El apagón

Se cuenta que al inicio del tiempo estaban la tierra y el cielo, que la luz se hizo después, para ayudarnos a entender lo que estaba pasando en esa masa de tinieblas.

Unos días más tarde, llegó el hombre hecho a imagen y semejanza de quien hizo la luz, pero él se creyó hacedor de luz, y se perdió en las tinieblas de una oscura caverna, ya que no hay nada más abismal que la absoluta incapacidad para entender lo que pasa

El hombre dejó que su vista cayera en la contemplación de una luz azul y pequeña en sus manos, ya no quiso ver hacia arriba en los cielos porque girarse hacia arriba daba tortícolis y molestias.

Después de esos cambios henos aquí en las profundidades, con frío, pero con linternas en nuestras manos, esas lucecitas que nos ayudan a creer que entre nosotros nos comunicamos.

Alguien se atrevió a decir que en nuestra caverna vemos sombras, proyectadas en la pared gracias a unas luces encendidas por titiriteros, aceptamos no hacerle caso porque en esta caverna nos vemos como seres de luz, ya que traemos lucecitas azules en nuestras manos, lucecitas capaces de “abrir nuestro entendimiento”.

-¡Qué maravilla hacer luz propia y comprender que lo mejor es lo que ahora hacemos!- pero más bello fue cuando comprendimos que dejamos de ver el cielo y que en las tinieblas en las que estábamos esa luz azul no nos daba entendimiento.

Todo ocurrió con un apagón, las lumbreras de cada quien obsoletas se volvieron, nos dimos cuenta de que estábamos a obscuras, viviendo con frío y mucho miedo.

Se apagó la luz, de momento ni siquiera se habló de titiriteros, quizá sea momento de salir y de ver con los propios ojos al cielo y entender que somos criaturas semejantes, pero no iguales a quien nos dio el entendimiento.

Maigo

Andamio nocturno

Andamio nocturno

Nuestro rostro no tiene brillo natural alguno: por eso la máscara ritual de los cosméticos sólo es un trazo esquivo de polvo. Diría Voltaire que la máscara nos puede distinguir de Adán; nuestro padre de barro no conocía, según el francés, el placer civilizado de sanear la imagen decadente, como no conocía ­—por ser padre antiguo— refinamiento alguno. Pero en la noche nos perdemos para los demás; quizá sólo nos queda la voz envuelta en los sentidos titubeantes, como dejados a la suerte de la experiencia y el recuerdo. Nadie se sabe voz errante en tanto confunda las tinieblas con la luz; sólo Dios pudo separar lo que había creado en un día, algo imposible para esa carne sostenida como imagen animada de sí mismo, cuya fragilidad sobrevive muy cerca en realidad del vigor fortalecedor de la vida genuina. Era en medio de la penumbra vuelta drama metafísico que Descartes salía avante con su luz natural, a la que parecía corresponderle ese nombre por haberla visto en sí mismo. Pero ¿qué penumbra había para un hombre tan instruido como él? Quizá era sólo la duda lo que parecía sostener toda la luz ajena como algo inservible. ¿Qué habían de ser las palabras sino emisarias de aquella luminosidad geométrica en la cual se interpreta a la naturaleza desprendiéndola de la materia para el uso humano? El camino de la arquitectura metódica requería también del baño en la quietud de la reflexión. ¿Será sólo pasión biográfica o pericia retórica la que presenta dicho cuadro? La luz natural redescubre las posibilidades del arte. Pero la luz no es un fenómeno tan simple como para disiparse por nuestra voluntad. Sólo hasta que la palabra revela la manera en que la sequía habita nuestra boca, uno comienza a recobrar el sentido de la sed. De la penumbra y el desierto uno habla siempre con terror por las pasiones que lo habitan. Pero el agua no es sólo el remedio natural para la sed, es también un símbolo de muerte. La boca es la puerta de entrada natural de la comunión necesaria con el mundo. Uno se revela indigente y desnudo frente a la intensidad del Verbo. Uno es ese niño del que todos se burlan por permitirse sufrir ante lo ignoto. Pero incluso en medio del frío la pasión es todavía posible. Las flores sufren el embate del tiempo; se abren y cierran exhalando un enunciado de vida en la belleza y el tiempo. ¿Cómo no ver un deseo de lo estable en el argumento de la luz natural, lo cual lo transforma en algo herético? La herejía y la falsedad en nuestras palabras serían algo imposible sin la vecindad lejana con lo que no se mueve. En la penumbra, aún queda el misterio que la imagen de la caverna (algo natural) nos intenta mostrar.

