Círculo de lectura

¿Por qué es tan difícil hacer una buena pregunta?, ¿a qué me refiero con una buena pregunta? Pues a una pregunta que sepa cuestionar. Aunque no estoy seguro de la respuesta; una buena pregunta busca una buena respuesta. Porque, como toda pregunta mal hecha, la respuesta es incomprensiblemente general. Tal vez poniendo un ejemplo sea más fácil elucidar lo que quiero preguntar: ¿qué ganamos leyendo con otras personas? La pregunta no suena general, habla sobre una situación que para quien está leyendo esto pueda resultar relevante, y no tiene una respuesta absoluta. Pero si cuestionamos un poco el sentido de la pregunta, notamos que partimos de un supuesto, al menos uno bastante evidente, y también podemos notar que no se clarifica la actividad. El supuesto es que al leer indiscutiblemente se gana algo; la actividad no clarificada es la de leer, pues ¿qué se lee, cómo se lee, con quiénes se lee? Ambas oscuridades se relacionan, pues hay libros con los cuales se puede ganar el aprendizaje de alguna técnica que nos permita ganar dinero y que, en el caso de un manual, sería suficiente con que se leyera en soledad. Su relación específica está en que ambas se encuentran en la misma pregunta y pueden darle un sentido general o peculiar al cuestionamiento. Aunque, con respecto a la ganancia, es diferente ganar una técnica desde un libro que dinero practicando la misma técnica. No es suficiente leer la definición o los pasos a seguir de una actividad para poder practicarla lo suficientemente bien como para ganar dinero haciéndola. He leído manuales enteros sobre cómo dibujar un rostro, pero carezco de la habilidad de dibujar por más que la practique. Hay quienes han leído todo lo concerniente a un concepto: se saben su origen, sus cambios en la historia, y cómo se usa actualmente, y no entienden cómo ese mismo concepto se relaciona en la obra que lo sacaron, ni entienden cómo se distingue de otras obras del mismo autor o de diferentes pensadores. (¿No saben hacer buenas preguntas porque no saben leer?). El dibujo puede dar placer o ser usado por una marca; de ser excelente, bello, podría ser considerado una obra de arte; en los tres casos hay motivos suficientes para pagar por su elaboración. No resulta nada claro el por qué se habría de pagar a diccionarios humanos de conceptos e inexpertos en preguntar. Ni siquiera resulta claro el por qué se habría de pagar a un experto preguntador. Entonces sería preferible usar “obtener” en lugar de “ganar” para realizar una pregunta menos general; según sea el caso, sería prudente saber qué clase de asuntos pueden discutirse con otras personas. Preguntemos de nuevo: ¿qué se obtiene leyendo literatura con otras personas? La pregunta me hace pensar muchas cosas, principalmente que debo pensar bien antes de hacer alguna pregunta. Por otro lado, la pregunta misma me ayuda a dar una respuesta: si la literatura nos muestra principalmente a personas tomando decisiones difíciles o dejando de tomarlas, nos ayuda a especificar nuestras propias decisiones tomadas o a punto de ser tomadas; se entiende mejor una obra literaria con la ayuda de la comprensión de otras personas, porque, como un personaje es distinto y semejante a la vez a mí, otra persona podría ayudarme a comprender en qué es distinto y semejante ese personaje de mí a través de ella. Su comprensión ayuda a mi comprensión; mi comprensión ayuda a su comprensión. En caso de no entender su comprensión, podría cuestionarla, distinguiendo los puntos que entiendo de los que no entiendo. Leer con otras personas me ayuda a hacer mejores preguntas. Cuando me hacen preguntas a mí, me ayuda a percatarme que hay preguntas que me gustan y otras que me disgustan, hay unas preguntas que me provocan molestia y otras que me emocionan. Lo mismo le pasa a las personas con las que leo cuando las cuestiono. Si bien las preguntas no me cuestionan directamente a mí, no son indiscretas, a veces me molestan. Una buena pregunta, dicha a una persona cara a cara, debe hacerse con un buen tono para que sea buena; aunque la pregunta podría ser tan buena que se discuta por ella, que provoque preguntas con mal tono. ¿Es mejor preguntar con pasión pese al riesgo de espantar o incomodar al cuestionado que preguntar sin pasión?, ¿lo más importante es la pregunta o el modo de hacerla? Supongo que si entre dos personas se interesan demasiado por una pregunta que provenga de una novela, los ánimos podrían pasar a segundo plano. Pero los propios ánimos exacerbados podrían romper una serie de preguntas, podrían evitar que algunas sensibilidades participen de los cuestionamientos provenientes de una novela. Si la convivencia es hostil o demasiado exacerbada o excesivamente pasiva o una lucha de personalidades que buscan destacar o conviven personas de carácter apocado, difícilmente podrían llegar a conocerse lo suficiente como para afinar su capacidad de preguntarse. Se pregunta mejor entre personas que se conocen, entre personas que se ven y entienden como personas, que se preocupan los unos de los otros. Hacer una buena pregunta es preocuparse por los demás; se preocupa uno por los demás principalmente si ellos son amigos, personas afines, seres queridos. Me parece mejor pregunta: ¿qué se pierde si no comparto una lectura con mis amigos?

