a Belinda. ¡Ya para qué me burlo!

La amargura tiene futuro

La amargura tiene futuro

 

Parece que la crónica y los artículos periodísticos están condenados a la caducidad, pues su sentido y su oportunidad se afianzan al transcurrir de los días, tanto como su finalidad da la apariencia de —como dijo Eduardo Nicol— “empantanarse en lo anecdótico”. Y esa apariencia debería tornar exagerada cuando ante un libro de artículos periodísticos y crónicas estamos. ¿Qué sentido tendría para los renglones torcidos de la cotidianidad aspirar a la perseverancia de las líneas de los libros? ¿Cómo justificar la conformación del horizonte limitado de las horas en la palabra perdurable de los libros? Se alegará que el valor literario eterniza lo efímero, aunque no lo sabremos si leer no sabemos; o que desde Lisias los libros se han atado a la circunstancia, lo que se agrava cuando nuestra circunstancia es que no leemos; o que los libros son productos de mercado —y piratería—, aunque de ello no saquemos nada claro. De ahí que resulte asombroso encontrar un extenso libro de crónicas y artículos periodísticos cuya oportunidad está en el futuro. Me refiero al nuevo libro de Guillermo Sheridan Paseos por la calle de la amargura y otros rumbos mexicanos [Debate, 2018].

         Dividido en siete secciones, Paseos por la calle de la amargura reúne las crónicas y los artículos periodísticos que Sheridan ha ofrecido en los últimos años. Por sus páginas lo mismo caminan emperifollados los rasgos “culturales” de la corrupción mexicana, que asoman esperpénticos los miembros de la nobleza sindical, o convidan impúdicos radicales de toda laya e intelectuales comprometidos de boina y morralito, mientras liban indecentes a un nuevo ídolo los revolucionarios de café y bayoneta acompañados de los esperanzados de mitin y redes ciudadanas, o caminan desprevenidos creyentes, espías afortunados, poetas agraciados y uno que otro despistado. Más de quinientas páginas de letras circunstanciales reunidas en un libro indispensable para nuestro futuro.

         Paseos por la calle de la amargura mira al futuro como indiscutible semillero de ideas e investigaciones. Será indispensable, por ejemplo, para entender la correspondencia entre Octavio Paz y Carlos Fuentes (cuya edición está próxima a aparecer gracias al trabajo de Malva Flores), y entendiéndola será necesario para pensar las posibilidades de la amistad literaria (y ese investigador futuro deberá, también, abrevar de otro estudio sherideano, pero sobre la amistad de Alfonso Reyes y Julio Torri, contenido en Señales debidas [Fondo de Cultura Económica, 2011]). O bien, para orientarse en el tejido de las historias de la intelectualidad en el 68, sus relaciones con el incomprensible Gustavo Díaz Ordaz o con el gobierno populista del presunto asesino Luis Echeverría Álvarez. Se entenderá que dichas historias nos serán indispensables ante gobiernos populistas o incomprensibles gobernantes.

         Dos son las secciones del libro en que la investigación del pasado destaca por su oportunidad presente y futura: los documentos de la CIA que conciernen a la operación política y literaria en México, y los fundamentos ideológicos de la normal rural de Ayotzinapa. En cuanto a los primeros, Sheridan destaca la confusión recurrente en las investigaciones del caso JFK y de los hechos del 2 de octubre de 1968, derivada de los testimonios imaginativos, paranoicos y fantásticos de Elena Garro; así como la grilla ideológica en los reportes de inteligencia, con más de una consecuencia interesante en la historia literaria: Rulfo, la revista Diálogos, Emir Rodríguez Monegal, el MURO y el caso del espía más estúpido del mundo (ahora articulista de un diario combativo y ménade de la tropicalidad). Sobre Ayotzinapa, Sheridan vuelve a la pregunta olvidada: ¿quién envió a los normalistas a Iguala? Por las pistas que deja para una investigación futura se va componiendo el mosaico de la ideología dirigente de Ayotzinapa, su historia política, sus relaciones con otros grupos de activistas, okupas y ultras, la descripción de sus técnicas, estrategias (o falta de ellas) y modos, así como el bosquejo de su acción posible ante un escenario gobernado por la que se dice izquierda. Libro de oportunidad presente y futura.