 

Tacitus

 

La luz sobre el misterio

La luz sobre el misterio

A la memoria de Francisco García Olvera

 

La precisión es alegría, una sonriente dicha que elabora la definición ante lo ignoto, como si el misterio que nos aborda fuera tan evidente como para no gozar la insistencia de pensarlo, de nombrarlo, realizando nuestras inclinaciones más benignas. Lo aciago de la palabra escuela es que el ocio no se alcanza ya a saborear, pues tiene encima las yemas tiesas del negocio casi inevitable. ¿Cómo se puede propiciar aquello para lo que estamos dispuestos? ¿Cómo entender esa relación entre el ser, el hacer y el haber en que parecen irse delineando los bordes de nuestra voluntad, sensibilidad e inteligencia? La sabiduría es asombrosa, y nuestra admiración por ella muestra, quizá, el gusto por saber, aunque dicho gusto natural no sea todavía philosophia, mas que en un sentido primordial. El problema moderno de la inteligencia está basado, hay que recordar, en la imposibilidad última de distinguir la inteligencia de todos sus actos posibles, para los que la sensibilidad, si bien no insignificante, es pensada a partir de una división primordial en el orden del conocimiento: el yo se encuentra en un cuerpo cuyos movimientos sensibles sólo son aclarados hasta que el entendimiento se aplica a ellos. La fenomenología, a través de la visión, ha de dejar espacio a la palabra para recordar que sin inteligencia no hay misterio, sin palabra no hay manera de auscultarnos, de pensar aquello que se nos presenta. Por eso la aclaración se viste de una admiración ante lo que parecía estar silencioso. Los que salen de la rudeza no aprenden eso: los datos no son claridad por sí mismos.

No hay hábito sin ser, y no conducimos el hacer de manera afortunada sin conocer nuestro ser. Investigar es una especie de felicidad que colma nuestras deficiencias con nuestras propias capacidades. No puedo evitar pensar que nuestro ser, a la vez que común, aparece diverso en una maravilla visible en las palabras y las obras. Educar es una obra de palabra: al silencio necesario para la concentración en la filología sigue la posibilidad de comprender, al escuchar aguzamos el oído para la noble obra de hablar bien. La maestría en el decir reluce en la obra del saber mostrar, conducir. Es tentadora la opción de afirmar que la maestría para decir nos mueve sólo a repetir sus propias formulaciones, pero aceptar eso sería falta de filología. La raíz de la lengua común nos alimenta de una convención materna única, pero el que se anquilosa sobre el pecho forma el hábito de dependencia inútil, que no honra el decir bien. Probablemente, si para lograr una vida dedicada a saber hubiera un solo camino y un molde, conocerse sería imposible. La palabra no es estática, sino relación con otros, juego y seriedad. Quien no tiene palabra, andará a tientas; quien remeda sólo es un alumno, pesadilla del maestro, afiliado sempiterno del profesor.