Yaddir

Literatura machista

Las imágenes a través de la ventana permanecían intactas como si fueran una serie de fotografías mal encuadradas. Árboles, edificios, nubes tapadas por las construcciones que se iban apoderando del cielo, pedazos de banqueta y el mar de automóviles eran lo único que se distinguía desde el inmóvil transporte público. El ruido vespertino arrebataba la ilusión de estar en un sueño donde todo estuviera detenido (o de una pesadilla donde no me pudiera mover, me costara respirar y sintiera la inminente sombra peligro). Mi situación era incómoda, apenas si podía moverme para cambiar el brazo que se apoyara del tubo del autobús. No podía leer; ni ponerme mis audífonos; sin contar el peligro que es llevar audífonos en el transporte público (alguien podría pensar que sí estaba en una pesadilla, pero la inseguridad es cosa de todos los días, no es el excepcional terror de un sueño enemigo). Sólo podía concentrarme discretamente en mis más cercanos vecinos.

La mayoría de los pasajeros desafiaba su suerte y ponía a prueba las estadísticas  al escuchar música o mirar hacia su celular. Pero un par platicaba intensamente sobre la muerte de José José. Que si su música tenía el mágico efecto de inducirte a beber o si sólo era mágica cuando la magia de la bebida hacía efecto en ti; que una voz tan tremenda estaba destinada a perderse como se perdió la del cantante mexicano; que Sarita era la peor villana de la industria musical desde Luisito Rey entre otros temas salidos de los memes. A punto estuve de mirar discretamente la conversación por WhatsApp de un sujeto que le sonreía a su celular como si le estuviera coqueteando, cuando el individuo que parecía más joven le dijo a su acompañante: «haya sido lo que haya sido, el punto es que su música era machista.» Jamás pensé que escupirían un comentario así sobre el singular cantante, mucho menos a dos días de su muerte. La primera idea que surgió desde mi estómago fue que ya no había respeto por la realeza. No se trataba de un duque, de un marqués, ni siquiera de un señor, se trataba de un príncipe. Con un poco más de calma, pensé que si ya no se respetaba a la realeza, mucho menos se respetaría a un muerto, alguien que ya no podría defenderse; además, él sólo fue un medio, las letras de sus canciones (si es que dejamos a las musas de lado) pertenecían a una gran cantidad de compositores. «No manches. Las que yo escuchaba, y mis papis ponían, no decían nada feo. Eran muy intensas y así, pero no machistas.» Replicó la acompañante. A lo que, como era de esperarse, el joven crítico repuso: «O sea sí, no hablaban de tetas o culos. No eran el reguetón del antro. Pero tenían chantaje, manipulación, relaciones tóxicas y mucha infidelidad.» La irrespetuosa charla terminó con un «pues sí, eran otros tiempos» mientras cada quien miraba los pendientes de su celular.

¿Qué pensaría el joven políticamente correcto de una obra como Romeo y Julieta?, ¿diría que su relación es tóxica, evidentemente dañina o que así los había puesto Shakespeare porque así se escribía en su tiempo?, ¿nada le podría enseñar sobre el amor?, ¿nada podría aprender sobre los cientos de versos expuestos por la pareja de amados?, ¿Don Quijote qué sería para el discurso actual?, ¿una especie de necesitado de amor que no sabe mantener relaciones saludables y debe amar simplemente un ideal ensalzado por su locura?, ¿Penélope sería una dejada o una mujer que desperdició veinte largos años de su vida? No sé si José José hubiera triunfado en tiempos posteriores a los discursos claros y distintos (políticamente correctos), o si Shakespeare y Cervantes se habrían consolidado como grandes escritores (al menos hay millones de memes inspirados en Homero y sus aventuras), lo que sí sé es que algo raro está pasando cuando los jóvenes piensan, sin rechistar un poco, como les dicen que tiene que pensar.