         El logro más importante de Paseos por la calle de la amargura, empero, es la selección de las crónicas. Si bien las crónicas traslucen sus observaciones por el filo del minutero, la perspicacia en su mirada y el buen tino de su inteligencia permiten a Sheridan ofrecer una tipología de los rumbos mexicanos. Nuevo Teofrasto, su catálogo de caracteres de la mexicanidad menándrica (y colonias bananeras anexas) reúne los temas y los tópicos que quisiera perseguir toda policía moral. Oportunidad futura para un libro que, en la dictadura moral, nos permitirá reconocer la caricatura de la honestidad valiente, la hipocresía de la república amorosa, el absurdo de la fascinación por el líder. El nuevo libro de Guillermo Sheridan es una presencia necesaria en nuestro futuro, alegría indispensable para cuando la patria deambule por la calle de la amargura.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Alguien se aplicó con una buena estrategia para la campaña de Meade y en la semana ganó perdiendo. El consenso general se mueve entre dos polos: se equivocó al señalar a Nestora, o acertó al poner en el centro a las víctimas. Yo no comparto ninguna de las dos opiniones. Alguien en el equipo de Meade vio con claridad que tras el debate, hoy es la fecha importante porque se cumplen 44 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, y es quizá la última oportunidad de usar el caso para la campaña. El uso lo tenía pensado el equipo de López Obrador, quien ayer se presentó en Iguala. ¿Cómo detenerlo? El equipo de Meade puso en discusión el caso de Nestora Salgado y con ello no sólo impidió la presencia de la “comandanta” en el mitin de Iguala, sino la publicación de la nota que pedía el lopezobradorismo y con ello contuvo el uso del caso para la campaña. Mientras, todos los sesudos analistas se fueron con la finta.

Mirada de Paz IV

Mirada de Paz IV

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Algunos poemas parecen demasiado claros. Ceñidos grácilmente a su forma, cumpliendo cabales el eco de sus acentos o puntuando precisos los modos de su rima, hay poemas que parecen demasiado fáciles para el lector. Poemas que parecen tan sencillos, quizá tan perfectos, que en ellos parece que nada se mueve. Poemas parmenídeos. Parecería que no le basta al lector más que mirar de frente al poema y ver el claro. Claro, pura apariencia. Precisamente por ello es tan importante pensar cómo aparece el poema. Y la aparición del poema sólo torna visible cuando se piensa en ella.

         Pensando la aparición de los poemas de Alí Chumacero, Octavio Paz dijo lo siguiente: “Hay poemas que me seducen por su hechura estricta y por las súbitas revelaciones que entregan al lector, como si el poema fuese un objeto verbal construido conforme a las leyes de una geometría fantástica y que, al girar en el espacio mental, se entreabriese hacia territorios vertiginosos, masas de oscuridad y precipicios por donde la luz se despeña […] Los poemas de Alí Chumacero son sucesos de la carne o del espíritu que ocurren en un tiempo sin fechas y en alcobas sin historia. Es el tiempo cotidiano de nuestras vidas cotidianas recreado por un oficio estricto que se resuelve en un diáfano equilibrio. No encuentro mejor palabra para definir este arte exquisito que la palabra cristalización”. La apariencia de claridad de los poemas de Chumacero pide del lector la puesta en movimiento de los perfectos versos para que por sus filamentos se refracte la luz de la razón, que es palabra, que es inteligencia.  Poner en movimiento los versos no es la representación dramática de los mismos (un tiempo sin fecha, alcobas sin historia), sino la oportunidad de percibir la transparencia que cristaliza en el poema. La exacta geometría del poema chumaceriano talla en vidrio nuestras vidas. ¿Será?

         Leo el poema “Ojos que te vieron” del poemario Imágenes desterradas.

¿Dónde poner la vista? Si levanto

el rostro, la mirada te apresura;

suspendida persistes en la impura

diafanidad salobre de mi llanto.

 

Si naufraga mi voz, el labio inicia

tu nombre sin cesar, y ahí germina

pues no soy sino sueño, lirio, ruina,

designio de tu lánguida caricia.

 

Desmayas en mis brazos y agoniza

tu casto amor de corazón en celo,

y lágrima y palabra son ceniza

 

cuando a tus ojos miro, porque un velo

de sombra a mí desciende y eterniza

la aspiración amarga de mi duelo.