Misteriosa esa diversidad para el obrar y el hablar, posibilidades cercanas a todo hombre. ¿Ese ente que somos, reflejado en el espejo, tan parecido a otros semejantes en sus diferencias, no está hecho para lograr su diversidad a partir de su movimiento? Pero la fuente parece la misma. Los recovecos del alma requieren, para ser descubiertos, de todas nuestras facultades. Tal vez por eso sólo hasta que uno se admira de lo que está tan cerca sea posible notar la bondad existente en lo que sentimos. Lo que nos acaece corre siempre en distintas aguas, aunque la inteligencia sea facultad universal. En ese caso la filología tiene todavía mayor sentido como obra de constancia amorosa, lo que permite descubrir mejor ese ente que somos en sus distintas relaciones. Toda obra tiene como base la relación del ente humano, como un todo, con aquello sobre lo que se ejerce. A veces, lo he visto, las actividades más vigorosas no involucran el trabajo manual, que por lo general tiene una duración estipulada por las capacidades para él. Es como si esa gracia de iluminarse tuviera la oportunidad de relucir en el fuego vivo de un aliento que no se desea apagarse, como si la potencia natural en verdad mostrara sus incandescencias de manera tangible a través de la voz. No están equivocados quienes dicen que la obra de un pensador se alarga como una estela a través de su vida.

¿Qué significa ser para el hombre? Aunque la respuesta parezca estar a flor de piel, titubeamos al esbozar siquiera un acercamiento. Y es que la comunidad de esa palabra con todo lo no humano es algo que la práctica diaria parece encubrir con la opinión común. Existimos con un sentido privilegiado para entender el movimiento, para notar el ser como tal. Lo natural sólo es comprendido a través de nuestra naturaleza propia. La palabra realidad no prescinde de la actualización constante de nuestras relaciones, pero no tendría sentido si su actualización no se basara en algo. Quizá eso posibilita el lógos sobre el fenómeno: aquello que aparece ante la inteligencia, ante la vista interna, subsiste en la actividad de pensar el ser, de verlo. Maestro es quien nos ayuda, con su hacer, a sabernos más claramente humanos, para propiciar lo bueno.

 

Tacitus

Ojalá sea la luz

Ojalá sea la luz

 

El hábito bueno perfecciona la vida, el malo la corrompe.

Todos como candelas encendidas juntan las llamas que poseen y se enriquecen en un fuego común.

F. G. Olvera

Y a fin de cuentas, ¿cuál es la labor de un maestro? Para esto tenemos que discernir sobre aquellas actividades y hombres que dicen educar. Después tenemos que decir algo respecto de la educación. Los hombres que dicen educar son dos: uno es el profesor, otro es el maestro. Profesor es el que profesa; profesar es adherirse a un dogma sin cuestionarlo y pedir que no se cuestione. Profesar es acercarse a las palabras como quien se acerca a la zoología desde un libro ilustrado. Ahí está el animal, ¿ahí está la naturaleza? El profesor dirá que sí y que aprendamos esto. Y quizá no es que sea un tirano, sino que no sabe enseñar, le da miedo enfrentarse a la espontaneidad de la vida; a la vitalidad del discurso. En fin, el profesor es aquel que toma un libro de texto y nos dicta o muestra, pero desde la sapiencia de otro. Jamás dirá “no le crean nada a este libro”.

El precepto último sólo lo dice –y lo dijo desde que lo conocí– un maestro. No creer en nada no significa arrojarse estúpidamente al escepticismo, hay hechos que no puedo eludir: como que “hablo y ustedes me entienden”. No creer en nada es aprender a escuchar, y a ver “no con los ojos de la cara”, sino con la inteligencia. No creer en nada es un acto de humildad intelectual y por ende vital. No creer en nada es tomarse muy enserio la labor de investigar, para una vez sabiendo algo comenzar así: “Parto pues del hecho de que sé hablar y sé escribir y de que hay otros seres semejantes a mí, que saben leer y entienden lo que digo.” El maestro sienta las bases, no las diluye, las cuestiona junto con sus estudiantes. El buen maestro dice lo que piensa de una forma clara y estructurada. Pero la claridad que es la manifestación de la luz, nos hará ver sólo si ponemos atención “No anoten, escúchenme a mí”, porque educar es ante todo una experiencia estética. Es el fenómeno de la inteligencia que busca el orden del hombre en el universo, es decir, aquel que busca su justa proporción: la belleza de –y en– su ser. Para lograr esto, el lenguaje debe de ser claro, pero sobre todo, vivo: perfecto.