Yaddir

Narrativa serial

En la escritura de los guiones de las series hay una nueva modalidad de la literatura. Decía, si la memoria no me falla, el escritor mexicano José Emilio Pacheco. La idea no nos lleva a que sólo los guionistas serán literatos, es decir, a que la literatura no se pueda manifestar de forma distinta a un guion cuya finalidad sea plasmarlo en la pantalla. Pero si vemos la gran cantidad de personas a las que les gusta ver series, como paciente o ansiosamente esperan el siguiente capítulo, podemos creer que la escritura literaria no desaparecerá. Bueno, tal vez esta idea está muy exagerada, como una serie donde eventos sobrenaturales y diversas realidades convivan de manera absurdamente contradictoria y los robots tengan sentimientos olvidados por los humanos. Lo que se puede entender es que el gusto por ver las series, cuyo germen está en un guion, es lo que evidencia que la literatura encontrará diferentes maneras de manifestarse, que las personas podrían tener constante contacto literario. Lo anterior no garantiza que toda serie esté basada en una obra literaria monumental, pues sería casi como decir que las telenovelas, al tener una estructura narrativa semejante al de una serie (e inclusive con muchos más momentos de suspenso), son descendientes de Shakespeare. Tampoco quiere decir que series admiradas y aclamadas por la crítica especializada, que dejan constantemente en suspenso al espectador, como Stranger Things, tengan una historia que muestre aspectos centrales de la vida humana. La historia de la referida serie podría resumirse como el descubrimiento de una realidad alterna en la que queda atrapado un niño al que sus tres amigos, junto con una niña con poderosas capacidades psíquicas, intentarán rescatar. Esa serie, como la gran mayoría, atraen a millones de espectadores porque sus realizadores saben cómo desarrollar la historia, saben cómo dejar intrigado al público para que permanezcan atentos viendo la mayor cantidad de episodios al hilo. Aunque hay otras historias, como Mad Men, donde se presenta la complejidad de entender las propias decisiones, que nos muestra cómo se van nutriendo los rencores causados por el injusto trato laboral, destaca los límites que borra la ambición, entre otras minuciosas caracterizaciones humanas (entrelazadas en las historias de diversos personajes) que evidencian su calidad literaria y fílmica. Quizá sin series reproducidas por billones de personas a lo largo del globo no habría espacio para historias complejas como las de Mad Men y Better Call Saul. ¿José Emilio Pacheco sugería a los nuevos escritores que, ante la poca demanda y mucha oferta de nuevos autores, realizar guiones podría ser el camino donde cupieran todos?, ¿o nos habrá querido decir que ante el modo actual como nos relacionamos con el mundo, la rapidez con la que vivimos, el afán de novedad que se manifiesta en la mayoría de las personas, una buena manera de representar las acciones sería mediante las series?

Yaddir

La quema de la Catedral de Notre Dame

Los incendiarios de las redes se indignaron por la atención que se le ha prestado al incendio de la Catedral de Notre Dame. Que es una estupidez que nos preocupe más el incendio de un lugar sin vida a los incendios de los bosques habitados por cientos de animalitos; que si no se tratara de un monumento turístico no existiría tanta conmoción; que hay personas siendo asesinadas todos los día mientras las personas permanecen en la más cómoda indiferencia; entre otras razones de porqué los no preocupados del incendio en Francia son más inteligentes que los preocupados. La Catedral bien puede ser un lugar común donde se toman las fotos los turistas, dándole un uso que no la diferenciaría, que no la distinguiría, de ningún otro lugar. Para los habitantes del sitio, el recinto pudiera ser motivo de orgullo, algo que les da visibilidad en un mapa, que los coloca en una lista, que les da cierta importancia; pudiera ser un lugar de recuerdo, una referencia constante a su infancia, a su niñez, un lugar donde conocieron a su primer amor, el sitio en el que vivieron los días más felices de su infancia; el tamaño del lugar, la preciosura de sus paredes, los impresionantes detalles, cuidados centímetro a centímetro, les dota de un portentoso sentido a sus recuerdos. Víctor Hugo escribió un libro en cuyo título destacaba la Catedral de Notre Dame. La novela no sólo destaca un lugar, muestra la casi necesaria relación entre literatura y arquitectura. Ambas dependen de cimientos fuertes, ambas requieren de la inspiración, ambas pueden ser contempladas y comprendidas. Las palabras construyen, dan guía a la vida, son un hogar, nos dan comunidad; nos develan lo que hay ante nuestros ojos, nos muestran lo que no se puede ver de lo que tenemos ante nuestros ojos. Podemos tomarnos una foto con una catedral portentosa de fondo, pero la novela nos permite vivirla de distinta manera, nos permite habitarla.  La casa de Dios, un lugar de comunión, donde se tiene un vínculo con lo sagrado, es la manera como algunos entienden la Catedral. Por eso su inmenso tamaño, por eso la fijeza y grandeza que refleja. Un lugar donde hay espacio para muchos, para todos, donde se comparte. La destrucción de la Catedral de Notre Dame no deja de ser un asunto vital, pues no es sólo un lugar que nos puede dar likes.