Un soneto perfecto. Rimas claras, ritmos y acentos en norma. Un poema que parece demasiado claro. En los extremos del poema está la vista, al centro de él aparece la caricia. Los ojos anticipan el tacto, el deseo es un camino del espíritu a la carne. El camino, empero, nunca lo empieza uno a andar: en él se encuentra. De ahí el desconcierto de la pregunta inicial. ¿Está el personaje del poema ante la persona amada? ¿Acaso el personaje sólo está evocando al amor ido? Imposibles ambas, sólo posibles juntas. La presencia y la ausencia piden de un tiempo que el poema reúne bajo un mismo haz: el instante del poema. ¿Cómo se presenta, cómo se llega a, cómo cristaliza el instante?

         El poema presenta cuatro momentos de claridad, filtra cuatro formas de la luz, cristaliza. Primero, “diafanidad salobre de mi llanto”. Si bien se trata de una sensación del gusto, la persistencia es visual: vemos entre las lágrimas lo amado, lo añoramos, pues se aleja y vuelve, inexorable, como el mar. Segundo, “designio de tu lánguida caricia”. No es evocación, no es recuerdo, no es la sensación que una caricia pasada ha dejado. Se trata de la claridad con que crece, germina, la aceptación de la ida, del abandono, de la ruptura. El separado del amor se reconoce sueño, lirio, ruina: la caricia avanza sigilosa como el sueño, irisa como el lirio, torna terrible aceptación de la ausencia: despertar al desamor es marchitarse. Tercero, “lágrima y palabra son ceniza”. ¿Las lágrimas apagan el desamor? ¿Acaso no lo encienden, lo incendian? La palabra, como la lágrima, escapa al enamorado, lo sorprende: no hay superación del desamor, cada separación es una herida. Mas las heridas sanan, ceniza eres. ¿Quién aquí permite la transfiguración? Y cuarto, “un velo de sombra a mí desciende”. En correspondencia exacta con la primera de las claridades, aquí lo visual es táctil: el velo de sombra no oscurece, oprime, rodea, quita el aliento: aspiración amarga. El hombre frente al mar: el drama del amor. De ahí que la segunda y la tercera claridades reduzcan la distancia del espectador de uno mismo, ya no viendo al mar, sino empapado en la tormenta interna. El hombre ante la inmensidad del amor encarna un desamor terrible: el cristal tallado de la vida se quiebra en llanto, el llanto hiere con sus cristales pequeñitos los rincones del alma. La salvación del amor no aparece en las manos del hombre. De ahí que afirme Paz que a Chumacero “lo fascina la encarnación de las imágenes, no su disolución. Su cristianismo es el cristianismo desesperado de la conciencia moderna, en la que la ausencia divina hace más punzante la presencia del mal. Sólo aquel que ha perdido la certeza de la eternidad puede saber realmente el significado de la palabra mortal. Somos nosotros los modernos los que hemos perdido la esperanza”. El solitario se adentra en el mar ahogado de sí mismo. Ante el desamor, como en Homero ante la crueldad, ni el mar puede lavar tantas penas. Quien renunció al amor ni siquiera puede, como Edipo, perder estos “ojos que te vieron”. El instante del poema cristaliza en la última mirada. ¿Para quién es clara alguna despedida?

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Historia del metro. Iba de pie frente a dos lectores. Uno, leía a Stephen King. Otro leía a Stephen Hawking. Yo me preguntaba por los límites de los libros de terror.

Promesas

Promesas

A quien no sabe amar más le vale que el alma no exista, pues sólo así la materia bastaría para cuadrar excusas y explicaciones. Habiendo alma, en cambio, la explicación posible del amor es difícil de ajustar con el descuido, la negligencia o el autoengaño. Habiendo alma, la infelicidad de quien no sabe amar es problema de autoconocimiento. ¿Por qué es infeliz, empero, quien sabiendo amar ha perdido el amor?

Una pena en observación es un bello libro de C. S. Lewis en que se da respuesta a la pregunta anterior. La ocasión del libro es la reflexión de un hombre honesto quien en diálogo consigo mismo quiere comprender la pena rayana en infelicidad que lo atribula tras la muerte de su esposa. Lewis escribe para aquilatar las promesas del enamorado en el momento en que la muerte parece despreciar todo aprecio.

