El show del tirano

Los grandes conocedores dicen que en Versalles Luis XIV acostumbraba usar zapatos de tacón. Y aunque ver a un hombre usando calzado tan incómodo, al mismo tiempo que pretendía conquistar al mundo, pudo resultar irrisorio en algún momento, por tratarse del rey la incomodidad se convirtió en símbolo de estatus.

El Rey Sol usaba calzado incómodo para que nadie lo opacara siendo más alto que él en la corte. El Rey Sol sacrificó la comodidad y el buen gusto con tal de ser él la estrella del Show que cada día se montaba en Versalles.

Y es que el Rey Sol era el protagonista del palacio, todos debían acudir a ver cómo es que despertaba y debían estar al tanto de lo que cenaba.

A veces pareciera que la moda impuesta por Luis XIV se limitó a las vestimentas, pero con el paso de los años y el advenimiento de nuevos tiranos, he notado que la disposición al ridículo con tal de ser la única estrella en el firmamento político se va acentuando.

Así pues no es de extrañar que después de lo acontecido en Versalles, los aspirantes a marcar la historia con su paso hagan lo que sea para ser únicos en el escenario.

Maigo

El pasado rey de Francia

Cuentan los entendidos que sobre espejos y pasteles hablan, que hace muchos años había un rey en Francia, por nombre llevaba Luis, y luises fueron sus monedas.

Este rey construyó un castillo enorme sobre terrenos que de caza eran y para aderezarlo mandó traer a toda la realeza, a fin de que sus buenas costumbres adoptara

Dicen los más chismosos, que el rey el sol se sentía, y que cada acto de su día lo veía como un rayo de luz que a sus gobernados iluminaría, desde muy temprano cuando se levantaba, el rey hacía ceremonia para usar la ropa que lo adornaba, los cortesanos solícitos a la vestimenta del rey elogiaban y en las excelencias de sus hábitos cada exceso justificaban.

La vida en el castillo, que moda imponía desde Francia, se fue enfrascando en el encierro, los nobles y la realeza vivián un mundo de ensueño, mientras afuera otros platos se cocinaban, entre hambre, frío y despojo, aderezado con amargo odio contra el encerrado monarca.

Aunque el sol francés brillaba entre los espejos, los oropeles lo cegaban y no lo dejaban ver la realidad que el verdadero astro rey alumbraba, este encierro entre espejos, jardines, fuentes y aderezos a la realeza cegaba y la dejaba indefensa en contra de lo que se le preparaba.

El final del rey de Francia, nieto de aquel rey sol que a muchos deslumbrara, por todos es sabido, pero eso no impide que en otras latitudes haya hombres que viven en palacios y que salen de los mismos sólo para escuchar alabanzas, sintiendo molestias cuando lo que llegan a sus oídos son sabores de otras trazas, con el señalamiento de errores o de imperdonables faltas.

¡Ay de aquellos que se hacen castillos con alabanzas, se encierran y se ciegan como en su momento lo hicieron los reyes en Francia!

¡Ay de aquellos que en lisonjas a sus hábitos pierden para todos la esperanza, pues no por levantarse temprano o dormir tarde se cumple con el deber que corresponde a un buen monarca!

¿Qué cuál es ese deber? Hasta donde sé es prestar oído a todos los asuntos que debe gobernar, porque es escuchando más que hablando como se entiende a la realidad.

Maigo

¿Virtud por contagio?

Suponer que las virtudes de un gobernante terminarán contagiando al pueblo, como para que éste se convierta en un ser virtuoso, es una idea propia de las monarquías absolutas: si el rey es virtuoso sus allegados lo serán, aunque gusten de inclinarse al vicio, si el rey es vicioso, sus allegados lo serán aunque su alma busque la virtud y el bien, la comprensión sobre la virtud y el vicio no es tan simple.

Pensar que la virtud y el vicio se contagian, ya supone un problema que se debe atender con cuidado, incluso pensar que los virtuosos sólo conviven con los virtuosos y que los viciosos lo hacen de igual manera implica un problema bastante amplio de tratar.

Luis XIV de Francia, aquel monarca ilustre que se atrevió a igualar al estado con su persona, hizo de su vida cotidiana un espectáculo que debía ser atendido por toda la corte.

El uso de pelucas y accesorios que adornaran al monarca, quien sin miedo  se equiparaba en los cuadros con el dios Apolo, se volvió corriente en el palacio que estaba construyendo en medio de las tierras que ahora son jardines, cabe señalar que  sufrientes por la carencia constante de agua.

La moda se impuso, al grado que hasta las cirugías a las que debía someterse el monarca se volvieron solemnidades, pero la capacidad de éste para soportar el dolor no aportó a la educación que esperaba recibieran aquellos por los que se rodeaba. Los cortesanos no soportarían dolores emulando a los monarcas cuando ya bastante sufrían a causa de sus ideas raras.

La moda se impuso, pero la virtud se perdió entre espejos, cristales, fuentes sin agua, jardines y danzas. El tiempo fue pasando y lo que el propio rey consideró virtuoso se perdió entre deudas y cabezas empolvadas, muchas de ellas cayendo bajo los regímenes más terroríficos, que de la carencia de libertad se sacan.

El rey absoluto pensó que sus virtudes serían admiradas y copiadas, el problema es que sus virtudes, si acaso las tuvo, se confundieron con modas por los ricos adoptadas.

Un rey absoluto considera que si se levanta a cierta hora todos los días, y todos lo emulan, contagiará de virtudes a todos los que amodorrados persiguen sus pasos para ver cómo se caen promesas y sueños después de caminar por los páramos yermos de certeza, y terminar más perdidos que ciertos discípulos de Protágoras.

 

Maigo.

LE ROI DANSE

Mi vida se fue aquella noche

en que me vestí de Luis XIV.

 

Ella se quitaba la ropa

mientras cristo era iluminado por una vela

que descubría mi desnudez ante ella.

 

Yacíamos en un convento,

en el pecado, en lo prohibido.

 

Intenté quitarme el traje del pudor y lo logré.

 

No hablábamos de amor,

hablábamos de amar

y de la fantasía de Luis XIX

y la cortesana desnuda.

 

Le roi danse frente a Cristo

y cae frente a los ojos de ella.

Cae frente al amor,

cae frente al miedo.

 

Intenté ponerme el traje del amante y no lo logré.

 

La pureza seguía carcomiendo mi carne,

y persiste aún cuando ya no soy Louis

y la cortesana ya no se desnuda.

 

Le roi ya no baila, ya no cae en sus ojos.

 

No hablábamos de amar,

hablábamos de enseñar,

y ahora que trato de quitarme

el traje del miedo,

ya no hay cortesana

que se quite la ropa.

 

Le roi danse de nuevo, pero ahora solo.

 

Luis XIV murió en 1715,

Yo fallecí aquella noche.

 

Gazmogno