Yaddir

José de la Colina, colorista

 

José de la Colina, colorista

 

Él ha dicho que la literatura es una libertad imaginaria, que su escritura es como la práctica del surf o que la actividad del escritor es un juego: ¡como si la creatividad del artesano de las palabras fuese plena!; pero él sabe que los juegos —establecidos, programados o espontáneos— tienen reglas, que el mar picado tumba al surfista o el apacible lo aburre, que al escribir la imaginación se piensa libre… sin que nadie sepa bien a bien qué sea eso de la libertad —que siempre es cosa de imaginaciones. La caracterización de la literatura como un acto recreativo, como la liberación imaginaria de quien decide jugar con las letras, es una presentación deliberada del anarquista José de la Colina para no ensuciar el panorama con molotovs, sino estallar la realidad con las metáforas; para huir de las ruindades de las ruinas hasta alcanzar lo risueño de las risas; para que la lectura sea el acto imaginario por el que hacemos frente al absurdo habitual de nuestros ensueños y obsesiones. Deliberadamente, insisto, el colorista José de la Colina resalta los matices más vivos de la experiencia para hacer de la huida del feísmo estético una libertad imaginaria, para propiciar la creatividad lectora. ¿O no es eso la experiencia: la vida de la lectura y la experiencia de leer?

         Ahora que José de la Colina cumple 85 años y en tiempos en que la obsesión historicista hace que todo sea memorable —falsamente memorable, pues cuando cada cosa tiene su tiempo de celebración, la celebración misma calla y se empequeñece; todo tendrá su tiempo de grandeza cuando sólo aspiremos a la altura mínima—, sin duda se presentará por todos lados el listado de sus olvidadas (perdón, pero es lo cierto; raro sería que en un ambiente como el nuestro tan cautivado por la catástrofe, emplazado por la tetratransformación histórica y extenuado al compromiso ideológico sea lo más común leer un cuento sin signos de puntuación —no porque así se le lea al mood cente, sino porque deliberadamente así fue compuesto—, barajar las versiones —contadas y recontadas; Sherezada que hace de Penélope— de un cuento juguetón o divertirse con las nasalidades de un sonetillo agripado y agripino —¿en qué país estamos, Agripina?—: no señor, estos tiempos no hacen que lo más común sea el juego) obras, no faltará quien desde Wikipedia cifre su labor editorial o quien le dé valía por su “contribución” a la historia del cine —¿no sonaría muy de él aquello de “Quiero portarme bien, pero no sé cómo”?—. Pocos serán los que —y en una genuina y divagadora (porque claro que don José es un divagador, quizás un muy preciso divagador más que un divagador preciso; la diferencia, dicho sea de paso, es muy importante y no sólo un juego de palabras [¿acaso de la Colina compartirá el podio de los palabreros juguetones mexicanos con Ulalume y Deniz?], pues divagar con precisión es como la elegancia de la plática, la gracia en la conversación, la danza en torno a una taza de café, mientras que ser un divagador preciso es como la técnica del reportero, el arte del espía o la habilidad del psicoanalista [¿será entonces el reportero un psicoanalista de la sociedad?, ¿o acaso el terapeuta reportea la intimidad?, ¿o serán los traumas la nota roja del alma? ¡Alto, que así descubriremos a ciertos profesionales como la prensa rosa de nuestra personalidad! Y yo respeto a todos los progresistas], y de la Colina escribe más bien como alambicado, ingenioso y divagante conversador, que como un puntilloso, taxidermístico y bistúrico predicador) experiencia de lectura— escriban de su encuentro literario con el escritor, es decir pocos serán los que entiendan con la precisión imprecisa de su estilo o la exagerada sencillez de sus letras, la poderosa e imponente rapidez estupefacta de ciertas certeras líneas del autor, o la jubilosa y juguetona jiribilla que es jolgorio en don José, o que al menos retoce disfrutando el ruido rubicundo de su risa. ¿Quién nos explicará su afición al ramonismo y su adhesión a las oraciones largas? ¿Quién hará notar que la admiración que se extiende por el cuento de hasta mil noches produce cuentos mínimos de hasta una línea? Quizás entre tantas celebraciones, historias, recuentos, valoraciones, desplegados, denuncias, alusiones, deslindes, afinidades, declaraciones, críticas, réplicas, complotes, conferencias, estudios, investigaciones, protocolos, consultas, aclaraciones, repeticiones, mañaneras, balbuceos y tetratransformaciones históricas no haya tiempo de jugar con la literatura. ¡Quién celebrará a de la Colina jugando!

