La necesidad de la crítica política

La necesidad de la crítica política

El que no vive para servir,

aún no ha comenzado a vivir.

La primera respuesta que viene a la mente cuando critican nuestro trabajo es, “pues hazlo tú”, olvidándonos de que somos nosotros quienes podemos actuar en favor nuestro. Esto en el ámbito privado. En el espacio público, el representante ha de aceptar la crítica no por otra razón que la siguiente: en él se ha vertido el poder de hacer el cambio o resguardar la permanencia que se considere la mejor opción para la mayoría. Por eso, el representante político ha de saber escuchar la crítica del pueblo, pues es la otra parte del poder, sin la cual su actividad no es del todo clara. Todo servidor público y el pueblo en general, ha de saber que es un asunto complicado conocer todas las condiciones en que se encuentra un país, una región, un estado o municipio. Por eso se cuenta con ayuda de otros representantes a cargo de direcciones, ya sean de salud, de educación o de seguridad. Por eso cada colonia tiene a su representante, para decir qué no se ha hecho bien y reconocer qué sí está funcionando.

En este sentido, la crítica política se ejerce no para denostar la imagen del servidor público o representante en cuestión, sino por una cuestión más justa: poner de relieve lo que no está bien dentro de su jurisdicción, para que se cambie. El cambio no ha de molestar a nadie cuando es para bien de todos. El problema de recibir una crítica, es que se piensa más en la fama y en el lujo que se ha conseguido, que en la posibilidad de mejorar la vida de los demás. Es difícil, sino hasta peligroso, ejercer un ejercicio crítico como lo hacen los periodistas o columnistas de los diarios cuando el Estado se funda en el hambre de fuerza y no en la búsqueda de la justicia. Cuando la imagen, que no la justicia, sustentan más a la riqueza.

Además, la crítica siempre es al poder. El poder público no es tal si no sabe actuar, y tampoco si no quiere actuar justamente: desde aquí comienza la crítica. La corrupción es la muestra más clara de que la crítica es necesaria para reencauzar la actividad de un pueblo. Pues si no, todos harían lo que quisieran, como de hecho ya ocurre. Pero sin la crítica sería un caos aún peor. No obstante, para criticar es necesario conocer. No sólo basta reconocer las injusticias, hay que saber a quién dirigirnos, a quién exigirles respuestas o en todo caso, a quién decirle, para que por nosotros levante la voz. En este sentido, los analistas políticos son esenciales cuando acuden a la verdad.

Los periódicos, que eran el foco centralizado del análisis y la crítica al Estado, antes de internet, siguen ofreciendo voces claras, por eso es importante leerlos, así como buscar en la internet voces buenas que nos ayuden a hacer nuestra tarea como ciudadanos: ver, analizar, criticar, denunciar. También para saber lo difícil que es hacer justicia en un país como el nuestro conviene estar informados.

La crítica, es verdad, no se queda en el reconocimiento racional de los problemas, pero como ya dije, ésa es la primer tarea del pueblo junto a las autoridades, lo que sigue después de este reconocimiento es hacer algo. Siguen los políticos, a ellos se les dio la batuta. Y claro, el pueblo ha de estar atento. Cuando ellos no hacen nada por hacer el bien a la ciudadanía y en cambio ayudan más al crimen, es cuando se hace evidente la necesidad de la crítica, así como de la investigación; y de ambas su libertad de expresión. Pero el totalitarismo siempre imposibilita la crítica porque ansía más el poder absoluto que el poder verdadero. La crítica, que también es poder, no es posible cuando el crimen ostenta todas las formas de éste. En este caso, se vuelve adulación y nadie vive bien adorando al mal.

Por eso no hay que callarnos ni olvidar, pues la voz y el recuerdo son los últimos refugios de la libertad antes de una rebelión. De hecho, son y deben de ser en todo momento las herramientas de cualquier presidente antes de encausar una guerra que podría ser a la postre una enfermedad sanguinolenta. Del otro lado de la crítica sí está la acción pero, al dirigir un país, nadie debería actuar sin saber los efectos reales. ¿Cómo se puede mejorar un país enfermándolo de guerra?, aún peor, ¿quién pide a los enfermos que no se quejen?

Ítem. La explosión en el pueblo de Tultepec nos pone ante otra emergencia nacional de la que justo habló EPN en Tlaxcala este miércoles: La infraestructura del sistema salud. Mientras él inaugura más hospitales, las voces de los quemados se dejaban escuchar a lo largo de todo el Estado, pues en muy pocos hospitales se cuenta con recursos necesarios para atender a los heridos, “¡Aquí ni jeringas hay!”, dijo un doctor ante la desesperación de no poder ayudar a los enfermos que tuvieron que ser trasladados a otros hospitales de la Ciudad de México. Es una realidad con la que se vive a diario en los recintos de salud. No hay material, no hay suficientes médicos ni enfermeras en los hospitales del país. ¿Cómo se pueden unificar los esfuerzos, como pide EPN, si no hay fuerzas para trabajar?