La evidencia inicial en la reflexión sobre la pérdida del amor es la tristeza que acompaña al sentimiento de ausencia: no está aquí a quien uno ama, nadie enciende las luces del día, nos desgarra la desesperada búsqueda de la mirada que alegra, de la caricia que enternece, de la palabra en que al cabo se pudo confiar… Siendo la tristeza de tal dimensión, parece natural que el hombre dude de la felicidad pasada. Lewis se pregunta: ¿qué tipo de felicidad es esa que al final es fugaz?, ¿cómo afirmar haber sido feliz cuando se sabía que la felicidad terminaría?, ¿la tristeza de la separación no es realmente evidencia de la tragedia de la vida humana, de la imposibilidad de ser feliz? Y precisamente a dichas preguntas el hombre irreflexivo responde irreflexivamente: es una falsa felicidad, nunca sabemos lo suficiente, estamos destinados a la tragedia. Al responder así, el hombre irreflexivo se regodea en la crueldad.

C. S. Lewis va más allá del hombre irreflexivo, no sólo por ser más inteligente sino por su peculiar sentido de la decencia. Lamentarse del amor perdido y concluir la tragedia de la vida parece limitarse a suspirar por la privación del placer y recalcitrar amargamente la propia miseria. En cambio, ahondar en el sentido del placer perdido permite tres descubrimientos importantes al autor de La abolición del hombre: el placer del amor es plenitud absoluta, de ahí que los amantes se prometan eternidades, de ahí que el amor siempre apunte más allá del mero hecho material. Eros es metafísico o, como en Platón, intermedio entre la vida y lo eterno.

La plenitud del placer de los amantes es la que da pleno sentido a la vida amorosa. El amor de pareja busca naturalmente el más pleno placer. La pareja vive para su placer amoroso. Toda la vida del enamorado es búsqueda plena del placer pleno con la pareja que lo hace pleno. Se engaña quien piensa que el placer ha de ser limitado, que la felicidad temporal es defectuosa, que el placer calca con timidez la plena felicidad. Otra cosa es que el hombre maleducado confunda la vida con lo efímero, la felicidad con las bajezas y el placer con las ruindades.

Precisamente como es el enamorado, cuando es justo, quien reconoce la plenitud de lo material es que adquieren sentido las promesas amorosas. Amarse para toda la vida es amarse para la plenitud de la vida. Amarse hasta que la muerte los separe es amarse plenamente en la temporalidad de la vida. Pero amarse eternamente, amarse atestiguando el amor a Dios, es embarcarse en la entrega absoluta de lo que se sabe no solamente material, no solamente temporal, del alma. Las promesas de amor eterno son la entrega confiada en lo plenamente desconocido que será la vida eterna. Precisamente, insiste Lewis, sólo quien vive plenamente el placer del amor temporal podrá esperar vivir la felicidad plenamente otra del amor eterno. Quien es incapaz de vivir a plenitud el amor temporal, supone a la eternidad una prolongación de la vida, supone tener más oportunidades para amar que la oportunidad del amor verdadero. A quien no sabe amar no le bastarían infinitas vidas para ser pleno.

La eternidad, la vida eterna, la felicidad eterna del creyente, muestra Lewis en Una pena en observación, sólo es posible, comprensible y alcanzable si la felicidad y la plenitud temporales son alcanzables, comprensibles y posibles. Sólo sabiendo amar podemos ser felices. Sólo siendo plenamente felices podríamos aspirar a la felicidad eterna. Sólo el amor colma de tal modo la vida que nos permite vislumbrar la eternidad. Amar es siempre una promesa de eternidad.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. “Meditar por escrito de ninguna manera está reñido con su ejemplo”. Charles de Foucauld

Soledades de alto vuelo

Soledades de alto vuelo

 

A Menón le gustaban las respuestas de alto vuelo, por ello no podría aceptar una explicación sencilla sobre los colores. Cuando abrir los ojos no es suficiente para ver, algunos creen en la necesidad de mantenerlos cerrados mientras se fragua el discurso adecuado para asegurar que sí se está viendo. Y no sólo es cruel la ceguera voluntaria, lo es más cuando roza lo terrible, cuando cuenta cuentos cruentos que obligan a cerrar los ojos. Así son los malos trágicos, los que no aprendieron de los buenos a presentar lo noble, los que sólo saben aderezar lo vil.