         Yo, y tú lo sabes, lector, no puedo señalar a nadie responsabilidades. Pero también sabes, lector (y no creas, en absoluto —¿notado has el uso enantiosémico de la expresión “en absoluto”? Etimológicamente nombra una libertad plena, la plena libertad de lo no abarcable; como Dios en la teología escolástica [¿la teología escolástica en un ensayo {¿o será una divagación?} sobre José de la Colina?]. Mientras que en su uso actual casi refiere a una privación absoluta, casi como negación; como el absoluto indeterminado de Hegel [bueno, ya no te has de sorprender, lector. ¿En este ensayo {¿o será una divagación?} cabe cualquier cosa? Sépalo Hegel]—, que presumo saber suficiente de ti, sino que supongo que aquí nos reúne la lectura, ahí donde nos conocemos y desconocemos, somos y nos olvidamos, el lugar de la libertad imaginaria), que creo es nuestra responsabilidad celebrar los 85 años de José de la Colina platicando, leyendo y escribiendo con el gusto que su lectura nos produce. Como cuando uno mira un cuadro colorista, leer a José de la Colina debería permitirnos conversar tranquilamente con los tonos de la alegría que se ilustran con su pluma. Para afirmar que en la literatura todo es posible, la literatura debe ser plenamente posible y José de la Colina ha sido el surfista que colorea las posibilidades.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Importante observación de Ricardo Raphael: «Fifilandia está pagando por los pecados, las desigualdades y las equivocaciones del Mirreynato». 2. Interesante la anécdota que narra Martha Anaya: el comisionado para la paz en Chiapas palideció al recibir la noticia. Inmediatamente fue a reunirse con el obispo. Dialogaron solos. El ejército vigiló al comisionado. Todo eso aquel atardecer shakespereano del 23 de marzo de 1994. 3. Hablando de los intelectuales que se han unido al régimen para linchar a Enrique Krauze, el periodista Humberto Padgett atinó la descripción de la transformación de la intelectualidad, cuyos miembros pasaron «de furiosos opositores a recalcitrantes oficialistas».

Coletilla. Impresionante el trabajo de Ángel Gilberto Adame. El sustantivo con mayor número de apariciones en la obra de Octavio Paz es «tiempo», con 4350 apariciones. El segundo lugar lo tiene «poesía», con 4332 apariciones. El tercer lugar es para «mundo», con 4182 apariciones. Impresionante.

El soledoso arte de narrar

El soledoso arte de narrar

Algunos creen que el escritor imagina una trama completa y la distribuye habilidoso en frases. ¡Eureka, tenemos una novela! Otros más consideran que el escritor tiene una idea y va buscando modos de expresarla, tasando la gramática alquímicamente. No faltará quien piense que para narrar se requiere primero la privilegiada mirada que reconoce entre lo diario aquello que puede ser narrado. O bien, habrá quien crea que la obra literaria es producto de la planeación, el ejercicio y el profesionalismo. ¡Metodología de la obra maestra! Pues los lectores preguntamos con entusiasmo por la obra literaria, creyendo que el autor es la autoridad para respondernos todo sobre la obra. Creencia, por cierto, que encuentra su problematización más literaria en Versos de vida y muerte de Amos Oz.