El maestro es el que trabaja con la luz (analogía con la inteligencia) que también es fuego (eros) en el caso del hombre, para ayudarlo a ver. Porque el maestro confía en que hay luz en sus alumnos, es decir, una llama que puede ser atraída por su igual. Todos entran (entraban) en tu clase. Para todos había atención. Yo que no sabía escribir “ejercicio” (ejersicio) aprendí, porque a nadie querías dejar fuera del ejercicio del buen lenguaje. Tu fenomenología era sobre el lenguaje. Y el otro siempre apareció ante tus ojos no como un objeto de estudio, sino como el prójimo que se acerca a mí; no era un ser extraño al que debo auscultar, sino al que le debo estrechar la mano ya que vive conmigo en el habla cotidiana. Imagino que por eso eras tan precavido. Porque sabías que con las palabras uno puede herir de muerte malsana a los hombres (hiriéndose uno al mismo tiempo) y por eso nos dejaste grandes pistas que apenas voy descubriendo: Por eso nos dijiste una vez: “Yo creo que hay un lugar después de la muerte al que yo llamo cielo o paraíso, en donde uno se encuentra con su seres queridos”. Porque, para ejercitarnos en la búsqueda de la verdad sin caer en el absurdo o el abismo, hay que creer en algo superior. Yo también creo eso. Ojalá sea así.

Ahora que ya no estás, yo no te creo, porque nos dejaste un par de mamotretos a fin de no abandonarnos en la obscuridad de estos días aciagos. Para la muerte nos preparaste, mientras tú reflexionabas. ¡Gracias, maestro!

Javel

Palabra: Recuerdo que me enseñaste a ver que mi palabra favorita y quizá mi sino era recordar, es decir, traer de nuevo al corazón.

Te recuerdo en clases, pero el recuerdo más claro que tengo es éste: estás sentado en tu escritorio, el de tu oficina, y lees un libro muy grueso que se titula Ideas. Me despido de ti (usted) y me señala un letrero en la ventana «si no leo, me aburro».

Silueta

Silueta

A veces, los amantes cubren un resquicio inconfesable en su desnudez mutua. Un haz de luz se cuela para ofrecer la vista de una figura amada en las tinieblas, y hace pensar en esos sueños que se saben en el deseo de volverlos a producir, tras haberlos desbaratado un parpadeo. No hay verdades simples, ni cuerpos que sólo se froten húmedos por nada, aunque pueda ser por poco. Se cubre el tiempo con el manto del tacto, aunque siempre acabemos descobijados ante la vuelta. El viento que se cuela entre las grietas del silencio hace recordar que no nos vemos todo, como si al amar hubiéramos de remediar el muro evanescente de la carne, para reflejarnos en la transparencia ambigua de una mirada. En esa transparencia, uno frente al otro, vemos lo de siempre y lo de nunca, alegoría primeriza del amor como sello de la vida humana. En lo familiar descubrimos lo lejano: por eso no basta pensar al deseo a partir de la ausencia y la presencia. Si el otro fuéramos nosotros, sería imposible amar, aunque eso no impide que el otro se deslice sobre la ventana por la que nuestra alma mira, figurándose a veces su mano mediante la nuestra que traza con carbón y agua. Posiblemente el autoconocimiento requiera del amor para que no desista el pensamiento en el deseo incuestionable, en la seducción que la voluntad propia representa. A la vez, ¿qué es más claro en la experiencia del amor que la complejidad implicada en afirmar que estamos enteros en algún momento?

 

Tacitus

Noctívagos

Los noctívagos disfrutan de la noche, porque algo tiene de serena y de tranquila. Sin embargo; andan a tientas, entre sombras y penumbras engañosas, lo que parece ser no es y lo que es no aparece a sus sentidos.

Cual habitantes de una caverna se deslumbran ante los pequeños destellos de luz que provienen del exterior, en su caso esos destellos son las estrellas visibles cuando hay luna nueva.
Los noctívagos algo tienen de melancólicos porque viven en la oscuridad de la noche y al mismo tiempo anhelan la claridad del día. En sus almas; en nuestras almas, deseamos saber la diferencia entre el bien y el mal, pero nuestros ojos no siempre soportan la poca luz que nos da el reflejo de lo bueno y nos hundimos nuevamente en las tinieblas del bosque tenebroso del pecado.