         Algunos malos trágicos han escrito elogiosamente sobre La soledad de los números primos [2008], primera novela de Paolo Giordano [Turín, 1982]. Entre las explicaciones de alto vuelo con que promueven la novela predominan dos lugares comunes: que la novela es un prodigio en la composición de la psicología de los personajes y que a partir de la imagen matemática enunciada desde el título ―y, lo que no suelen observar, que un personaje expone en el capítulo central― se ofrece una representación adecuada del problema de la soledad, pues los solitarios nunca se encuentran. El predominio de ambos lugares comunes en la descripción de la novela oculta el auténtico logro literario de Giordano.

         Volvamos a Euclides. En la proposición 20 del noveno libro de los Elementos, el Geómetra demuestra la infinitud de los números primos. La demostración tiene dos implicaciones importantes para cualquier uso literario posible. Primero, que el conocimiento de la definición de número primo no determina el conjunto posible de los mismos, lo cual quiere decir que al usarse como metáfora de la soledad sólo se está representando un caso típico que de ningún modo agota las condiciones posibles en que la soledad aparece; es decir, la soledad metaforizada en números primos ofrece siempre una representación aproximada de las causas de la soledad, nunca una causalidad definitiva. Segundo, que la determinación de toda compañía posible, en tanto contraria a la soledad, se realiza a partir de la metáfora (proposición 31 del séptimo libro: todo número compuesto es medido por algún número primo), es decir, que la presentación poética de la soledad involucra la anagnórisis de la propia disposición a la vida en común. La teoría de los números primos poetizada por la novela es, por tanto, una teorización sobre las condiciones de la vida en pareja, sobre aquello que, ya no en el plano geométrico, podría reconocerse como amor.

         Sin embargo, la tendencia a la explicación de alto vuelo hace que la mayoría confunda la proposición 20 del noveno libro con el postulado quinto del libro primero. ¿O no es digno de sospecha que en casi todas las reseñas del libro se confunda a los números primos con las paralelas? Quien entienda la novela reconocerá que las paralelas son una mala metáfora de la soledad: la vida en paralelo no permite el conocimiento de la propia soledad, sólo motiva la envidia. En cambio, la teoría de los números primos permite conocer las condiciones de la propia soledad. Si pensamos, por ejemplo, la definición del número primo de Aristóteles (96a37: lo que no se deja medir por número alguno), podemos reconocer en la imposibilidad de entrega, en el egoísmo, la causa de la soledad. Quien sólo se mide por sí mismo no podría nunca vivir en la compañía de alguien más. Quien sólo se mide por sí mismo es tan evidente para sí como desconocido para los demás. Quien no puede amar sólo sabe de sí mismo.

         Precisamente es en el saber de uno mismo, en la posibilidad del autoconocimiento, donde la teoría de los números primos se vuelve una teoría psicológica. La celebrada composición de la psicología de los personajes de la novela pasa por alto dos elementos fundamentales para cualquier intimidad literaria: los personajes nunca saben lo suficiente de sí mismos, por ello parece que las cosas les pasan; el pasado de los personajes los define al modo en que las cicatrices marcan el cuerpo, pero sin que los hechos hirientes se hinquen en el alma. Los personajes principales de la novela no conocen el olvido, sólo la negación. Quien nunca sabe lo suficiente de sí mismo, quien sólo puede negarse a sí, no hallará nunca el perdón, pues es como los números: carente de interioridad. La evidencia de sí que puede tener todo número es necesariamente inconsciente, como quien nunca formó el carácter a pesar de las heridas del pasado, como quien asume que el destino alguna vez puede ser evidente. El poeta nos ofrece personajes representables matemáticamente porque enseña la imposibilidad de la vida feliz para quien cree que la propia vida se explica con suficiencia mediante palabras de alto vuelo. Comenzar a entender la opera prima de Paolo Giordano pide mantener los ojos abiertos para reconocer que asumimos la soledad cuando nos negamos al amor. Lo esforzado es que el amor no sea un lugar común, que el amor sea vida en común.