La novela de Oz ofrece una apariencia inicial: se trata del discurso interno de un escritor que reflexiona sobre el arte narrativo a causa de un evento cultural en que será cuestionado sobre su obra literaria. Así, la novela nos va presentando el monólogo interior del autor (que permanece anónimo a lo largo de la obra, pero que es popular y famoso; contradicción, por cierto, con la que Oz nos permite ir más allá de la apariencia inicial. El autor se llama a sí mismo el autor en su discurso interno; nadie se nombra a sí mismo como el autor al interior de su alma. Oz es el autor de un autor que es autor de un autor), al tiempo que va desarrollando lo que parece ser la acción. La acción, empero, nunca se presenta directamente, sino por medio de lo que en la apariencia inicial es el discurso interno del escritor. ¿La acción se realiza por la narración del escritor o el escritor narra la acción realizada?

En cuanto nos percatamos que la acción de la obra siempre es incompleta, o potencial, también nos percatamos de la inexactitud de la apariencia inicial: el discurso interno del autor reúne indistintamente los pensamientos y las impresiones, las reflexiones y las imaginaciones, del personaje llamado el autor. Distinguir la indistinción es importante porque apunta al hecho literario. Cierto, el autor sentado en la mesa de un café imagina el pasado y el futuro de la mesera, la peripecia de quienes ocupan la mesa contigua, la tragedia del conocido común de los vecinos de mesa, la relación posible entre el conocido común y la mesera, o entre la exnovia imaginada del exnovio imaginado de la mesera apenas vista y el imaginado desconocido conocido común de los vecinos de mesa… El discurso interno del autor es imaginación de la experiencia cotidiana, al tiempo que narración, recreación de esa misma experiencia. ¿Las acciones ocurren realmente o es nuestro modo de reunir la experiencia lo que nos permite reconocer las acciones?

Si no hay acciones fuera del marco de un discurso, el origen del discurso es la fuente de nuestra vida diaria. Vivimos en tanto hablamos; los hablantes somos los creadores de lo que vivimos. Sin embargo, Oz no permite que lleguemos a esa conclusión tan sencillamente. El que en la apariencia inicial es el discurso interno del autor y que en una segunda mirada es la imaginación narrativa de un autor aparece pronto como el discurso interno del autor, de aquellos con los que se relaciona el autor y del punto de vista del espectador que es el lector (algo así como ese efecto único de Virginia Woolf al cambiar la fuente de la narración entre los personajes sin que ninguno agote la narración por sí misma). O bien aquello que nos narra nos hace narradores que crean el marco desde el que surgen las acciones, o bien el autor es narrador de las narraciones ajenas y la vida es la reconstrucción literaria del desconocimiento de los otros. ¿Qué es aquello que nos narra? ¿Qué autor puede ser tal que su narración reconstruya la vida de los otros?

No se trata en Versos de vida y muerte de crear con la palabra, aunque a varios lectores les podría ser fácil esa blasfemia. El título de la obra está tomado del título de una obra que forma parte del discurso interno de la obra misma. Versos de vida y muerte nos presenta en varias de sus páginas algunos fragmentos de los poemas de un personaje que intituló su poemario Versos de vida y muerte. La narración novelística crea la obra poética. El lugar de los poemas es el intrincado sitio desarrollado en la novela. En la ejecución de la obra poética encontraremos el lugar de la creación novelística.

Versos de vida y muerte (poemario) es una obra tradicional del sionismo que reivindica al Estado de Israel y a los valores del mismo Estado. Según nos enteramos por la novela, los poemas fueron muy populares en un momento anterior a aquel en que se desarrollan el discurso y la acción de la novela; ahora, no se sabe si el autor sigue vivo y sólo los mayores recuerdan los poemas. La popularidad se explica por la intención nacionalista de los versos. Los poemas arraigan entre la gente, se popularizan, se vuelven necesarios, cuando expresan las opiniones de su tiempo, cuando confirman las convicciones de sus coetáneos, cuando nos dan la razón. Versos de vida y muerte (poemario) es el opuesto a Versos de vida y muerte (novela), que ve con ironía el nacionalismo, que cuestiona las opiniones de su tiempo, que impide confirmar cualquier convicción de sus coetáneos. En tiempos en que los lectores opinan que el lenguaje es sólo un problema, Amos Oz nos hace preguntarnos sobre la distinción entre palabra e imaginación, difuminando dicha distinción. En tiempos en que algunos lectores tienen la convicción de que el lenguaje es yahvista, Amos Oz nos conduce a considerar que el lenguaje sólo es posible por la distancia que da la imaginación: los hombres no creamos con las palabras, sino que por ellas salen a la luz las creaciones. ¿Quién crea? Amos Oz crea un autor que crea un discurso que crea a un autor que crea un poemario que crea a un autor que crea un modo de vida. El autor concluye con toda autoridad: la vida es una alegría que acaba en llanto. ¿Entonces quién crea la alegría? ¿Acaso podremos evitar el llanto?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. Un accidente demasiado perfecto. Tras él, el presidente interpreta los hechos como un problema moral: que no lo acusen los neofascistas. El problema, empero, es legal. Ni el presidente por encima de la ley, ni la moral como excepción de lo legal. Fue un accidente demasiado perfecto.