Ítem. No puedo entender a las autodefensas, como la suscitada  hace poco, más que como un acto de auténtica desesperación. Mirando que las autoridades no hacen nada, lo que queda es actuar; viendo que la ley no consigue nada, lo que queda es la última salida, el delito. Las autodefensas son la prueba más clara de que la violencia es la armadura de la seguridad, así como que la justicia pasó a ser un muerto más en nuestro país desde que las autoridades facilitan más la vida de la delincuencia, ¿o no fue eso lo que pasó? ¿No el delincuente quedó más tranquilo con la transacción de vidas que los pobladores del lugar?… Aquí no hubo mediadores, hubo quien tirara paro a los secuestradores.

Palabras que gasté: Pobre parque / parque mío, / parque, parque, parque… / parque ¿para qué?

Luis Eduardo Aute

Palabras para terminar el año: ¡Muchas gracias por todo!

 

Javel 

El Lujo del Detalle

«Dios está en los detalles»

Dicen por allí.

Nuestras vidas, si no estuvieran inmersas en palabras y conversaciones, no serían humanas. Muy buena parte de nuestros días estamos escuchando algo que nos cuentan, proponiendo que nos cuenten, o contando nosotros mismos. Y de las muchas maneras en que pedimos a alguien que nos platique algo que sabe –por ejemplo que a veces tenemos que detenerlo porque va muy rápido y mientras imaginamos con penas unas siluetas ya nos tiene abandonándolas por la nueva descripción; o como otras veces en que le indicamos con impaciencia que vaya a lo que va, sin hacer paradas en escalas–, de esas maneras, brilla peculiarmente que cuando queremos que nos cuenten todo lo posible de lo que hay que decir, digamos que queremos escucharlo con lujo de detalle. Resulta curioso que siendo algo tan pequeñito, el detalle, reconozcamos que tiene una importante parte en el cuento de los eventos (o recuento, si les sonó demasiado fantasioso) como para que lo consideremos un lujo. El detalle en su peculiar pequeñez se ensancha mientras lo enfocamos para mirar con más agudeza. Porque resulta que siempre que podemos, nos damos el lujo de investigar a detalle.

Suele ser así: darnos el lujo de preguntar a fondo es signo de lo que consideramos importante. Claro que hay varias maneras de entender que algo es importante. La forma en la que un lujo lo es resulta peculiar. No es importante como las causas de algo que pasó, ni tampoco como la base de un argumento. Éstas cosas son importantes porque son indispensables (sin ellas no se entiende lo dicho); en cambio, el lujo es algo prescindible de lo que no queremos prescindir. Y esto puede querer decir que no estamos por completo de acuerdo en que podamos dejarlo de lado, o sea, que quizá no creamos en verdad que es prescindible. Un lujo no sobra como lo hace un estorbo porque complace sobrando, y cuando nos complace lo que sobra, luego ya lo echaríamos en falta si no estuviera. Es permisible buscarlo cuando lo necesario está asegurado, pues solamente estando enfermos preferiríamos los lujos en vez de lo indispensable para sobrevivir, pero desde otro lado, puede decirse que solamente estando enfermos preferiríamos nada más lo indispensable para sobrevivir cuando además de ello podemos tener lujos (aunque los haya benéficos y maléficos).

Hay una fórmula un poco popular que expresa el límite tras el cual aparece el atractivo brillo del lujo: «lo mínimo indispensable», que equivale a lo estrictamente suficiente. Quiere decir que, para lo que se refiere, se tiene nada más y nada menos que lo que es necesario, y de allí en más ya es puro lujo. ¡Qué fácil sería entender con plenitud dónde se encuentra esta frontera si estuviésemos todos de acuerdo en qué necesitamos! Pero como no es el caso, los lujos nos hechizan y sólo cuando llegan al extremo del adorno y el estruendo nos parecen a todos, bien evidentemente, excesivos. Eso no pasa con tanta frecuencia, así que también está abierta la puerta a que algunos de los que así llamamos «lujos» en realidad los necesitemos más de lo que admitimos (aunque sea a cierto nivel).

Los detalles son lujos que no podemos simplemente ignorar. En las conversaciones los detalles se hacen importantes en la medida en la que nos abrimos a esta posibilidad: que no son un lujo en el mal sentido, sino una necesidad más allá de lo mínimo. Son a la vez indispensables para que abarquemos lo más que podamos lo que se nos dice, pero se encuentran más allá de lo «indispensable». Por eso es que queremos lo que nos importa con lujo de detalle, porque la minucia con la que se nos contará pide que vayamos mucho más allá para comprender (¿qué querrá decir que podamos encontrar este tipo de necesidades?). Queremos que se nos diga no sólo qué pasó, sino exactamente cómo, y si los detalles faltan en lo que juzgamos más importante, dejan el cuento yermo y estéril. De ellos nos viene conocer lo dicho con el cuidado de las descripciones, de las sucesiones, de la perspectiva de quien cuenta, y de muchas cosas que fácilmente podrían ausentarse en una plática-ráfaga. Parece que en este tipo de asuntos humanos como las conversaciones y los estudios se da que sea posible examinar algo con sólo un poquito de tosquedad, y en ello perder más que lo que gana una gran sutileza. Lo importante no es sólo lo que queremos saber, también nos importa mucho cómo. Y así como se aprecia mejor la totalidad de una sinfonía mientras más se reconoce cada pequeña parte en su justo lugar, así también es más aguda la mirada sobre la palabra cuando se le cuida con esmero en su detalle y  en su plena magnitud.