 

Námaste Heptákis

 

 

Escenas del terruño. Y la clerecía timagógica se lanza contra Christopher Domínguez Michael en cinco, cuatro, tres…

Coletilla. Podemos anotar un corolario a la teoría de los números primos. Siguiendo a Aristóteles, el número 2 no es únicamente el primero entre los números, sino el primer número primo y el primer número compuesto: el 2 es el único número que es medido como compuesto por aquello mismo que lo compone. ¡Debe ser el número del amor!

El hecho literario

El hecho literario

 

No todo texto autobiográfico es un texto literario. Ni todo texto literario trasluce necesariamente episodios autobiográficos. La vida de un literato no se filtra inclemente en la obra, ni la conforma forzosamente, ni la orienta agazapada. La obra autobiográfica se nutre desde el hecho literario. El literato compone la obra creando literariamente su vida. Podemos verlo, por ejemplo, si comparamos la nueva gran obra de Paul Auster, 4 3 2 1, con su tercera novela autobiográfica, Diario de invierno.

         El personaje principal de Diario de invierno es un hombre descalzo, parado frente a la ventana, viendo caer la nieve y encontrando en los pliegues de la claridad exterior los serpenteados vericuetos de la memoria interna que conforma su vida. Sí, de cierta manera es cierto que el personaje central es Paul Auster. Pero afirmando eso perdemos de vista la experiencia literaria de la obra: no es un texto en que el autor nos presente a su personaje, sino un diario. Aunque no es simplemente un diario, sino una evocación de los días pasados desde la mirada del hombre descalzo, de pie frente a la ventana y viendo caer la nieve. Entender que el Diario de invierno es un diario, una novela y una autobiografía es entender el hecho literario de la obra.

         Mientras 4 3 2 1 presenta las posibilidades de una vida a partir de la creación de varios narradores posibles, Diario de invierno se construye desde la experiencia interna que el poeta ha fraguado en el personaje autobiografiado. Que el presentador sea el mismo en ambos libros no es suficiente para suponer que la presentación acontece del mismo modo: las vidas posibles de los narradores posibles son plenas invenciones del autor, sin que por ahora nos importe desde dónde inventa; la vida recordada en el Diario de invierno, en cambio, es una recolección del personaje inventado, no invención dentro de la invención, sino exploración de las propias posibilidades pasadas cuando se asume uno mismo como personaje rememorante. No es igual la propia asunción como personaje que la creación desde la interioridad literaria: ahí está la diferencia entre el Diario de invierno y el Informe del interior. No es igual la propia asunción como personaje que la creación de las posibilidades de uno mismo como un personaje posible. La literatura, en 4 3 2 1, Informe del interior y Diario de invierno es, como en Aristóteles, representación de lo posible. Mas la diferencia entre las tres obras explora posibilidades de la posibilidad, ensaya la vida, ensaya la literatura. La literatura como ensayo: Paul Auster como autobiografiante.

         Si ahondamos en el hecho literario descubriremos que Paul Auster ha explorado las posibilidades literarias de la autobiografía. Ahondando en ello, podríamos comenzar a entender 4 3 2 1 como obra literaria, como el todo creativo que realmente es. Ahondando en ello podríamos reconocer el valor literario de las filtraciones de la vida en la obra, de los destilados de los libros en la vida.  Sólo así, quizá, la propia vida sería literatura.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. Qué fácil decir estupideces y confiarse en que los medios editarán las declaraciones centrándose sólo en lo que puede ser escandaloso para todos, no en lo que realmente debería preocuparnos. En aquella declaración del censor de México se señaló a Mario Vargas Llosa como mal político porque perdió, pero los medios omitieron la explicación del asunto: Alberto Fujimori viene a ser buen político por el puro hecho de ganar. ¿Fujimori, buen político? Ah, pero ahí van todos contra don Mario.