Coletilla. La revista Letras Libres celebrará 20 años con su número de enero de 2019, un número imperdible, lector, que has de ir a comprar lo antes posible. ¿Por qué? Porque su portada será origen de una polémica importante; podríamos decir que la ilustración de portada llevaría por título “La Rapsodia Bohemia de López Obrador”. El artículo principal es de Enrique Krauze y está dedicado a una detallada revisión de los libros de historia que ha escrito el presidente López Obrador. El historiador muestra la distorsión ideológica de la historia que permea en las opiniones del político que se jacta de estar haciendo historia. Además, el número incluye una narración de Héctor Manjarrez (que este año publicó sus relatos reunidos en Historia), un ensayo de Ian Buruma sobre la libertad del arte y poemas de Hernán Bravo Varela. Además, se celebran cincuenta años de traducción poética de Gabriel Zaid, presentando versiones del sabio mexicano a poemas de: Voltaire, Po Chu Yi, Shakespeare, Geoffrey Hill, Paul Celan, Janos Pilinszky, Richard García, George Bataille, Jan Zych, Fouad El-Etr, Dorothy Parker, Nerval, Safo, Vidyápati y Pessoa. Imperdible, lector, Letras Libres de enero de 2019.

El artificio de la seguridad

El artificio de la seguridad

 

Siete cuentos morales es una obra maestra. El capítulo central es una representación notable del arte de narrar y del problema del arte de narrar. Mediante el capítulo central, John Maxwell Coetzee esboza la dificultad en la recepción de su obra y apunta a la oportunidad actual del arte literario. La obra maestra guarda en su centro el secreto de la maestría.

         El título del capítulo central de Siete cuentos morales puede entenderse de varias maneras. Por un lado, como decide la traducción castellana, es la historia de “una mujer que envejece”. Aunque bien podría tratarse de un suceso presentado “como una mujer envejece”. O bien, por otro lado, puede ser el relato que descubre sentencioso que “así envejece una mujer”. Aparentemente se trata de un solo hecho y tres posibles interpretaciones. Aparentemente un narrador podría presentar la historia de una mujer que envejece, así como un poeta podría formar una alegoría como una mujer envejece, o un escritor podría señalar como ejemplo idóneo que así envejece una mujer. Pero engaña la simplicidad de las apariencias: ¿vale contar una historia si no es ejemplar?, ¿alguna ejemplaridad humana nos es accesible sin narración? Y la vejez, ¿puede ser un simple hecho? ¿Acaso para nuestros contemporáneos la vejez no es siempre una interpretación? En su narración central, Coetzee muestra el artificio desde el que interpretamos la vejez y por la alegoría que es Elizabeth Costello nos permite reconocer ―quizá por primera vez― la proximidad de la inoportunidad necesaria. En nuestra vejez, la literatura ya no será oportuna: seremos como los últimos hombres, pero sin necesidad de inventar la felicidad. Nuestra vejez será un lúgubre parpadeo.

         La estructura del capítulo cuarto contrasta la seguridad de las partes compensadas con el vértigo de la ausencia de centro. O para fingir claridad: las cuatro partes del relato se agrupan en dos pares de mitades. Desde una perspectiva, partes primera y cuarta corresponden a la conversación entre la Costello y su hijo, en tanto segunda y tercera presentan las actividades de Costello al visitar a su hija. O bien, desde otra perspectiva, partes uno y dos como meditación contrapuesta sobre las palabras, y partes tres y cuatro como contraposición meditada sobre la acción precavida. ¿Qué da unidad al todo? Lo no escrito, lo ausente: el misterio sobre lo que Elizabeth Costello, la mujer que envejece, realmente quiere. El misterio de Costello, su lugar en nuestro mundo, es la alegoría coetzeana sobre la oportunidad de la literatura en nuestro tiempo. La seguridad es el artificio por el que queremos forzar la permanencia de Costello, de la literatura, de nuestros viejos.