Maigo

Lo que no se ve

No estoy muy seguro de cómo comenzar esta entrada de indignación y repudio contra el mundo. Tal vez, si corro con suerte, podré jugar con sus sentimientos como esos cochinos científicos lo hicieron con los míos. Si no tengo suerte, espero no se les haga muy fantasiosa mi ilusión y sencilla ambición superhumana, tal vez la entiendan, y tal vez, también, aunque no los haya logrado decepcionar, vean el mismo problema que yo.

El show es el siguiente: encontreme baboseando en reddit como ocurre cada vez con más frecuencia, un artículo que llamó mi atención. En él se hablaba acerca de unos investigadores del MIT que habían podido fabricar una súper cámara fotográfica súper poderosa. Era capaz de fotografiar a una velocidad tremenda, de modo tal que había logrado llegar a la última frontera de la visión. Sí, amigos, lo que están pensando es correcto. Aquél artefacto fantástico había logrado fotografiar la luz. Disculpen mi emoción y si pierdo la cabeza, pero ¡No mamen, de verdad no pinches mamen! ¡Fotografía la luz! ¡La luz misma que permite la vista misma! ¡Por fin iba a poder escupirle en su tumba a Descartes por mostrarme la imposibilidad de conocer el fuego! No sé cómo emocionarme más sin que suene a burla, de verdad no lo es. El asunto es el siguiente. La luz, es tan rápida que hasta donde yo puedo entenderla, siempre la vemos en movimiento. Bueno, supongo que lo han visto ya, esa foto famosa de una bala saliendo victoriosa después de atravesar una manzana por su justo centro, es una foto fantástica y de muy alta calidad que muestra a la bala (que en nuestra experiencia cotidiana nunca vamos a ver sino solo a sentir) tal cual es. En el caso de la bala, nuestra experiencia visual de ella es solo al principio y al final. Es decir, vemos la bala cuando está en reposo mientras se encuentra descansando en su cunita de pólvora o la vemos ya hundida en el cuerpo de algún animal racional o no, o errada en una pared después de una ejecución; pero nunca a medio vuelo siendo lo que es, al menos no con el ojo desnudo.

En fin, algo fantástico de la fotografía es que logra detener el tiempo y mantiene intacto un espacio determinado. En ella el movimiento es pura sugerencia y llega a ser hasta cierto punto irreal, una fantasía Xenónica (si me permiten el término). Ahora bien, ¿listos para la pregunta chida? ¿Cómo chingados es la luz? Las balas, de algún modo logramos verlas mientras están en reposo, pero la luz simplemente se nos escapa. Imaginé por un momento, como un chamaco de kínder, a la luz, así, en abstracto, desnudita flotando en un cuarto oscuro o a medio iluminar, o en un cuarto iluminado de antemano y con ella a medio florecer. Fracasé en ambos intentos, y no es para más, los invito a hacer el experimento. Intenten imaginar la luz, ¿está encerrada, cubierta, flotando, doblada, extendida, es una línea? Yo en algún momento llegué a pensar que el rayo que se desprende de las nubes cuando habrá una tormenta, era una entidad bidimensional, luego Maigo me dijo que dejara de decir burradas y deseché la idea. Pero, en este caso, la luz podría ser cualquier cosa, incluso esférica como si estuviera hecha de éter. Salivé como ya tiene rato que no lo hacía, quería leer, ver esas putas fotos de la luz, así, en su más prístino estado, limpia de la corrupción de la experiencia sensorial y de los presupuestos cognitivos que permiten apreciar cualquier cosa. Creí por un momento que no había cosa más digna de ser llamada fotografía que la que habían tomado estos señores, logrando atrapar lo inatrapable. Cuando la viera, ¿la creería? ¿qué haría después de ver que “así es la luz”, de saber que no hay nada más ni la confundiría jamás con otra cosa en el mundo, que mi imaginación estaría para siempre sellada de esa posibilidad y quedaría terriblemente determinada? ¿Cómo entendería las poesías que hablaran sobre la luz después de esta experiencia tan real? ¿Cómo harían arte los artistas visuales con esta nueva herramienta? ¿Cómo evolucionaría el cine o los conciertos? Muchas analogías, sonetos y poemas estaban a punto de ser íntimamente violados por la ciencia y yo, estaba a un paso de ser cómplice de ello.