Coletilla. “En la escritura de un solo párrafo podemos pasar del deleite a la tortura”. Ignacio Solares

La vida como grulla

La vida como grulla

 

I was down and out
He looked at me to be the eyes of age
As he spoke right out

 

Es una opinión extendida que la unidad del arte poético posibilita la reunión de la comedia y la tragedia en las grandes obras. Y siempre es una opinión debatible cuáles sean esas grandes obras, o bajo qué definición ha de juzgarse aquello en que puede reconocerse la pretendida reunión. Si se toman simplonamente, por ejemplo, las definiciones aristotélicas de tragedia y comedia, pronto podría decirse que en cada obra se confirma la reunión, o que cualquier cosa es literatura. Y en diciéndolo pierde plenamente su sentido aquello de donde nace la opinión extendida. ¿A fin de qué sostener la reunión de lo distinto cuando tan arduo empeño exige la precisión de la diferencia, la claridad de la definición?

         Rondo por estos asuntos en el intento de explicarme una novela reciente, su éxito relativo y su dificultad particular. Ando rondando en torno de Esperando a Mister Bojangles de Olivier Bourdeaut.

         La primera novela de Bourdeaut ha sido recibida por el público relativamente bien. Sin ser un fenómeno mediático, ha logrado agradar a un público amplio. Sin ser la nueva gran novela, ha gustado a la crítica. Y mucho más interesante, sin ser una lectura sencilla, ha sido leída con demasiada facilidad. Así, por ejemplo, la mayoría de las reseñas falla al captar la unidad de la obra, ciñéndose inexplicablemente a las primeras páginas. O bien, perfila desarticuladamente el carácter de los personajes, simplificándolos, estatizándolos. O, finalmente, reducen la novela a un calificativo tan ridículo como sospechoso; ni el surrealismo es mero absurdo, ni toda excentricidad es exagerada.

         La novela se divide en tres partes. La primera es la jocosa descripción de una familia, su génesis y sus costumbres. La segunda va más allá del círculo familiar: junto con los profesionales aparece el ámbito público, la vitalidad aparece excesiva frente al orden del Estado, la diferencia torna anomalía, la disidencia aparece como sintomática enfermedad. Hacia la tercera parte el hogar es ya imposible, la vitalidad pasado y la soledad futuro. Las risas de la primera parte contrastan con la resignación y el desconcierto de la tercera. La comedia privada termina en tragedia interna cuando el Estado pone orden, cuando los profesionales determinan la moral pública. Tan sólo por la visión general de sus partes, Esperando a Mister Bojangles es una novela política.

         El título de la novela evoca una canción popular que encuentra su expresión más bella en la interpretación de Nina Simone. El personaje que baila en la canción es la visita esperada en los festivos bailes de los personajes de la novela. Mientras el baile y la música iluminan una celda de prisión en la versión original, aquí la vida ―ya luminosa por sí misma― quisiera no perder la luz ―preservar el constante amanecer― mientras se baila. La música del entrañable anciano de Mr. Bojangles añora el mundo externo. La música que espera la llegada del anciano en Esperando a Mister Bojangles quisiera conservar el mundo interno. La vieja canción nos conmueve porque nos da esperanza de un futuro promisorio. La nueva novela nos perturba porque anuncia que la alegría en que brota la esperanza siempre está al acecho de la destrucción. Olivier Bourdeaut alerta sobre la tristeza que nos inundará cuando sigamos esperando al viejo Bojangles en una nueva celda: la moral.

         No se trata de que Esperando a Mister Bojangles sea una novela inmoral, o un gajo romántico-revolucionario desprendido desde alguna trinchera. Sino que muestra que la vitalidad se agota cuando es imposible mentir. O para decirlo mejor: la alegría suspira cuando es imposible mentir bien. O para decirlo más correctamente: la vida pierde su sentido cuando la mentira sólo es un asunto moral. “Cuando la realidad sea aburrida y triste” ―se aconseja en la novela― “invéntese usted una buena historia y cuéntemela. Con lo bien que miente sería una pena no aprovecharlo”. Mas cuando sólo reina la moral, toda mentira es triste, la literatura vana y la tragedia clara. Viviremos una comedia mala.

 

Námaste Heptákis

Escenas del terruño. El lunes siguiente se cumplen 41 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. No hay novedades en la investigación del caso. ¿Las habrá antes de la elección?

Coletilla. En una síntesis perfecta de nuestros tiempos, Jorge F. Hernández señala el hartazgo provocado por el ruido de la política y avizora la necesidad de buscar un horizonte lejano en que sea posible reconocer nuevamente lo importante.