         Los hijos de la historia, como los hijos de nuestro tiempo, quieren prever el futuro de su madre, asegurarlo. Ante la mujer que envejece quieren disponer de sus medios para evitar complicaciones, sesgar la enfermedad y civilizar la muerte. Que no es correcto que una anciana viva sola, pues algo podría pasarle y debe haber alguien para ayudar… ayudarle a ponerse en manos del especialista que haga digna su muerte. Que no es correcto que una anciana muera sola y lejos de su familia, pues para eso están los hijos, para acompañarla en el último trance… acompañarla y decidir por ella, disponer ordenadamente de los despojos. La muerte, piensan los hijos, no debe imponer el desorden. Sabemos demasiado sobre la vida, suponen, como para no entender qué hacer con la muerte. Biologizada la vejez, la muerte es un momento más de los movimientos que constituyen el fenómeno vital. La muerte digna, deberían concluir, es la aniquilación ordenada, la solución final al problema de la vida: pase usted, tome un número, le registraremos una cita, no vaya a ser que su muerte provoque un desastre en nuestra apretada agenda… El progreso hace a la vejez administrable; la seguridad es la ilusión de nuestra capacidad para planear la muerte.

         Elizabeth Costello promete a sus hijos que considerará sus propuestas de administración de la vejez, pero les advierte que, como supondrían con facilidad, no es probable que las acepte. Costello sabe que su convicción, el lugar en que se fundan sus decisiones, es vieja, anticuada. Costello experimenta su vejez como el reconocimiento de la inoportunidad de sus palabras. Costello es vieja porque cree en las palabras. La juventud de nuestro mundo ha de renunciar al logos; la seguridad que buscamos no es discutible, sino razón de fuerza mayor. La seguridad es el consuelo de quien renunció al amor y a las palabras, de quien ya es solo solitario, de quien ya solo puede renunciar a la vida. La seguridad es un consuelo que parece razonable.

         En la primera conversación con el hijo, la novelista señala preocupada que en nuestros tiempos ya no cuidamos las palabras, que hablamos indolentemente, desaliñando las palabras y deformando nuestras almas. En la parte siguiente, Costello señala preocupada a su hija que en nuestros tiempos no apreciamos el silencio, que no le damos oportunidad y saturamos nuestros momentos con plática insustancial y frívola, habladuría de almas deformes e ideologías anodinas. La parte siguiente del relato es posterior a la ausencia, al silencioso centro coetzeano. Ahí la novelista confía a sus hijos que está escribiendo cuentos y les refiere uno. A juicio de ellos, el relato está incompleto pues no resuelve nada, ni muestra con seguridad lo que va a pasar. La escritora ironiza: por eso no pide opinión previa de sus creaciones. Los hijos afirman que frente al mundo, ellos están del lado de Costello; los hijos no sólo quieren cuidarla, sino que creen que su juicio podría orientar el vetusto arte de su madre hacia lo que ahora es un buen relato. La oportunidad única de la literatura en el futuro será la seguridad normada por los despreciadores del silencio y los vilipendiadores de la palabra. En la parte final del capítulo, madre e hijo conversando, queda claro que la comprensión es imposible: nuestro mundo ya no es hospitalario para Costello. ¿Acaso lo es para la literatura?

         El capítulo central de Siete cuentos morales concluye con la apreciación del hijo sobre lo insensato de su madre y la confirmación de lo correcto del afán moderno de seguridad. John Maxwell Coetzee no se hace ilusiones: ni un libro salva al mundo, ni su obra maestra asegurará el futuro a la literatura. Porque Coetzee escribe, la Costello sigue siendo misterio. ¿Cuánto tiempo más alguien podrá recordarnos el misterio?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. ¿Quién organizó la consulta ciudadana? ¿Dónde está el registro de los funcionarios de casilla? ¿A quién dieron sus datos los mexicanos? ¿Y quién protegerá esos datos? El viejo PRI pedía copias de la credencial para votar. La Cuarta Transformación digitalizó las viejas prácticas.

Coletilla. Ya es bastante con la invención de que el día de muertos tiene raíces prehispánicas, pues en realidad fue un intento paganizante del gobierno de Lázaro Cárdenas (véase la investigación que ha desarrollado Elsa Malvido). Ahora, las televisoras nos salen con que el desfile de catrinas por el día de muertos es una gran tradición. ¿Ya se olvidó que el desfile fue inventado para una película hace tres años?