Lamentablemente, los dioses son mañosos y mentirosos, mucho más que los humanos que trabajan en el MIT y que aclaman tener una cámara súper poderosa que puede fotografiar a una velocidad inalcanzable por el ojo humano. El artículo que me emocionó tanto que casi me sentí prisionero en una cárcel ateniense esperando beber cicuta, incluía (por supuesto, no se podía esperar más en la era de la información) un video, guiado por un gringo cagado hablando del gran descubrimiento en un nivel de emoción por demás producido, fingido y triste. En él se habla de la foto de la bala y cómo impactó al mundo hace cincuenta años, y cómo esta fotografía de la luz vendría a superarla de un modo tal que es inimaginable. En fin, como en todos los reportajes periodísticos de nuestros tiempos, hubo mucho ruido y pocas nueces. Presentaron la cámara fotográfica y al científico este que explicaba los alcances de su artefacto. No estoy muy seguro de describir lo que vi, llegada la hora de ver lo que la cámara había capturado con todo su poder. La manera más sencilla de representárselos con palabras es la siguiente. Tomen una botella de vidrio y acuéstenla sobre una superficie plana. Luego, apaguen las luces y prendan una lámpara de mano, una linterna de esas que se empacan en las excursiones a las faldas del Iztaccíhuatl, luego dirijan la luz desde un costado, comenzando por la base muy lentamente y terminen en la boquilla. Fin del experimento. Grábenlo, luego digan que es demasiado rápido como para que el ojo lo vea y que su cámara corre a esa velocidad, luego, digan que para que podamos apreciarlo, tenemos que alentar esa velocidad, y que el proceso que duró una partícula de segundo. Usando la gran tecnología de su cámara, lograron extenderlo a veinte segundos (que es lo que dura su video), y listo. Luego hagan un reportaje al respecto, contraten a un gringo lelo y publíquenlo en reddit y rómpanme el corazón.

En verdad no estoy seguro de qué esperaba ver, pero, jamás de los jamases espere ver fracaso puro, o una excusa absurda como que no podemos verlo porque es demasiado rápido para nosotros o que sencillamente vería a la luz como la veo todos los días, “de rebote”, cosa que hasta cierto punto tiene sentido aunque la fotografía hubiera logrado su cometido, la cosa abstracta que yo esperaba ver, estaría siéndome mostrada “de rebote”. Otra fotografía de las que presentaron, en el artículo, es una manzana en un cuarto claroscuro esperando ser iluminada por la luz misma. Nuevamente se encontrarán con una decepción. En fin, no sé hasta qué punto haya sido un artículo de chiste, pero en lo personal, sí logró hacerme creer por un momento que podría conocer algo incognoscible. Como dato curioso, si no leen el artículo, les comento que hablan de que esa cámara es tan rápida que la secuencia de fotos necesaria para describir el camino de la bala a través de la manzana, implicaría ver una película con una duración de un año (si queremos ver toda la secuencia foto por foto), porque toma fotos muy pinche rápido. No dejo de pensar que de embarcarme en tan absurda empresa, habría semanas que pasaría frente a una pantalla de cine (porque la voy a ver en el cine para vivir la mejor de las experiencias) viendo una manzana común y corriente sin hacer absolutamente nada. En fin, iré llorando a inventar pretextos al MIT para justificar mis pendejadas y olvidarme de que estamos impedidos para conocer ciertas cosas de este mundo.

Aquí les dejo la liga al artículo al que hago referencia, está en inglés.