Tenían razón después de todo. El viejo lobo, el zorro, el de las mil poses, tenían razón con respecto al mundo. Había que tallarse una máscara a fin de cuentas. Había que aniquilar al otro con la ausencia de uno, forjarse un otro y malabarear el alma para no sucumbir. Había que tener una personalidad doble, triple, hacia afuera.
Y así lo hizo.
Lo que nunca le dijeron fue cómo no perderse en esa laberíntica y vacía otredad que terminaría siendo uno mismo.
Gazmogno